Pearl Street acoge a uno de las instituciones académicas menos conocidas de New Haven, la Escuela de Homeopatía. Allí podrás aprender un sistema de «medicina» con más de 200 años de antigüedad, inventado por el físico alemán Samuel Hahnemann, el cual creía que las sustancias tóxicas, suministradas en cantidades extremadamente diluidas, podrían curar los síntomas […]
Pearl Street acoge a uno de las instituciones académicas menos conocidas de New Haven, la Escuela de Homeopatía. Allí podrás aprender un sistema de «medicina» con más de 200 años de antigüedad, inventado por el físico alemán Samuel Hahnemann, el cual creía que las sustancias tóxicas, suministradas en cantidades extremadamente diluidas, podrían curar los síntomas que causan las dosis más grandes – es decir, que dosis diminutas de cafeína podrían curar el insomnio.
Millones de personas – a menudo gente desesperada – han apostado su salud creyendo que Hahnemann tenía razón: han buscado «doctores homeopáticos» e ingerido sustancias «dudosas» en el mejor de los casos y «peligrosas» en el peor de ellos. Los remedios homeopáticos son un timo aún mayor que el agua embotellada: ambos son indistinguibles del agua del grifo, pero éstos cuestan más dinero, y lo que es peor, dan falsas esperanzas.
Algunos argumentan que la homeopatía es una forma real y efectiva de medicina, pero la comunidad científica sabe que es inaceptable; en un mundo perfecto se habría desvanecido hace más de un siglo, siguiendo los pasos de la frenología (adivinar la personalidad a partir de los relieves del cráneo) y de las sangrías con sanguijuelas. Sin embargo, la homeopatía, encontró su camino bordeando los márgenes de la atención médica, y ha logrado sobrevivir.
¿Cómo lo consiguió?
Existen varias razones para la frustrante persistencia de la homeopatía. Primero, se le ha permitido cubrirse con las ropas de la ciencia real y del profesionalismo respetable. La Escuela de Homeopatía de New Haven sigue promocionando titulados. Cuando la FDA se fundó, los defensores de la homeopatía consiguieron que sus remedios de la abuela fueran considerados «medicina» sin necesidad de acogerse a ningún estándar o evidencia.
Nota del traductor: FDA acrónimo de «Food & Drug Administration» (Administración de los EE.UU. para el control de Drogas y Alimentos)
Otra razón por la que la homeopatía ha sobrevivido, a pesar de posteriores fracasos científicos, es por que sus proponentes mienten. La percepción común es que los remedios homeopáticos contienen pequeñas cantidades de un principio activo. El Centro Nacional para la Homeopatía define al remedio homeopático como poseedor de una «dosis diminuta». En realidad, la mayoría de las disoluciones homeopáticas no incluyen ningún principio activo – ni siquiera una molécula. Puede parecer perspicaz, pero existe una gran diferencia entre un poquito y nada. Nada es… pues eso, nada.
¿Cómo puede ser esto? Cuando Hahnemann concibió la homeopatía, hace dos siglos, los químicos aún no sabían que las sustancias se componían de moléculas, y que esas moléculas no podían diluirse o dividirse. Una sola molécula es la cantidad más pequeña de algo que se puede tener. Hahnemann creía que las sustancias podían diluirse infinitamente. Los avances científicos posteriores deberían haber relegado a las ideas de Hahnemann al museo de antiguas y pintorescas nociones científicas. Tal vez podría colocarse en las estanterías entre el éter (la misteriosa sustancia que un día se creyó permeabilizaba el universo) y la teoría del miasma de las enfermedades infecciosas.
Recientemente, los homeópatas han intentado vestirse aún más con las modernas togas de la ciencia. Cuando se les presionó, reconocieron (¿cómo no iban a hacerlo?) que no quedaba rastro del principio activo en sus preparaciones – pero, argumentaron, que el agua retiene la «memoria» de la sustancia que fue diluida en ella.
