Pasó de largo, pero a mediados de octubre, cuando por acá estábamos expectantes por la primera vuelta electoral que terminó con la derecha del PRO como niña bonita, hubo elecciones en Canadá. Y fueron importantes, porque el péndulo se corrió en el Norte hacia donde se está corriendo en varios países europeos: el de nuevos […]
Pasó de largo, pero a mediados de octubre, cuando por acá estábamos expectantes por la primera vuelta electoral que terminó con la derecha del PRO como niña bonita, hubo elecciones en Canadá. Y fueron importantes, porque el péndulo se corrió en el Norte hacia donde se está corriendo en varios países europeos: el de nuevos gobiernos que terminen con la obediencia debida al FMI, que deshagan o aflojen la alianza económica y militar con Estados Unidos, que se planteen como una prioridad la inclusión social y un nuevo rol del Estado. No es sólo desde una perspectiva argentina que un gobierno de derecha dispuesto a contraer deuda para gastos corrientes y a pagarla con el ajuste del gasto público, sería un fenomenal retroceso. Es a escala global que ese movimiento es un retroceso.
Hay cada vez más países de los que aquí le suenan bien a la bella gente, que están reaccionando en el sentido en el que estamos yendo ahora y desde hace doce años, y de donde nos quieren arrancar de cuajo: hacia ese mundo multipolar que es la clave, la chance: un mundo sin un solo eje de poder, sino con varios, para que cada país pueda volver a tener la soberanía que perdió, o la que están perdiendo los que firman los tratados de libre comercio que están en danza. «Libre comercio, libre comercio», repiten desde el PRO como la ruta a la que hay que volver «desde el sentido común». Roland Barthes decía: «La lucha por el poder es la lucha por el sentido común».
El sentido común global no está muy de acuerdo con el PRO. El surgimiento de nuevas fuerzas y la sacudida ideológica en grandes partidos que habían sido vaciados -como aquí sigue vaciada la UCR- mueve inevitablemente la historia. Sin ir más lejos, ahora que Jeremy Corbyn expresa en Gran Bretaña lo que Podemos en España o Syriza en Grecia, el ex líder Tony Blair, esta semana, pidió perdón por haber llevado a Gran Bretaña a la segunda guerra del Golfo, y por haber bajado todas las banderas del laborismo. Pero fíjense lo que pasó en Canadá.
El 19 de octubre, en las elecciones, fue derrotado el Partido Conservador que tuvo como principal ejecutor al ex primer ministro Stephen Harper. Ganó el Partido Liberal, pero ahora ya batido, como el laborismo británico, y con un cuadro político joven, Justin Trudeau, hijo de la última gran figura laborista, Pierre Trudeau, que gobernó Canadá en esa época de la que nos viene la inercia de pensar a ese país como un territorio relajado y amigable. Hace años que no lo es. Durante el gobierno de Harper germinó esa sociedad estratégica con Estados Unidos que lo volvía, hasta ahora, el socio que refrendaba todas las decisiones geopolíticas. Según el columnista del Toronto Star, Thomas Walkom, el triunfo del joven Trudeau significó «un repudio a Harper y a su estilo de gobierno. Al elegir a los liberales de Justin Trudeau, los votantes estaban diciendo basta de tanta mezquindad».
Votó el 69 por ciento de los empadronados, la mayor asistencia a las urnas desde l993, cuando el partido obtuvo su última gran victoria. Después vino una década de ajuste y cultura neoliberal, con speeches muy parecidos a los que boqueaba Macri cuando todavía no necesitaba peronizarse.
Harper destrozó el Estado de Bienestar, que estaba entrelazado con la identidad canadiense, y fundó su activismo en la OTAN, dando por cerrada la anterior política exterior de la que nos acordamos, basada en la diplomacia. En ese aspecto Massa no tiene que esperar que Macri lo convenza: los dos propusieron como primera medida expulsar a Venezuela del Mercosur. Eso significa realineamiento. Eso es lo que bancan los jugadores extranjeros.
