Como muchas personas que hemos aportado, en la medida de nuestras capacidades, un granito de arena a las luchas sociales, por derechos, y transformadoras en Colombia, tengo una inquietud enorme por los preocupantes sucesos que se viven con las negociaciones en Quito entre el ELN y el Gobierno Nacional de Colombia, crisis que se arrastra […]
Como muchas personas que hemos aportado, en la medida de nuestras capacidades, un granito de arena a las luchas sociales, por derechos, y transformadoras en Colombia, tengo una inquietud enorme por los preocupantes sucesos que se viven con las negociaciones en Quito entre el ELN y el Gobierno Nacional de Colombia, crisis que se arrastra desde el fin del cese al fuego el día 9 de enero del corriente año. Cese al fuego imperfecto, por cierto, en el cual de parte y parte se cometieron errores y atropellos. Sin embargo, en lugar de buscar las maneras de solucionar estas dificultades y avanzar en un proceso de construcción de confianzas, los puentes se han ido dinamitando, los delegados del gobierno van y vienen de Quito, y el sector del país interesado en la paz y la justicia social queda en vilo. Y las partes vuelven a la guerra -los elenos a atacar la infraestructura petrolera y las tropas del Estado, y el Estado a atacar a los campamentos insurgentes y a desplegar grandes operativos de copamiento en territorios donde hace presencia el ELN-. En eso estamos, y toca ver las maneras de poder cortar este nudo gordiano. Partamos de la base que ni soy ni pretendo ser un elenólogo. Así que no tengo más perspectiva que lo que más o menos entiendo por mi seguimiento al tema del conflicto y mi labor de años en temas vinculados al área de derechos humanos. No tengo una perspectiva privilegiada sobre el tema, ni tengo un conocimiento único de este movimiento insurgente, como se pavonean por ahí algunos doctores, que afortunadamente han decidido darse nuevos aires y salir del país. Que les vaya bonito.
Para entender la actual crisis del proceso de paz con el ELN, hay que entender la situación general de crisis que atraviesa el país. Ya ni siquiera la crisis permanente por la que atraviesa el pueblo, con mil y una dificultades económicas, sino que hablamos de la crisis terminal en la que ha entrado la esperanza de que ahora sí, podían sentarse las bases para la construcción de un país con unos mínimos de democracia y justicia social que permitieran a los movimientos populares ejercer su voz y su acción sin el temor al espectro de la violencia política. Estas esperanzas, tal vez demasiado ingenuas por ciertos sectores, se han visto aplastadas desvergonzadamente por un gobierno que no tiene interés, voluntad, y tal vez ni siquiera capacidad, para hacer cumplir un acuerdo de paz mínimo como el firmado con las FARC-EP. Si el primer acuerdo, el de Cartagena, apenas retomaba un impulso medianamente progresista para el país, un impulso que más se asemejaba a la herencia de López Pumarejo que al temido coco del castrochavismo, el del Teatro Colón no alcanza ni siquiera a eso, esfumándose de él prácticamente todo potencial transformador. Más que reformas, buscaba garantías -junto a que se cumplieran temas que el gobierno está, en teoría, obligado a cumplir porque hacen parte de los derechos constitucionales-. Y aun así, esto era demasiado para una oligarquía intransigente, vengativa, rencorosa y, de hecho, muchísimo más subversiva del orden constitucional que las propias FARC-EP. Garrotean la constitución, se ríen descaradamente del país mientras roban y se intercambian favores como en día de feria, no respetan su palabra empeñada, burlan los acuerdos y exigen, exigen, y exigen a Raimundo y todo el mundo que ellos sí, cumplan con su palabra. Su descaro no tiene límites. Al final, a la FARC-EP lo único que le ha quedado, prácticamente, de esto, es un partido político -y ni siquiera eso les respetan, pues escasamente pasa una semana sin noticias de un nuevo asesinato a algún miembro de este partido-. Eso para no hablar de los movimientos populares. La oligarquía está garroteando al pescado y acabando con el agua.
Los elenos no son ni ciegos ni sordos. Claramente ven lo que está pasando y se pueden hacer legítimas preguntas. ¿Qué voluntad tiene este gobierno de negociar con ellos? ¿Qué garantías hay de que cumpla lo acordado? ¿Qué garantías hay que no se les aplique su dosis de plomo una vez que hayan entregado las armas? Así como los medios de la oligarquía y los elenólogos ponen sus cortinas de humo echando toda la culpa de la actual dificultad en los supuestos sectores del ELN que no quieren la paz, que las dificultades de mantener la cohesión interna, en que el ELN estaría creciendo y perdiendo interés en la paz, etc. deberían ver qué es lo que está ocurriendo con el clima de la paz en el país. Si existe tanta preocupación por sectores del ELN que estarían reticentes a la paz, que desconfiarían, hay solamente una manera en que esos sectores pueden ser persuadidos: con seriedad. Si el gobierno demostrara seriedad en torno al tema de la paz como una oportunidad transformadora para el país, muchas de estas crisis y dificultades se disiparían.
