Cuando un yanomami muere su nombre no debe pronunciarse por algún tiempo para no agredir su memoria, lo cual puede ser un problema si se llamase, por ejemplo, Shoco, pues también identifica al oso melero que prolifera en las selvas del sur de Venezuela y norte de Brasil donde habita este pueblo aborigen. Pero la […]
Cuando un yanomami muere su nombre no debe pronunciarse por algún tiempo para no agredir su memoria, lo cual puede ser un problema si se llamase, por ejemplo, Shoco, pues también identifica al oso melero que prolifera en las selvas del sur de Venezuela y norte de Brasil donde habita este pueblo aborigen.
Pero la dificultad está resuelta por la riqueza lingüística de este pueblo de más de 25.000 años de existencia, testimonio viviente del neolítico. Los nombres de animales y también de algunas plantas tienen un sinónimo absoluto, por lo que «shoco» es además «aroto» y la comunidad puede expresarlo sin violar el precepto que protege al difunto.
Esto es lo que informa una de las 10.000 entradas del «Compendio ilustrado de lengua y cultura yanomami», un libro ya en imprenta de la antropóloga y lingüista francesa Marie-Claude Mattéi, y que de mero diccionario pasa a ser un manual enciclopédico para su uso en las escuelas yanomami y por los estudiosos de su lengua y cultura.
Al cabo de 15 años de investigaciones, «orientamos el esfuerzo a producir algo más fértil y rico en información que un simple diccionario, una obra que pudiera acompañar los esfuerzos didácticos a que están obligados para con sus comunidades indígenas el Estado y la sociedad de Venezuela», dijo Mattéi a IPS.
La nueva Constitución de Venezuela, de 1999, dedica un capítulo entero a los derechos de los pueblos indígenas, entre los cuales el de «una educación propia y a un régimen educativo de carácter intercultural y bilingüe, atendiendo a sus particularidades socioculturales, valores y tradiciones».
Los yanomami o «hijos de la luna», que suman hoy unas 15.000 personas en Venezuela y 12.000 en territorio brasileño, forman parte de los 34 pueblos indígenas que habitan principalmente las fronteras venezolanas con Colombia, Brasil y Guyana.
El censo de 2001 indica que 300.000 de los 25 millones de venezolanos son aborígenes. Los yanomami son mayoría en el municipio Alto Orinoco, cuya alcaldía sin embargo suele estar en manos de activistas de las minorías ye’kuana y piaroa.
Como sus vecinos, los yanomami avanzan «a veces de modo anárquico hacia el mundo criollo. Quieren lanchas voladoras, tecnologías que hagan su vida más cómoda. En el roce puede haber riesgo para su cultura y lengua, pero ante ello no cabe una actitud falsamente romántica, como pedir que vivan en una burbuja», comenta Mattéi.
La lengua yanomami y la sanima son de las más robustas entre las indígenas de Venezuela, según otra antropóloga, María Eugenia Villalón.
«Al menos siete idiomas, mapoyo, añú, baré, sáliva, yabarana, uruak y sape están en estado crítico», dijo a IPS Villalón, dedicada a recoger y conservar lo que queda de la lengua mapoyo.
Un idioma, advirtió Villalón, «no está amenazado ni se extingue porque lo hable un reducido número de individuos, sino porque deja de utilizarse y transmitirse de padres a hijos, y su grado de riesgo se mide por la cantidad de niños que lo hablen», ya casi ninguno en el caso de los mapoyo, con apenas algunos adultos que lo emplean.
Sin un esfuerzo de reconstrucción y de apoyo a los indígenas «esas literaturas que han sobrevivido más de 500 años (desde la llegada de los españoles y portugueses a América) irán desapareciendo lentamente, no podrán más», advirtió otra especialista, Lyll Barceló, compiladora de los mitos de la etnia guahibo.
Con parecidas preocupaciones, Mattéi elaboró su Compendio en cinco partes, la primera de las cuales es una historia y descripción del pueblo yanomami, seguida de una guía para la comprensión y manejo del diccionario. «Comencé con una tabla de referencias y conjugaciones, para describir el sistema verbal de esa lengua», narró.
Los yanomami «emplean varias clases de futuro y varias de pasado, y el verbo soporta direccionales con el uso de sufijos que entregan todas esas precisiones», indicó.
«No he utilizado sólo la información que yo misma recogí, sino también la que aportan numerosas obras sobre los yanomami», advierte la investigadora. Asimismo «lo que agregué fue una descripción del uso de cada palabra en el ambiente donde vive ese pueblo», añadió.
Le siguen un glosario de fauna y flora, que a su vez es un compendio, y un minidiccionario bilingüe castellano-yanomami «orientado a mostrar las cosas más difíciles. ‘Atar’ o ‘abrir’ se puede decir de muchas maneras en esa lengua».
Lingüistas y taxónomos conseguirán luego un glosario de la taxonomía utilizada por los yanomami para algunos animales, además de láminas e ilustraciones debidas a la pluma de Jacinto Serowe, miembro de la etnia que acompañó los trabajos de Mattéi.
«Riesgos para su lengua hay, como los hay en todas partes. Pero olvidémonos de que los indígenas permanecerán en cápsulas de cristal. Los cambios son ineluctables y el problema no es el cambio, sino que se le nieguen oportunidades, derechos a la salud, a sostener sus creencias, y los que tienen sobre sus territorios», apuntó la experta.
En el mundo «hay una globalización galopante, pero en paralelo hay un resurgimiento e interés por las minorías y una reivindicación de lo tradicional, para que los pueblos no se pierdan. En Venezuela, con las Constitución y con este gobierno de Hugo Chávez, se ha recogido el deseo de hacer algo», aseveró Mattéi.
La antrpolingüista produjo en 1992 y 1996 dos libros sobre la cultura de los panare, otra etnia del sudeste y sur venezolano. El Compendio sobre los yanomami es editado por entidades oficiales venezolanas en colaboración con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la Agencia de Cooperación Española y el banco hispano Santander.