«Que todos los miembros de un partido político deban ser considerados como intelectuales, he aquí una afirmación que puede prestarse a la burla y a la caricatura; sin embargo, si se reflexiona, nada hay más exacto. Se pueden hacer distinciones de grado, un partido podrá tener una mayor o menor composición del grado más alto […]
«Que todos los miembros de un partido político
deban ser considerados como intelectuales,
he aquí una afirmación que puede prestarse
a la burla y a la caricatura; sin embargo,
si se reflexiona, nada hay más exacto.
Se pueden hacer distinciones de grado, un partido
podrá tener una mayor o menor composición del grado
más alto o del más bajo, no es esto lo que importa:
importa la función directiva y organizativa, es decir,
educativa, o sea intelectual.»
Antonio Gramsci.
El artículo que se presenta es un pequeño aporte para una lectura más adecuada, profunda y completa del período de lucha de clases donde nos movemos, las condiciones generales del movimiento de masas y, más específica y prioritariamente, la situación política, organizativa y subjetiva-psicológica de los revolucionarios en Chile. Naturalmente el abordar esta materia merece por completo un trabajo de análisis histórico, pero es importante delinear al menos los rasgos esenciales de este marco histórico, en lo que a la izquierda revolucionaria chilena respecta, para saber reconocer de manera crítica y autocrítica dónde estamos parados realmente y desde dónde desarrollamos la labor revolucionaria, la praxis.
En este sentido, no está demás comenzar apuntando que no es sobre la nada que desarrollamos la política, ni en abstracto, ni sobre condiciones ideales -deseadas-, ni tampoco sobre contextos dentro de los cuales actuaron grandes revolucionarios y revolucionarias en el pasado. Nosotros y nosotras, militantes revolucionarios de toda la gama, somos nada más ni menos que fruto, producto, resultado del proceso histórico determinado que nos tocó vivir, desenlace de una determinada historia y unas tales relaciones de fuerzas globales que no elegimos; a la vez que somos seres creadores, sujetos concientes que luchamos día a día, abriéndonos paso en medio de dicho proceso con el propósito nada modesto de lograr dirigirlo. Este proceso histórico y estas correlaciones de fuerzas son las que intentamos desentrañar.
De manera fundamental, el período que hoy transcurre está atravesado en todas sus dimensiones por una supremacía de la burguesía y las clases aliadas sobre la clase trabajadora y las clases subalternas . Las primeras controlan y ejercen en la práctica, de un modo desigual, la gran mayoría de los órganos y las funciones tanto de la sociedad civil como de la sociedad política , además de organizar a su favor la totalidad del sistema de producción económica y acumulación de capital. Para el pueblo trabajador, para el conjunto de la izquierda y para los revolucionarios esta situación de derrota estratégica, iniciada con la contrarrevolución burguesa en 1973 y consolidada con la transición pactada a la democracia burguesa desde 1986 en adelante, tuvo, en lo que interesa enfatizar acá, el impacto mortal de desbaratar sus fuerzas -desarrolladas al calor de décadas de lucha y organización- moralmente e intelectualmente.
Este es el punto esencial, puesto que si una agrupación social conserva y reproduce su basamento subjetivo, es decir, los elementos de conciencia de clase, identidad y comprensión de la realidad social, la claridad sobre sus intereses y objetivos históricos y la naturaleza de las contradicciones sociales, así como el acumulado de valores, la moral solidaria y responsable para con su grupo, que se expresa en un espíritu de sacrificio, disciplina y entrega conciente -en una palabra, todo lo que entendemos por marxismo-, uno, se garantiza el fortalecimiento de la cohesión e integración interna; y dos, se posibilita el ejercicio de rearticulación o reorganización política y material cada vez que el enemigo le propicia un golpe físico. Por eso decimos que de una derrota histórica que posee -como una totalidad integrada- un momento político-organizativo, un momento técnico-militar y un momento subjetivo-cultural, este último es el fundamental y determinante. De lo cual se desprende también que ninguna derrota histórica es definitiva en la medida que el sector social sea capaz de re-generar o re-crear su propia matriz subjetiva, cultural, intelectual y moral.
La fase que se inicia hacia los últimos años de la dictadura, con el relato hegemónico de la conciliación social, el consenso, la restauración de los «derechos civiles», la libertad individual y familiar y la democracia, dentro de un parámetro político, normativo e institucional -militar y policial también- plenamente restringido y excluyente para los trabajadores y el pueblo, a la vez que flexible, libre y funcional para los grandes capitalistas y los grupos asociados al poder, impuso sobre el movimiento de masas y los sectores revolucionarios, incapaces de torcer aquella tendencia hegemónica, una dinámica profunda de disgregación y atomización político-organizativa, desmovilización, descomposición moral y segregación en relación a las masas trabajadoras.
