Recomiendo:
0

A 100 años del nacimiento de Neruda

La poesía se llama Pablo

Fuentes: Mundo Obrero

El 12 de julio se cumplió un siglo del nacimiento de uno de los grandes poetas en lengua castellana, el chileno Pablo Neruda. Su vida y su obra encarnaron las grandes luchas y esperanzas del siglo XX. Su poesía, que tiene varios continentes, fue por encima de todo un compromiso con los hombres y las […]

El 12 de julio se cumplió un siglo del nacimiento de uno de los grandes poetas en lengua castellana, el chileno Pablo Neruda. Su vida y su obra encarnaron las grandes luchas y esperanzas del siglo XX. Su poesía, que tiene varios continentes, fue por encima de todo un compromiso con los hombres y las mujeres más humildes de su patria, con los trabajadores, y con la gran esperanza del socialismo.

España, la II República Española y la lucha por la libertad, cambiaron la vida y la poesía de Pablo Neruda. El autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada o de Residencia en la tierra dedicó entonces su poesía a la lucha contra el fascismo con los versos épicos de España en el corazón, libro que constituye una auténtica «catarsis» en su vida y en su obra, según su camarada Volodia Teitelboim, su mejor biógrafo:

«Preguntaréis: Y dónde están las lilas?

Y la metafísica cubierta de amapolas?

Y la lluvia que a menudo golpeaba

sus palabras llenándolas

de agujeros y pájaros? (…)

Generales

traidores:

mirad mi casa muerta,

mirad España rota (…)

Venid a ver la sangre por las calles,

venid a ver

la sangre por las calles,

venid a ver la sangre

por las calles!».

Poco después del final de la guerra civil, y cuando centenares de miles de refugiados españoles se hacinaban en los campos de concentración franceses, Neruda logró que el gobierno de su país, dirigido por el Frente Popular, aceptara acoger a 2.500 de ellos y los condujo hasta Valparaíso, desde el puerto de Pauillac, en un viejo carguero llamado Winnipeg. Fue «la más noble misión que he ejercido en mi vida», escribió en sus memorias (Confieso que he vivido).

A su regreso a Chile, tras años como diplomático en Oriente Medio y España, el poeta, que se había «hecho» comunista en nuestro país, descubrió la dura realidad social de toda América, heridas plasmadas en su monumental Canto General, que tiene en «Alturas de Machu Pichu» una de sus cimas:

«Sube a nacer conmigo, hermano.

Dame la mano desde la profunda

zona de tu dolor diseminado.

No volverás del fondo de las rocas.

No volverás del tiempo subterráneo.

No volverás tu voz endurecida.

No volverás tus ojos taladrados.

Mírame desde el fondo de la tierra,

labrador, tejedor, pastor callado,

domador de guanacos tutelares,

albañil del andamio desafiado,

aguador de las lágrimas andinas,

joyero de los dedos machacados,

agricultor temblando en la semilla,

alfarero en tu greda derramado.

Traed a la copa de esta nueva vida

vuestros viejos dolores enterrados.

(…) Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apegadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca.

Hablad por mis palabras y mi sangre».

En 1945 Pablo Neruda ingresó en el Partido Comunista, junto con otros destacados intelectuales, como el gran prosista Francisco Coloane. Además, aquel año fue elegido senador por las provincias mineras del Norte Grande, junto con el histórico dirigente obrero y comunista Elías Lafferte. En el Canto General dejó constancia del sufrimiento de los más humildes trabajadores de su patria, de aquellos que se dejaron la vida arrancando el salitre de la inhóspita pampa.

Muchos críticos, enemigos del compromiso de los intelectuales con la clase trabajadora, lamentan en sesudos análisis que poetas como Neruda (o Machado, o Alberti, o Hernández) hayan «desperdiciado» su inabarcable talento en cantar la lucha de los mineros chilenos, o de los aceituneros de Jaén… Unos versos tan bellos y humanos como éstos, que evidentemente nada dicen a quienes sólo se embelesan con la perfección estética de sonetos y rimas:

«Yo estaba en el salitre, con los héroes oscuros,

con el que cava nieve fertilizante y fina

en la corteza dura del planeta,

y estreché con orgullo sus manos de tierra.

