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Gobierno Bachelet: Un entierro de primera clase de las «reformas»

Fuentes: Politika

Después de un séquito de desastres, erupciones, aluviones, inundaciones, incendios y terremotos, acompañados de hazañas como el puente Cau-Cau y el Transantiago, el todo amenizado con el jolgorio de la ubicua corrupción de los políticos, la Copa América tuvo el efecto de los alcaloides de efecto breve. Veinticuatro horas más tarde despertamos de la curda […]

Después de un séquito de desastres, erupciones, aluviones, inundaciones, incendios y terremotos, acompañados de hazañas como el puente Cau-Cau y el Transantiago, el todo amenizado con el jolgorio de la ubicua corrupción de los políticos, la Copa América tuvo el efecto de los alcaloides de efecto breve.

Veinticuatro horas más tarde despertamos de la curda con una resaca pegajosa, y nos dimos cuenta que nada había cambiado: los ex presos políticos no recibieron justicia, los profesores siguen insatisfechos, la gratuidad de la educación termina en una payasada, la Araucanía sigue alzada, las pensiones bajitas bajitas, la UF se dispara, la Salud tose, la economía entra en apnea y Burgos -léase el gran capital que coimea la política y del cual PENTA y SQM no son sino la punta del iceberg- termina imponiendo una recogida de cañuela que da al traste con toda la cháchara relativa a las «reformas».

Bachelet procedió a organizarles un entierro de primera clase a sus tan cacareadas reformas. La economía trastabilla, dijo, ergo no hay plata, y sin plata, no se puede reformar.

La verdad es que plata hay. Lo que no hubo ni habrá de parte de una coalición gobernante pagada a precio de fraude fiscal, es la voluntad política para modificar la distribución de la riqueza en favor de la inmensa mayoría de la población. Chile nunca produjo tanta riqueza en su Historia como ahora. El PIB, creciendo a un ritmo menor, sigue creciendo.

En su número especial de marzo de 2014 POLITIKA afirmó que el gobierno de Bachelet no se daba los medios para financiar sus reformas y que, por consiguiente, ellas estaban condenadas al fracaso:

«Si Chile se situase en la media porcentual (de impuestos) de la OCDE que es de 33%, el Estado dispondría de unos US$ 100 mil millones en el presente año, o sea recursos suficientes para cumplir con lo prometido por Michelle Bachelet durante la campaña presidencial, y algo más. Pero no es el caso… ¿Con qué financiará el gobierno sus ofertones? Misterio. Alberto Arenas, flamante ministro de Hacienda, asegura que le basta con US$ 720 millones (!) y que ese dinero ya está: US$ 300 millones de libre disposición previstos en la Ley de Presupuestos (los que dejó Piñera) y US$ 420 millones que reasignará de otras partidas. Dicho de otro modo, desvestirá un santo para vestir otro… Las cuentas no cuadran.»

No hacía falta ser un genio de las matemáticas ni un «experto» en economía para saber que las promesas de gratuidad en la Educación comprometían sólo a quienes las creyeron. En la misma edición especial sobre Reforma Tributaria de marzo del año pasado, POLITIKA precisó lo siguiente:

«Si este gobierno hiciese realidad la gratuidad de la Educación, como es el caso en los países civilizados, necesitaría un incremento de la recaudación fiscal del orden de US$ 9 mil 735 millones… Eso supera el incremento esperado con la Reforma Tributaria anunciada. Si además llevase el financiamiento de la Salud al nivel requerido (11% del PIB), necesitaría otros US$ 23 mil 290 millones… Dicho de otro modo: Chile debe alcanzar el nivel de carga tributaria de los países de la OCDE…»

La tímida reforma fiscal, «cocinada» en casa de Andrés Zaldívar, terminó recaudando menos de lo que se recaudaba antes de la reforma. Y para más inri, la desaceleración de la economía redujo aún más las entradas fiscales. Eso sirve ahora de pretexto para enterrar, definitivamente, las reformas.

Ya he contado que durante la campaña presidencial del 2009 me tocó debatir con los representantes de las candidaturas de Piñera y de Frei Ruiz-Tagle en la Universidad de Los Andes. Ambos sostuvieron con fuerza que era contraproducente hablar de reforma tributaria, por la sencilla razón que el país crecía, la economía disfrutaba de una salud insolente, el PIB se mostraba rozagante, en otras palabras no convenía perturbar tal idílico panorama.

