El modo de producción capitalista y su eficaz propaganda, ha inyectado en la población -entre otras cosas- una cultura de consumo ilimitado, que prioriza el deseo de comprar o poseer, más no la necesidad y utilidad del objeto. El voraz apetito consumista, se acelera al mismo ritmo de la producción industrial, que constantemente está acortando […]
El modo de producción capitalista y su eficaz propaganda, ha inyectado en la población -entre otras cosas- una cultura de consumo ilimitado, que prioriza el deseo de comprar o poseer, más no la necesidad y utilidad del objeto. El voraz apetito consumista, se acelera al mismo ritmo de la producción industrial, que constantemente está acortando la vida útil de las mercancías; el capitalismo es una máquina descomunal productora de desechos.
Poco se cuestiona la calidad de un producto, el origen de sus materias primas y menos, su destino último luego de ser usado. Invisibilizan la relación evidente entre la producción y el consumo desmedidos y, los daños irreparables contra la naturaleza.
Hoy existe una tendencia mundial de «enverdecimiento» de diversas prácticas y actividades económicas, relacionadas con la apropiación y el control privado de los bienes comunes naturales. Todo se asocia hoy al cambio climático y se culpa a toda la humanidad con el mismo grado de responsabilidad; sin embargo, aun cuando se centren esfuerzos contra el calentamiento climático, no se puede ocultar que la verdadera enfermedad se llama capitalismo, como señala Jorge Riechmann.
Los impactos ambientales de esta apuesta neoliberal en Colombia, pueden detallarse, por ejemplo, en los abruptos cambios geomorfológicos de nuestros territorios a causa de la megaminería, la construcción de represas, la deforestación, las extensiones de monocultivos, la contaminación de las fuentes hídricas y del aire, entre otras. Afectaciones que trascienden los límites políticos y administrativos de los entes territoriales, y hacen de las ciudades-región, los corredores de segregación y daños ambientales.
La inundación de las basuras
El caso de la producción, manejo y disposición final de los residuos sólidos -o basura cuando llega a los rellenos y botaderos- en nuestro país y el mundo, reitera la urgencia de atender la enfermedad y no quedarnos consintiendo sus síntomas. Según el documento Conpes 3874 de 2016, la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios (SSPD), reportó que en 2009 existían 92 lugares de disposición final de residuos, provenientes de 573 municipios, mientras que en 2014, 65 lugares recibieron los residuos de 803 municipios, en ese sentido, la prestación del servicio o de alguno de sus componentes, es supramunicipal y se entiende como regionalizado (1).
De acuerdo al Departamento Nacional de Planeación (DNP), al Relleno Sanitario Doña Juana en Bogotá, llegan 6.308 toneladas de basura al día, equivalentes a 2.270.880 toneladas anuales, la generación de estos desechos proviene también de la zona rural y urbana circundante de la ciudad. Antioquia por su parte, produce 3.147 toneladas al día, alrededor de 1.132.920 toneladas anuales, de las cuales la mitad las produce Medellín, llevadas luego al Parque Ambiental La Pradera de Medellín. Por su parte, el Valle del Cauca origina 2.667 toneladas al día, que suman 960.120 toneladas anuales, de las cuales 1.420 toneladas las produce Cali. Cifras seguidas de Atlántico, Cundinamarca, Bolívar, Santander y así, las montañas de basura generadas en Colombia completan 11,6 millones de toneladas anuales.
Según el DNP y el Banco Mundial, para 2030, habrá emergencias sanitarias en la mayoría de ciudades y una alta emisión de gases de efecto invernadero. Sin embargo, es bueno recordar algunos casos de deslizamientos, disposiciones a cielo abierto, explosiones, reboces de capacidad, proliferación de vectores o en general, corruptos manejos en rellenos como El Ojito en Popayán, Carrasco en Bucaramanga, Navarro en Cali, Mondoñedo en Cundinamarca, El Guacal en Antioquia o la mala vecina de Doña Juana en Bogotá, que evidencia que esas emergencias, emisiones y el agotamiento de nuestras tierras, ya son un problema grave, además de ser fallidos los intentos de soluciones implementados.
Peor el remedio que la enfermedad
Actualmente en materia de basuras, las soluciones que plantea el gobierno ratifican su modelo de desarrollo, basado en la privatización de los bienes comunes y de los servicios públicos. Incentivan los mercados de carbono con certificados de «compensación», llamados BanCO2, aumentan las tarifas de aseo, reducen el presupuesto general de 2018 para Ambiente y se aumenta el de Defensa, eliminan los pequeños y medianos recicladores para maximizar las ganancias de los operadores industrializados, amplían los botaderos de basuras multiplicando los problemas ambientales y sanitarios, y «atienden» con el Escuadrón móvil anti disturbios (Esmad) los reclamos de indignación -por problemas de salud- de la población vecina a los rellenos y botaderos.
A pesar de la crisis ambiental mundial, el gobierno colombiano al igual que en Estados Unidos, por ejemplo, no cuestiona o altera la competencia y el mercado dentro del sistema, ni el lucro basado en la descontrolada destrucción de la naturaleza, donde todo lo que se extrae, regresa como basura a ella. Así pues, los cambios en los usos de suelos forestales y agrícolas, el incremento de micropartículas en el aire, la proyección de seguir ampliando los rellenos como el de Doña Juana -a partir del despojo de tierras a campesinos de la ruralidad bogotana-, el deterioro y destrucción de cuencas abastecedoras, el derrame directo de sustancias contaminadas a fuentes hídricas, y diversas consecuencias más, hacen que nuestros territorios vivenciales se conviertan en los sumideros del capitalismo.
Para salvar la vida: acabar con el capitalismo
El capitalismo es la insaciable explotación del ser humano y de la naturaleza, para la acumulación de ganancias en manos de muy pocos. Así, están agotando los recursos renovables y no renovables; están acabando con los ríos, mares, suelos fértiles, la capa de ozono, especies animales y vegetales; aumentan la temperatura planetaria, están derritiendo los polos por el aceleramiento del cambio climático, alargan las sequías y cada vez son más desastrosos los huracanes, tifones, tornados, sismos y tsunamis.
El capitalismo es la enfermedad que está acabando con todas las formas de vida y está transformando al planeta en una gran cloaca de desechos y contaminantes. El capitalismo todo lo volvió basura, hasta su propio sistema de reproducción. Por tanto, para salvar la humanidad, debemos implementar un proceso revolucionario, donde el capitalismo dé tránsito al socialismo, donde prime la conservación y cualificación de la vida.
Reitero entonces, la urgencia de construir una paz ambiental, que pague las deudas ambientales, frene el modelo extractivista, depredador y contaminante, y forje una ética social por la vida, sembrada en el respeto del medio ambiente y, en palabras de Michael Löwy:
«El cambio de las estructuras económicas y sociales capitalistas-mercantiles, el establecimiento de un nuevo paradigma de producción y distribución, basado en la toma en consideración de necesidades sociales -principalmente la necesidad de vivir en un medio ambiente natural no degradado-: Un cambio que exige actores sociales, movimientos sociales, organizaciones ecológicas y partidos políticos, y no solo los individuos de buena voluntad» (2) .
La liberación nacional sigue siendo un imperativo inmediato, nuestro compromiso es de humanistas y ecologistas, nuestra entrega, de revolucionarios inclaudicables.
Notas
(1) Documento Conpes 3874, Política Nacional para la Gestión Integral de Residuos Sólidos. Bogotá D.C. 21 de noviembre de 2016
(2) Löwy, Michael. (2014) Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Ocean Sur.