Una investigación encargada por el Observatorio Chileno de Drogas -dependiente del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol, Senda- al Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) permitió obtener valiosa información que será utilizada para mejorar los tratamientos a los consumidores dependientes de la pasta […]
Una investigación encargada por el Observatorio Chileno de Drogas -dependiente del Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol, Senda- al Instituto de Sociología de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC) permitió obtener valiosa información que será utilizada para mejorar los tratamientos a los consumidores dependientes de la pasta base de cocaína (PBC).
El estudio, denominado «Caracterización de personas que consumen pasta base de cocaína en forma habitual en la Región Metropolitana», se efectuó a partir de 398 entrevistas a personas que ingieren regularmente la droga. Los resultados -entregados en septiembre pasado- señalan que los consumidores de PBC en su mayoría son hombres (87%); tienen un promedio de edad de 37,5 años (sólo se encuestaron mayores de 18 años); un 71% declara ser soltero; más de la mitad no tiene estudios secundarios completos; al menos la mitad inicia el consumo antes de los 20 años; en promedio consumieron 21,8 días durante el último mes; y gastaron semanalmente (en promedio) 80.792 pesos en la droga. El 49% indica que siempre, o la mayoría de las veces, mezcla la PBC con otras sustancias, especialmente alcohol (62%).
Según datos del Sistema de Registro de Pacientes en Tratamiento (Sistrat), aproximadamente el 45% de las personas que ingresaron a tratarse y declararon a la pasta base como droga principal de consumo, reconoce vivir de allegados o en una vivienda ocupada irregularmente.
Reportes obtenidos por el Senda en 2012 indican que la proporción de personas entre 18 y 64 años que declararon consumir pasta base alguna vez en la vida fue de 2,1%, mientras que respecto al consumo en el último año, este porcentaje llegó a 0,4% y, de estos últimos, dos de cada tres personas presentan consumo problemático.
El trabajo de campo de los sociólogos de la PUC se efectuó entre noviembre de 2013 y julio de 2014 en sedes para las entrevistas ubicadas en Huechuraba, Santiago Centro y La Florida. A todos los encuestados se les aplicó un test de orina para comprobar el consumo reciente de PBC.
Sobre el estado civil, el 71% declaró ser soltero, el 26% casado, un 2% divorciado y un 1% viudo. No obstante, sólo un 2% de los casados/as señaló vivir con su esposo/a. Un 20% dijo estar en convivencia o con pareja, y un 77% no convive con nadie.
MAS DATOS ACUSADORES
Respecto al nivel de educación, sólo un 1% del total encuestado no tiene educación formal. De aquellos que tienen algún tipo de educación, la mayoría corresponde a primaria incompleta (27%) y secundaria incompleta (27%).
Sobre el trabajo, un 67% afirmó haber trabajado la semana anterior. Las principales ocupaciones fueron trabajador por cuenta propia, con 51%, seguido de obrero o empleado, con 36%. El alto porcentaje de trabajos por cuenta propia se explica en parte por el considerable número de personas que desempeñan trabajos informales y que obtienen ingresos por fuentes ilegales. En relación a esto, un 84% de los entrevistados dijo haber recibido ingresos mediante fuentes legales durante los últimos treinta días (incluye trabajo informal, subsidios y pensiones). En promedio este monto alcanzó los 215.459 pesos, con un mínimo de 2.000 y un máximo de 900 mil.
Además, un 71% de los encuestados aseguró recibir ingresos desde fuentes no convencionales y/o mediante la mendicidad. Las formas más comunes de ingreso no convencional son pedir dinero en la calle o en la locomoción colectiva (43%), vender artículos en la calle (38%) y robar o vender artículos robados (30%). Los ingresos percibidos por estas actividades son en promedio 158.962 pesos. Los datos indican que por lo general los consumidores de PBC utilizan dos estrategias de este tipo para la obtención de ingresos. Ocho de cada diez consumidores ha participado en hurtos; 23% ha traficado y 22% ha robado en casas. La información obtenida indica que los encuestados consumen en promedio 90,3 papelinas (dosis) de droga a la semana.
Al preguntarles por el valor de una papelina de PBC, señalaron que oscila entre 500 y 2.000 pesos. El 33% de los entrevistados gasta menos de 30.000 pesos en pasta base; un 26% entre 30.500 y 60.500; un 18% gasta entre 61.000 y $ 110.000 y un 22% entre 113.000 y 620.000 al mes.
