Introducción Trabajadores, movimiento obrero y cuestión nacional en la Cataluña metropolitana, 1840-2017 «Los trabajadores de Cataluña no admiten un problema de independencia nacional. (…) En Cataluña no existe otro problema que (el) que existe en todos los pueblos libres del mundo, en toda Europa, un problema de descentralización administrativa que todos los hombres liberales del […]
Introducción
«Los trabajadores de Cataluña no admiten un problema de independencia nacional. (…) En Cataluña no existe otro problema que (el) que existe en todos los pueblos libres del mundo, en toda Europa, un problema de descentralización administrativa que todos los hombres liberales del mundo aceptamos, pero un problema de autonomía que esté lindante con la independencia, ese no existe en Cataluña, porque los trabajadores de allí no queremos, no sentimos ese problema, no solucionamos ese problema bajo esas condiciones»
Salvador Seguí, Discurso en la Casa del Pueblo de Madrid, 4 octubre 1919
El movimiento obrero y las clases trabajadoras europeas fueron hasta 1914 poco proclives a unos nacionalismos alimentados esencialmente desde las clases medias. Las organizaciones trabajadoras los rechazaron, como dice Hobsbawm, no solo porque no eran proletarios, sino también por ser ellas mismas «consciente y militantemente internacionalistas o, como mínimo, no nacionalistas» (Hobsbawm, 1991: 132). Internacionalistas o universalistas en sus principios y poco inclinados por tanto a los nacionalismos, hubo sin embargo diferencias internas entre socialistas, comunistas y anarquistas casi desde los mismos inicios de la Internacional. Cuando Marx y Engels solo llegaban a concebir una revolución de liberación nacional en Irlanda, personajes importantes del socialismo de raíz anarquista como Bakunin, Reclus y Kropotkin defendían que la libertad de los pueblos debía atenderse si brotaba en especial de la opresión de los de más abajo y reflejaba situaciones coloniales o paracoloniales como las de algunos pueblos de los grandes imperios europeos. Una vez reconocido su autogobierno, defendían como forma de disolver los Estados y sus fronteras la libre federación con los pueblos más próximos y la federación desde abajo, particularmente desde la escala municipal. El movimiento anarquista fue especialmente activo en las luchas de liberación de los pueblos sometidos al yugo colonial en otros continentes desde finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial como han mostrado Anderson (2008) y Hirsch/van der Walt (2010).
Naturalmente, las incompatibilidades entre ser nacionalista o ser internacionalista o universalista proletario podían estar claras para muchos militantes políticos comprometidos pero no para los trabajadores y trabajadoras corrientes, como demostró la Primera Guerra Mundial. La inclinación hacia la clase de los socialistas o la atracción de la nacionalidad no se excluían mutuamente per se. La gente trabajadora podía tener de forma natural lealtades simultáneas: religiosas, políticas, de paisanaje, de ocio, incluyendo la nacionalidad; identidades que solo chocaban directamente entre sí cuando se planteaba el problema de elegir entre ellas. En muchas nacionalidades europeas sin Estado los partidos socialistas se convirtieron en los vehículos principales de sus movimientos nacionales. Siguiendo el relato de Hobsbawm, «la combinación de exigencias sociales y nacionales, en general, resultó mucho más eficaz para movilizar la independencia que la simple atracción del nacionalismo, que se limitaba a la clase media baja descontenta» (Hobsbawm, 1991: 134). La liberación de Polonia se hizo bajo la bandera del partido socialista polaco, en Finlandia el partido socialista se convirtió en el partido nacional de facto de los finlandeses, igual que en Georgia y en Armenia. Entre los judíos de la Europa oriental, sionistas o no, dominaba la ideología socialista y los sentimientos nacionales de galeses y escoceses no se expresaron mediante partidos nacionalistas específicos sino por partidos de ámbito estatal, primero liberales y luego laboristas. Que el descontento social podía ir unido al descontento nacional fue visto perspicazmente por Lenin como uno de los cimientos de la política comunista en el mundo colonial. A partir de 1945, el anti-imperialismo de raíz socialista/comunista estará asociado de modo indiscutible a las luchas por la independencia y descolonización en numerosos países del mundo. La liberación nacional se convirtió en una consigna desde la izquierda y «los nuevos movimientos étnicos y separatistas de la Europa occidental llegaron así a adoptar la fraseología social-revolucionaria y marxista leninista» (Hobsbawm, 1991: 159). Los movimientos por la emancipación nacional se hicieron eco de las teorías de la izquierda, especialmente de la doctrina ortodoxa de la «autodeterminación nacional» de la Internacional Comunista. Los pueblos a los que se impedía ejercer su derecho natural a la autodeterminación fueron reclasificados como ´colonias´ que, al liberarse del Estado opresor también «se liberaban a sí mismas de la explotación imperialista».
