Carlos Fernández Liria es profesor de filosofía en la UCM. Entre sus numerosos libros cabe citar En defensa del populismo (2015), Para qué servimos los filósofos (2012) y El orden de El Capital (2010, con Luis Alegre Zahonero. Olga García Fernández es profesora de enseñanza secundaria. Milita en las Marea por la Educación Pública de […]
Carlos Fernández Liria es profesor de filosofía en la UCM. Entre sus numerosos libros cabe citar En defensa del populismo (2015), Para qué servimos los filósofos (2012) y El orden de El Capital (2010, con Luis Alegre Zahonero. Olga García Fernández es profesora de enseñanza secundaria. Milita en las Marea por la Educación Pública de Toledo. Enrique Galindo Fernández es también profesor de enseñanza secundaria. Activista de la Marea Verde.
Nos centramos, en esta conversación, en algunas de las temáticas desarrolladas en su libro Escuela o barbarie. Entre el neoliberalismo salvaje y el delirio de la izquierda, publicado por Akal, Madrid, 2017.
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Una duda: apenas habláis de los ciclos formativos. Aquí, la privatización, la actitud servicial ante el empresariado y las corporaciones, es de escándalo. No solo por un asignatura, Economía e iniciativa emprendedora, que es una apología indocumentada del neoliberalismo, una incitación a que los alumnos se conviertan en emprendedores, en falsos autónomos más bien, sino porque con la enseñanza que llaman dual (¡menudo rostro!) algunas asignaturas, no hablo de prácticas, se cursan en las empresas. El profesor es sustituido por el capataz.
Olga.- Los ciclos formativos, de grado medio o superior están al servicio de los intereses corporativos en la fase de prácticas y en su propia concepción teórica; en los contenidos específicos y en el tipo de alumnado, futura mano de obra, al que van dirigidos. En su momento, el gobierno de Cospedal en Castilla-La Mancha premió a la multinacional Repsol como «entidad colaboradora y comprometida con la Educación«, como si fuera una entidad sin ánimo de lucro preocupada por el futuro del alumnado de la región, en lugar de estar consiguiendo mano de obra formada con recursos públicos según los contenidos, proyectos e intereses corporativos que la propia empresa definió de antemano con la Administración para la «concesión» de las prácticas. Pero además, hay que explicar el papel específico que la legislación adjudica a los ciclos: formar a un determinado tipo de alumno, el procedente de la escuela pública que, por la masificación de la misma sigue, prematura e inevitablemente, el itinerario que la LOMCE definió como «no académico», como «aplicado» (en esto coincidimos, por cierto, también, con Agustín Moreno). Es cierto que con la derogación del Real Decreto 310/2016 por el que se regulan las evaluaciones finales de Educación Secundaria y Bachillerato, las famosas reválidas, éstas quedaron anuladas y también la división de la secundaria en itinerarios especializados, pero estamos seguros de que lo que fundamentalmente pretendía el Real Decreto va a seguir estando presente en el espíritu de la ley que emane del Pacto educativo «a tres». A saber, el criterio de que los alumnos de secundaria que suspendan la reválida (o la prueba que se inventen) sólo podrán matricularse en la FP Básica y los alumnos de Bachillerato que no pasen su particular prueba no podrán acceder a la Universidad, sólo a ciclos formativos, convirtiéndose estos en la salida secundaria y subsidiaria para los que no puedan cursar estudios superiores, restringidos a los alumnos procedentes de la privada concertada y de la privada, esto es para una reducida élite. En las condiciones de masificación a los que está sometida la escuela pública, se desvía a los alumnos que requieren «algún tipo de salida» a la formación profesional, en manos de empresas que acceden libremente a mano de obra no remunerada financiada por los impuestos y por el Fondo Social Europeo (FSE), que está invirtiendo millones de euros en beneficio de las multinacionales. En esta línea están los diferentes Planes de Garantía Juvenil, cuyo fin es acreditar módulos y niveles competenciales mínimos para el acceso al mercado laboral, y que se imparten en los Centros de Educación de Personas Adultas con profesorado de las listas públicas y financiación del FSE, en partenariado con determinadas empresas.
Enrique.- El tema de la Formación Profesional es complejo y, como dices, sangrante; aunque en el libro hacemos alguna referencia a ello, es cierto que no profundizamos demasiado porque vimos que abordarlo detenidamente supondría añadir unos cientos de páginas más y ya nos estaba saliendo bastante más largo de lo que inicialmente pensábamos, aunque creo que el fondo del asunto sí que está suficientemente planteado. Aquí la cuestión es que se lleva hablando ya casi 50 años (desde la LGE) de potenciar y dignificar la FP, y no parece que se consiga, porque no pasan de ser declaraciones retóricas. Y creo que es porque, en el fondo, no hay ningún interés real en tener una FP digna, sino que se trata de tener un mecanismo de reciclaje constante de la mano de obra. De hecho, el Banco Mundial o la UE condicionan sus ayudas financieras para la implantación de las nuevas leyes educativas a que se potencie la FP según ese modelo ciertamente escandaloso. En lugar de ofrecer al alumnado, que por razones diversas no quiere seguir una formación digamos más teórica o académica, una verdadera formación politécnica inicial (como defiende, por ejemplo, Nico Hirtt) que le proporcionara una base para poder desarrollar la capacidad crítica y el acceso al pensamiento complejo por otras vías más prácticas, se insiste en la especialización temprana y en el emprendimiento. Y además se le cierra el acceso a los estudios universitarios porque, como dijo el ministro, «hay demasiados universitarios y pocos alumnos en Formación profesional«. Forma parte del programa político que denunciamos en el libro y que tiende a romper la capacidad de negociación colectiva mediante la implantación progresiva de «tarjetas individuales de competencias». Se trata de canalizar al mayor número posible de población escolar hacia la FP y darle una cualificación adaptada a las exigencias del mercado, para lo cual lo esencial es acostumbrarles conductualmente (de ahí la sustitución del profesor por el capataz) al paradigma del emprendimiento y que asuman el «aprendizaje para toda la vida» que significa que, como falsos autónomos, deberán estar perpetuamente entrando y saliendo del sistema educativo, cursando distintos ciclos y cursillos de formación, para ir reciclando sus competencias en función de la demanda de un mercado laboral que les condena a la precariedad y, de paso, cerrarles el acceso a los saberes críticos mientras «construyen su propia cualificación»; de esta manera si no encuentran trabajo es culpa suya, porque no han sabido gestionar adecuadamente su «capital humano» y no han sido suficientemente emprendedores. Creo que ese es el trasfondo de la llamada formación «dual». Además, por supuesto, de proporcionar a las empresas una mano de obra prácticamente gratuita con la excusa de estar formándolos. Es la hoja de ruta que enunció claramente Marcial Marín, orientar los estudios hacia las necesidades de las empresas, y en eso el papel que se le asigna a los ciclos formativos es fundamental y completamente opuesto a lo que sería una FP diseñada según parámetros republicanos, es decir, según las exigencias de un estado democrático con separación de poderes más bien que según las exigencias de la empresas, que sí dignificaría de verdad esos estudios.
Me quedan mil preguntas más en mi bolsillo de lector de vuestro libro pero creo que sería abusar de vuestra generosidad. Mejor para otra ocasión. ¿Queréis añadir algo más?
Carlos.- Hombre, yo creo que es mejor que dejemos algo para los que vayan a leer el libro.
De acuerdo. Leamos el libro.
Nota de edición:
Primera parte de esta conversación: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226138
Segunda: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226467
Tercera: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=226652
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