Dicho en cristiano, cuando las cosas van bien no conviene reformar. Y cuando las cosas comienzan a ir mal, sería mal venido reformar. ¿Te queda claro? Lo fundamental es mantener un estado de cosas en el que un puñado de privilegiados se lleva la parte del león, y mantiene al 99% de la población alimentado con el elixir de su propio disfrute. Chile va bien quiere decir que ellos están satisfechos.

«No hay plata» dice Bachelet. ¿Y la que ahorró durante su primer gobierno con el pretexto de que serviría «para los tiempos de vacas flacas»? Pregúntale a Andrés Velasco -otro discípulo de SQM y PENTA- que fue quién inventó llevarse ese billete a los EEUU.

Lo cierto es que asistimos a un repunte de la inflación, una suerte de ligero temblorcillo que hizo saltar ese sensible instrumento que se llama UF. He dicho innumerables veces que la UF es un atentado contra los intereses de quienes viven de un salario, instituido en dictadura, protegido por la Concertación y la Nueva Mayoría (?), que nadie se ha atrevido a eliminar. En la larga lista de reformas anunciadas y traicionadas, nunca figuró este emblema del triunfo del poder del dinero.

El tema exige una explicación con manzanitas. Hela aquí.

En los años fastos de la posguerra, -los treinta gloriosos-, los trabajadores franceses que aportaron lo esencial de las tropas de la Resistencia a la ocupación nazi, lograron obtener que el salario mínimo estuviese sometido a lo que se llamó la «indexación», es decir que fuese calculado en función del aumento de los precios. Eso se tradujo en reajustes automáticos -algo así como la UF- que compensaban la inflación:

«Así, en los años 1970 y hasta los primeros años 1980, cuando el régimen de la inflación era relativamente elevado (en un ritmo anual de 5% a 15%), los aumentos de los salarios nominales eran fuertes y frecuentes (alzas anuales del orden de 10% a 20%). De hecho, a fin de mantener al menos el poder adquisitivo de los asalariados, los salarios eran revalorizados varias veces al año.»

(La modération salariale en France depuis le début des années 1980 – Rozenn Desplatz, Stéphanie Jamet, Vladimir Passeron et Fabrice Romans – Économie et Statistiques nº 367 – 2003)

De ese modo, señaló Lionel Stoléru, un economista y político que estuvo asociado al poder socialista, entre el período 1970-1982 la masa salarial (medida en salario bruto) creció en un 64%, mientras que en el período siguiente 1982-1988 la masa salarial creció apenas en un 6%. ¿Qué ocurrió entretanto?

Muy simple: los socialistas franceses, encabezados por François Mitterrand, llegaron al poder en el año 1981. Con el pretexto de la moderación salarial necesaria para luchar contra el desempleo, los socialistas eliminaron la «indexación» del salario mínimo.

El resultado no se hizo esperar: el desempleo se multiplicó por siete (¡por siete!) y en pocos años nueve (9) puntos porcentuales del PIB pasaron de la remuneración del trabajo a la remuneración del capital, la friolera de 200 mil millones de euros al año.

Lionel Stoléru -doctor en economía de la Universidad de Stanford (Palo Alto – California), diploma obtenido bajo la dirección de Kenneth Arrow, premio Nobel de economía 1972- concluyó:

«La masa de salarios netos bajó en Francia de 1982 a 1988, lo que no se había producido en ningún período de la historia económica francesa».

Lo que precede muestra el poderosísimo efecto de la «indexación» cuando se trata de favorecer o bien los salarios, o bien al capital.

En Chile no sólo no hay reajuste automático de los salarios, sino que los «expertos» económicos de la dictadura se las arreglaron para acelerar la concentración de la riqueza aplicándole la «indexación» a los precios de bienes y servicios. De ese modo, hubo hogares que pagaron créditos durante décadas, para al final encontrarse con una deuda aún mayor que al inicio.

Ese es el efecto de la UF, engendro que supera al Cobre entre los temas tabúes, esas cosas que son caca, de las cuales no conviene hablar y por lo tanto no se habla.

Bachelet y la Nueva Mayoría (?) no pudieron enterrar esta reforma por la sencilla razón que nunca se atrevieron ni siquiera a mencionarla, aun menos a prometerla.

En Chile el gran capital sigue gozando de un sistema de precios a dos velocidades: de una parte los precios de bienes y servicios que son estipulados en UF y por lo tanto aumentan mensualmente, y de la otra los salarios que pierden poder adquisitivo de manera permanente.

Sólo nos queda organizar el entierro de este modelo depredador de la tierra y el agua, y explotador de hombres y mujeres.

Un entierro de primera clase.

©2015 Politika [email protected]