1.- El sistema instaurado desde hace una treintena de años se caracteriza por la extrema centralización del poder en todas sus dimensiones, locales e internacionales, económicas, políticas y militares, sociales y culturales. Unas cuantas miles de empresas gigantescas y algunos centenares de entidades financieras, asociados en alianzas cartelizadas, han reducido los sistemas productivos nacionales y […]
1.- El sistema instaurado desde hace una treintena de años se caracteriza por la extrema centralización del poder en todas sus dimensiones, locales e internacionales, económicas, políticas y militares, sociales y culturales.
Unas cuantas miles de empresas gigantescas y algunos centenares de entidades financieras, asociados en alianzas cartelizadas, han reducido los sistemas productivos nacionales y globalizados a la condición de subcontratados.
De esta manera, las oligarquías financieras acaparan una parte creciente del producto del trabajo y de la empresa, convertido en renta para su exclusivo beneficio.
Una vez domesticados los principales partidos políticos tradicionales de «derecha» y de «izquierda», los sindicatos y las organizaciones de la llamada sociedad civil, estas oligarquías ejercen ahora un poder político absoluto y el clero mediático a su servicio fabrica la desinformación necesaria para despolitizar las opiniones públicas.
Las oligarquías han suprimido el alcance antiguo del pluripartidismo y lo han sustituido prácticamente por un régimen de partido único del capital monopolista. Privada de sentido, la democracia representativa pierde su legitimidad.
Este sistema del capitalismo tardío contemporáneo, perfectamente cerrado, cumple los criterios del «totalitarismo» que, sin embargo, bien se cuidan muchos de aplicárselo.
Un totalitarismo que de momento todavía es «blando», pero que siempre está dispuesto a recurrir a la violencia extrema cuando las víctimas – la mayoría de trabajadores y pueblos -, con su posible revuelta, llegan a cuestionarlo.
Las transformaciones múltiples asociadas a este llamado proceso de «modernización» deben valorarse a la luz de la evolución principal caracterizada en las líneas precedentes.
Así sucede con los grandes desafíos ecológicos (en particular la cuestión del cambio climático), a los que el capitalismo no es capaz de responder (y el acuerdo de París en torno a este problema no es más que arena lanzada a los ojos de las opiniones ingenuas), del mismo modo que los avances científicos y las innovaciones tecnológicas (la informática, entre otras) están estrictamente sometidos a las exigencias de rentabilidad financiera que deben reportar a los monopolios.
El elogio de la competitividad y de la libertad de los mercados, que los medios de comunicación sumisos califican de garantes de la expansión de las libertades y de la eficacia de las intervenciones de la sociedad civil, constituye un discurso que se halla en las antípodas de la realidad, animada por los conflictos violentos entre fracciones de las oligarquías dominantes y reducida a los efectos destructivos de su gobernanza.
2.- En su dimensión planetaria, el capitalismo contemporáneo sigue actuando con la misma lógica imperialista que ha caracterizado todas las etapas de su despliegue globalizado (la colonización del siglo XIX constituyó una forma evidente de globalización).
La «globalización» contemporánea no es ninguna excepción a esta regla: se trata de una forma nueva de globalización imperialista y no de otra cosa. Este término comodín, sin calificativo, oculta la gran realidad: el despliegue de estrategias sistemáticas desarrolladas por las potencias imperialistas históricas (Estados Unidos, países de Europa occidental y central, Japón), encaminadas al objetivo de saquear los recursos naturales del Gran Sur y explotar sus fuerzas de trabajo de acuerdo con las exigencias de la deslocalización y la subcontratación. Dichas potencias pretenden conservar su «privilegio histórico» e impedir que todas las demás naciones abandonen su condición de periferias dominadas.
La historia del siglo pasado fue precisamente la de la revuelta de los pueblos de las periferias del sistema mundial, comprometidos con la desconexión socialista o con las formas atenuadas de la liberación nacional, que actualmente se hallan en compás de espera.
De ahí que la recolonización en curso, privada de legitimidad, no deje de ser frágil. Por esta razón, las potencias imperialistas históricas de la tríada han instaurado un sistema de control militar colectivo del planeta, dirigido por Estados Unidos. La pertenencia a la OTAN, indisociable de la construcción europea, al igual que la militarización de Japón, traducen esta exigencia del nuevo imperialismo colectivo que ha tomado el relevo de los imperialismos nacionales (de Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Alemania, Francia y algunos más), antaño enfrentados en conflicto permanente y violento.
En estas condiciones, la construcción de un frente internacionalista de los trabajadores y de los pueblos de todo el planeta debería constituir el eje principal del combate frente al desafío que representa el despliegue capitalista imperialista contemporáneo.
3.- Frente al desafío definido en los apartados precedentes, la magnitud de las insuficiencias de las luchas protagonizadas por las víctimas del sistema es apabullante.
