El pasado trece de diciembre, a las cuatro de la tarde, Rodrigo Granda, jefe insurgente de las FARC, conocido por su nombre de lucha de Ricardo González, fue secuestrado en Caracas presumiblemente por agentes de la policía colombiana y conducido a Cúcuta donde fue entregado a las autoridades represoras. Granda había estado en Caracas asistiendo […]
El pasado trece de diciembre, a las cuatro de la tarde, Rodrigo Granda, jefe insurgente de las FARC, conocido por su nombre de lucha de Ricardo González, fue secuestrado en Caracas presumiblemente por agentes de la policía colombiana y conducido a Cúcuta donde fue entregado a las autoridades represoras. Granda había estado en Caracas asistiendo al Encuentro Mundial de Intelectuales en Defensa de la Humanidad y al Congreso Bolivariano de los Pueblos, eventos que de manera consecutiva se efectuaron en Venezuela. Según la dirigencia de las FARC el propósito de esa presencia de Granda se debió a «atender diversas entrevistas con representantes de otros gobiernos, intelectuales y fuerzas políticas en muchos casos solicitadas por ellos a nuestra Organización.» Las autoridades venezolanas han confirmado que Granda penetró en Venezuela de manera ilegal, valiéndose de documentación falsa y sin haber sido invitado por ninguna institución venezolana competente a los recientes congresos efectuados allí.
Ese hecho implica, en primer lugar, una grave violación de la soberanía venezolana, una intromisión en los asuntos internos del movimiento bolivariano, una maniobra destinada a enrarecer las relaciones entre Colombia y Venezuela. Pero en un segundo análisis habría que ver una escabrosa artimaña destinada a desacreditar al gobierno venezolano sugiriendo oscuras asociaciones entre el sombrío gobierno de Álvaro Uribe y Hugo Chávez. El fin de esta estratagema sería distanciar a los intelectuales de izquierda del chavismo, sembrar dudas sobre la impecable honestidad del gobierno bolivariano y por tanto, debilitarlo.
El reciente Congreso En defensa de la Humanidad arrojó un saldo impresionante de apoyo al movimiento bolivariano. Cuatrocientos intelectuales de las más disímiles tendencias, confesiones y partidos otorgaron su soporte pleno al cambio social que está ocurriendo en Venezuela y le extendieron un crédito ilimitado a la gestión unificadora y revolucionaria de Hugo Chávez. Ese sustento masivo y cualitativo es algo que el imperio no está en condiciones de soportar. Se le está alborotando demasiado el patio trasero y es necesario poner orden.
Una de las maneras de acabar con la discrepancia venezolana sería propiciar un conflicto fronterizo, o de otro tipo, con Colombia. Bajo al servil Uribe, Colombia se ha convertido en un campamento más del ejército de Estados Unidos. Una invasión a Venezuela, alegando cuestiones de soberanía, de desacuerdos limítrofes o de intromisión interna, sería una oportunidad de lanzar una agresión norteamericana bajo el disfraz de las fuerzas armadas colombianas. Pero antes de emprender la osadía provocadora hay que amortiguar el posible escándalo mundial y para ello debe ser minado el prestigio de Chávez y el respaldo internacional que su ejecutoria ha recibido. El caso Rodrigo Granda puede ser uno de los tornillos en el andamiaje que se prepara.
La policía política colombiana, asesorada por la CIA, ha dado pruebas anteriores de su audacia secuestrando a figuras rebeldes en territorio ajeno. Solicitar a Chávez que dé garantías a los revolucionarios e intelectuales en territorio venezolano es una impertinencia, una insensatez fuera de lugar. De los cuatrocientos intelectuales de izquierda asistentes al reciente congreso En Defensa de la Humanidad, algunos de ellos muy comprometidos con causas insurgentes, ninguno sufrió un rasguño.
La CIA, en su infinita perfidia, ha logrado penetrar en más de una ocasión movimientos de liberación nacional, grupos guerrilleros, corrientes de resistencia patriótica y maniobrando desde adentro han logrado debilitarlos y anularlos. No puede dudarse que dentro de las FARC existan tales elementos. No debe descartarse tampoco que con total desconocimiento de las máximas autoridades venezolanas existan agentes enemigos dentro de la actual Disip. La seguridad venezolana debe ser escrupulosamente investigada y purgada de quienes hayan podido infiltrarse. No están tan lejanos las tentativas putchistas, el intento del efímero Carmona y el último pataleo electoral de la burguesía derrotada; pueden haber dejado sus infames raíces plantadas en más de una institución. Solamente el tiempo y las sucesivas pruebas permitirán que aflore la honestidad y deserten los felones. Lo que no puede ponerse en duda es la integridad, el decoro, la incorruptibilidad y la decencia de Hugo Chávez y su lealtad a la causa revolucionaria internacional.