El 100% de los entrevistados dijo que consume la PBC fumada o inhalando vapores al calentarla. Un 44% declaró consumir siempre, o la mayoría de las veces, PBC sola. El 49% afirmó que siempre o la mayoría de las veces mezcla la PBC con otras sustancias. Entre estos últimos, un 34% indicó consumir PBC mezclada con otra droga; un 22% con dos drogas y un 16% con tres o más drogas. De los que mezclan, un 62% lo hace con alcohol, un 38% con marihuana, un 14% con cocaína y otro 14% con tranquilizantes.
En relación a los compañeros de consumo, un 62% de los encuestados declara que ha consumido durante el último año con amigos, 37% con conocidos, 22% con extraños, 16% con sus parejas o cónyuges, 14% con personas que venden drogas y 11% con algún familiar. El 57% de los hombres dice que consume solo.
25 AÑOS EN EL PAIS
En 1990, Carlos Oviedo Cavada, arzobispo de Santiago, y algunos sacerdotes carmelitas -administradores del santuario de Teresa de Los Andes que se estaba construyendo en Auco- solicitaron al director de la Policía de Investigaciones, PDI, general (r) Horacio Toro, devoto de la santa católica, que hiciera algo para impedir el tránsito frecuente de consumidores de marihuana que viajaban a esa zona en busca de cannabis sativa . Toro decidió ser radical y ordenó a sus hombres que erradicaran los cultivos de cáñamo en el valle de Aconcagua. Los detectives cuadricularon y revisaron metro a metro la región hasta eliminar todo vestigio de la planta. Luego, hicieron lo mismo en las riberas de los ríos Tinguiririca, Cachapoal, Aconcagua, Teno, Mataquito e Itata, entre otros. El resultado no lo previeron: al poco tiempo, la pasta base de cocaína empezó a invadir las poblaciones de Santiago y de otras ciudades, con las funestas consecuencias comprobadas en los años siguientes.
La población consumidora de PBC está marcada por el maltrato, el abandono y la disfuncionalidad de sus familias de origen. Estas personas, en su mayoría, viven en poblaciones de escasos ingresos, con poca cohesión, y eso los impulsa a abandonar sus estudios y a desempeñarse como trabajadores informales. Es muy difícil tratar su adicción porque es una población oculta, que no está registrada en ninguna parte, no se acerca a los hospitales ni a oficinas públicas y no contesta encuestas. Viven al margen de las instituciones.
El consumo de PBC y de alcohol también deriva en conductas delictivas muy violentas que se inician a cada vez más temprana edad. Hay que añadir a eso el consumo creciente de alcohol de mala calidad que se fabrica a vista y paciencia de las autoridades policiales y civiles. Es el «copete pelacables», que literalmente «revienta» a quienes lo consumen.
Informes del Senda indican una baja leve en el consumo de pasta base a nivel nacional en los últimos años -de 0,7 a 0,4 entre 2000 y 2014-. No obstante, datos de la PDI señalan que en el último año los decomisos han aumentado 32,5% y las detenciones de menores involucrados en delitos de drogas han crecido en 56%.
EL MAYOR PELIGRO
Uno de los principales argumentos de los defensores de la marihuana apunta a la industria del alcohol. Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), indicaba hace más de una década que las muertes causadas por el alcohol superaban los 800 mil casos anuales y que las discapacidades que produce en el mundo son mayores que las provocadas por la desnutrición. El daño que el alcohol produce en el organismo no se limita a la cirrosis hepática: también afecta al cerebro y las capacidades intelectuales. Además, incrementa los riesgos de ataques cardiacos, produce inflamaciones del páncreas, daña las fibras musculares, disminuye la masa ósea y atrofia los testículos, con daño importante de los espermios y la posible pérdida de la fertilidad.
En Chile, el alcoholismo afecta al 12,6% de la población. El 40% de los suicidios, el 52% de los actos criminales, el 60% de los homicidios y el 70% de los accidentes del tránsito están ligados al consumo de alcohol. El costo económico por gastos de salud, muertes prematuras, menor productividad, accidentes de todo tipo y violencia provocada, sobrepasa los 800 millones de dólares anuales. Estudios del Senda señalan que un 50% de los jóvenes comienza a beber a los 17 años, e incluso hay un 5% de ellos que empieza a los 12 años o antes. Según esos estudios, el 23,8% de los consumidores de alcohol son «bebedores problema», es decir, en Chile hay un poco más de un millón de personas con distintos grados de dificultades por las bebidas alcohólicas que ingieren.