A lo anterior se suma -o más bien está dentro de- el problema de que todo el proceso refundacional del sistema capitalista desde los 70′-80′, en lo político, legal e institucional, en lo educativo, cultural e ideológico, y en lo productivo-económico, todo el complejo sistema de relaciones entre el trabajo y el capital en esta fase del capitalismo conocida como «neoliberal», contribuyó en la producción histórica de un individuo alienado, desprendido de su entorno natural, de la realidad social, de sí mismo con su propia actividad productiva y, más allá, de su propia esencia humana que consiste en la facultad de crear, y en medio de esa actividad creativa -el trabajo, para Marx- relacionarse de manera armoniosa e integrada con la totalidad social y natural . Puede decirse que el pueblo y sus integrantes ya se encontraban alienados antes de los 70′, pero este grado de alienación del conjunto del pueblo nos era desconocido en la historia chilena y tenderá al aumento en la medida que el capitalismo se reproduzca y profundice.
Como nota destacada, asimismo, en medio de este proceso la izquierda y las clases subalternas perdimos de manera casi absoluta a los intelectuales de la clase, ya sea porque los aparatos de represión los mataron, los eliminaron físicamente; ya porque fueron quebrados moral e intelectualmente y se desmovilizaron, hundiéndose en la pasividad; o ya porque muchos de ellos y ellas dieron paso al fenómeno del transformismo en una dimensión brutal, también desconocida hasta entonces en nuestra historia. Fatídica y vergonzosamente conocidos son los casos de ex militantes del MIR y del PS que, junto con la transición pactada, pasaron a cumplir labores políticas al interior del aparato de Estado, sumándose a la coalición concertacionista e incluso al interior mismo del aparato represivo -la Oficina, la ANI, Agencia Nacional de Inteligencia de Chile-, identificando y entregando a sus antiguos «compañeros». O también quienes, sin pasar a militar directamente en los partidos de la burguesía, desarrollaron sus labores intelectuales acomodándose en la academia -universidades, centros de estudio, programas de investigación con fondos gubernativos o privados, etc-, de modo tal que se integraron a los circuitos de la sociedad civil del nuevo bloque histórico, y más puntualmente, a las filas de su bloque intelectual o bloque ideológico, operando, con uno u otro matiz, como verdaderos funcionarios ideológicos de las clases dominantes.
En este instante es preciso hacer un breve paréntesis. Cuando se habla de los intelectuales de una u otra clase no nos referimos necesariamente a la imagen que tenemos de los grandes intelectuales, eruditos filósofos, profesionales o técnicos. Más bien, el cuadro intelectual, el intelectual orgánico, es un intelectual en el sentido más amplio de la palabra y puede poseer, en relación al conocimiento, un mayor o menor grado de desarrollo . Eso no es lo que importa. Lo que importa es que sepa interpretar con claridad los intereses históricos de la clase que representa y esté dispuesto a luchar en consecuencia por los mismos, nada más. El intelectual orgánico, el cuadro, cumple labores de educación, propaganda, organización y dirección en el seno de su clase y no importa tampoco si su extracción social, es decir la clase donde nació y creció, es o no la clase que históricamente representa.
De modo que, siguiendo la línea, los sectores populares resultaron desnudos, es decir, desprovistos de una dirección política independiente que los dote de un proyecto propio, una referencia filosófico-teórica de clase, una orientación práctica, una acción clasista y una integración o cohesión moral e intelectual. Dicha dinámica, que de una u otra forma persiste hasta el día de hoy, es la razón fundamental por la cual la izquierda revolucionaria chilena presenta, más o menos, serias dificultades para desarrollar organización, avanzar en la formación de cuadros, lograr articularse y unirse aunque sea en ámbitos tácticos, así como calar en la subjetividad -siquiera- de los sectores movilizados de la clase trabajadora. Es decir, por la incapacidad histórica de producir-elaborar una guía teórica y práctica medianamente avanzada que opere como eje de reorganización política para la clase.
