Por aquellos días de 1971 yo tenía 8 años y casi nunca faltaba a la visita. Para mí era todo un rito: levantarme a las cinco de la mañana, tomar un ómnibus, llegar mucho antes de la hora, parar en el boliche ubicado frente a la entrada, tomarme un capuchino con bizcochos, que era […]
Por aquellos días de 1971 yo tenía 8 años y casi nunca faltaba a la visita. Para mí era todo un rito: levantarme a las cinco de la mañana, tomar un ómnibus, llegar mucho antes de la hora, parar en el boliche ubicado frente a la entrada, tomarme un capuchino con bizcochos, que era una de las razones por las cuales no faltaba. Luego pasar por la caseta de revisación sin que me revisaran por ser gurí, llegar hasta el lugar donde estaban los detenidos, charlar, salir, pasar nuevamente por la caseta, llegar a la calle, caminar hacia la costa y sentir aquella sensación inexplicable que me producía el mar y su libertad, para luego volverme nuevamente hacia la mole con su encierro.
Cuando se reanudaron las visitas, volvió la rutina de cada sábado. Según la nueva orden, todos debíamos ser revisados. Los gurises chicos pasábamos por el mismo lado que las mujeres y a mí generalmente no me revisaban. ¿Para qué revisar a los niños?, decían las agentes. A las mujeres las hacían desnudar. Aprovechando la ventaja que significaba la «no revisación», sacaba información en pequeños papelitos que luego eran recogidos por alguien en un boliche. No tenía miedo. «Otros niños deben hacer lo mismo», pensaba. Y además ya tenía la coartada. «Si me agarran, la consigna es: no sé nada, me los pusieron, pero no recuerdo quien». Obviamente que si obtenían esos papelitos era muy posible que llegaran al autor. Por otra parte, al primero que irían sería a Enrique. Pero nunca pasó nada.
Cuando las visitas al Penal fueron nuevamente permitidas, una cerca de alambre hasta el techo separaba a presos de visitantes. Antes la separación consistía en una larga mesa, pero cierto día Raúl Bidegain recibió la visita de su hermano y cambiaron de lugar. El que estaba detenido salió libre como visitante y el visitante quedó dentro.
El sábado 4 de septiembre le llevamos a Enrique un par de botas que nos había pedido la semana anterior. La alegría era común en las visitas, los chistes, las bromas… Aquel día, el ambiente era más festivo. En la despedida aquel «hasta la semana que viene y buen fin de semana», tuvieron un énfasis poco común en los presos. Había un optimismo que se transmitía de adentro hacia afuera. Algo anunciaba.
A las 4 y 10 de la mañana del lunes 6 alguien llama a la Jefatura de Policía.
-Soy el propietario de una de las casas que están frente al Penal de Punta Carretas, por Ellauri. Se acaban de fugar como cien presos.
-No puede ser. Espere un momento que llamamos a la cárcel… Dicen en la cárcel que todo está normal.
-Pero señor hicieron un túnel que desemboca en mi casa. No le estoy mintiendo.
-Disculpe pero no moleste señor.
Minutos después de esa conversación el Director del Penal pasó con una linterna por las celdas.
– ¡No hay nadie!
– ¡Acá tampoco!
La bronca le saltaba. Los presos que se quedaron, miraban por las mirillas de sus celdas y se reían. «Ojalá les vaya bien», pensaban.
Los operativos de las Fuerzas Conjuntas se multiplicaron en toda la ciudad. En casa, me despierto apuntado por una ametralladora. El militar al ver que estaba tapado hasta la cabeza me quitó la frazada, no se dio cuenta que era un niño. Cuando me vio quedó un poco nervioso y bajó el arma. Creo que me asusté, pero no mucho, lo suficiente. Estaba bastante acostumbrado a que las fuerzas conjuntas allanaran la casa y se llevaran preso alguno de mis hermanos.
-Buscamos a Enrique Joaquín Lucas López.
– stá preso en Punta Carretas, contestó mi Vieja.
-Se acaba de fugar.
-No sabíamos, ¿cómo fue? -preguntó un hermano.
– e escaparon 30 presos.
Hubo cierto regocijo. Más allá de que Enrique hubiera escapado o no, era un golpe histórico al gobierno.