Pero no, es más fácil poner la responsabilidad en manos del ELN, así los micrófonos le caen a uno y puede tener sus cinco minutos de fama como «experto en conflictos» en la tele. Debería abandonarse la tendencia a exigir de manera unilateral a los insurgentes y dejar que el gobierno siga haciendo la vista gorda a los constantes incumplimientos y negando el actual plan de exterminio (o incluso de genocidio) en curso. En el marco del proceso de paz de las FARC-EP también expresé, en más de una ocasión, mi desacuerdo con demandar más y más acciones unilaterales a la insurgencia, sin acompañarlas de exigencias al Estado -en mi opinión el gran responsable de las causas del conflicto social y armado, lo que no deja espacio para simetrías engañosas. El tango se baila entre dos-. De otro modo, lo que tenemos es sencillamente, la búsqueda de la rendición, que es lo que pretende la oligarquía triunfalista que siente que ya derrotó política, militar y moralmente a las FARC-EP. Para ellos el ELN es un problema menor. No han entendido nada de la historia colombiana.
El proceso de paz del ELN ya no depende, me atrevería a decir, ni del ELN ni del Gobierno. Depende de las fuerzas sociales que puedan tener un interés de adelantar este proceso. Hay que recordar, que el tema del proceso de paz, ni con los elenos ni con los farianos, fue un asunto de prioridad para una mayoría nacional que ve este conflicto como un problema lejano, que no los afecta mayormente. Esta lejanía y la falta de pedagogía en torno al tema, así como el escaso potencial transformador del acuerdo con las FARC-EP, afectaron al entusiasmo e interés popular con la paz. No hubo fiesta ni nada, con la firma entre esa guerrilla y el gobierno de un acuerdo. Este proceso avanzará en la medida en que la sociedad en su conjunto quiera que avance, no mediante la voluntad pura y dura de las partes que negocian. Sin embargo, la apatía se ha impuesto en la sociedad. ¿Cómo vencer esta apatía hacia la paz y lograr que la sociedad se convierta en una fuerza que impulse un acuerdo y se convierta en garante de la construcción de una paz orgánica, transformadora, que comience la amplia tarea de rehabilitación del país? Las claves a esta respuesta la recibió Santos en su última visita a Irlanda del Norte: con la participación de la sociedad en el proceso. Esta participación amplia no es una mera exigencia del ELN; es lo que dicta el sentido común, máxime cuando hemos visto el impacto que ha tenido la falta de participación de la sociedad en el proceso con las FARC-EP: termina como un proceso del que no se apropian más que sectores minoritarios y que desprecia aquel sector que no quiere que nada cambie en el país de las maravillas.
Es imprescindible que hoy todos los sectores democráticos, populares, progresistas, se apropien de este proceso que no debe verse como un asunto sencillamente de elenos y gobierno. Es necesario avanzar en la exigencia de implementar un diálogo lo más amplio posible del conjunto de la sociedad, que se vayan apropiando los sectores populares del proceso y de sus conclusiones, Esto no puede seguirse dilatando. Acá necesitamos seriedad. Como también en la implementación de medidas de desescalamiento bilaterales. Desescalamiento que va más allá de que no se bombardee a los elenos: pasa porque pare esta infame guerra sucia en contra de las organizaciones populares de Colombia, que el Estado reconozca la existencia del paramilitarismo y actúe en consecuencia, depurando y señalando a sus promotores. El Estado tiene la capacidad de acabar con este fenómeno. Le falta voluntad política, pero podría hacerlo si quisieran los altos funcionarios, comenzando por el Presidente, que no remueve a mandos militares allí donde se les encuentra en la cama con escuadrones de la muerte. También, dados los incumplimientos con el proceso de las FARC-EP, el fortalecimiento de la presencia de garantes internacionales es algo que dicta el sentido común. Estas propuestas sencillas solamente podrán llevarse a cabo si existe presión popular. La oligarquía está demasiado borracha con lo que creen es su triunfo, como para ceder en nada motu propio.
En segundo lugar, además del desescalamiento bilateral, que no unilateral por parte de los elenos, es imprescindible avanzar en la instalación del quinto ciclo de conversaciones, que quedó en veremos después de que los delegados del gobierno se retiraran de Quito, quedando los delegados elenos a la espera que el gobierno vuelva a la Mesa y cumpla lo firmado. Instalado el ciclo, con organizaciones actuantes y testigos internacionales, debe procederse a una evaluación rigurosa de qué pasó en el anterior cese del fuego de 101 días, sus alcances, aciertos y limitaciones. Sólo cuando se haya hecho esto, se podrá proyectar un cese al fuego perfeccionado, que sirva para evitar el desangre y exterminio del movimiento social; para mejorar la situación carcelaria, particularmente en lo relativo a presos políticos y de guerra; para dar chance a que el Estado expulse de su seno a agentes de alto rango que desarrollando la guerra sucia y la herramienta paramilitar; un cese que ayude a la recomposición de comunidades y territorios violentadas.
Todos los sectores populares hoy deberían rodear este diálogo en Quito, independientemente de su cercanía o no con los elenos. Se trata de construir una sociedad cuyo eje sea la vida digna para todos. Y eso requiere de generosidad; si fallamos en esto, los efectos negativos de este momento histórico lo pagarán varias generaciones posteriores.
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