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Camilo Torres Restrepo, legado y vigencia

Fuentes: Editorial Revista Cepa

El 15 de febrero de 1966 murió en combate el joven sacerdote Camilo Torres Restrepo, en Patio Cemento, Santander. La forma como murió lo convirtió en un símbolo revolucionario en América Latina y otros lugares del mundo y en un personaje legendario, cuyo pensamiento y acción han nutrido las luchas populares en Colombia durante el […]

El 15 de febrero de 1966 murió en combate el joven sacerdote Camilo Torres Restrepo, en Patio Cemento, Santander. La forma como murió lo convirtió en un símbolo revolucionario en América Latina y otros lugares del mundo y en un personaje legendario, cuyo pensamiento y acción han nutrido las luchas populares en Colombia durante el último medio siglo.

La vida de Camilo Torres fue breve y fecunda, pues durante un lapso de menos de diez años experimentó una radicalización de sus concepciones políticas, que lo llevaron finalmente a empuñar las armas y a morir combatiendo al régimen del Frente Nacional.

Camilo asumió un compromiso resuelto con los oprimidos desde que realizó estudios de sociología en Bélgica (1954-1959), cuando tuvo contactos con sindicatos cristianos y con grupos argelinos de resistencia contra la ocupación francesa. Desde ese momento se evidenciaron sus preocupaciones investigativas, que se centraron en el estudio de los problemas urbanos, lo cual se materializó en su tesis de grado, Aproximación estadística a la realidad socioeconómica de Bogotá. De regreso en Colombia fue designado capellán de la Universidad Nacional, en donde junto con Orlando Fals Borda fundó en 1959 la Facultad de Sociología. Como parte de su labor académica realizó trabajos de investigación y acompañamiento en barrios pobres de Bogotá.

Camilo no se interesaba por la sociología como una actividad académica, sino que la concibió como un instrumento analítico para comprender la realidad del país, comprensión indispensable para emprender una praxis transformadora con los oprimidos, basada en su compromiso cristiano del amor eficaz.

Camilo ocupó diversos cargos en instituciones oficiales como el Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (INCORA) y la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP), donde pudo vivir desde dentro el conservadurismo de las clases dominantes, siempre opuestas a efectuar una reforma agraria y a distribuir algo de su riqueza. A raíz de sus posturas críticas y de sus propuestas encaminadas a superar las condiciones de pobreza y opresión, Camilo sufrió la persecución de las jerarquías eclesiásticas, que lo obligaron primero a abandonar sus cargos en la Universidad Nacional y luego a renunciar al sacerdocio.

En 1965, Camilo fue uno de los promotores del Frente Unido y efectuó giras por todo el país. Llenó las plazas públicas, agitó y defendió sus tesis tendientes a crear las bases de una nueva Colombia. Los objetivos del Frente Unido eran variados, y siguen siendo de gran actualidad: reforma agraria que democratizara la propiedad de la tierra, acceso al crédito y expropiación de los grandes latifundios sin indemnización; reforma urbana, para que todas las personas fueran propietarios de la casa que habitaban; planificación industrial a partir de planes nacionales de desarrollo; una reforma tributaria que gravara las rentas más elevadas; nacionalización de los sistemas financiero, de salud, de comunicaciones, de educación, así como de las riquezas naturales del subsuelo; establecer relaciones internacionales con todos los países del mundo; protección de mujeres y niños abandonados; igualdad de la mujer con respecto al hombre en el trabajo; racionalizar el presupuesto para las fuerzas armadas y defender la soberanía nacional por parte de la población.

Este programa requería de la unidad de las fuerzas interesadas en terminar con la explotación y la injustica, de ahí que Camilo fuera un defensor y difusor de la unidad popular y de las izquierdas, como condición que posibilitara el triunfo de un proyecto alternativo. Pero en su época, como en el momento actual, se impusieron los dogmatismos y los sectarismos que han impedido cualquier avance unitario en favor de las clases subalternas.

