No hubo sorpresas en la elección para presidente en Chile. Se anticipaba que el candidato derechista Sebastián Piñera y el oficialista Alejandro Guillier pasarían a segunda vuelta y así fue. Parte del pueblo válidamente legitimado para votar es el que está definiendo los próximos cuatro años de administración ejecutiva y legislativa. Sólo un 46% del […]
No hubo sorpresas en la elección para presidente en Chile. Se anticipaba que el candidato derechista Sebastián Piñera y el oficialista Alejandro Guillier pasarían a segunda vuelta y así fue.
Parte del pueblo válidamente legitimado para votar es el que está definiendo los próximos cuatro años de administración ejecutiva y legislativa. Sólo un 46% del universo electoral de 14.308.151 electores, que concurrieron a las urnas bajo un nuevo sistema de votación proporcional – Método D´Hont – que ya ha levantado las primeras críticas por la sobrerrepresentación que otorgó a ciertos movimientos y que ha significado, por ejemplo, que se eligieran diputados con un 1% de votos.
La verdadera conmoción vino tras el apoyo conseguido por la novel aspirante a la primera magistratura, la periodista Beatriz Sánchez, que con un 20,33% (1 millón 326.043 mil votos respecto del total de sufragios emitidos que llegó a 6.645.069) consiguió un expectante tercer lugar que amplió las ambiciones del conglomerado político bajo el cual enmarcó su candidatura: el Frente Amplio, que consiguió elegir 20 diputados entre 155 que se ofertaban y 1 Senador entre un total de 50 que conformarán la Cámara Alta tras la reforma establecida el año 2015.
Un Frente Amplio que fue «ninguneado» por las empresas encuestadoras, que junto a los medios de comunicación crearon un clima de opinión negativa para este conglomerado y que vuelve a poner en el tapete el manejo político y mediático que tiene la derecha en el país, propietarios de los principales diarios, revistas y canales de televisión, junto a las empresas encuestadoras, cuya complicidad con la derecha política y económica chilena es indudable.
La derrotada candidata declaró, en su primer discurso tras el cierre de la competencia, que «El Frente Amplio llegó para quedarse» dando cuenta con ello de la idea que los domina respecto a que pueden convertirse en un elemento catalizador de cambios al interior de un sistema político, que en esencia tras esta elección, no ha sido modificado. El espejismo representado por la democracia representativa hace pensar que los cambios estructurales de un país viene de la mano de los votos obtenidos en una elección, sin pensar que ese análisis nos hace caer en la simpleza, en los cantos de sirena, que los propios digitadores del modelo dominante nos envían como aquellas cuentas de vidrio, que lo conquistadores españoles entregaban a los pueblos originarios de las que denominaban «las Indias».
Una Golondrina No Hace Verano
Las elecciones generales en Chile, que incluyeron la de presidente, parlamentarios y consejeros regionales mostraron, no sólo una gran cantidad de postulantes, sino también la constatación del alto nivel de abstención que muestra la sociedad chilena con un 54% y el voto popular masivo para aquellos representantes que muestran una política de continuidad del modelo político, económico y financiero del país. Efectivamente, más allá de la alegría de un Frente Amplio que obtiene un 20,3% del total de votos válidamente emitidos, la suma de los votos de la derecha y los candidatos del oficialismo, aunque hayan ido separados representan un 73%, que significa la defensa de un modelo político, económico y social, que estructuralmente no va a cambiar. La constatación que surgen nuevos actores políticos, que avalan el modelo político pero no hay nuevos electores, sino que día a día muestran su renuencia a participar de una democracia representativa debilitada.
En el comando de campaña del candidato de derecha Sebastián Piñera los rostros, hasta ayer optimistas y jubilosos expresaban decepción, pues las encuestas ligadas a empresas de ese sector político y el millonario gasto electoral les hacía pensar en una votación más sustanciosa, en la idea de obtener un porcentaje de adhesión superior al 40%. El factor José Antonio Kast – candidato ultraderechista que obtuvo un 7,64% de los votos – vinculado a los sectores más cercanos al pinochetismo y a los sectores sociales ultraconservadores generó más inquietud, que la idea de sumar esos votos para la segunda vuelta, en vista de la estrategia ya definida de captar al electorado de centro y que con la presencia de Kast genera un efecto adverso.
