Cristina de Pizán escribió La cuidad de las damas, uno de los primeros textos feministas que guarda la historia.
De Pizán, una mujer instruida en latín y griego, lo cogió pensando que le podría resultar divertido. No fue así. «Su lectura me dejó perturbada y sumida en una profunda perplejidad», escribió años después en La ciudad de las damas. «Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. No es que sea cosa de un hombre o dos, ni siquiera de ese Mateolo, que nunca gozará de consideración porque su opúsculo no va más allá de la mofa, sino que no hay texto que esté exento de misoginia».
-¿Dónde anda tu juicio, querida? -le preguntó una de ellas-Tú pareces creer que todo cuanto afirman los filósofos es artículo de fe y que no pueden equivocarse.
Aquella dama de sus pensamientos, antes de desaparecer en un resplandor, añadió: -Te diría que es tu ingenuidad la que te ha llevado a la opinión que tienes ahora. (…) Debes saber que las mujeres no pueden dejarse alcanzar por una difamación tan tajante, que al final siempre se vuelve en contra de su autor. De Pizán relató en su libro que estas damas aparecieron ante ella para «expulsar del mundo el error en el que ella había caído»: que una mujer creyera las mentiras que los hombres decían de ellas. Y, por eso, ellas mismas se despreciaban y despreciaban a las demás.
Entonces De Pizán se decidió a escribir La cuidad de las damas, uno de los primeros textos feministas que guarda la historia. La obra habla de muchas mujeres que tuvieron una vida ejemplar. Por su inteligencia, su honestidad y sus hazañas militares. Algo que hoy se vuelve a hacer, con muchas biografías de personajes femeninos, ante la necesidad de rescatarlos del silencio de la historia oficial. De Pizán menciona a Cornificia, Medea o Aracne, «mujeres sabias y creativas»; a Eritrea, Amaltea o la reina de Saba, «mujeres de visión profética»; a Afra, «una prostituta que llegó a santa»; a Catalina de Alejandría, «una santa sabia»; a Susana, Sarah, Rebeca, Ruth y Penélope, «ejemplos de mujeres castas y de su repulsión a ser violadas» o a «dos mujeres que vivieron disfrazas de frailes».
En su libro, la humanista relata que preguntó a las damas cómo se comía eso y ellas le contestaron:
-El más grande es aquel o aquella que más méritos tiene. La superioridad o inferioridad de la gente no reside en su cuerpo, atendiendo a su sexo, sino en la perfección de sus hábitos y cualidades.
De Pizán le hizo otra consulta a las damas.
-Los hombres siempre pretenden que las mujeres tienen muy escasa capacidad intelectual.
-Si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos
-contestó una dama-. Ya se han dado esas mujeres. Además, como la mujer tiene el cuerpo más delicado y débil, no puede emprender tantas tareas y así aplica mejor su mente, la tiene más libre y más aguda. (…) En cuanto a afirmar que las mujeres saben menos, que su capacidad es menor, mira los hombres que viven aislados en el campo o en el monte. Estarás de acuerdo en que en muchos sitios salvajes los hombres son tan simples de espíritu que uno los tomaría por animales. (…) La falta de estudio lo explica todo.
Fuente: http://www.yorokobu.es/cristina-de-pizan/
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