Según indica la experiencia internacional cerrar la negociación de un fin de la guerra no es tarea facial. Saltan muchos obstáculos. Se presentan complicaciones inesperadas en tanto que la confianza entre las partes no es aun absoluta. Alguien siempre alguien quiere tomar ventaja y hacer jugadas de mala calaña como parece estar sucediendo en la […]
Según indica la experiencia internacional cerrar la negociación de un fin de la guerra no es tarea facial. Saltan muchos obstáculos. Se presentan complicaciones inesperadas en tanto que la confianza entre las partes no es aun absoluta. Alguien siempre alguien quiere tomar ventaja y hacer jugadas de mala calaña como parece estar sucediendo en la Mesa de diálogos de paz de La Habana entre el gobierno y las Farc.
Se la ingenia Santos y la oligarquía dominante para hacer trampas y sacar ventajas desconociendo que en una negociación todos deben ceder. Es lo que hasta el momento ha sucedido en la relación del Estado con la insurgencia revolucionaria de las Farc.
Proceso de paz, guerra urbana y «guerra del machete» son tres nociones que parecen encontrarse en la coyuntura.
Me explico.
A Santos, experto pokerista, parece habérsele agotado la imaginación tramposa que acompaña su marco genético y por interpuesta persona, un politiquero atragantado con mermelada, deslizo un perverso mico en el Acto Legislativo de la paz, que en su séptimo paso recogió lo pactado en La Habana, pero que en el octavo escalón fue adulterado con el artículo 5, el cual termino ensombreciendo una ruta que parecía clara hacia el Tratado final de paz.
Esta clase de jugarretas necesariamente ha impactado inmediatamente -creando desconfianza- asuntos como el cese bilateral del fuego y hostilidades, la dejación de las armas, las zonas campamentarias, la erradicación del paramilitarismo, la democratización de las fuerzas armadas, la movilización política de las Farc, el proceso de legitimación de los consensos, los ajustes institucionales, la implementación, la verificación y hasta la inicial campaña electoral por la sucesión presidencial, que está contaminando ya severamente la terminación de la guerra.
En el horizonte no se ve claro una inminente firma del Tratado final, el cual bien puede postergarse hasta el segundo semestre del año 2017 o el primero del 2018.
Más complicado aún. En el proceso de Irlanda a pesar de haberse firmado el final del conflicto en el año 1998, la dejación de las armas ocurrió diez años después porque el paramilitarismo siguió actuando rampante en Ulster, y la participación política del IRA es cosa de meses recientes, por la reticencia sangrienta de las facciones ultraderechistas más radicales.
Acá hay sectores, en el gobierno y la sociedad empresarial narca, afilando los cuchillos y brillando los fusiles (en Cali, Medellín, Barranquilla, Bogotá, Pereira, Montería) para dar vía libre al exterminio sicarial de los principales líderes guerrilleros cuando se apliquen a la agitación civilista en los escenarios del campo político urbano y mediático.
Bien puede ser que en los próximos meses la guerra mute hacia escenarios urbanos. Es una hipótesis que sale de los labios de quien dispone de la información más privilegiada en el Estado. El Jefe de la Casa de Nariño. Por algo lo dirá. No creo que se trate de una maniobra discursiva. Él sabe con qué juega y a que se refiere.
Pero, lo más delirante de todo esto, es la amenaza planteada por Uribe Vélez y su entorno latifundista más intransigente, me refiero a Lafaurie y Cabal, quienes han perfilado los contornos de una pretendida «guerra del machete» entre campesinos compradores de buena fe y propietarios desplazados por la violencia paramilitar, que reclaman sus tierras.
Poderosos terratenientes y ganaderos uribistas paramilitarizados están promoviendo un ejército de pequeños y medianos propietarios rurales, compradores de buena fe, convirtiéndolos en punta de lanza contra los campesinos desplazados por la violencia rural, quienes en virtud de la ley de restitución de tierras reclaman sus predios arrebatados de manera sangrienta en las ultimas décadas.
Utilizaran a los compradores de buena fe para impedir el curso de la restitución y para ampliar el latifundio una vez sean saneados los títulos.
Muy grave este panorama.
Preparémonos para lo que se viene. La «guerra del machete» orquestada, en su desespero, por el Caballista del Ubérrimo.
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