Recomiendo:
0

ibia Tamayo es fundadora de la parte baja del nordeste antioqueño, donde llegó hace más de treinta años huyendo de la violencia

Colonizando tierras a pie

Fuentes: Agencia Prensa Rural

Desde aquí le pertenece a doña Libia, por todo ese borde que ve allá. Ella fue de las primeras en llegar a esta región. A nosotros nos cedió una buena parte», dice Gerardo mientras señala la montaña. «Y esto lo caminamos nosotros, ¿cierto Gerardo?», dice Fany con una risa tímida. Gerardo también sonríe y dice […]

Desde aquí le pertenece a doña Libia, por todo ese borde que ve allá. Ella fue de las primeras en llegar a esta región. A nosotros nos cedió una buena parte», dice Gerardo mientras señala la montaña. «Y esto lo caminamos nosotros, ¿cierto Gerardo?», dice Fany con una risa tímida. Gerardo también sonríe y dice que el camino casi no le rendía, Fany le refuta diciendo que no es cierto, que tenía un paso constante y ligero. Sonríen y siguen mirando por la ventanilla, tal vez añorando aquéllas épocas cuando se caminaban todo el nordeste, hablando de derechos humanos y abriendo trochas.

Vamos rumbo a la parte baja del nordeste antioqueño, veredas bastante alejadas de Remedios, pasando desde Martaná, Santa Lucía, El Pollo, donde hay una base militar, después por El Popero, Gorgona, Paso de la Mula, Plaza Nueva y Camelias. Hasta ahí llega la carretera. Cerca, no tan cerca, está el río Tamar que ya es límite con el Sur de Bolívar. Cuando llueve es posible que los carros se queden atascados en el lodo y los ríos se crecen hasta desbordarse, dejándolos incomunicados.

Entrando a estas veredas ya no es posible ver esa selva nativa y tupida que hay más adentro. Los madereros y la ganadería se han consumido gran parte de esta vegetación. Sin embargo hay monte para rato. Ya muchas familias están optando por cuidar lo que les queda porque saben que ahí está el agua.

Descubriendo montañas

Todas esas regiones fueron colonizadas por campesinos desplazados y pobres deseando salvar sus vidas, pues ya habían perdido sus bienes en manos de los paramilitares.

Libia Tamayo, que todos conocen como la abuela, fue la primera en entrar a la parte baja del nordeste y llegó allí, no porque quiso sino porque le tocó. Ella salió desplazada en 1983 de Puerto Berrío con su compañero, dos nietos y Gustavo, un trabajador. «En Berrío nos perseguían los Masetos, ¿los oyó mentar? Eran unos paras. Ellos nos hicieron salir de allá. Por aquí no conocíamos nada, ni sabíamos para dónde veníamos. Él dijo: ‘vámonos, salvemos aunque sea la vida’. A un poco de familias nos hicieron salir con un montón de niños y la mera ropita que llevábamos puesta».

En el 84 lograron llegar, abriendo monte hasta Plaza Nueva. Hacían estaciones de ocho y quince días. Armaban algún ranchito de plástico o paja y ahí se quedaban mientras cogían energías para seguir. Eran tierras baldías. En Plaza Nueva se quedaron varios años. La subsistencia no era fácil, no había caminos, todos tocaba inventarlos.

«Nosotros vivíamos de la madera. El marido mío cortaba palos para llevarlos a Campo Bijao y luego a Barrancabermeja. Valía más el flete que la madera. Minería no se hacía. Después que se abrió la tierra fue que vino a aparecer. El revuelto nos tocaba cargarlo como a dos horas y en una mula, desde Remedios, traía la comida para nosotros. Cuando eso no había base militar en El Pollo. Esa base llegó cuando se empezaron a abrir caminos por aquí y llegó gente desplazada de muchos lados».

Hasta ahí, Libia y su familia creían haber encontrado un lugar tranquilo. Cuando se creó la base militar, en los noventa, los soldados entraban por toda esa región. «Cuando ya se formó el caserío de Plaza Nueva, empezó el control de las comidas. Uno llevaba el bultico de panela para el mes o mes y medio y se lo recortaban a la mitad, así era con el arroz. Como en ese lado había guerrilla, nos decían que era para ellos. Comenzamos a mercar por Campo Bijao hasta Barranca por el río en johnson, pero era muy costoso y por ahí también quitaban los mercados, en Cuatro Bocas, donde salían los paracos».

Atropellos del Ejército

Y la llegada de la base trajo consigo múltiples excesos con esos campesinos que buscaban un futuro en otras tierras. Cuando Libia vivía en Plaza Nueva, casi vivía a la intemperie. «Aquí comenzaron los sufrimientos con el Ejército. Ahí nos tocaba dormir en el monte casi diario. Un día nos tocó arrancar a toda carrera y dejamos todo, al otro día que volvimos estaba la comida regada en el patio, la ropa, las ollas estaban hundidas, a la máquina de moler le había volteado el tornillo. Y decía mi compañero: ‘esa gente sí es dañina’. Eso lo hacía el Ejército que era el que nos perseguía por allá».

Cada quince días aparecían por cualquier lado de la montaña y siempre llegaban preguntando por la guerrilla. Los soldados se hacían cerca de la casa de Libia, a acampar. «Eso era cada momentico a pedir cosas, que si tenía gallinas, que si tiene tal cosa, tal otra que para que les vendiera. Pero nosotros que teníamos las cosas medidas, no podíamos».

Años después se fue poblando esa región. Llegaron nuevas familias. Empezaron a abrir las carreteras. Tenían días tranquilos, cuando el Ejército no aparecía, pero otros días de alarma y temor, por ejemplo con los bombardeos que fueron constantes. «Por la finca de don Domingo el Ejército bombardeó a la guerrilla. Yendo para Los Bogotanos tiraron unas bombas por allá en la montaña. En La Gorgona también. Ya cuando estaban en proceso de paz también bombardearon y mataron a dos guerrilleros».

Gerardo, Fany, Libia, fundadores de Cahucopana en la parte baja, empezaron a hacer denuncias, a interlocutar con el Ejército. Lograron que los dejaran tranquilos y se retiraran de esa zona, pero los militares se quedaron en la base.

Los conflictos cambian

Libia fue haciendo intercambio con esas tierras o a los que llegaban les cedía parte para que hicieran sus ranchos. Ella es fundadora de la junta de acción comunal, hace 27 años. «Yo toda la vida hice parte de la junta. Yo en todo tengo que estar menos en misa, así yo no hable, siempre estoy analizando y pendiente. A mí me acobija una timidez, mucha pena que me da. Me da miedo equivocarme».

Ya se retiró de la junta porque dice que los años ya no le ayudan. Sin embargo está en el comité de mujeres. Pero ella misma asegura que la gente en esa vereda ha sido difícil de organizar. «Les gusta mucho el chisme y poco actuar».

Se han presentado discordias en la junta. Además están llegando problemáticas que antes no se veían. «Aquí se están entrando marihuaneros, ladrones, atracadores por los caminos y ya no estamos tranquilos. Llegan encapuchados, como hace días a Plaza Nueva. Están robando ganado. Hace dos meses se le perdieron a Jeremías once vacas. A otro vecino le robaron una. No se sabe quiénes son».

Libia ahora tiene una casa de madera, colorida y que sirve de tienda en Camelias. Es una líder querida y reconocida en toda la región. Algunos vecinos llegan a saludarla, a comprar algún fresco o a ver cómo está de salud. Ella, con su sonrisa tímida, los recibe y les da algunas noticias. El sol del medio día pega duro sobre los tejados de lata y la carretera de tierra. «Así, con ese sol tan bravo nos caminamos todo este nordeste».

Fuente original: http://prensarural.org/spip/spip.php?article22355