La estrategia de Piñera supone tratar de atraer en el ballotage a sectores del centro político vinculados a la alicaída democracia cristiana – que con la candidata Carolina Goic sufrió un serio revés electoral con un 5,88% del total de votos emitidos. Un grupo político alejado de las posturas valóricas, políticas y de aprecio al fallecido Dictador chileno y que con Kast y su declaración de apoyar a Piñera les plantea una seria disyuntiva a la hora de plantear un eventual sostén a la candidatura del ex presidente Piñera a la hora del ballotage. Piñera debe sumar 14% de votos más que en esta primera vuelta y para ello sus esfuerzos deben ir más allá de las ofertas al mundo ultraderechista.
La Constitución Política Chilena establece que si en la elección presidencial en que se presenten más de dos candidatos, ninguno de ellos obtiene más de la mitad de los votos válidamente emitidos, se debe realizar una segunda vuelta entre las dos primeras mayorías, que debe efectuarse el cuarto domingo después de concluida la primera vuelta. El día 17 de diciembre se volverán a ver las caras el candidato derechista Sebastián Piñera y el candidato del oficialismo Alejandro Guillier, en una disputa que se avizora reñida y llena de operaciones políticas, ofertas, promesas, juramentos, cambios de estrategia destinadas a conseguir el apoyo de los sectores representados por los 6 candidatos y candidatas que no pasaron este primer obstáculo.
Serán cuatro semanas donde el Frente Amplio usará todo el poder que representa su 20,33% para conseguir que la Nueva Mayoría sea capaz de generar cambios profundos en materia educacional y la larga discusión sobre la gratuidad total. En el ámbito sanitario avanzar en el fortalecimiento efectivo de un sector que enfrenta crónicas crisis, como también conseguir poner en agenda dos temas emblemáticos: el fin de las administradoras de Fondo de Pensiones, en el marco de generar una verdadera reforma en el sistema de pensiones, que implicaría «hincar el diente» en 150 mil millones de dólares que representan los fondos de los trabajadores chilenos en manos de las administradoras de Fondos de Pensiones. Y la segunda medida es avanzar hacia una Asamblea Constituyente, que permita refundar un Estado, que a todas luces necesita un refresco, oxígeno y savia nueva..
Estas son partes de una serie de medidas que seguramente serán discutidas incluso pensando en obtener algunos cargos en una eventual administración de Alejandro Guillier, a pesar de las palabras de buena crianza que suelen esgrimirse. Pero ¿Lo aceptarán las bases del Frente Amplio que han mostrado su rechazo a llegar a acuerdos con las fuerzas del gobierno? La disyuntiva es clara, el no apoyar a la Nueva Mayoría, sumando en ello a las fuerzas democratacristianas y del Partido Progresista de Marco Enríquez Ominami implica un fácil triunfo de Sebastián Piñera, que ha recibido el apoyo sin condiciones del ultraderechista José Antonio Kast. La Unidad, sea esta estratégica o simplemente táctica es el único camino posible para impedir el acceso, por segunda vez a La Moneda, de Sebastián Piñera.
La Nueva Mayoría está en una encrucijada vital, que la obliga a tener ceder y hacerlo en forma clara y precisa si desea contar con el apoyo de las fuerzas de izquierda de la sociedad chilena. Una Nueva Mayoría que ha tenido un fracaso estrepitoso bajando en su número de senadores y diputados, en su votación histórica y en sus proyectos de alianza ¿Se atreverá, será capaz de dar el paso que implique llevar a puerto aquellas promesas incumplidas, fragmentadas, incompletas a lo largo de 5 administraciones de gobierno desde la llegada de la democracia? La disyuntiva es avanzar o perecer en el intento con un Frente Amplio que podría darle el golpe de gracia.
Pero, no todo es miel sobre hojuelas sobre la nueva estrella de estas elecciones. El Frente Amplio está en una situación similar pues ¿podrá superar el ego momentáneo de sus adherentes que obtiene un porcentaje de votos importante pero que no les asigna poder real concreto? Podrá el frente Amplio alinear la política de su dirigencia con su asambleismo y vocación de negarse a un entendimiento con quienes consideran traidores de los ideales sociales? ¿La Democracia Cristiana y el PRO podrán, por su parte, superar su profunda decepción y sumarse a la candidatura de Guillier? Son incógnitas que se irán resolviendo y deberá hacerse, con urgencia si se quiere enfrentar de forma optimista a una derecha que agotó su fuerza movilizadora pero que adicionará nuevo combustible gracias a su poder económico.
A pesar de esa fuerza debilitada, la derecha sigue siendo un adversario temible, sobre todo por la enorme cantidad de recursos económicos que se pondrán en juego para apoyar el hipotético triunfo del multimillonario ex presidente Piñera. Una derecha que inteligentemente, a las pocas horas de terminada la elección dio sus primeros pasos de unidad, con la visita de José Antonio Kast a Sebastián Piñera, quien obligadamente tendrá que derechizar su discurso, buscar alternativas por el lado del pinochetismo, que aún tiene adherentes en el país, por la lado de los sectores religiosos ultraconservadores y de un empresariado que le exige «protección» frente a los embates de las posiciones de fortalecer el Estado. Un Piñera cuyo discurso mostrará su preferencia por un Estado Policial, más represión en el Wallmapu, al mismo tiempo que se avanza en debilitar al estado, al cual se le conidera «con mucha grasa». Un Piñera que seguirá fortaleciendo el sector salud y previsional privado entre otras medidas que le exige a viva voz la derecha política y económica. Será un Piñera sin máscara, sin posibilidad de seguir escondiendo su verdadero rostro.
La elección parlamentaria, por su parte mostró que el poder legislativo no tendrá muchas variaciones en el plano del cómo se definen las leyes en el país. En la Cámara Alta lo más destacado fue la derrota de figuras políticas que llevaban largos años en el Senado como el democratacristiano Andrés Zaldívar – Presidente del Senado – Osvaldo Andrade – Presidente de la Cámara de Diputados y candidatos que pensaban abrir una nueva puerta de figuración como el socialista Camilo Escalona, el PPD Jorge Tarud, el derechista Gustavo Hasbún y el Renovación Nacional José Manuel Edwards. En la Cámara baja, que elegía 155 curules, veremos las mismas mayorías, con la novedad de un 15% – 20 diputados – de un conglomerado nuevo como es el Frente Amplio, que marcará presencia, que hará ruido, que será visible pero cuyos resultados serán sacrificados en la política de consensos que tanto daño ha hecho al país. A menos que la Fuerza de la Mayoría decida da un paso ético y audaz muy distinto al que ha tenido hasta el momento y decida unirse al frenteamplismo, en una postura de cumplimiento de lo prometido y tantas veces traicionado. Toda una incógnita.
La elección presidencial, de parlamentarios, una parte de senadores (23 de un total de 50) y el total de Diputados – 155 – junto a los denominados Consejeros Regionales (278 y que por primera vez fueron elegidos por elección directa) se han dado en un país que no altera su paso cansino, que no tendrá resultados telúricos, que acoge a nuevos miembros, caras nuevas, esperanzados en llevar adelante nuevos estilos de hacer política, pero que sigue con un 60% de abstención, con una población apática, que no se motiva en este juego de la democracia representativa. Pensar en éxitos, solazarse con la elección de unos cuantos diputados o llorar la pérdida de otros que han estado casi tres décadas en labores legislativas es simplemente mirarse el ombligo.
Los análisis de las elecciones 2017 en Chile no han querido ver que más allá de nuevos movimientos políticos, de un nuevo sistema proporcional de elección, el gran problema que enfrenta nuestro país es la calidad de su democracia donde sólo el 46% de su población acude a las urnas y define quiénes serán sus administradores por los próximos cuatro años. 7.650.000 personas se quedaron en sus casas y eso nos debe preocupar. Hablar de éxito con estos números es simplemente no entender que este tipo de hacer política ha fracasado y que necesita no sólo oxigenarse, sino que un nuevo nacimiento. No trabajar por cambiar ese camino es seguir marcando el paso y pensar que la democracia es meramente el acto de signar un voto cada cuatro años. Tránsito penoso y estéril a la hora de pensar y llevar a cabo cambios profundos.
Si algo claro sale de esta elección y la desesperanza de millones de chilenos es que se exige: el cese de la corrupción. Terminar con el reparto desvergonzado de cargos gubernamentales, el paso de funcionarios públicos a las empresas privadas (que muchas veces son las que debían ser fiscalizadas). El abismo entre ciudadanía y partidos políticos debe revisarse para su término y establecer un nuevo pacto. Y, finalmente, pasar de una sociedad individualista a una donde los proyectos colectivos nos convoquen, donde seamos capaces de combatir a quienes nos oprimen en el país y a otros pueblos en el mundo, los que manipulan y abusan del poder. Sólo con ese cambio de pensamiento, de moralidad, de forma de filosofar podemos imaginar un mundo mejor y no sólo asumir como una desesperanza aprendida que emitir un voto es la única alternativa en este tipo de democracia que día a día se debilita.
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