-¿Usted como se llama?
-Joaquín Enrique Lucas
-¿Me está tomando el pelo?
-Yo soy el que le sigue a Enrique… nos llamamos así.
-Me va a tener que acompañar.
-Espere, y cómo sé que ustedes no son del escuadrón de la muerte -retrucó Omar, mi otro hermano.
-No se preocupe, pero si usted quiere venir junto…
-No, dejá. Cuando se den cuenta que no soy Enrique me largan.
-Si no es, no va a tener problemas.
Joaquín y Omar se alegraron, aunque no sabían cómo había sido la fuga y si realmente Enrique se había escapado. En todo caso, el hecho era una buena noticia. Ahora si había una razón para el optimismo de la visita anterior. Antes de que se llevaran a Joaquín, mamá le puso sobre los hombros un abrigo largo de los que se usaban en esa época: «Lleve un sobretodo para que se proteja del frío mijito». Pero él se lo sacó y devolvió diciéndole que no hacía frío. Omar se dio cuenta que algo tenía ese abrigo, entonces rápidamente lo agarró y dijo «mamá ese está muy viejo». Finalmente le pasaron otro, si no en la celda no iba a aguantar el frío. Nadie entendió muy bien la escena del abrigo, pero estaba lleno de volantes del MLN.
Montevideo estaba sitiada por el ejército que desde aquel día tomaba el exclusivo combate a los tupamaros. Horas después llegó la noticia: «los presos evadidos son 106, quienes atravesaron la calle por un túnel construido durante un par de meses».
Enrique que había participado en la excavación y construcción del túnel, no se fugó. Se cambió de celda el día antes y dejó su lugar en la que daba hacia el túnel. No tenía un proceso judicial complicado y se manejaba que en unos meses podría salir desterrado a Chile.
El Abuso, la fuga, fue un duro golpe para el gobierno y las fuerzas represivas. Faltaban dos meses para las elecciones nacionales. Bili Rial que fuera testigo directo de la fuga relató a la prensa:
«Anoche a las 7 estaba solo en la casa cuando se presentó un hombre joven que tenía colgado un estetoscopio. Este, casi sonriendo me dijo ‘quédese tranquilo, soy tupamaro y venimos a tomar esta casa y la de enfrente…’. Entonces entraron varios, me colocaron en una habitación y posteriormente llevaron a mi madre (Dolores del Castillo de Rial, periodista de El Diario) y más tarde a mi novia… Dos vecinas que vinieron a mi casa mientras estaban los tupamaros, también fueron llevadas a la misma habitación (…). Un hecho casi gracioso ocurrió cuando hablé con la policía, a las 4 y 10 de la madrugada aproximadamente. Les comuniqué la fuga y no me creyeron… Desde la Jefatura de Policía me contestaron: ‘no puede ser. Un momento que llamamos a la cárcel’. Y luego agregó el funcionario: ‘dicen en la cárcel que todo está tranquilo’.»
Tras la fuga, el MLN-T liberó al embajador británico Geoffrey Jackson, que estuvo detenido ocho meses en La Cárcel del Pueblo, en perfectas condiciones. Meses antes, Enrique había participado en la detención del diplomático inglés.
A Joaquín lo soltaron luego de torturarlo y tenerlo algunos días detenido. Punta Carretas ya no ofrecía seguridad para el régimen. Por eso, se apuraron las obras para poner en funcionamiento el Penal de Punta de Rieles. Así, semanas después, junto a los pocos tupas considerados más «peligrosos» que quedaban, sería trasladado a la nueva cárcel.
En el prontuario de Enrique en la DNII, con fecha del 25 de noviembre dice que «El Poder Ejecutivo ordenó su «internación» en «Dependencia de la Región Militar Nro. 1 (Punta de Rieles)».
Para mi esa cárcel tenía el aspecto de los campos de concentración que había visto en las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Fue inaugurada por el gobierno de Pacheco Areco cuarenta y cinco días antes de las elecciones de 1971, para recluir a los tupamaros. Estaba ubicado a quince kilómetros del centro de Montevideo y según el Ministro del Interior de la época presentaba una infraestructura adecuada para parar con las fugas tupamaras.
Teníamos que tomar dos colectivos, luego caminar bastante y pasar tres revisaciones para llegar al lugar de la visita. Las celdas tenían una pequeña ventanita con rejas, desde donde los presos nos gritaban y hacían chistes cuando íbamos llegando.
El lugar de visitas era una pieza de unos cuatro metros de ancho por cinco de largo, media pared de bloques y una tela de alambre hasta el techo separaba a los visitantes de los presos. Entraban unas quince personas en cada grupo de visitantes. Enrique estaba en la misma celda que Gabriel Bidegain, hermano de Raúl, quien había quedado detenido luego del famoso «cambiazo».
La campaña electoral entraba en su punto más alto. Muchos esperaban ese noviembre de elecciones con esperanza en el recién surgido Frente Amplio, nacido de un sueño de unidad de la izquierda uruguaya, que se concretó aquel 26 de Marzo. En diciembre del 1970 el MLN había hecho público su apoyo al Frente, enfatizando en el punto cinco de la proclama:
«Mantenemos nuestras diferencias de métodos con las organizaciones que forman el Frente y con la valoración táctica del evidente objetivo inmediato del mismo: las elecciones. Sin embargo, consideramos conveniente plantear nuestro apoyo al Frente Amplio. El hecho de que éste tenga por objetivo inmediato las elecciones, no nos hace olvidar que constituye un importante intento de unir a las fuerzas que luchan contra la oligarquía y el capital extranjero. El Frente puede constituir una corriente popular capaz de movilizar un importante sector de trabajadores en los meses próximos y después de las elecciones. Es, o puede ser un instrumento poderoso de movilización, de lucha por un programa nacional y popular, por la libertad de los presos políticos y sindicales, por la restitución de los despedidos, por el levantamiento total de las medidas de seguridad y de los decretos dictados bajo su amparo.
Al apoyar al Frente Amplio entonces, lo hacemos en el entendido de que su tarea principal debe ser la movilización de las masas trabajadoras y de que su labor dentro de las mismas no empieza ni termina con las elecciones».
Si bien no era oficial, el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, representaba al MLN dentro del Frente. El sueño de Intendencia era muy grande. Los Comité de Base alumbraban la vida de los barrios montevideanos y hacían un trabajo de inserción que era difícil en el interior. Durante la campaña en el Comité ubicado en Juan Paullier, cerca de la casa hubo varios actos, pero recuerdo uno que estuvo Daniel Viglietti, al que fuimos con Omar. La gente en coro cantando «la sangre de Tupac, la sangre de Amaru, la sangre que grita libérate hermano» todavía emociona. Cuando escucho esta canción, recuerdo aquel acto y recuerdo las visitas en Punta Carretas se escapa alguna lágrima, pero siempre vale la pena volverla a escuchar en el siguiente enlace de internet: https://www.youtube.com/watch?
De alguna forma todo parecía llenarse de colores y, sin embargo la muerte se fue imponiendo. Fraude electoral, sueños robados, más detenciones, más torturas y la espera de un pueblo… Punta de Rieles iba aumentando su población ya que todos los presos políticos que el poder ejecutivo se negaba a dejar en libertad, incluso teniendo pronunciamiento judicial a favor, eran enviados hacia allí.
Tiempo después, cuando se inaugure el Penal de Libertad y los presos sean trasladados a esa cárcel, Punta de Rieles será convertida en prisión para las presas políticas. El tratamiento inhumano que sufrirán las mujeres en los años siguientes, ya entrada formalmente la dictadura, será condenado por diversos organismos defensores de los derechos humanos a nivel internacional.
Allí estará Enrique hasta marzo de 1972, cuando finalmente será deportado a Chile, donde pasará a integrar la dirección tupamara en el exterior. De los fugados, muchos volverán tiempo después a la cárcel y estarán presos más de 12 años, otros serán asesinados por el ejército un 14 de abril… Omar y Joaquín se irán a Chile, luego a Cuba dónde estarán años, hasta que uno regrese y el otro se marche mirando el mar del Caribe dieciséis años después, tal vez pensando que nunca pudimos conocer bien a nuestro viejo…
__________________
* Del libro «Enrique Lucas y una pregunta para Pessoa», de Kintto Lucas, 2016.