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El espectro de la melancolía

Fuentes: Rebelión

Qué mejor para dar la bienvenida al año 2018 que una nueva disputa entre las vanguardias intelectuales de la izquierda vasca. En este caso, entre el marxismo y el feminismo, entre las perspectivas de crítica radical de clase y las de género -o para decirlo rápidamente, entre Ello y Ella. ¿Que por qué estos pronombres, […]

Qué mejor para dar la bienvenida al año 2018 que una nueva disputa entre las vanguardias intelectuales de la izquierda vasca. En este caso, entre el marxismo y el feminismo, entre las perspectivas de crítica radical de clase y las de género -o para decirlo rápidamente, entre Ello y Ella. ¿Que por qué estos pronombres, Ello y Ella, en lugar del habitual rodeo en torno a la gran familia de la crítica y sus representantes, sus legítimos herederos y sus mártires? ¿O por qué no precisar algo más, dar más datos, aportar más pruebas? Pues porque en estas fechas tan señaladas como absurdas, por lo general, se habla mientras se mastica, se procede más con ansia que con calma, se busca la autoridad, no la razón -y todo bajo claro riesgo de intoxicación etílica, además.

Y es que, al final, la discusión sigue el patrón de siempre. Ella cree haber enterrado ya a Ello, al viejo fantasma del machismo-leninismo, pero Ello, o su más reciente acicate espectral, desea vengarse. Este mismo fenómeno lo hemos visto ya anteriormente, en los últimos años especialmente, en el seno de todas las izquierdas de todos los países. Lo hemos visto incluso a lo largo de la historia conocida -mientras ha habido clases… y las unas han dominado sobre las otras, claro está. Lo seguimos viendo, por si fuera poco, en los niveles tanto privado como público, donde a una escala micro parecen reproducirse los mismos antagonismos que a una escala mayor. Es el caso de la mujer a nivel mundial, cuya relativa posición social «avanza» en las capas sociales de ciertos países, mientras que en la mayoría «retrocede». Es el caso, también, de las facciones que pugnan por la hegemonía en el seno de la vieja izquierda abertzale, y que tratan de reforzar su posición en el tristemente célebre panorama político del País Vasco.

Fruto de una obsesiva controversia intelectual antes que de un verdadero antagonismo social, podríamos decir sin temor a equivocarnos que la polémica entre el marxismo y el feminismo viene de lejos, y que no será la última vez que seamos testigos de disputas como las que están teniendo lugar los últimos días en páginas como ésta, a raíz del artículo publicado por Berria el pasado jueves 28 de diciembre -puede leerse aquí la traducción al castellano. ¿Por qué no será la última vez? Porque en la arena ideológica de nuestro tiempo, la obra de Marx sigue gozando de una inmejorable salud. Véase si no el auge de la crítica desde la Gran Recesión, hace cosa de una década. Ahora bien, lo que haya dicho o dejado de decir Marx puede gustarle a unos más, a otras menos. Pero lo importante no es eso. Lo importante es el barniz estético y de superioridad moral con que se espera lubricar así la perpleja, atónita -y ya de por sí bastante perturbada- mentalidad colectiva.

Dentro de la crítica izquierdista, el marxismo es la muestra más paradigmática de aquello en lo que se puede llegar a convertir un vasto y monumental legado personal para las mediocres y/o astutas generaciones posteriores. Qué habría sido de la marcha de los acontecimientos sin la incidencia de Marx -esto es algo por lo que no merece la pena preguntarse. Pero lo que es seguro es que el socialismo desde abajo, la asociación obrera y el espíritu colectivista seguirían vigentes por mucho tiempo allí donde la violencia, la explotación y la injusticia tuvieren lugar. Y que la autoridad seguiría aplastándonos, tan brutal y despiadadamente como siempre, ¡de eso qué duda cabe!

En cualquier caso, por otra parte, la identificación del progreso de la crítica con el de la conciencia revolucionaria es, por lo demás, errónea. Como diría aquél, «el mapa no es el territorio» o, lo que es lo mismo, la teoría crítica no conduce, ni mediada ni inmediatamente, a la práctica revolucionaria. Que Marx creyese haber fundado una especie de «nueva ciencia social», la crítica de la sociedad burguesa, no implica que ésta estuviera a punto de sucumbir. Ni mucho menos.

Y es que en Euskal Herria, en particular, existe desde hace ya varios lustros todo un baile de símbolos y de signos que amenaza con arrastrar consigo toda la efervescencia, la espontaneidad y la fuerza que caracteriza a la crítica radical del nuevo milenio. Aquí y allá proliferan mitos, reivindicaciones y consignas de todo tipo; géneros, etnias, clases, edades, subculturas de toda índole interactúan entre sí, confluyen o divergen y, pese a todo, forman parte de ese caleidoscópico mosaico de infinitud de agencias, de interlocutores, de cuerpos en trance de sobrevivir -y donde el léxico adoptado por cierta elite intelectual para referirse a ello no le ha ido a la zaga, en absoluto. En semejante estado de cosas, con todo, Euskal Herria se nos muestra como esa Galia irredenta del viejo continente cuyo pasado más glorioso jamás necesitó ser potente en términos culturales e intelectuales, y ello debido a que, en términos populares y políticos, su corazón latía. Ahora, por el contrario, la pulsión académica e intelectual ocupa el lugar que otrora ocupara la convicción, el deseo y las pasiones políticas, y su porvenir es tanto más oscuro cuanto mayor es el refinamiento con que los intelectuales se enervan, polemizan y tratan de corregirse entre sí.

¿A quién hemos de creer, entonces? ¿A quien reduce toda la pluralidad y la riqueza de los distintos feminismos a los binomio comunista-burgués, académico-revolucionario, etc. o a quien, creyendo corregir a Marx con la vulgata del trabajo impago, cree haber dado con la llave de la emancipación social? Observad lo perverso, lo frustrante, lo melancólico de todo esto. Fijaos en cómo se trata de instrumentalizar una obra escrita en otro tiempo y lugar, en cómo se canoniza o se profana. Pero ni amparándose en la ruin autoridad de un muerto, ni acogiéndose a la última moda de la filosofía social, conseguirá la elite intelectual vasca más presuntamente radical arrebatarle su poder a la verdadera facción hegemónica del País Vasco, y que no es otra que ese entente cordial existente entre el PNV, el Gobierno de España y el capital internacional. Esa entente hace tiempo que dejó de lado el paradigma de la verdad (que se descubre, que se reconstruye, que se formula científicamente) para entrar de lleno en el del poder (de un poder que produce, que genera constantemente realidades nuevas e insólitas, y del que emanan buena parte de las aspiraciones del pueblo).

En definitiva, que mientras el presidente electo del Parlament de Catalunya se come las uvas en Bruselas, Ciudadanos crece e Íñigo Errejón emula al joven Borbón con su discurso de Navidad desde su cuenta de Twitter, un espectro sigue recorriendo Euskal Herria: es el espectro de la melancolía.

Aunque esperemos que no por mucho tiempo…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.