Más específicamente, por sobre esta situación compleja y desfavorable, cabe señalar que los intentos de rearticulación política de los sectores revolucionarios desde el 2.000 en adelante, o antes incluso, han resultado más bien un completo fracaso. Tanto desde las vertientes históricas del «mirismo», el «rodriguismo» y el «lautarismo», lo que se ha evidenciado una y otra vez es la más deprimente impotencia para desarrollar unidad y cohesión, sumando antecedentes para un ánimo-afecto de derrotismo, agotamiento y desconfianza en el seno de los revolucionarios. En mi humilde opinión, y haciéndonos como «guevaristas» completamente parte de este proceso -no podría ser de otro modo, no estamos por fuera-, la situación descrita encuentra su raíz en el fenómeno histórico de la castración moral e intelectual del pueblo trabajador y las clases subalternas. Castración en el sentido estricto de la palabra: desprendimiento de los elementos personales y colectivos -el intelecto colectivo– capaces de reproducir, en el seno de la clase trabajadora, las orientaciones políticas correctas, el pensamiento, la acción y la moral revolucionaria, sumergiéndose de este modo en una penosa condición de esterilidad.
Mientras que en la otra vereda, la clase burguesa domina no solamente porque posee los medios materiales, técnicos, políticos y económicos para hacerlo, sino también porque posee un arma indispensable y tanto o más poderosa: una animosidad de vencedora, un espíritu ofensivo, la confianza en sí misma y la seguridad de ser la legítima rectora de la humanidad y el mundo natural, la certeza histórica de ser la clase fundamental.
Sin embargo, esta situación ha ido variando internamente, sobre todo en el transcurso de la última década. El elemento crucial ha sido la instalación, bien podríamos decir definitiva, de una dinámica de movilización de masas asociada a una serie compleja de relaciones históricas, políticas, económicas, culturales y subjetivas, combinadas dialécticamente . La movilización de masas en Chile abre un nuevo escenario histórico que en todo sentido propicia el ejercicio de la conciencia de clase, la lucha política y la organización independiente, especialmente desde la franja de la juventud estudiantil. No por casualidad, todas o la gran mayoría de las organizaciones que presentan actualmente dinámicas de crecimiento interno han desarrollado sus «canteras» desde el movimiento estudiantil. No es accidental, por último, que la clase trabajadora chilena, dadas las condiciones de lucha de clases, necesite en esta fase recibir y extraer cuadros intelectuales fundamentalmente desde otra capa social más o menos específica: el sector profesional o técnico especialista proveniente del movimiento estudiantil secundario y universitario , rico en conocimientos sociales, naturales y científicos, dotado de una cierta sensibilidad social y cultural, empapado de experiencias de movilización radical desde las luchas estudiantiles y, además, generalmente pauperizado, relativamente pobre y limitado en relación a las expectativas económicas de su actividad laboral.
A modo de aclaración final, nos estamos refiriendo con esta capa social cualificada profesional y técnicamente a la fuente política, de militantes y cuadros que sigue arrojando al calor de sus luchas, en Chile, el movimiento estudiantil, y lo que los luchadores sociales que se forjan en este contexto aportan en términos de pensamiento político. No es que no existan otras muy valiosas luchas y organizaciones de masas -tanto o más valiosas que aquellas-, claro que las hay: de pescadores y trabajadores del mar, portuarios, obreros forestales, empleados públicos, etc. Y no es que se pretenda, tampoco, que estos mismos «profesionales y técnicos especialistas» no sean al mismo tiempo clase trabajadora, desde el punto de vista que son trabajadores explotados. Simplemente, el movimiento particular de la lucha de clases en este país ha conllevado que el sector más dinámico, más fértil y más productivo políticamente es una capa social que, por lo general, ha logrado acceder a la educación superior, tiene un nivel cultural y educativo superior a la media de la clase trabajadora, posee una sensibilidad social importante y, muy relevante, está pauperizado laboralmente, no tiene grandes expectativas de renta -y lo sabe- y enfrentará grandes dificultades siquiera para encontrar trabajo con su profesión .
No es anormal, por consiguiente, que en esta fase la política y el proyecto revolucionario se reproduzcan en ese ámbito social, de hecho es completamente normal y esperable. Basta con echar una mirada a la composición de casi todas las organizaciones de izquierda en Chile para convencernos de esta afirmación. Sin embargo, la limitación consiste en no ser capaces de superar los márgenes de este estrato social, accediendo a la actividad y a las conciencias de otros sectores de la clase trabajadora, los explotados y los oprimidos, el conjunto del pueblo trabajador. Este es nuestro gran y principal desafío. Esta es nuestra orden del día.