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Sobre “El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad”, de Kathya Araujo

Reflexiones sobre autoridad y lo político en la actualidad

Fuentes: Carcaj

Reflexiones sobre autoridad y lo político en la actualidad. Sobre «El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad.», de Kathya Araujo. Santiago: Lom Ediciones, 2016. Si bien la ocasión de leer, reflexionar y debatir sobre la autoridad parece ser una buena oportunidad para la reflexión bajo cualquier escenario, al momento de pensar lo […]

Reflexiones sobre autoridad y lo político en la actualidad.

Sobre «El miedo a los subordinados. Una teoría de la autoridad.», de Kathya Araujo. Santiago: Lom Ediciones, 2016.

Si bien la ocasión de leer, reflexionar y debatir sobre la autoridad parece ser una buena oportunidad para la reflexión bajo cualquier escenario, al momento de pensar lo que social y políticamente nos acontece como país y sociedad este concepto destaca por su centralidad. Relevancia de la que podemos acusar recibo, en mayor o menor grado, en el crisol de lecturas que se esfuerzan por dar cuenta del contexto chileno, en las diferentes «crisis» -del modelo, de la representatividad, de la política sin más, incluso de la educación-, pero que hasta el momento no había recibido un tratamiento por sí misma o en tanto «teoría de la autoridad». Hemos, en efecto, escuchado muy poco sobre las relaciones que dan cuenta o sostienen la autoridad chilena.

Precisamente de esta cuestión se hace cargo Kathya Araujo en El miedo a los subordinados (Lom Ediciones, Santiago, 2016), libro que aquí reseñamos[1]. Basado en una investigación empírica, con más de un centenar de personas entrevistadas entre el 2011 y el 2014, enmarcado en una vasta revisión y discusión teórica, pero además considerando un largo proceso de investigación y reflexión sobre la sociedad chilena y su funcionamiento, el texto propone una lectura de la autoridad como un desafío concreto de la experiencia que todos y todas tenemos en nuestras relaciones cotidianas. Considerando una revisión histórica y empírica, Kathya Aruajo postula una teoría para entender y visibilizar aquellas formas concretas, particulares y situadas de la autoridad que aparecen contingentemente por todos lados en la sociedad chilena. ¿Por qué?.

Desde la mal llamada vuelta a la democracia – o esa alegría que nunca llegó -, durante largo tiempo se pensó el país con una cierta excepcionalidad optimista respecto a los vecinos de nuestra región, tanto en sus formas políticas, en la idea centrada en el funcionamiento de las instituciones y la operatividad del modelo. Modelo, sistema o como queramos denominar a este relato, que ha dejado entrever sus límites, fisuras o de plano la brutalidad de sus dinámicas internas, con una transparencia renovada a partir de las fisuras que las diferentes expresiones de lo político denuncian. Los casos de corrupción de la clase política en alianza con la clase económico-empresarial, son sólo un ejemplo de lo que algunos han denominado como «crisis de legitimidad». Sumado a esto, los movimientos sociales y en particular el movimiento estudiantil, al menos ya desde el 2006 han puesto en evidencia las implicancias de la lógica neoliberal en la mercantilización de los derechos sociales y el endeudamiento como fuerza motor. Así, la lectura de los cambios y los procesos amparados bajo este modelo han sido pensados normalmente en una dimensión global, señalando a las instituciones como su principal representante. No obstante, difícilmente podríamos reducir la multiplicidad de expresiones que lo político adopta en el presente chileno a un problema exclusivo de las instituciones. En efecto, se deja ver una amplia gama de manifestaciones, de experiencias, que escapan a esta clave y que a ratos la resisten.

En este escenario se abre paso a una reflexión de nuevo cuño, que tomando en cuenta los procesos institucionales, más no reduciéndolos como único factor explicativo, considera otros procesos centrales en la configuración de las relaciones y de la sociedad chilena en general. Bajo este supuesto se inscribe El miedo a los subordinados. En efecto, la estrategia del libro apunta a desatar los nudos que el concepto de autoridad ha adoptado en las experiencias concretas de los individuos y también en el trato académico elaborado en torno a él especialmente durante el siglo XX.

