He seguido con mucho interés el debate sobre la problemática actual en torno a los intelectuales, iniciado por Alfonso Sastre y Pascual Serrano en la sección cultural de Rebelión y en el que participan también otros autores. También he podido leer recientemente los libros de Sastre «manifiesto contra e pensamiento débil» y «la batalla de […]
He seguido con mucho interés el debate sobre la problemática actual en torno a los intelectuales, iniciado por Alfonso Sastre y Pascual Serrano en la sección cultural de Rebelión y en el que participan también otros autores. También he podido leer recientemente los libros de Sastre «manifiesto contra e pensamiento débil» y «la batalla de los intelectuales», publicados ambos en la editorial Hiru, y me adhiero a la apreciación que hace Carlo Frabetti de la calidad intelectual y humana del genial dramaturgo. «
En su artículo «la cobardía de los intelectuales» dice Frabetti lo siguiente: «quienes quieren […] criticar al poder sin renunciar a sus dádivas ni exponerse a sus represalias merecen más desprecio que indulgencia». Aunque comparto con él que el intelectual «hoy más que nunca» tiene que ser «radical» puesto que «lo que está podrido son las raíces mismas del sistema», no estoy muy de acuerdo con esa disyuntiva que establece entre desprecio o indulgencia para con los intelectuales vendidos. Que el poder haya seducido a esas personas es un hecho lamentable: La alienación se apodera de ellas y el querer preservar unas necesidades falsas les escatima cualquier atisbo de pensamiento fuerte y, por tanto, la poca libertad e independencia auténticas que les quedaba. Las mercancías se imponen, una vez más, sobre los hombres: esto es lo verdaderamente odioso y despreciable. El intelectual, que así capitula, es presa de la compulsión que impone la sociedad de consumo. Quien triunfa en la barbarie organizada y planificada de la industria cultural suele quedar despojado del carácter y relieve necesarios para rebelarse claramente en ocasiones puntuales. En su falsa ilusión de autonomía sólo existe entonces -para él- la superficialidad prepotente donde se mueve, siendo incapaz de percibir el sustrato corrupto y canalla que la alienta.
Si el intelectual con algo que decir aún existe eso se debe a su perpetua resistencia frente al medio alienado y alienante en que vive. Es en la forma de esta resistencia -hago referencia ahora al artículo de Jordi Soler Alomá- donde creo que habría que buscar su identidad. Mientras en la realidad exista el hecho objetivo de la injusticia social, el intelectual tiene que oponerle su «trabajo con el pensamiento», desconfiando a priori de todo lo que en esa realidad -de carácter negativo- se alza orgulloso y prepotente. El intelectual extrae su material de trabajo de la resistencia constante, denunciando la mentira, la injusticia y cuanto de falsa ilusión tiene la fiesta del poder. No creo que haya que «hacer los planos de la sociedad que queremos» sino más bien luchar contra el actual campo de fuerzas opresivo que hace difícil la vida a millones de personas anónimas, expoliadas y privadas de expresión. Tenemos que liberarnos de nuestras ansias «positivas» de querer planificar»br> lo todo -en ellas acecha el sistema- y ejercer la lucha desde diversos frentes, el de la crítica de la cultura entre ellos. Porque «los verdaderos individuos de nuestro tiempo -dice Horkheimer en su magnífica «crítica de la razón instrumental» – son los mártires, que han atravesado infiernos de sufrimiento y de degradación por su resistencia al sometimiento y a la opresión, no las hinchadas personalidades de la cultura de masas. […] [Aquellos] son los símbolos de una humanidad que aspira a nacer. Traducir lo que han hecho a un lenguaje que sea escuchado aunque sus voces perecederas hayan sido reducidas al silencio por la tiranía, he ahí la tarea de la filosofía». He ahí la tarea de los intelectuales. Y, para conquistar ese lenguaje de que hablaba Horkheimer, son muy necesarias hoy la estética y el cultivo de una crítica fuerte que permita discenir entre lo progresivo y regresivo, entreverados de un modo complejo en nuestra realidad social negativa y prehistórica.