En ese lado del mundo donde cruje lo que en la Argentina nos quieren traficar como «cambio», está sucediendo lo que escribió el lúcido sociólogo Immanuel Wallerstein en referencia, no a la periferia, sino a las áreas centrales: «En un mundo que está viviendo en medio de una gran incertidumbre económica y en peores condiciones para grandes segmentos de las poblaciones del mundo, los partidos en el poder tienden a ser culpados y pierden fuerza electoral. Así es que tras el vaivén hacia la derecha de la última década, el péndulo ahora va en otra dirección».
Esa dirección en la que va el mundo es la que ya hace una década germinó en América latina. Lo que se llama populismo es tan vago que hasta el Papa y Obama han sido acusados de portadores del virus: ahora se le llama «populismo» no a una forma de gobierno sino a la mirada crítica sobre el sistema financiero. Se aplica a todo aquello que vaya en la dirección que dice Wallerstein, que se insinúa en América del Norte y Europa. El surgimiento de una nueva izquierda global, que es la del siglo XXI, y que en cada país adquiere la forma que le brindan sus tradiciones y sus correlaciones de fuerzas.
Que esté teniendo lugar ese movimiento global, y que se oculte, ya dice algo. Es necesario tenerlo en cuenta para comprender la envergadura de la reacción, y por qué en este momento hay una descarada embestida contra lo construido en bloque en América latina. Aquí comenzó ese movimiento pendular del mundo. Hay una demanda desesperada de supervivencia en la ferocidad de la restauración conservadora. Quieren ejemplificar a los grandes con la derrota de los pequeños. Quieren aplastar aquí para seguir después en otros continentes.
Que Justin Trudeau haya ganado en Canadá no es un detalle: ya avisó que hará revisar por el Parlamento los tratados de libre comercio ya firmados con Estados Unidos. Antes ordenará levantarles el secreto. Nadie sabe el contenido. Esos tratados son la plataforma de la reconstrucción del poder unipolar. Esa fricción late bajo las campañas mediáticas, no ya contra los presidentes latinoamericanos. El objetivo son los Brics. Están alterando la economía mundial con la baja del precio de los commodities, y están culpando a los Brics porque no es un país, sino un bloque mundial, el que perturba la política en países que ya estaban bajo el control de las corporaciones trasnacionales.
Lo segundo que dijo Trudeau, para dar una idea de por dónde andan las expectativas de los ciudadanos canadienses, es que pondrá fin al déficit cero y que incursionará en déficit presupuestarios para reactivar la economía y el empleo: Trudeau no es chavista ni kirchnerista ni bolivariano. Es un liberal no «neo», sino posneoliberal, que quiere resolver la crisis de desempleo y desindustrialización que azota a Canadá. Sólo como una pincelada para enfocar mejor a ese enorme país del norte, el cambio de gobierno coincide con un renacimiento de la protesta colectiva, alineada bajo el ala del movimiento Idle No More (No más pasividad), que tiene a la pluma roja como símbolo. La pluma roja la tomaron como símbolo de las Primeras Naciones -las más de doscientas etnias originarias que habitan en territorio canadiense-. Ese movimiento que comenzó hace dos años con una huelga de hambre de cuatro mujeres nashnibe, ha tomado ahora nuevo impulso: se suceden las denuncias sobre la violación de los derechos humanos en las «reservas indígenas», especialmente contra mujeres. En pocos años se acumularon más de dos centenares de denuncias sobre desapariciones. Ahora hay testimonios que acusan a la policía de Quebec. En todo el país resurgen las protestas. Es decir: la derecha no se agota en la macroeconomía. Baja como una guillotina sobre el tejido social, aunque lo haga con una sonrisa.
Para ver la película entera hay que ser nadadores de fondo, porque la política mirada desde la telepolítica es puro fondant, cobertura, show propicio para el rating, que jamás significa conciencia. Se ha fechado el mentado debate entre Scioli y Macri, y desde la telepolítica intentarán sobrecargar en él las expectativas del electorado. Es absurda esa sobrecarga, como a esta altura y después de ocho años de gobierno en la ciudad de Buenos Aires, es pura sobreactuación esperar a ver qué piensa Macri escuchándolo hablar. La derecha tiene un proyecto pero no un discurso, por eso va cambiando las palabras usurpando el discurso del otro. Hay que ser nadadores de fondo, y el fondo en el que nos movemos es el mundo. Macri, en ese mundo nuevo, es una bocanada de aire viciado, de aliento a viejo.