Del examen de las actuales actitudes obreras respecto al nacionalismo y la independencia en Cataluña, nuestro punto histórico de llegada, surge seguramente la primera constatación sobre la que interrogarse. El catalanismo solo se convirtió en una gran fuerza política de masas cuando trató de atraerse al movimiento obrero en la lucha antifranquista. Los años republicanos habían sido la primera oportunidad, otra cosa es que culminara con éxito la empresa en sectores mayoritarios del mundo obrero. En la lucha antifranquista se pudieron aunar reivindicaciones sociales y nacionales en un proyecto de autonomía política. La masiva votación a partidos de izquierda estatales durante la Transición, el PSUC primero, el PSC-PSOE después, incluía de forma más o menos explícita postulados federales en sus programas, pero sin los rasgos del separatismo del actual procés independentista. Sin una presencia destacable en el mundo obrero, ese reciente proceso tiene su base sociológica principal en unas clases medias que en la situación de crisis han visto en la formación de un nuevo Estado la posibilidad de poner en práctica una vieja «utopía disponible» (Subirats, 2014). Sin descartar que gran número de votantes de una clase obrera cada vez más desestructurada no acabe depositando su lealtad en los partidos nacionalistas, las últimas elecciones al Parlament en clave plebiscitaria han mostrado, por si no quedara suficientemente claro en citas electorales previas, un relativo alejamiento entre la aspiración independentista y la opinión de los y las más pobres del abanico social. Ese distanciamiento es particularmente observable en los barrios obreros del corazón metropolitano y del cinturón barcelonés. A día de hoy, las ciudades, distritos y barrios con mayor proporción obrera e inmigratoria y menor renta disponible de la gran metrópolis barcelonesa se han mostrado de nuevo muy poco permeables al discurso nacionalista. Sorprende en particular el alejamiento de las rentas más bajas respecto al declarado obrerismo del independentismo revolucionario en la línea de las teorías marxistas de la liberación nacional.
Huelga general indefinida en 1917
Las explicaciones históricas de este hecho no son fáciles. Numerosos y muy variados ciclos históricos de formación y re-formación de la clase obrera resultan implicados. Para empezar, si catalanidad (sobre todo) y catalanismo (menos) son cuestiones relativamente viejas en determinados sectores y figuras del mundo obrero de Cataluña, sería anacrónico en cambio aplicar sin más la actual noción de independentismo a períodos históricos del pasado. ¿Es la extrañeza entre separatismo y clase obrera de la que hablaba Seguí un fenómeno recurrente en la historia contemporánea del mundo obrero de Cataluña o se trata de un fenómeno coyuntural que tendría hoy sus días contados y apuntaría a direcciones diferentes? ¿Hunde sus raíces la supuesta difícil convivencia de clase obrera y nacionalismo en un manera propia de comportarse en el seno de las clases trabajadoras o ha sido el resultado acumulado de las numerosas diásporas obreras procedentes de otras áreas del Estado o de otros Estados que han hecho más compleja étnicamente la estructura sociodemográfica de dicha clase? ¿No ha sido el universalismo o el internacionalismo más propio de los líderes del movimiento obrero, de una «clase obrera para sí», que encontraba problemática la defensa de esos intereses de la unidad transfronteriza de la clase obrera con la defensa a ultranza de la nación catalana, y no de una «clase obrera en sí» caracterizada hasta fechas relativamente recientes por una catalanidad de base? ¿No es la indiferencia al nacionalismo catalán un fenómeno más propio del cosmopolitismo de la Cataluña metropolitana o se trata de un improbable comportamiento general de «la clase», independiente del tiempo y del espacio? ¿No sería más adecuado hablar de una clase obrera de composición cambiante en el tiempo pero esencialmente segmentada en dos grandes sectores, un proletariado autóctono, habitualmente de mejores condiciones de vida, trabajo, mayor capital social y cultural y mejores redes de apoyo locales, caracterizado en gran medida por su catalanidad, y un creciente proletariado alóctono, de condiciones más precarias, identidades culturales diferentes o más mezcladas y mayores relaciones con sus regiones y Estados de origen?
El propósito fundamental de la reflexión que se ha planteado a diferentes estudiosos es intentar buscar algunas respuestas históricas a estas cuestiones desde el particular período en el que centran su trabajo. Se trataba en principio de confirmar, refutar o matizar una hipótesis que podríamos expresar en dos enunciados complementarios. Primero, que dentro de una indiscutible afinidad entre importantes sectores de la clase trabajadora y catalanidad en la historia obrera de Cataluña, la conexión con el nacionalismo (o con el separatismo, cuando esta opción aparecía ya en algunas agendas políticas) ha sido, por diferentes razones de orden ideológico y sociológico, más bien elusiva, cuando no excluyente. Y segundo, que cuando esa relación entre clase obrera y cuestión nacional se ha expresado políticamente reconociendo la especificidad del hecho nacional catalán ha apuntado mayoritariamente hacia la formal federal -más o menos plurinacional- como horizonte político de referencia. Por supuesto, cada tramo histórico sobre el que se ha invitado a formular una opinión razonada ofrece sus particularidades, particularidades que ni mucho menos se reducen a esa hipótesis tan crudamente expresada. El objetivo no ha sido tanto confirmar verdades como dar argumentos historiográficamente fundados para perfilar un campo de debate sobre las relaciones clase obrera-cuestión nacional en un período histórico concreto.
Fuente: Primeras páginas de la Introducción a Clase antes que nación.Trabajadores, movimiento obrero y cuestión nacional en la Barcelona metropolitana, 1840-2017
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/clase-antes-que-nacion/