Esto es, por supuesto, una estupidez. El agua es una simple molécula, y no existen mecanismos conocidos o plausibles mediante los cuales pueda «recordar» cualquier información acerca de sustancias que hubieran sido previamente diluidas en ella. Los homeópatas podrían decir igualmente que funciona por arte de magia.
Otro aspecto curioso de la homeopatía es la así llamada «ley de similares», la idea de que las sustancias que causan un síntoma curarán ese mismo síntoma si se ingieren dosis extremadamente diluidas (es decir inexistentes). Los homeópatas pretenden que ésta es una ley científica, pero nada de eso. No existe ninguna razón biológica que induzca a sospechar que la cafeína en cantidades lo suficientemente pequeñas sea un sedante, o que, ya que picar cebollas estimula el lacrimal, una pequeña cantidad de extracto de cebolla cure los ojos llorosos. Esto es pensamiento mágico.
Algunos homeópatas afirman que sus remedios funcionan igual que las inyecciones alérgicas, las cuales incluyen pinchazos de pequeñas cantidades de la sustancia que causa la reacción alérgica. Pero los tratamientos alérgicos conllevan la administración real y creciente de dosis de la sustancia que provoca el mal. Estimulando al sistema inmunológico a formar anticuerpos de bloqueo, que confinen a la sustancia que causa la alergia y eviten la reacción fabricando un tipo diferente de anticuerpos. Las inyecciones alérgicas, como las vacunas, implican dosis reales – no agua de duendes.
Entonces ¿por qué tanta gente cree en ella? ¿Por qué sigue ahí el edificio de Pearl Street? La respuesta es, en parte, que la homeopatía – al contrario que, digamos, el éter – tiene que ver con el reino de la salud y la enfermedad. Cuando finalmente se probó y se descartó la existencia del éter, nadie protestó argumentando que el éter había curado sus migrañas. Pero la gente que cree que una sustancia ha curado su enfermedad quiere seguir creyendo en ello. No les gusta pensar que su «cura» fue solo a causa del efecto placebo, o que no existe ninguna cura. El cuidado de la salud es emocional; nuestros síntomas están sujetos a un montón de variables. Pero algunos encuentran confortable creer que la homeopatía les ha sanado. Varios factores conspiran para hacer que parezca que casi cualquier tratamiento extraño y poco razonable puede funcionar para cualquier síntoma o enfermedad.
Esa es la razón por la cual, a lo largo del pasado siglo, los Buenos científicos han llegado a confiar en la observación cuidadosa, donde se controlan las variables y se minimiza la parcialidad. Basándose en la mayoría de estudios cuidadosos, la comunidad científica está generalmente de acuerdo en que la homeopatía no funciona. Incluso el Centro Nacional para la Medicina Complementaria y Alternativa, que está favorablemente dispuesto a los métodos alternativos del tipo de la homeopatía, la define de esta insípida manera:
«Algunos análisis concluyen que no existen fuertes evidencias que sostengan la homeopatía … [mientras] otros encuentran efectos positivos en ella. Los efectos positivos no son fácilmente explicables en términos científicos».
Existen varios estudios desesperadamente imperfectos que arrojan resultados «contradictorios»; sin embargo, los estudios sobre homeopatía que más cuidan su diseño y ejecución arrojan resultados negativos. Este patrón – algunos estudios parecen positivos pero los mejores son negativos – es bien conocido por los científicos, y normalmente significa una cosa: no existen efectos reales de funcionalidad.
De modo que, solo por un momento, dejen de lado los testimonios enternecedores que han escuchado. Tómense un segundo y miren al edificio de Pearl Street. No hay nada allí.
El Dr. Steven Novella, profesor asociado de neurología en la Universidad de Yale, es cofundador de Escépticos de Connecticut, y de la Sociedad de Escépticos de Nueva Inglaterra. Contacte con él: [email protected]