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Crear poder popular

Fuentes: Punto Final

En el siglo XX ya sabíamos que había que construir el socialismo porque era un sistema más justo que el capitalismo: en él no habría explotación del hombre por el hombre. Eso todavía es muy cierto porque la URSS y las llamadas «democracias populares» nunca fueron socialistas y por lo tanto su fracaso no contradice […]

En el siglo XX ya sabíamos que había que construir el socialismo porque era un sistema más justo que el capitalismo: en él no habría explotación del hombre por el hombre. Eso todavía es muy cierto porque la URSS y las llamadas «democracias populares» nunca fueron socialistas y por lo tanto su fracaso no contradice ese ideario. En todo caso, ahora todos estamos de acuerdo en que el socialismo tiene que ser democrático, participativo, respetuoso de los derechos humanos, de la ecología, de las mujeres, de las minorías y etc., etc.

Incluso tenemos ahora más razones que nunca para pensar que hay que acabar con el capitalismo, porque está destruyendo nuestro planeta. Todo el mundo lo está viendo y sufriendo: inundaciones, aluviones, lluvias torrenciales donde no llovía nunca, son sólo un botón de muestra. ¿Y esto es pura mala suerte? No, es que el consumo de combustibles fósiles, la deforestación, los gases de efecto invernadero, son algunas de las causas del cambio climático, del calentamiento global, del derretimiento de los polos y de que suba el nivel del mar, por lo cual las playas y puertos quedarán cubiertos por el agua.

Hay muchos que dicen que el capitalismo ya se acaba, que tocó fondo. Lo dice Ignacio Ramonet, ex director de Le Monde Diplomatique . Afirma que la actual crisis es para el mundo capitalista lo que la caída el Muro de Berlín fue para el mundo socialista. Lo dice Carlos Taibo, uno de los intelectuales más destacados de España. Sostiene que el capitalismo se adentra en una fase de corrosión terminal que nos lleva al colapso. Lo dice Immanuel Wallerstein, en fin, lo dicen muchos pero no necesitamos tantos ejemplos porque lo estamos viendo.

En el siglo XX se debatieron diferentes concepciones sobre las formas de lucha, pero todas de una u otra manera se sintetizaban en «la toma del poder».

Tomar el poder en Chile, no es sólo tomarse el Poder Ejecutivo, tomarse La Moneda, como una especie de toma de la Bastilla por medio de elecciones. El poder está un poco en La Moneda, otro poco en el Congreso y en los tribunales, bastante más en las Fuerzas Armadas y muchísimo más en las empresas, cada vez más concentradas y que lo manejan todo. Y también está en la prensa y en los medios de comunicación de derecha, casi los únicos que subsisten.

En 1970 el pueblo creyó que había llegado al poder porque ganó la Presidencia de la República. Pero se equivocó, o más bien nos equivocamos. No le vamos a echar toda la culpa al presidente Allende, porque todos nos metimos en esa hazaña.

Ahora, a este capitalismo en crisis pero por lo mismo muy agresivo, hay que reemplazarlo por un sistema diferente, que no puede ser otro que el socialismo. No hay más alternativa. Pero lo que va a hacer el pueblo en ese caso es la siguiente etapa. La primera es ver cómo se llega al poder. Ya el asunto no es si lo vamos a tomar por la vía pacífica o por la vía armada, lo que hay que ver es todavía anterior a eso. La pregunta que ahora se plantea es, ¿el poder hay que tomarlo o hay que construirlo?

Como en Chile no hay grandes partidos revolucionarios y el pueblo todavía está muy desmovilizado, el método de asaltar el cielo parece que no funcionaría, al menos por ahora.

¿Y cómo se toma el poder desde abajo, cómo se crea poder popular?

Ese poder alternativo ya está en germen en pequeñas luchas, a veces aisladas, organizaciones, acciones separadas, pero que van tejiendo una red y después confluyen en un solo cauce. Así el pueblo se va empoderando. Pero ¡ojo! No sólo hay que considerar las batallas que se dan en Chile, hay que mirar hacia los países vecinos e incluso hacia los lejanos, porque si hay algo cierto es que esta pelea no se va a dar en un solo país sino en un conjunto de países.

Las batallas que se dan en el barrio, en la fábrica, en la escuela, en las provincias, en las poblaciones; los combates por la educación, por la salud, por la tierra, por el trabajo, van creando un torrente imparable, forman ríos y desembocan en la totalidad. Creo que en Chile la reivindicación que las puede unificar a todas es la Asamblea Constituyente, porque ahí se debatirán y resolverán democráticamente los principales problemas del país.

Y además hay una cosa importante a considerar: en Chile hubo muchas experiencias de autogestión y de control de fábricas y fundos por parte de los trabajadores. Las fábricas expropiadas o intervenidas por el gobierno popular eran manejadas democrática y eficientemente por los obreros. Los campesinos de predios expropiados o intervenidos echaron a andar fundos desmantelados por los terratenientes. Y lo hicieron con eficiencia y en forma democrática y colectiva, sin contar con elementos de trabajo, sin dinero, casi con las uñas porque lo necesitaban para comer. Fue un periodo en que el pueblo se empoderó y aprendió. Esas experiencias están enterradas pero no olvidadas, se conservan en la memoria colectiva.

Y así, a medida que se va constituyendo desde la base el poder popular, va creándose a la vez una nueva cultura que incluye la solidaridad, el respeto por la comunidad y por el otro, el afán de una vida más simple y respetuosa de la naturaleza. No porque los seres humanos sean siempre buenos, generosos y creativos, sino porque será la única forma de sobrevivir en ese mundo nuevo que habrá que construir.

 

Publicado en «Punto Final», edición Nº 840, 6 de noviembre, 2015

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