Ellos me dijeron: ‘Mira

hermano, cómo vivimos,

aquí en Humberstone, aquí en Mapocho,

en Ricaventura, en Paloma,

en Pan de Azúcar, en Piojillo.

Y me mostraron sus raciones

de miserables alimentos,

su piso de tierra en las casas,

el sol, el polvo, las vinchucas,

y la sociedad inmensa.

(…) Yo escuché una voz que venía

desde el fondo estrecho del pique,

como de un útero infernal,

y después asomar arriba

una criatura sin rostro,

una máscara polvorienta

de sudor, de sangre y de polvo.

Y éste me dijo: «Adonde vayas,

habla tú de estos tormentos,

habla tú, hermano, de tu hermano

que vive abajo, en el infierno».

En 1948, el presidente Gabriel González Videla traicionó la lealtad de los comunistas, que habían contribuido de manera decisiva a su elección, y presionado por Washington ilegalizó el partido de Neruda y le forzó a abandonar el país de manera clandestina por los pasos andinos del sur, a caballo, en dirección a Argentina. Durante los meses previos a su exilio Neruda escribió los últimos poemas del Canto General, cuya primera edición chilena, en 1951, vio la luz de manera clandestina gracias al trabajo de obreros tipógrafos como Manuel Recabarren, desaparecido en abril de 1976 a manos de la policía política de Pinochet junto con dos de sus hijos y su nuera.

El poeta fue elegido miembro del Comité Central del Partido Comunista y como tal apoyó a Salvador Allende en sus campañas presidenciales. A la palabra firme de Allende, y el proyecto de construcción del socialismo en democracia, pluralismo y libertad que encabezó, le acompañaban sus versos de amor y de lucha, de pasión por la naturaleza y la historia, recitados en todos los rincones de Chile, en minas y poblaciones, en industrias y fundos, en universidades y sindicatos.

En septiembre de 1969, en un momento de indecisión de la izquierda sobre su candidato para las elecciones presidenciales del año siguiente, Neruda aceptó la candidatura comunista, hasta que en los primeros días de enero de 1970 renunció en favor de la opción unitaria que encarnó, por cuarta vez, Allende. Elegido este Presidente, le designó su embajador en Francia y allí conoció la noticia de la concesión del Premio Nobel.

En su memorable discurso de diciembre de 1971 en Estocolmo, el autor de Los versos del capitán proclamó: «Escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un ejército que a trechos puede equivocarse pero que camina sin descanso y avanza cada día (…) Debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres».

En diciembre de 1972 regresó a su patria debido a un cáncer que se agravó a partir del 11 de septiembre de 1973, cuando, postrado en su casa de Isla Negra, no se despegó de una radio de onda corta para conocer el martirio de su compañero Salvador Allende y la tragedia que se abatía sobre su pueblo.

El domingo 23 de septiembre de 1973, a las diez y media de la noche, su vida se extinguió en una clínica santiaguina. Al día siguiente su funeral se convirtió en la primera manifestación de oposición a la dictadura militar. El poeta convocaba de nuevo a la lucha. Centenares de humildes pobladores y obreros, embajadores y periodistas de varios países, familiares, camaradas y amigos le acompañaron hasta el Cementerio General, por unas calles vigiladas por militares armados hasta los dientes que no pudieron impedir que entonaran los versos de la canción de los trabajadores, La Internacional, para despedir a su poeta.

Desde 1992 Pablo y su esposa, Matilde Urrutia, descansan en Isla Negra, su casa frente al Pacífico, en una tumba con forma de proa que mira hacia el mar. Nunca está solo porque son tantas las personas que le visitan, que se conmueven y enamoran con su poesía, que le preguntan por sus colecciones, que admiran sus hermosos mascarones. Que siguen su camino.

Y en estos tiempos difíciles, en los que algunos pretenden dejarnos varados en un confuso «ecosocialismo» como estación término de la utopía comunista, algunos recordamos, con profundo orgullo, aquellos versos del Canto General dedicados A mi Partido:

«Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco.

Me has agregado la fuerza de todos los que viven.

Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento.

Me has dado la libertad que no tiene el solitario.

Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego.

Me diste la rectitud que necesita el árbol.

Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres.

Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos.

Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos.

Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca.

Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético.

Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría.

Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo».