Los libros son pequeños universos en donde a veces nos perdemos. Algunos de los recuerdos más poderosos de mi infancia tienen que ver con libros. Nací en una casa en donde abundaban y de padres cuyas preocupaciones, muy alejadas del contenido de las lecturas de sus hijas, nos daban total libertad; por eso, quizá, pude […]
Los libros son pequeños universos en donde a veces nos perdemos.
Algunos de los recuerdos más poderosos de mi infancia tienen que ver con libros. Nací en una casa en donde abundaban y de padres cuyas preocupaciones, muy alejadas del contenido de las lecturas de sus hijas, nos daban total libertad; por eso, quizá, pude encontrarme con autores como Dostoievski a una edad ridículamente corta. Por eso también me adentré en un mundo fantástico en donde -aun sin comprenderlo- tuve contacto íntimo con las infinitas rutas del lenguaje, una aventura capaz de marcar mi vida para siempre.
Los libros me han acompañado desde entonces y tengo algunos tan antiguos como para deshacerse entre mis manos; pero son tesoros capaces de cambiar no solo un estado de ánimo, sino también una perspectiva de la vida y eso los convierte en un recurso valioso para comprender y afrontar los desafíos de nuestro entorno. ¿Cómo, entonces, vivir sin ellos? Sin embargo, millones de niñas, niños y adolescentes apenas tienen contacto con algún texto escolar de mínima calidad y habitan en aldeas y pueblos en donde una biblioteca es un lujo desconocido.
En el transcurso de mi vida he comprendido que aprender a leer y escribir nunca es suficiente, es apenas el inicio de un ejercicio de comunicación vital para el desarrollo humano. Por ello, privar de educación y de lecturas de calidad a la infancia es un pecado político muy caro, porque aquellas naciones en donde la niñez carece de oportunidades y de acceso a la lectura sufren las consecuencias en un marcado retraso de las posibilidades de desarrollo de sus nuevas generaciones. Guatemala es uno de esos países en donde la lectura está vedada para las grandes mayorías, no solo por el alto costo de los libros sino por el establecimiento -de muy antigua data- de estrategias puntuales para mantener a la población alejada de toda fuente de ejercicio intelectual y, por tanto, del desarrollo de sus capacidades ciudadanas en un marco de conocimiento del mundo que le rodea.
En este escenario, entonces, la celebración de la Feria Internacional del Libro en Guatemala, Filgua, representa un respiro importante; una ventana amplia e inclusiva para oxigenar las ideas y renovar el compromiso de compartirlas. Allí, en un ambiente festivo y dinámico de conferencias y lecturas, se produce ese encuentro entre las mentes jóvenes y ávidas de saber con quienes han hecho de la literatura su forma de vida. Lectores y autores en una plataforma de intercambio, cuyo resultado ideal es una cosecha de consumidores de buenos libros y, por ende, de obras que probablemente dejarán una huella profunda en sus vidas.
Filgua es la celebración del libro en un país de poetas, es la fiesta de las letras y las palabras, las ideas y los sueños para compartir. Durante muchos año acudí y algunas veces también participé de esa vorágine de actividades en entrevistas y presentaciones de obras literarias. Tuve el enorme privilegio de disfrutar la compañía y la amistad de autores nacionales y extranjeros de enorme valía y de editores que no han bajado la guardia para continuar luchando por la promoción de la lectura, aun contra los obstáculos de un entorno oficial hostil hacia la educación, la cultura y el arte.
Este año, la XIV Feria Internacional del Libro en Guatemala tendrá como invitado de honor a Francia y estará dedicada a celebrar «El Mundo de Asturias» para conmemorar el cincuentenario del Premio Nobel al escritor guatemalteco. A partir del 13 de julio, Filgua abrirá sus puertas y comenzará su ciclo de actividades. Te invito a disfrutar de esa fiesta literaria.
Cada libro abre tu mente hacia un universo lleno de nuevas ideas.
Blog de la autora: www.carolinavasquezaraya.com
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