Parece alucinante lo que ocurre ante nuestros ojos. Colombia asiste a un gran viraje histórico, da un gran salto que, después de muchos años, pensamos, jamás ocurriría. Por décadas abrigamos ese sueño, esa ilusion. Pero la rutina se repetia. La historia se movía como un corcho en un remolino, y así fue por décadas. Pero […]
Parece alucinante lo que ocurre ante nuestros ojos. Colombia asiste a un gran viraje histórico, da un gran salto que, después de muchos años, pensamos, jamás ocurriría. Por décadas abrigamos ese sueño, esa ilusion. Pero la rutina se repetia. La historia se movía como un corcho en un remolino, y así fue por décadas. Pero en medio de una gran incertidumbre ha saltado la liebre.Cuajo ante nuestra existencia un hecho trascendental, un acontecimiento verdad en la definición de Alain Badiou. Lo resumo en tres datos: la izquierda, los verdes y la paz se alzaron con casi 10 millones de votos; se quebraron las podridas maquinarias del clientelismo oligárquico encarnado por Vargas Lleras; el emblema neoliberal por excelencia, César Gaviria, acusó una descomunal derrota; y la corruptela santista con su mermelada fue objeto del repudio generalizado.
En estricto sentido el neto político de las votaciones de ayer 27 de mayo es una gran mutación de gran complejidad que exige ser interpretada y asumida en toda su carga temporal, espacial y ontológica.
Nos preguntamos: sigue una revolución social tal como la que ocurrió en 1810 con el grito de independencia frente a la monarquía española? Más aun: se puede caracterizar la coyuntura conformada por el proceso electoral como una ruptura revolucionaria?
De ser asi: Que procede políticamente para ser consecuentes con el curso de la historia materializado en la masiva rebelión ciudadana, juvenil, femenina, social, indígena, obrera, campesina y afro visibilizada ayer?
Sugiero como hipótesis de trabajo para las semanas que siguen la idea de la Constituyente popular que el candidato presidencial Gustavo Petro agitó con mucha solidez. Con la campaña que Petro adelanto en toda la nación y con sus casi 5 millones de votos Petro alcanzó la altura de una figura histórica con gran legitimidad ética y política. Su discursividad es parte de la cristalización de una contrahegemonia que se afincó en el sentido común de la multitud, rompiendo la hegemonía del viejo poder oligárquico encarnado por el bloque santouribista y representado hoy en la candidatura de Iván Duque, que no es más que la aglomeración de los intereses de banqueros, multinacionales, generales, terratenientes y de las castas parlamentarias.
La Constituyente debe ser el escenario de la disputa política con el bloque de poder oligárquico, propiciada por el fin de la guerra y la construcción de la paz. Disputa que la controversia sobre la Jep, la justicia restaurativa y la libertad de Jesús Santrich han puesto de manifiesto.
No hay que dar tregua a la oligarquía en esta batalla. No es la hora del pesimismo, ni el momento de la perplejidad paralizante. La iniciativa está en el campo popular y hay que proceder en consecuencia.
El discurso de Petro ayer al cierre de esa gran jornada colombianista tiene toda la lucidez para ser el soporte de un Plan de acción política de las masas populares. Manos a la obra.
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