La legitimidad política no es un número de votos. De ser la democracia un problema cuantitativo y no dialogal daría igual un Congreso del Partido Popular que una Asamblea de extraordinaria de Izquierda Unida. Y creo que no puede serlo, aunque en lo técnico lo sean por procedimiento. Cuando se trata de articular un proyecto […]
La legitimidad política no es un número de votos. De ser la democracia un problema cuantitativo y no dialogal daría igual un Congreso del Partido Popular que una Asamblea de extraordinaria de Izquierda Unida. Y creo que no puede serlo, aunque en lo técnico lo sean por procedimiento. Cuando se trata de articular un proyecto político las distancias se marcan en todos los frentes. Pero resulta curioso que se estemos mas cerca de las prácticas mafiosas que garanticen la continuidad en el cargo para usufructo personal que la generosidad política de abrir puertas a nuevos rumbos donde la opción de cambio suponga reconocer una izquierda social que pide a gritos una renovación interna de la izquierda política que no la representa y que ha fracasado en su diagnostico de País y en su estrategia política.
No hay que buscar mas debate. No es posible que el sostén del actual secretario general provenga en gran parte de quienes no son miembros de Iquierda Uida, no profesan sus creencias y no son sus votantes. Me refiero a los medios de comunicación social, los amigos del PSOE y los cercanos asesores que juegan a la política sin mas responsabilidad que sacar provecho personal y salir en las fotos durante los viajes oficiales. A diferencia de Julio Anguita, por ejemplo, cuya fuerza estaba dentro de Izquierda Unida, en los votantes y en la izquierda social, además de tener el respeto y le reconocimiento político de la sociedad española por su dignidad y su coherencia. Estos fueron los motivos que llevaron a la derecha y al PSOE a realizar una campaña de desprestigio cuyo objetivo era desarticular la organización y evitar que creciera Izquierda Unida. Circunstancia peligrosa en tanto suponía un freno a las políticas y los acuerdos neoliberales. Una izquierda fuerte en el parlamento hubiese cambiado el espectro político. Fue una campaña orquestada y sin trincheras. Todos tenían algo que ganar. La crisis de Izquierda Unida beneficiaría al PSOE y dinamitaría la organización. No pocos se dieron a la labor de participar en dicha maniobra rastrera, algunos hoy en el PSOE, tuvieron sus compensaciones Diego López Garrido o Cristina Almeyda. También Jaime y Nicolás Sartorius participan sin rubor. Contradicciones de un mundo que se entiende perfectamente.
Hoy, vivimos una circunstancia al revés. Una Izquierda Unida débil socialmente, pero con representación parlamentaria e institucionalmente reconocida en Llamazares es útil al PSOE para su mayoría. Sin embargo a medio plazo desaparece del escenario político y sus posibilidades electorales se diluyen. Sus votos se transfieren al PSOE o simplemente pasan a la abstención. Con ello se termina el problema y se acaba con la izquierda política por lo menos durante varios años. La mezquindades de Llamazares y los suyos por quedarse es solo comparable con las de quienes no asumen la responsabilidad política de los atentados del 11 de marzo o de los GAL o de cualquier otro proceso donde se diriman comportamientos democráticos. Nada como estar en casa para saber con quien estamos hablando y quines son realmente demócratas y quienes lo son en apariencia. Por el bien de Izquierda Unida, esperemos que la cordura se imponga y la democracia secuestrada se recupere pronto.
Marcos Roitman Rosenmann es e-coordinador de Política exterior y miembro de Presidencia de IU entre 1989-1992