El miércoles alcanzó la presidencia de los Estados Unidos el empresario multimillonario Donald Trump del Partido Republicano. Llega al poder político de una de las principales potencias del mundo, la mayor influencia política, económica y militar de nuestro país, un fascista, nacionalista, imperialista, entre otras tantas características nefastas que posee el hombre (su contrincante, Hillary […]
El miércoles alcanzó la presidencia de los Estados Unidos el empresario multimillonario Donald Trump del Partido Republicano. Llega al poder político de una de las principales potencias del mundo, la mayor influencia política, económica y militar de nuestro país, un fascista, nacionalista, imperialista, entre otras tantas características nefastas que posee el hombre (su contrincante, Hillary Clinton, no era mucho mejor). Además de su victoria personal, el Partido Republicano, el más conservador y ‘uribista’ (para hablar en nuestro lenguaje), logró la mayoría en el Congreso.
Vale remarcar que en los Estados Unidos, un país capitalista por excelencia, el presidente no es el que toma todas las decisiones del país: la política interna la determina en gran parte el Congreso bajo los lineamientos del gran capital; la economía, las grandes multinacionales; la política exterior y, por tanto, de guerra, el pentágono y la CIA, bajo presión del lobby israelí y de los grandes capitales; la diplomacia le tocaría a Trump, es decir, lo que tiene que ver con diálogos.
Tanto él como su partido ven al país como su empresa; van a intentar imponer las peores condiciones al resto de los países a fin de obtener las máximas ganancias; si un empréstito no les da lo que ellos necesitan, lo desecharán. La mayor amenaza, desde su punto de vista, son los chinos y su avance en la economía global, quienes además vienen invirtiendo fuertemente en América Latina. Este pensamiento en clave de negocio de todos los aspectos del país, tiende además a no tener en cuenta a las minorías ni el desarrollo de los países más atrasados, los cuales ven como cargas y costos innecesarios.
Trump y nuestra economía
Primeramente, ya subió el dólar como consecuencia de la reacción de los mercados globales a su victoria. Esto quiere decir que los productos importados, los cuales son muchos en nuestro país, subirán sus precios, lo que le da en principio una ventaja comparativa a los productos nacionales, tanto para el mercado interno como para la exportación. No creemos que esto vaya a durar mucho por la postura de Trump frente a los Tratados de Libre Comercio.
Frente a estos, ha expresado abiertamente en varias ocasiones que los TLC perjudican gravemente la economía de los Estados Unidos (los productos chinos son más baratos que los gringos, por eso les han ido quitando mercados). Sabemos de las ventajas que implican estos tratados a las multinacionales norteamericanas, así que de venirse una renegociación en clave aun más proteccionista para los productos gringos, las condiciones para los nuestros serán aun peores de lo que son, sumándole las consecuencias sociales y medioambientales que generan la presencia de estas empresas en nuestros territorios. En síntesis, en un país como Colombia, donde el modelo económico es neoliberal, las consecuencias de estas medidas pueden traer perjuicios mucho más graves que los que ya sufrimos desde hace unos años.
Otro problema que se visualiza es el de la migración latina a los Estados Unidos. Conocidos son los discursos fascistas de Trump y los republicanos frente a los latinos, negros y migrantes en general. Se puede esperar que disminuya el otorgamiento de visas y se busque limitar aun más su obtención, siendo ya verdaderamente complicado hacerlo.
Trump y nuestra paz
Trump ha afirmado que «el sacrificio y sufrimiento del pueblo Colombiano no debe ser traicionado con el acceso al poder de asesinos y narcotraficantes». Es decir, al igual que los republicanos que son guerreristas (recordemos a Bush y su guerra contra el terrorismo practicando el terrorismo, que muy bien copió Uribe) está en contra del proceso de paz con las FARC-EP y el ELN. Para él, las insurgencias no pueden tener estatus político y deben seguir siendo terroristas. Aun así, los acuerdos con la insurgencia más antigua de Latinoamérica han avanzado tanto que no hay vuelta atrás. Es probable que le baje a esas declaraciones y no cambie la postura de los Estados Unidos frente a la salida política y negociada al conflicto armado.
Sí habrían consecuencias en otros aspectos:
. Obama había prometido 450 millones de dólares para el posacuerdo, habrá que ver qué pasa con esto;
. Se complica aún más la liberación de Simón Trinidad, reclamo permanente de las FARC-EP desde que se instalara la mesa de diálogos en La Habana;
. Su visión de los derechos humanos, tal como la concibe Uribe y sus secuaces, sin dudas perjudicará el desarrollo del posacuerdo y su implementación, donde los Estados Unidos son un actor interno clave para la verificación y las garantías de no repetición (si no está al tanto de su protagonismo en el conflicto colombiano, le sugerimos le eche un ojo al informe de Renán Vega para la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, «Injerencia de los Estados Unidos, contrainsurgencia y terrorismo de Estado»);
. Por último, habrá que ver qué apoyo brindará la nueva administración gringa a los diálogos de paz con el ELN; con el pasar de los días y los avances de esta mesa (si es que los hay), iremos viendo la posición de Trump y los republicanos.
Seguramente hay otras consecuencias posibles, este es un primer análisis que debemos continuar profundizando.