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Niños de Balolé

Fuentes: Mundo obrero

Balolé es un gigantesco agujero que se encuentra en Uagadugú, la capital de Burkina Fasso. Un documental, El lobo dorado de Balolé, presentado hace poco, lo muestra al mundo: es obra de Chloé Aïcha Boro, una escritora y directora de cine que ha tenido que luchar denodadamente para hacer sus películas, y que descubrió en […]

Balolé es un gigantesco agujero que se encuentra en Uagadugú, la capital de Burkina Fasso. Un documental, El lobo dorado de Balolé, presentado hace poco, lo muestra al mundo: es obra de Chloé Aïcha Boro, una escritora y directora de cine que ha tenido que luchar denodadamente para hacer sus películas, y que descubrió en el centro de Uagadugú esa enorme cantera de granito donde dos mil quinientas personas, hombres, mujeres y niños, trabajan en condiciones inhumanas para sobrevivir. Allí, dejándose el alma, un hombre consigue ganar seiscientos francos CFA diarios, menos de un euro; una mujer o un anciano ganan la mitad; y un niño, apenas doscientos francos, treinta céntimos de euro. Componen una población de esclavos, explotados por intermediarios y vendedores de granito sin escrúpulos, marginados, condenados a la oscuridad, a la esclavitud de la pobreza.

Chloé ha dado ese título al documental, el lobo dorado de Balolé, en honor de Ablassé, el obrero que ha organizado a los trabajadores de la cantera para luchar contra los abusos de los intermediarios. Ablassé trabaja allí con su madre, su esposa, y sus hijos. También aparecen en él Alassane y Ousseny, dos niños de trece años que sueñan con poder ir a la escuela nocturna, tras el trabajo. Dice Chloé que los obreros de Balolé le recordaron a los esclavos del Egipto de los faraones. Encontró allí a personas reducidas a la esclavitud por la necesidad y la pobreza, pero dignas, con una profunda humanidad, dispuestas a luchar, hasta el punto de que han participado en levantamientos, como en la insurrección de 2014 que acabó con el miserable Blaise Compaoré, un tirano que alcanzó el poder con el golpe de Estado de 1987, tras derribar al dirigente comunista Thomas Sankara (llamado el Che Guevara africano) de la presidencia del país. Sankara había repartido la tierra entre los campesinos pobres y había acordado con Fidel Castro que contingentes de médicos cubanos organizasen la sanidad: un ejemplo que ni París ni Washington podían tolerar. El golpe de Estado fue apoyado por el gobierno francés de Jacques Chirac, y los matarifes asesinaron a Sankara, la esperanza del país.

Balolé es un enorme agujero en la tierra, oculto por edificios, tapias y enormes montones de guijarros. No hay maquinaria: los obreros rompen el granito con sus manos; para ablandar la piedra, queman neumáticos viejos que levantan humaredas negras como si surgieran del infierno. Mujeres y niños parten la roca y la cargan en cestos que suben en la cabeza, arriesgando la vida si resbalan en las empinadas cuestas de la cantera, entre oleadas de polvo, como si ese pozo gigantesco donde hombres, mujeres y niños trabajan como mineros esclavos en condiciones inimaginables, fuera un espejismo, porque ni la cantera ni quienes trabajan en ella existen. Son reales, sí, pero no existen oficialmente, aunque huérfanos, viudas, mujeres repudiadas trabajen allí con sus hijos pequeños, golpeando guijarros con un cilindro de metal o una maza, bajo un precario toldo para aguantar el calor infernal.

Las manos de los niños de Balolé recuerdan las de Munna, un pequeño bengalí que cuando lo vio el fotógrafo bangladesí GMB Akash en 2014 tenía apenas ocho años y las manos de un anciano: trabajaba diez horas diarias en una fábrica de Dacca de piezas de recambio para los ricksaws, y ganaba doce euros al mes. Los chicos como ellos son incontables en el mundo. Solo en Bangla Desh trabajan casi cinco millones de niños de entre cinco y trece años. Muchos laboran por diez dólares al mes; otros, hurgan en los vertederos de Dacca: es su trabajo. A veces, los patrones tienen aprendices que trabajan solo a cambio de comida. Situaciones así se dan en muchos otros países, en México o Brasil, en la India o en Sudán.

El agujero de Balolé, los basurales de Nairobi o de Bombay, las fábricas del mundo pobre donde trabajan pequeños obreros como Munna, se tragan las vidas de miles de niños esclavos, pero ellos y sus padres luchan al mismo tiempo, y nos enseñan la dignidad y el coraje de los pobres: en Balolé, participaron en la revuelta contra el tirano Compaoré, y Alassane y Ousseny han conseguido ir a la escuela, aunque cada día tengan que recorrer kilómetros.

 

Las manos de Munna, del bangladesí GMB Akash

 

Los niños de Balolé

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