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El sociólogo Andrés Piqueras presenta su libro “Capitalismo mutante” (Icaria) en la Librería Primado de Valencia

El capitalismo en «degeneración», crisis y resistencias

Fuentes: Rebelión

El sistema económico capitalista «muta». La primera gran crisis del capitalismo comenzó en la década de los 70 del siglo XIX, y tras un breve repunte económico en los años 90 de esa centuria, terminó con dos guerras mundiales, el «crash» bursátil de 1929 y la revolución soviética. La intervención keynesiana produjo entonces la primera […]

El sistema económico capitalista «muta». La primera gran crisis del capitalismo comenzó en la década de los 70 del siglo XIX, y tras un breve repunte económico en los años 90 de esa centuria, terminó con dos guerras mundiales, el «crash» bursátil de 1929 y la revolución soviética. La intervención keynesiana produjo entonces la primera gran «mutación». La segunda se produjo como consecuencia de la crisis de mitad de los años 70 del siglo XX, y consistió en el desarrollo de las políticas económicas neoliberales. Con ciertos repuntes o altibajos, «esta segunda Gran Crisis la arrastramos hasta hoy», afirma el profesor de Sociología de la Universitat Jaume I de Castelló, Andrés Piqueras, que ha presentado su último libro «Capitalismo mutante. Crisis y lucha social en un sistema en degeneración» (Icaria) en la Librería Primado de Valencia. «El shock finaciero-bancario de los años 2000 no es sino el resultado en los intentos de escapar de la Segunda Gran Crisis, iniciada en torno a 1973», abunda el docente y miembro del Observatorio Internacional de la Crisis (OIC).

El autor trata de responder en el texto a la siguiente cuestión: dadas las contradicciones y desafíos actuales del capitalismo, ¿se adentra este sistema económico en una «espiral degenerativa»?. La pregunta se fundamenta en varias evidencias. En primer lugar, la relación «harto problemática» entre el crecimiento económico y tanto los niveles de consumo como las tasas de ganancia empresariales. Además, se produce hoy una «crisis de legitimidad» a escala global. «Al sistema económico -subraya Piqueras- cada vez le cuesta más desarrollar las fuerzas productivas y generar riqueza colectiva, por eso el capitalismo tiende a manifestarse cada vez más como un régimen de desposesión o saqueo». Tampoco el escuálido crecimiento económico mundial, basado en el endeudamiento especulativo, cuenta con una «contrapartida energética». En «El largo siglo XX» (Akal), Giovanni Arrighi señalaba otro argumento de peso: cada vez que el capital financiero se impone al productivo y mercantil en el reparto de la plusvalía, implica que un modelo económico entra en decadencia. Ante el actual «atolladero», Andrés Piqueras vaticina un auge de la guerra como «elemento de regulación capitalista» en el orden internacional y un incremento de la «necropolítica».

La primacía de los movimientos especulativos en el «casino mundial» corre en paralelo al declive de la inversión productiva, y dan cuenta de la fase «degenerativa» en la que se halla el sistema. Según la Banca de Basilea, el «capital ficticio» que circulaba a escala global en el año 2010 era de 650 billones de dólares, una cifra muy superior al PIB mundial, que se situaba entre los 75 y 80 billones de dólares. Sin embargo, algunos analistas elevan la cifra de «Capital ficticio», a partir de seguimiento de fuentes cercanas a Wall Street, a 1.000-1.200 billones de dólares. A partir del año 2006 la Reserva Federal de Estados Unidos deja de dar cuenta del dinero total que fabrica. Además, según el Observatorio Internacional de la Crisis (OIC), el stock de capital (activos fijos utilizados en la producción de bienes y servicios) de Japón entre 1965 y 1969 era de 12,5, mientras que en el primer lustro del siglo XXI se situaba en 2,4 (las cifras se refieren al sector no residencial). Prácticamente en el mismo periodo (1960-1969), el stock de capital pasó en Estados Unidos del 4,5 al 2,1.

El estado «senil» del capitalismo se manifiesta asimismo en la tasa de innovación tecnológica, actualmente la más baja desde 1945. Los efectos de la mengua inversora se traducen en una reducción de la productividad laboral.  En los años 60 la productividad del trabajo era de 8,6 en Japón, mientras que en el periodo 2001-2005 pasó a 1,9; En Alemania se redujo durante el mismo tiempo de 4,2 a 0,9; y en la zona euro de 5,1 a 0,8.

