Son muchísimas las falacias sobre Colombia, puestas a rodar en la opinión pública mundial por los intoxicadores de opinión o «spinn doctors» del sistema mediático global del imperialismo, muchos de los cuales escriben desde sofisticados estudios ubicados en Colombia, financiados generosamente por las varias agencias que para este fin tiene el gobierno de los EEUU. […]
Son muchísimas las falacias sobre Colombia, puestas a rodar en la opinión pública mundial por los intoxicadores de opinión o «spinn doctors» del sistema mediático global del imperialismo, muchos de los cuales escriben desde sofisticados estudios ubicados en Colombia, financiados generosamente por las varias agencias que para este fin tiene el gobierno de los EEUU. Referirse a todas estas falacias y confusiones sería obra de romanos que, desde luego, excede cualquier artículo de opinión; pero lo más difícil es constatar que numerosos opinadores que se autoproclaman de izquierdas las han tragado sin masticar y las reproducen irresponsablemente.
Una de esas falacias es la que tiene que ver con la caracterización del tipo de Estado imperante en el territorio colombiano que da el título al presente escrito y, circula como moneda falsa en trinos generalizados, llenos de una sagrada indignación ante el genocidio contrainsurgente que está en curso de líderes sociales y guerrilleros reinsertados, montado sobre la terrorífica pero eficaz experiencia del «baile rojo» con que se exterminó masivamente a la Unión Patriótica y otras organizaciones opositoras al régimen durante las últimas décadas del siglo XX, y de los «falsos positivos» de Santos-Uribe de las primeras del presente. El agua pasada la está reciclando el bloque de poder liderado por Uribe-Duque, depurándola de errores.
Aceptar la incorrecta caracterización conceptual hecha sobre el Estado colombiano como un Estado narco dirigido por criminales y mafiosos, puede ser de momento emotiva e impactante. Pero, vistas las cosas con cierta distancia, es una confusión que:
Primero le hace el juego a estrategia imperial de dominación de nuestros países sometidos como es la «War on Drugs» con toda su panoplia armamentística y militarista de dominación y sometimiento, centrando el asunto en el combate a un «enemigo etéreo, incorpóreo y volátil» que ellos denominan «el Narco», cuando los narcotraficantes solos, o en mafias, junto con los grandes lavadores de dólares, y contrabandistas fronterizos de divisas, son corpóreos y bien conocidos, y constituyen solo una rueda dentada del engranaje de las 10 ruedas dentadas y articuladas (cuyo eje es la gigantesca embajada de los EEUU con más de 4.000 oficiales) descrito magistralmente hace 10 años por la científica social Vilma Liliana Franco en la página 223 de su inagotable libro Orden Contrainsurgente y Dominación, caracterizado por ella con todas las letras como Bloque de Poder Contrainsurgente ,
Segundo. Bloque de poder dominante que a su vez tiene otra rueda dentada para disciplinar y aterrorizar (legal e ilegalmente) a la población civil desafecta o insurgente, tremendamente eficaz, muy conocida por los colombianos y el mundo como Paramilitarismo, y que para efectos (también de su volatilización) se confunde adrede con el antiguo concepto de contrainsurgencia, subsidia
Tercero. Bloque de clases en el poder, que como lo enseña la ciencia social y política moderna tiene una poderosa envoltura o supraestructura de varios componentes; el cual desde su aparecimiento histórico y estructuración en Colombia a partir del pacto de clases (terratenientes, financieros, empresarios, obispado y cooptados) el que fuera organizado por sus dos más eximios representantes del anticomunismo como Laureano Gómez y Lleras Camargo en 1957, impusieron dicha superestructura sobre TODA la sociedad colombiana como una granítica creencia socia basada en el odio, y que al decir de Marx y de Gramsci tiene actualmente una verdadera fuerza material.
Así pues, que tenemos varios conceptos socio políticos por diferenciar para aclararnos el genocidio de guerrilleros vestidos de civil que está en marcha en Colombia. Una cosa es el concepto de contrainsurgencia. Otra la doctrina de la Seguridad Nacional y el enemigo interno a exterminar. Cosa más distinta es el de Paramilitarismo ejecutor. Diferente del bloque de clase que domina actualmente esa relación y condensación de la lucha de clases general llamado Estado colombiano constituido como un Bloque de Poder Contrainsurgente, el cual se arropa con una cobertura material blindada, o supraestructura Jurídica, Política, Cultural y Moral contrainsurgente, cuya base es el anticomunismo religioso colombiano, aparecido muchos años antes de que hubiera aparecido o llegado la influencia de la revolución bolchevique a Colombia.
Anticomunismo cerrero basado en el odio, que ha revivido el monstruo del Basilisco diseñado por el falangista Laureano Gómez en 1949, actualmente rediseñándolo como un monstruo de dos cabezas, a destruir: Una el castro-chavismo (¿Les suena destruir Cuba y Venezuela?) Otra, la táctica marxista de utilizar políticamente todas las formas de movilización de masas, convertida en la figura biológica reaccionaria del brazo civil del comunismo que a su vez tiene un brazo armado o de «guerrilleros vestidos de civil», cuya relación es indispensable destruir a toda costa. Justificación con la cual se convirtió a la población civil en el objetivo militar a derrotar y se exterminaron organizaciones como la Unión Patriótica, A Luchar, Frente Popular, etc, entre las más destacadas, y ahora, se está ejecutando con el genocidio gota a gota de los más de 700 líderes sociales y exguerrilleros reinsertados de las antiguas Farc-EP. https://mundo.
Con lo anterior, podemos llegar a las declaraciones dadas por el comandante y miembro del alto secretariado de esa organización guerrillera Joaquín Gómez, en una entrevista ofrecidas en rueda de prensa en abril 2019 en el Espacio Territorial de Pondores en la Guajira (ver video 1) donde como lo destaca la periodista Violeta Guetnamova en un reciente articulo publicado en Rebelión.org (2) el ex comandante guerrillero atribuye, de amanera autocritica, dicho genocidio social en curso que amenaza a todos los integrantes de esa organización guerrillera en reinserción, a dos errores cometidos en el Proceso de paz de la Habana (2016):
Uno: Haber negociado el proceso de paz con un gobierno y un Estado que no tienen ninguna soberanía.
Dos: No haber impuesto el tema del cambio de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN) como uno de los puntos básicos en los diálogos de la Habana.
Si a lo anterior, se le suma que dicho proceso como lo anotó en su momento el profesor economista Luis Jorge Garay (abril 2016) terminó siendo un pacto de cúpulas que no conllevó ninguna trasformación estructural (ver entrevista https://
Así como las observaciones que también hice dos años después (octubre 2018) sobre las no trasformaciones, la claudicación a realizar y profundizar un proceso CONSTITUYENTE, y las trizas en que ha sido convertido dicho acuerdo de paz según los intereses generales del Bloque de Poder Contrainsurgente dominante, sin que se pueda hacer nada para impedirlo (ver https://www.rebelion.org/
Podemos explicarnos no solo el genocidio social en curso en Colombia, sino también el fortalecimiento de la contrainsurgencia en general y la cada vez mayor dependencia y sometimiento lacayo del gobierno y el Estado colombiano a los dictados y presiones de la embajada de los EEUU, por ejemplo, sobre la justicia para la paz, la extradición de Santrich, el retiro de las visas a los magistrados; así como a los dictados geoestratégicos del presidente Trump para agredir e invadir militarmente a la hermana república Bolivariana de Venezuela.
Notas
(1) Video https://www.youtube.com/
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