Un ejemplo central de este trabajo en estos dos niveles se muestra en la propia apuesta del libro. Si la autoridad es aquel fenómeno mediante el cual alguien influye en la voluntad de otro obviando el recurso de la fuerza física, en la sociedad chilena a nivel experiencial éste se resolvería de una sola manera, en autoritarismo afirmará Kathya Araujo. Chile estaría provisto de una cultura del autoritarismo, es más, la autoridad sólo sería pensada en estos términos, lo que provoca, a fin de cuentas, una desconfianza que permea nuestras interacciones. Quien quiera que se sitúe en posición de autoridad lo hará de forma autoritaria, ¿por qué?, por un extendido fantasma en la sociedad chilena: el miedo a los subordinados. Para argumentar su tesis, el libro toma elementos institucionales pero no se detiene ahí, su clave argumentativa privilegiada es otra: la dimensión experiencial, aquel espacio concreto y cotidiano donde todas y todos nos desenvolvemos socialmente.

El miedo a los subordinados quiere decir que a la hora de ejercer autoridad esto se hace de forma autoritaria por la latente posibilidad de desborde por parte de los subordinados. Los ejemplos coloquiales aquí son mucho más ilustrativos, «das la mano y te toman el codo». El miedo, entonces, aparece como el concepto clave para dar cuenta de cómo articulamos y enfrentamos socialmente la autoridad. El miedo a los subordinados supone que frente a una relación de jerarquía, jefatura-subalterno, lo hacemos en base a una seguridad ineludible: por un lado, en la posición de subordinados, con la certeza de que el trato se dará en formas de autoritarismo; por el otro, en posición de jefatura, con el conocimiento de la posibilidad del desborde por parte de los subordinados, cuestión que hay que enfrentar con antelación. Tomando en cuenta este marco explicativo, se reconoce desde ambos sentidos que toda relación de jerarquía sea entendida como una amenaza.

Así, el motor del autoritarismo es el miedo y explica por qué en las relaciones jefaturas-subordinados reina la desconfianza y la tensión permanente del desborde, la sospecha de la conspiración que pueda devenir en trastocar las posiciones sociales de privilegio tanto al nivel societal como en las interacciones más cotidianas o familiares. Este es un miedo tan imaginario como real, porque ciertamente tienen consecuencias palpables en nuestra experiencia social y política, pero a la vez no se asienta en realidades objetivas sino más bien en el registro de la sensación o la sospecha, en la desconfianza.

Si esto es, grosso modo y de forma expositiva lo que el texto sostiene, quisiéramos regresar sobre algunos puntos, en lo que su alcance político respecta. Un nudo que desarma, y un aporte central, es en la distinción entre dominación-poder-autoridad. Contra la respuesta casi refleja que tiende a repetir dominación cada vez que el problema de la autoridad aparece, Araujo se dedica a la tarea de trabajar la distancia entre estos términos, siguiendo la línea del pensamiento político más díscolo del siglo XX. Si nos apoyamos sobre este punto en Arendt, autora de la que este texto da cuenta, la capacidad de diferenciar autoridad, poder y dominación abre la posibilidad de vislumbrar, tras cada uno de estos conceptos, una forma en que la experiencia política se despliega, permitiendo concebir formas de acción política que no sólo escapan a la coerción del «hombre por el hombre», sino que nos permiten apreciar formas en que lo político puede darse más allá de todo límite formal, estatal y quizás institucional. Así la autoridad habla sólo de una forma específica de ejercicio del poder, aquel donde una voluntad puede interferir en la de otro sin necesidad de la fuerza física.

Entonces, en concreto, ¿qué ejercicio de poder permite la autoridad?, más aún ¿Qué ejercicio de poder permite la autoridad en la sociedad chilena?

En primer lugar, como explica el texto, la sociología usualmente ha leído la autoridad apoyándose en Weber, donde el ejercicio de poder posibilitado en la autoridad recae fundamentalmente en la legitimación de quien manda, vale decir, se trataría de aceptar un mandato normativo donde la obediencia es conciliada y consentida. Someto mi voluntad de individuo libre y autónomo para responder a una norma que es parte de un conjunto institucional. Esta tesis, sin embargo, no logra dar cuenta de la especificidad de la sociedad chilena ni tampoco latinoamericana, pues se aboca en un escenario distinto, la Europa del siglo XX. Basado, ciertamente, en la ficción de democracia y soberanía popular y sustentado en el entramado institucional que llevaría a cabo dicho proyecto. Distante de aquel escenario, en la realidad chilena lo que primó fue la necesidad de someter a los subordinados por temor a la barbarie. No existe aquel sujeto libre y soberano capaz de conciliar el mandato, ni siquiera es llamado a eso.