El autor de «Capitalismo mutante», «La opción reformista: entre el despotismo y la revolución» y «El colapso de la globalización» sostiene que las economías centrales del capitalismo no experimentan un crecimiento económico real «más allá de la propaganda», y si a escala global se produce un escaso incremento del PIB éste se debe a los países «emergentes». Así, el crecimiento del PIB global ha evolucionado del 3,5% en los años 60 al 2,5% (década de los 70), 1,4% en los años 80, 1,1% en la década de los 90 y actualmente es casi nulo. «Se ha producido un frenazo enorme», resume Piqueras. La «espiral degenerativa» en la que ha entrado el sistema puede apreciarse asimismo en la tasa de beneficios empresariales, que entró en franco declive en las últimas décadas. En los años 50-60 del siglo XX la tasa de ganancia empresarial se situaba, en las economías capitalistas más avanzadas, en el 10%; en la década de los 70-80 pasó al 5%, en los 90 al 3,6% y en el periodo 2000-2002 al 1,32% (el último dato corresponde a las 500 empresas más importantes según la revista Fortune).

El modelo tiene su correlato en el mundo del Trabajo. El sociólogo considera que en la fase «degeneratival» del capitalismo tiene lugar una «nueva dimensión» de las relaciones laborales, en que se prioriza el autodisciplinamiento y la «empleabilidad» (se sustituye el «derecho al trabajo» por la gestión individual de la superviviencia). A este modelo corresponden todo tipo de fórmulas de sobre-explotación laboral, autoexplotación, trabajadores «autónomos», «free-lance» y «por cuenta propia». Se trata de una «fase orgiástica de la explotación», en palabras de Andrés Piqueras, que tiene como primera consecuencia «un gran desaprovechamiento de seres humanos, a los que se considera sobrantes».

Pero este despilfarro de lo que el sistema denomina «capital humano» es compatible, en la actualidad, con «islas» de muy elevado desarrollo tecnológico y trabajadores ultraespecializados. ¿Ha perdido valor la fuerza de trabajo durante las últimas décadas, por ejemplo en España? Según el OIC, menos del 50% de la distribución de la riqueza en el estado español corresponde actualmente a salarios, cuando en 1975 (tras 40 años de dictadura) era del 58% (con una población activa mucho menor que la actual).

La segunda parte del libro está dedicado a tratar posibles «alternativas» al capitalismo en fase degenerativa, y a la discusión con autores como Negri (también con los filósofos Foucault y Deleuze) y el concepto de «multitud». El texto parte de la constatación de una evidencia: «la generalización de la precariedad conduce a una profundización del disciplinamiento de las poblaciones, que tienden más y más a quedar en sumisión y permanente disponibilidad para el capital». A esta realidad se agrega la «dilución» del sujeto obrero, fragmentado en una diversidad de actores y categorías laborales. Se quiera o no, el mundo del Trabajo es muy diferente hoy al de la fábrica fordista, lo que condiciona la manera en que se organizan los movimientos sociales: «arcoiris», rizomas, redes, páginas web… «Son formas de organización blandas, flexibles y difícilmente controlables, aunque en contrapartida muy vulnerables a la manipulación y fácilmente desarticulables». En resumen, los «individuos» se juntan coyunturalmente para intervenir en campos específicos de lo social, se trata de formas «líquidas» de resistencia.

El «biocapitalismo» actual, que explota toda la vida humana, requiere individuos disponibles y adaptables durante 24 horas, para el empleo y más allá de éste. Pero ésta es una dinámica que a la vez genera oportunidades. Según Andrés Piqueras, «los propios individuos se ven forzados a hacer en común, es decir, a dejar de ser tan individuales; también surge la necesidad (tras la dejación del estado) de encontrar vías y mecanismos de cooperación para garantizar los bienes comunes (aire, agua, tierra, energía…)».

A medida que se quiebran los mecanismos de integración social (y política), así como los «mínimos» de seguridad para la población, tienen más posibilidades las opciones rupturistas e incluso insurreccionales. Son las vías por las que optó el proletariado de la primera revolución industrial, cundo encontró obturados estos mecanismos de integración y participación. Hoy, «a partir de los escombros del Estado Social», la economía de los Comunes plantea compartir recursos, la cooperación entre los individuos y garantizar el sostenimiento de la vida, justo cuando, sostiene el autor de «Capitalismo mutante», «se están reeditando las formas más violentas y mafiosas de acumulación primitiva». Cooperativas, grupos de autogestión, ayuda mutua, anarquistas y comunales fueron las fórmulas de organización y lucha del primer proletariado.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.