Hoy los drogodependientes son policonsumidores. La juventud consume todo tipo de drogas. Por ejemplo, el alcohol y la cocaína van de la mano, porque la cocaína como estimulante provoca rigidez muscular y el alcohol produce una sensación de relajo. Muchos alcohólicos llegaron a la cocaína porque les inhibe los efectos de la embriaguez.
Gran parte de los siquiatras coinciden en que el consumo de una sustancia «lícita» como el alcohol, facilita el inicio de las «ilícitas»; en otras palabras, el alcohol es la puerta hacia el consumo de drogas más fuertes.
¿Por qué entonces se prohíbe la marihuana y se mira para otro lado respecto del alcohol? La respuesta directa es simple: la industria chilena del vino obtenía unos 35 millones de dólares en 1990; en 1999 llegó a los 525 millones y hoy ya supera los 1.200 millones. La industria de la cerveza reporta anualmente cerca de 500 millones de dólares; y la industria pisquera, otros 150 millones, sin contar la importación y venta de otra variedad de licores como el ron, vodka, tequila y whisky. En conjunto, dan trabajo a más de 220 mil personas e influyen de manera determinante en actividades tan disímiles como el deporte, la cultura, la publicidad, los espectáculos, la gastronomía, el turismo e, incluso, la política y las leyes.
La legislación autoriza una patente para expender alcohol por cada 600 habitantes. En 2004, sólo en Antofagasta existían 800 establecimientos con permiso, además de múltiples clandestinos. Es decir, habría oferta de alcohol para un mercado superior a las 500 mil personas, en una ciudad que bordea los 300 mil habitantes. Al otro extremo del país, en la Región de Los Lagos, según el ex Conace, había una botillería por cada 164 habitantes; sumando entre legales y clandestinas, 5.784. La misma situación se repite en el resto del país.
En 2014 fallecieron cerca de dos mil personas en accidentes de tránsito; el 40% de ellas había consumido alcohol. Y así, suman y siguen los ejemplos del abuso del alcohol. Por el contrario, es muy difícil encontrar denuncias sobre violencia o hechos delictuales bajo los efectos de la marihuana.
LIDER EN EL CONTINENTE
Si en 1996 Chile tenía un consumo anual promedio per cápita de 7,4 litros de alcohol puro en mayores de 15 años, en 2010 llegó a los 7,9 litros y en 2015 a 9,6 litros, según datos de la OMS. En julio del año pasado Chile se puso a la cabeza de los consumidores de alcohol, seguido por Argentina, con 9,3 litros y Venezuela, con 8,9 litros. Maristela Monteiro, asesora principal en abuso de sustancias y alcohol de la OMS, declaró al presentar las cifras: «El desarrollo económico y nuevos valores importados de la globalización está haciendo que el consumo excesivo y abrupto sea una tendencia». Y agregó: «El alcohol llega a todas partes, se han mejorado las cadenas de distribución, hay más establecimientos y oferta y tampoco es desdeñable la presión que la industria sabe ejercer sobre los gobiernos para que los precios del alcohol estén bajos y no haya regulaciones».
Otra tendencia relevante es que sólo un 10% de los bebedores ingiere, en promedio, más del 40% del total de alcohol consumido en la región.
El alcohol no sólo afecta a quien bebe. Progresivamente aumentan los episodios de violencia y los accidentes de tránsito. También baja la productividad no sólo por ausencias al trabajo, sino por lo que se conoce como ‘depresentismo’: personas que acuden a su puesto de trabajo sin fuerzas.
Un estudio realizado en Estados Unidos en 2006, estimó que el consumo nocivo de alcohol costó al país cerca de 224 mil millones de dólares (un promedio de 750 por habitante); de ese total, 72% se atribuyó a la pérdida de productividad en el trabajo.
En Chile está ocurriendo algo muy parecido y nadie se atreve a subir los impuestos al alcohol, limitar los horarios y días de venta, subir la edad legal mínima para consumir y reducir o prohibir su publicidad, como se ha hecho en otros países que han decidido enfrentar el problema
Publicado en «Punto Final», edición Nº 840, 6 de noviembre, 2015