Siguiendo esta misma línea, en segundo lugar, nos encontramos con la producción de una teoría situada en el debate norte/sur. Si en las sociedades del norte es posible leer el funcionamiento de la autoridad desde la «legitimidad», en Chile el ejercicio de poder que permite la autoridad se realizaría en otras dimensiones, centrada en su eficacia. Basada por tanto en las habilidades propias de los individuos de enfrentarla o no, y mucho menos en una confianza en las instituciones o su capacidad representativa. En este sentido, el fenómeno de la autoridad pasa mucho más por los recursos que los individuos manejan para enfrentarla, aquellas estrategias propias guardadas en nuestra experiencia, en la «viveza», en la «chispeza». Así, considerando realidades sociales e históricas específicas, el texto cuestiona algunos principios universales de la teoría sociológica y da cuenta de condicionamientos específicos de nuestras sociedades.

Una tercera cuestión, tiene que ver con entender la autoridad como un desafío común, es decir transversal socialmente y a la que todos debemos responder. Desafío que sólo aparece como tal cuando logramos entender que la autoridad no se configura a partir de posiciones fijas, cargos estáticos o «esencias», sino más bien «roles» (p.33) que cambian o se «alternan» de manera dinámica dentro de una comunidad. La autoridad se juega en términos de factibilidad de acuerdo a su alternancia; no ocupamos siempre el mismo lugar en la dicotomía jefe-subalterno, se trata más bien de la posibilidad de ejercerla en términos pragmáticos conforme a una posición determinada. De esta forma, el consentimiento y la creencia quedan subordinados al mando eficaz de las jefaturas que requieren estar dando pruebas permanentes de gestión del orden.

Así y para finalizar, la autoridad queda explicada como un fenómeno que concierne a una sociedad en su conjunto; no sólo a un sector, sino como una cuestión que solemos enfrentar, a veces, como ejerciendo autoridad, y otras, en posición de subordinado. En este sentido, el modelo aquí presentado no es solo de una élite contra el pueblo, cuestión que sí se juega a nivel macro, pero, también a nivel micro, en las diversas relaciones en las que se juega lo social: la familia o el trabajo, por mencionar algunos. Relaciones donde la alternancia y la ambivalencia son condiciones fundamentales de su configuración. Luego, la cotidianeidad de la autoridad, su alternancia y la falta de un resorte institucional, propician un espacio donde la autoridad y el autoritarismo se juegan como un padecimiento y una necesidad; donde espacios como la familia o el trabajo adoptan características disimiles, pero acopladas perfectamente en el patrón autoritario de la autoridad en la sociedad chilena.

Con todo, creemos que las cuestiones esbozadas más arriba -la distinción entre dominación/poder/autoridad; la producción de una teoría situada en relación norte/sur; la alternancia y transversalidad como sujetos de la sociedad chilena y la falta de un resorte institucional- nos permiten poder pensar el miedo a los subordinados como una metáfora para hablar de lo político, como un espacio aún en construcción que pone en jaque formas usuales de entender la autoridad. Incluso alcanza para retomar la consigna de las feministas de los 60′, lo privado es político.

De esta forma la nueva perspectiva propuesta en el libro nos puede ayudar a hacer otras preguntas sobre las actuales transformaciones y conflictos políticos que vive el país: ¿es sólo en las instituciones donde debemos poner el foco de los cambios? Frente a un proceso constituyente aparecerá entonces el llamado a no velar solo por la legitimidad constitucional, sino, también a prestar atención en la forma en que la autoridad se despliega en las relaciones sociales cara a cara. De aquí que librarse de aquel miedo a los subordinados abra la posibilidad de pensar las relaciones y nuestra posición de alternancia como un indicio de experiencia política no resuelta y en aras de construcción. Desde los movimientos sociales es posible también vislumbrar la pregunta del cómo nos hacemos cargo de las nuevas formas de relación donde, por ejemplo, no prime la desconfianza que moviliza el ejercicio autoritario de la autoridad. Abre también una veta para la reflexión crítica e intelectual sobre lo político en la actualidad, intentando abordar la pregunta, ¿con qué herramientas responderemos a la necesidad de pensar lo político hoy?

[1] Este texto inicialmente fue presentado en la mesa de comentarios sobre «El miedo a los subordinados» el 29 de junio de 2016 en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Esta reseña es una adaptación de lo ahí leído. Este texto, ha sido producido por múltiples voces: Camila Andrade, Miguel Barrientos, Axel Caro, Moises Godoy, Valentina Gonzales, Leandro Sanhueza, Juan Pablo Yáñez, y quien firma, Felipe Ulloa. Con todo ellos conformamos el Grupo de Investigación Sobre la Autoridad y lo Político.

http://www.carcaj.cl/el-miedo-a-los-subordinados/