Los puntos débiles de estas respuestas populares son de naturaleza diversa y las clasificaré bajo las rúbricas siguientes:
(a) La extrema dispersión de las luchas, del plano local al mundial, siempre específicas, circunscritas a lugares y ámbitos particulares (ecología, derechos de las mujeres, servicios sociales, reivindicaciones comunitarias, etc.). Las escasas campañas de alcance nacional o siquiera mundial apenas han obtenido éxitos significativos que hayan comportado un cambio de las políticas aplicadas por los poderes; y muchas de estas luchas han sido absorbidas por el sistema y alimentan la ilusión de la posibilidad de reformarlo.
El periodo, sin embargo, se caracteriza por una fuerte aceleración de procesos de proletarización generalizados: casi la totalidad de las poblaciones de los centros están sujetas ya a la condición de trabajadores asalariados vendedores de su fuerza de trabajo, la industrialización de regiones del Sur ha dado pie a la constitución de proletariados obreros y de clases medias asalariadas, al tiempo que los campesinados están plenamente integrados en el sistema mercantil.
No obstante, las estrategias políticas aplicadas por los poderes han logrado dispersar a este gigantesco proletariado en fracciones diferenciadas, a menudo enfrentadas entre sí. Es preciso superar esta contradicción.
(b) Los pueblos de la tríada han renunciado a la solidaridad internacionalista antiimperialista, sustituida en el mejor de los casos por campañas «humanitarias» y programas de «ayuda» controlados por el capital monopolista.
Las fuerzas políticas europeas herederas de las tradiciones de izquierda se adhieren de este modo, en gran medida, a la visión imperialista de la globalización.
(c) Una nueva ideología de derechas ha obtenido la adhesión de los pueblos.
En el Norte se ha abandonado el tema central de la lucha de clases anticapitalista – que ha quedado reducido a su expresión más parcelaria – en beneficio de una pretendida redefinición de la «cultura social de izquierda», comunitarista, que separa la defensa de derechos particulares del combate general contra el capitalismo.
En algunos países del Sur, la tradición de las luchas que asociaban el combate antiimperialista con el progreso social ha cedido el puesto a ilusiones retrógradas y reaccionarias de expresión pararreligiosa o pseudoétnica.
En otros países del Sur, los logros de la aceleración del crecimiento económico en el transcurso de los últimos decenios alimentan la ilusión de que es posible construir un capitalismo nacional «desarrollado», capaz de imponer su participación activa en la configuración de la globalización.
4.- El poder de las oligarquías del imperialismo contemporáneo parece indestructible, en los países de la tríada e incluso a escala mundial (el «fin de la historia»). La opinión pública acepta su disfraz de «democracia de mercado» y lo prefiere a su adversario del pasado – el socialismo -, denigrado con los calificativos más odiosos (autocracias criminales, nacionalistas, totalitarias, etc.). Sin embargo, este sistema no es viable por muchas razones:
(a) El sistema capitalista contemporáneo se muestra «abierto» a la crítica y la reforma, inventivo y flexible. Empiezan a manifestarse voces que pretenden poner fin a los abusos de sus finanzas incontroladas y a las concomitantes políticas de austeridad permanente, para de este modo «salvar el capitalismo».
Claro que estos llamamientos no tendrán respuesta: las prácticas actuales están al servicio de los intereses de las oligarquías de la tríada – los únicos que cuentan -, a las que garantizan el crecimiento continuo de su riqueza a pesar del estancamiento económico en que se halla la tríada.
(b) El subsistema europeo es parte integrante de la globalización imperialista. Fue concebido dentro de un espíritu reaccionario, antisocialista, proimperialista, sometido a la dirección militar de Estados Unidos. Alemania ejerce en él la hegemonía, en particular en el marco de la zona del euro y en la Europa oriental anexionada como lo está América Latina por Estados Unidos. La «Europa alemana» sirve a los intereses nacionalistas de la oligarquía germana, expresados con arrogancia, como se ha visto en la crisis griega.
Esta Europa no es viable y su implosión ya ha comenzado.
(c) La paralización del crecimiento en los países de la tríada contrasta con su aceleración en las regiones del Sur que han sabido sacar provecho de la globalización. Se ha concluido con excesiva precipitación que el capitalismo está vivo, pero que su centro de gravedad se desplaza de los viejos países del Occidente atlántico hacia el Gran Sur, especialmente el asiático.
En realidad, los obstáculos a la continuación de este proceso correctivo de la historia están llamados a adquirir cada vez más amplitud en la violencia de su movilización, por medio, entre otras cosas, de agresiones militares. Las potencias imperialistas no están dispuestas a permitir que un país cualquiera de la periferia – grande o pequeño – se libere de su dominación.
(d) Las devastaciones ecológicas, necesariamente asociadas a la expansión capitalista, vienen a reforzar los motivos por lo que este sistema no es viable.
El momento actual es el del «otoño del capitalismo», sin que este se vea intensificado por el advenimiento de la «primavera de los pueblos» y de la perspectiva socialista. La posibilidad de amplias reformas progresistas del capitalismo en su estadio actual no es más que una ilusión. No hay otra alternativa que la que haría posible un repunte de la izquierda radical internacionalista, capaz de implementar, y no solo de imaginar, avances socialistas.
Hay que salir del capitalismo en crisis sistémica y no intentar la imposible salida de esta crisis del capitalismo.
En una primera hipótesis, no parece que nada decisivo vaya a afectar a la adhesión de los pueblos de la tríada a su opción imperialista, particularmente en Europa.
Las víctimas del sistema seguirán siendo incapaces de concebir al abandono de los caminos trillados del «proyecto europeo», la desconstrucción necesaria de este proyecto, indispensable paso previo a su reconstrucción posterior con una visión distinta.
Las experiencias de Syriza, de Podemos, de Francia Insumisa, las vacilaciones de Die Linke y otras formaciones son una muestra de la amplitud y la complejidad del desafío.
La acusación fácil de «nacionalismo» lanzada contra los críticos de Europa no se sostiene. El proyecto europeo se reduce cada vez más visiblemente al del nacionalismo burgués de Alemania.
No hay alternativa, en Europa ni en todas partes, a la implementación paso a paso de proyectos nacionales populares y democráticos (no burgueses, sino antiburgueses) que procedan a la desconexión de la globalización imperialista. Es preciso deconstruir la centralización a ultranza de la riqueza y del poder asociado al sistema imperante.
En esta hipótesis, lo más probable será un remake del siglo XX: avances emprendidos exclusivamente en algunas periferias del sistema.
Claro que entonces hay que ser conscientes de que estos avances serán frágiles, como lo han sido los del pasado, y por esa misma razón – a saber, la guerra permanente que los centros imperialistas han lidiado contra ellos – se caracterizarán por sus limitaciones y derivas. *En cambio, la hipótesis de una progresión de la perspectiva del internacionalismo de los trabajadores y de los pueblos abriría la vía a otras evoluciones, necesarias y posibles.*
La primera de estas vías es la de la «decadencia de la civilización». Esta implica que nadie controla el devenir de los acontecimientos, que se abren camino por la mera «fuerza de las cosas». En nuestra época, teniendo en cuenta el potencial destructivo de que disponen los poderes (destrucciones ecológicas y militares), el riesgo – denunciado por Marx en su momento – de que los combates destruyan a todos los bandos enfrentados es real.
La segunda vía, en cambio, exige la intervención lúcida y organizada del frente internacionalista de los trabajadores y los pueblos.
5.- La puesta en marcha de la construcción de una nueva Internacional de los trabajadores y los pueblos debería constituir el objetivo principal de la labor de los mejores militantes convencidos del carácter odioso y abocado al fracaso del sistema capitalista imperialista mundial.
La responsabilidad es enorme y la tarea exigirá años de esfuerzo antes de dar resultados tangibles. Por mi parte planteo las siguientes propuestas:
(a) El objetivo es crear una Organización (la nueva Internacional) y no simplemente un «movimiento». Esto implica que debemos ir más allá de la concepción de un foro de debates. Implica asimismo que se calibren debidamente las insuficiencias asociadas a la idea, todavía dominante, de «movimientos» pretendidamente horizontales, hostiles a las llamadas organizaciones verticales, so pretexto de que estas últimas son por su propia naturaleza antidemocráticas. La organización nace de la acción que segrega por sí misma los círculos «dirigentes». Estos últimos pueden aspirar a dominar e incluso manipular a los movimientos, pero también cabe protegerse frente a este peligro mediante unos estatutos apropiados. Un tema a debatir.
(b) Hay que estudiar en serio la experiencia de la historia de las Internacionales obreras, por mucho que se piense que forman parte del pasado. No para «escoger» un modelo entre ellas, sino para inventar la forma más apropiada en las condiciones actuales.
(c) La invitación debe dirigirse a un buen número de partidos y organizaciones en lucha. Conviene crear lo antes posible un comité encargado de la puesta en marcha del proyecto.
(d) No he querido sobrecargar este texto, pero me remito a textos complementarios (en francés e inglés):
i) un texto fundamental sobre la unidad y la diversidad en la historia moderna de los movimientos socialistas;
ii) un texto relativo a la implosión del proyecto europeo;
iii) varios textos relativos a la audacia requerida en la perspectiva del relanzamiento de las izquierdas radicales, a la lectura de Marx, a la nueva cuestión agraria, a las lecciones de Octubre de 1917 y la del maoísmo, así como al necesario relanzamiento de proyectos nacionales populares.
Artículo publicado en el boletín Nº 11 del Grupo de Trabajo de CLACSO «Crisis y Economía Mundial».
Fuente: https://www.alainet.org/fr/node/188147