Lo que usted leerá a continuación no tiene nada de amable… ni de «políticamente correcto». Lo siento, pues me parece que ya es hora de comenzar a exteriorizar lo que se lleva muy dentro del alma y del hígado, independiente de que ello provoque escozor en más de alguien. Precisamente por haber mantenido estas opiniones […]
Lo que usted leerá a continuación no tiene nada de amable… ni de «políticamente correcto». Lo siento, pues me parece que ya es hora de comenzar a exteriorizar lo que se lleva muy dentro del alma y del hígado, independiente de que ello provoque escozor en más de alguien. Precisamente por haber mantenido estas opiniones encerradas en mi estómago el escozor ha sido mío durante años.
Cuando una autoridad o la prensa hablan de «desastres naturales», ¿a qué se están refiriendo en verdad? Me parece que un desastre natural es aquel producido por la madre natura y que afecta, directa y únicamente, a la misma madre natura, entendiendo por cierto que doña Pachamama acostumbra generar de vez en cuando algunos estropicios que, a la postre, usa como reordenadores de su propio yo, porque al igual que el universo ella está viva, activa, se mueve y cambia.
Madre natura ha sido muy leal con los seres vivos que pueblan sus cortezas y geografías. Nunca ha dejado de señalarles los lugares que ella ha ocupado y que, por supuesto, puede volver a utilizar. Alguna vez utilizó tales o cuales quebradas, hondonadas y senderos para dar libre tránsito a las aguas cordilleranas. Y aun en períodos de sequía esos sitios los dejó perfectamente marcados para que ningún animal (racional o no) tuviese la estúpida ocurrencia de instalar en ellos su hábitat, sabiendo o intuyendo que tarde o temprano las aguas de la cordillera ocuparían ese trazado.
Ningún animal que vive en libertad -nunca- estableció en esos lugares su nido, guarida o cobijo. Ninguno. Salvo el ser humano.
Ah, sí, es verdad… debo aclarar que me estoy refiriendo al ser humano pobre… a aquel que carece de recursos para instalar su domicilio en sitios seguros. Ese animal empobrecido vive donde puede, y no donde quiere o donde debería habitar. Su enorme debilidad económica le obliga a instalar vivienda en la geografía más peligrosa y económicamente barata, es decir, en los lugares menos recomendables para esos efectos. Cerros escarpados, riberas de ríos, faldeos de volcanes activos, quebradas donde ‘supuestamente’ nunca volvería a correr agua, bordes costeros que son básicamente acantilados o rompeolas, etc.
Y cuando madre Natura se agita y decide reordenar su ser interno porque le es necesario hacerlo, entonces, el mentado ‘desastre natural’ se transforma en una desgracia humana que afecta casi exclusivamente a los pobres, a aquellos cuya incapacidad económica les instó a sobrevivir instalando sus precarias viviendas en geografías que la Pachamama tenía reservada para si misma.
Las implicancias que tiene la consideración de los riesgos naturales en la planificación del territorio (planificación que como bien sabemos siempre está en manos de los dueños de la férula y del dinero), certifica una verdad inamovible, cual es que el ordenamiento del espacio resultante de la aplicación de criterios exclusivos de rentabilidad económica da lugar a disparidades territoriales insostenibles en el tiempo.
Así entonces, si el terreno es seguro, sólido -y se encuentra a resguardo de cualquier pataleta de la Pachamama- tiene valor suficiente para que sea ocupado por aquellos humanos que cuentan con poder económico y que, obviamente, estén en condiciones de sufragar los gastos en dinero que ello amerita. Por cierto, un terremoto de 9.8º Richter o un tsunami con olas de 20 metros de altura también les afectaría… pero tales eventos ocurren una vez cada mil años, así que no hay necesidad de preocuparse.
No sucede aquello con esos terrenos depreciados por la economía, los que se encuentran sitos en lugares donde la ocurrencia de fenómenos naturales puede provocar enormes daños. Allí vive la mano de obra, tan barata como el terreno mismo que ella habita, y tan depreciada como aquel. Sin embargo, y esto es imperioso decirlo, en ciertos casos esos terrenos -depreciados y todo- cuentan con hermosa vista hacia el mar, hacia el valle o hacia la cordillera.
Tal simple pero efectiva realidad enciende las ambiciones de poderosos consorcios económicos dispuestos a realizar cualquier barbaridad con tal de agenciarse aquella geografía para levantar hostales, condominios, restoranes y hoteles de lujo, pudiendo publicitar que ellos cuentan «con la mejor vista panorámica de la región» y destinados a turistas ABC1, el llamado «turista dólar», o ‘turista euro’.
«Me late» (me ‘tinca’ o barrunto) que algunos de los incendios en los cerros de Valparaíso podrían obedecer a los asuntos insinuados en las líneas anteriores. También «me late» que algún porcentaje significativo de la desgracia humana acaecida en el norte atacameño deriva del desdén propio de los adinerados socios de las empresas mineras (encargados de destrozar glaciares, valles, aguas y poblaciones en pos del dinero), así como de la cipaya actuación de muchos de nuestros representantes políticos entregados de cuerpo y ano al mejor postor. Me late.
Entonces, amigos míos, tengan la bondad de poner más cuidado y atención cuando decidan referirse a «desastres naturales». ¿Qué soy un mal pensado? Sí, oh Dios… qué mal pensado soy.