Por fin la firma que se estaba esperando. Por fin un aliento de esperanza en el devenir doloroso de la historia del pueblo colombiano. Es un alto en el camino para enderezar las cargas. Es la oportunidad de seguir insistiendo en la construcción de un país incluyente donde las voces de los nunca escuchados puedan […]
Por fin la firma que se estaba esperando. Por fin un aliento de esperanza en el devenir doloroso de la historia del pueblo colombiano. Es un alto en el camino para enderezar las cargas. Es la oportunidad de seguir insistiendo en la construcción de un país incluyente donde las voces de los nunca escuchados puedan ser ahora tenidas en cuenta. Es la posibilidad de que los titulares de los grandes medios no se sigan tiñendo con la sangre de la intolerancia y la injustica.
Por un lado los acuerdos de la Habana, crean esperanza con la finalización del conflicto armado interno. Hemos estado en confrontación desde la invasión europea. Pasamos de la resistencia y lucha de los Pueblos Originarios a la campaña libertadora de la Gran Colombia, con Bolívar y sus huestes patriotas que florecieron por todos los rincones. Siguió la repartición del territorio y la lucha por la hegemonía entre las elites de entonces, colocando como carne de cañón a sus servidumbres y pueblos, que entregaban su vida para defender los intereses de sus nuevos amos.
Vinieron escaramuzas guerreristas y hasta graves agresiones militares a países amigos por países vecinos. Todo con la pretensión de agrandar sus fronteras y fortalecer sus emporios que querían avanzar avasallando pueblos. O la llamada diplomacia lograba los objetivos requeridos por las alianzas políticas-económicas o se amenazaba y agredía con el poder militar. Nada podía entorpecer la consolidación y expansión del capitalismo, mientras la vieja clase feudal terrateniente se acomodada germinando su propia dinámica violenta que condujo en infinidad de espacios a la barbarie.
Los pueblos comenzaron a reorganizarse, se iniciaron nuevas expresiones de resistencia contra quienes les querían negar cualquier posibilidad de libertad y hasta la vida misma. Se oponían a la expulsión de sus tierras. Defendían su derecho a ser los dueños de sus propias existencias. Fueron entonces acorralados y obligados a quienes quedaban aun de pie, a dejar a sus muertos en el camino, a cargar solo sus recuerdos y nostalgias. A llorar lo perdido mientras recibían un nuevo amanecer en tierras desconocidas. Junto a sus familias llevaron siempre sus semillas. Con ellas han reiniciado una y otra vez una nueva vida, cada vez que han vuelto a ser expulsados.
Otros muchos, hombres y mujeres, decidieron enfrentar el destino que se les quería imponer, acudiendo al derecho a la resistencia y rebelión. No se conformaban con seguir existiendo sin esperanzas. No les toco otro camino que alzarse en armas. Era desde su perspectiva, vivir o morir. Vivir luchando por su familia, por su pueblo, su libertad y por su territorio, o Morir de igual manera por sus creencias y convicciones. Seguir resistiendo para que la vida tuviera de nuevo una oportunidad. Querían alcanzar un día no lejano la libertad negada en el país soñado.
Las guerras cuando se alargan en el tiempo, cuando se vuelven «eternas», se degradan aun más, se confunden, se vuelven a cada paso más desbastadoras, más injustas, más crueles. La salida siempre está en la negociación, en el acuerdo, en el reconocimiento del uno y el otro, en búsqueda del dialogo para hacer posible la coexistencia. Para que cada quien pueda continuar en el territorio compartido y construirlo conjuntamente en medio de la diversidad.
Las contradicciones no desparecen por si solas, no basta con el bolígrafo, no acaban por que se haya firmado. Aquí se comienza una nueva etapa. Se abre la posibilidad de la divergencia y confrontación a un nuevo nivel. Y aparecen conflictos antes invisibilizados por la misma guerra y otros nuevos atendiendo la dinámica en cualquier pos-acuerdo. Pero al fin y al cabo es la posibilidad de iniciar diálogos sobre lo no acordado o lo antes negado. De buscar nuevos caminos. De crear escenarios posibles y deseables.
Cuando el pacto ha sido desde las elites políticas y/o militares, quedando las bases sociales sin ser atendidas, sin ser consultadas y escuchadas y con lo anterior, cuando se han quedado asuntos sociales, políticos y económicos sin resolver, será imposible la «paz social» que se publicita. La pobreza por si sola y la exclusión en todos los ámbitos, no dejan de ser asuntos que seguirán siendo motivos de conflictos y pueden conducir de nuevo a profundizar las desavenencias y a desencadenamientos violentos.
Y es que cuando quienes tienen el poder, los que gobiernan, en lugar de abrir espacios para la convivencia, para que lo democrático sea una realidad en la cotidianidad, para que lo negado hasta el momento comience a reconocerse y a concretarse para beneficio de las mayorías y en especial de los más vulnerables, y sigue insistiendo en desconocer las voces que reclaman sobre el derecho a suplir sus necesidades y cumplir sus propios sueños, que en lugar de atender lo necesario que mejore la base material de la población, para que la justicia social no siga siendo una palabrería en la tribuna electoral, para que todos y todas no solo se sientan representados sino de igual manera puedan decidir sobre lo suyo y de su interés, cuando siguen empecinados en fortalecer el modelo que profundizó las desigualdades y condujo al conflicto armado que en algún momento pareció no tener fin, entonces nada se ha resuelto y todo puede suceder.
Las mayorías no queremos la guerra, no más el terror de las violentas muertes, el desplazamiento no debe seguir siendo el modus vivendi, el derecho al territorio debe recuperarse, la voz del colectivo debe ser atendida para que la convivencia sea real y la justicia en su amplio significado se pueda aplicar.
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