El carisma y liderazgo de Camilo llamaron la atención del «país político» y de la «gran prensa», que alertaron ante el potencial peligro que se avecinaba para ellos con las predicas del «cura revolucionario», para lo cual recurrieron al tradicional anticomunismo primario como manera de estigmatizar la movilización popular y de expresar su miedo a la democracia. De esa forma, se justificaba el hostigamiento, la persecución y los señalamientos calumniosos por parte de autoridades civiles, militares y eclesiásticas. Esa persecución presionó a Camilo para tomar la decisión de empuñar las armas, tras considerar que no existían condiciones para una transformación pacífica del orden existente. No llegó a esa determinación de manera espontánea, sino luego de una trayectoria de lucha de varios años, en la que combinó la investigación social, el compromiso cristiano con los pobres y la participación en instituciones gubernamentales. Esa praxis lo llevó a concluir que «el deber de todo cristiano es hacer la revolución», de todas las formas posibles. Camilo fue honesto, coherente, radical y demostró un extraordinario espíritu de entrega y compromiso con los sujetos populares que para él representaban el verdadero cristianismo y prefiguraban otra sociedad, distinta a la republiqueta oligárquica en el que le tocó vivir y morir.

Camilo fue la encarnación del cristianismo de los pobres, a partir del cual enfrentó las estructuras injustas y desiguales que benefician a una minoría social, como forma de demostrar su amor por el prójimo, por los desvalidos y necesitados. Como praxis terrenal, el cristianismo de los pobres se plantea la subversión del orden existente, siendo Camilo un digno representante de esa subversión anticapitalista que anticipó lo que luego sería la Teología de la Liberación latinoamericana.

No es posible ni legítimo suponer que existieron dos Camilos: uno el sacerdote, sociólogo, profesor universitario, investigador y trabajador social, y otro el guerrillero. Estas dos facetas están indisociablemente unidas, debido a que Camilo asumió un compromiso revolucionario inquebrantable con la «clase popular», sin escatimar esfuerzos en su objetivo de lograr una «transformación estructural» de la sociedad colombiana.

Vale preguntarse qué tan diferente es la Colombia actual, comparada con la que conoció Camilo Torres. En apariencia es distinta, por dos razones fundamentales: hoy es un país urbano, en cuyas ciudades habita el 70 por ciento de la población, con un número cada vez más reducido de campesinos; y se habría presentado una modernización económica y cultural, evidenciada con el consumo de tecnologías, en el uso del automóvil y la motocicleta y en la profusión de los supermercados y los centros comerciales. Pero esas modificaciones han sido epidérmicas, porque los grandes problemas de la sociedad colombiana, contra los cuales luchó Camilo, siguen estando presentes como si este país se hubiera detenido en el año 1965. Entre esos problemas se encuentra la permanente injusticia, que hace de Colombia uno de los tres países más desiguales del planeta; la concentración de la propiedad territorial en pocas manos; el dominio en la vida económica de unos pocos grupos monopólicos (los «cacaos»), asociados al capital transnacional, que son los verdaderos dueños del país; el control informativo de esos mismos monopolios que son los propietarios de los canales de televisión, cadenas radiales y periódicos de circulación nacional. A ello debe sumarse la antidemocracia, intolerancia, represión de las voces disidentes y la violencia estructural (la de todos los días) que deja miles de muertos, heridos y lisiados, que resultan de esa misma desigualdad, acentuada con el neoliberalismo, la mercantilización de la vida y privatización de los bienes comunes.

Pero así como los aspectos estructurales de la dominación oligárquica en el país no se han modificado en el último medio siglo -aunque ahora la hegemonía en el bloque de poder corra por cuenta de los representantes del capital financiero-, tampoco lo han hecho, en general, las izquierdas, que seguimos presas del mismo dogmatismo, espíritu de secta, estreches de miras y falta de una perspectiva amplia de poder que movilice a la «clase popular» de la que hablaba Camilo Torres Restrepo.

Como estas condiciones no se han modificado de ninguna manera, Camilo Torres sigue siendo un pensador y luchador de nuestro tiempo, porque fue un luchador de su tiempo.