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Los siete capítulos editados en DVD por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) sobre uno de los episodios más apasionantes y controvertidos de la historia contemporánea: la Revolución cubana

Reseña: Cuba en el corazón. Capítulo 7.- Momentos con Fidel

Fuentes: Rebelión

¡Ay, Fidel, ya me puedo morir, te vi cerca, me diste la educación de mis hijos y tu mano amiga, Fidel, ya me puedo morir! Aunque sea con una papa caliente y un boniato caliente, estoy con Fidel, hasta los días de mi vida. Testimonios de dos mujeres cubanas Con este capítulo llega a su […]





¡Ay, Fidel, ya me puedo morir, te vi cerca, me diste la educación de mis hijos y tu mano amiga, Fidel, ya me puedo morir!


Aunque sea con una papa caliente y un boniato caliente, estoy con Fidel, hasta los días de mi vida.


Testimonios de dos mujeres cubanas


Con este capítulo llega a su fin la historia en imágenes de la Revolución cubana, ensamblada para la posteridad por los cineastas del ICAIC. Tengo para mí que, de los siete documentales realizados ex profeso en esta serie, Momentos con Fidel era quizá el más difícil de afrontar, pues la figura del Comandante es tan desmesurada, proyecta tanta luz y ha estado siempre tan presente en el devenir de la sociedad cubana desde hace cincuenta años que nada garantizaba un resultado feliz, ajeno a fáciles lisonjas o al culto a la personalidad.

Hace años escribí un texto -de clara influencia lacaniana- en el que disertaba sobre el carácter que imprimen los nombres y los apellidos sobre el inconsciente y la trayectoria vital de todos nosotros, y uno de los personajes que utilicé para ayudarme en mi exposición fue Fidel Castro, binomio tan paradigmático de este principio que parece un ejemplo artificial inventado con fines ilustrativos. Y, sin embargo, es real como la vida misma: el nombre, Fidel, proviene del sustantivo latino fides y significa «fidelidad». Por su parte, el patronímico Castro, asimismo de origen latino, viene de castrum, «campamento militar» (la palabra «castrense», que designa lo relativo al ejército y a la profesión de las armas, tiene el mismo origen). La suerte, por lo tanto, estaba echada para él desde el bautizo, pues éste lo predestinó desde el principio a ser un militar inflexible a las desviaciones y fiel al imponente destino que eligió (¿que eligió, acaso elegimos algo en esta vida, no será más bien la vida quien nos elige?) un 26 de julio de su juventud, cuando asaltó el cuartel Moncada junto a un puñado de compañeros idealistas.

Lo diré ya: Rebeca Chávez, la realizadora de Momentos con Fidel, ha firmado una obra redonda y perfectamente compatible con lo expuesto en el párrafo anterior. Por otra parte, el hecho de no haberse introducido en ningún momento por un camino anecdótico y prescindible del personaje -el cineasta estadounidense Oliver Stone, sin duda influenciado por la cultura hollywoodense del comadreo, sí que lo intentó en una escena de Comandante, pero Castro hizo un amago verbal y preservó con pudor su vida privada, que sólo le concierne a sí mismo- ha permitido que la realizadora cubana cuente la historia no de un hombre, sino de una ideología, que en esta película resplandece diáfana, honrada e inamovible, desde el primero hasta el último fotograma.

Pero antes de iniciar el comentario de las imágenes de Momentos con Fidel quisiera desmenuzar otro detalle -extradiegético- de este capítulo final, que me parece digno de análisis. Durante el verano de 2004, cuando los DVD de la serie empezaron a venderse en España y aparecieron los cuatro primeros, el dedicado al líder máximo iba a ser el número 5, su título provisional era Fidel, acción y revolución y los anuncios publicitarios previos mostraban que en portada aparecía una foto del Castro actual, con el pelo canoso y las huellas de la edad. Sin embargo, pocos meses después la realidad ha sido otra, ya que los capítulos Entre el arte y la cultura y La solidaridad internacional pasaron a ocupar, respectivamente, los puestos 5 y 6 y el de hoy, rebautizado con el título de Momentos con Fidel, se convirtió en el 7, amén de contar con una fotografía de un Castro mucho más joven, tomada en los años sesenta. De acuerdo con el principio de opera aperta que describió Umberto Eco, la lectura semiótica de tales cambios puede ser múltiple según el bagaje cultural del lector, siempre que la semiosis aplicada tenga una lógica coherente. La mía es ésta: no me cabe la menor duda de que los siete capítulos de «Cuba: caminos de revolución» son un artefacto comunicativo de primera importancia para la Revolución cubana con vistas a contrarrestar la continua manipulación desinformadora que sobre la isla emana de los medios oligopólicos occidentales. En dicho sentido, era imprescindible que la narración se sustentase sobre personajes capaces de fascinar el imaginario popular y fortalecer el apoyo de las masas, que al fin y al cabo son el sustrato humano que alimenta la permanencia y la verdad del proceso revolucionario, y por mucho que en Cuba no falten héroes dignos de ocupar dicho lugar, sólo dos comandantes superan con creces a todos los demás, Ernesto Guevara y Fidel Castro. Por eso, con habilísimo criterio a mi parecer, los creadores encargados del proyecto documental del ICAIC cambiaron el pie sobre la marcha (se hace camino al andar, dice el tópico machadiano) para que el Che y Fidel fuesen el principio y el final de esta colección, puesto que ambos representan la imagen especular y contrapuesta del destino de los héroes, el tanatos y el eros freudianos, el alfa y el omega de la Revolución. Guevara, que transportaba en su mochila desde la niñez el instinto de muerte (tanatos), «necesitó» ofrecerse pronto en sacrificio a cambio de que la Revolución cubana entrara en la leyenda. Su vida fue trágica y breve, pero pocos como él han contribuido a situar a Cuba en un lugar tan preponderante del mapa solidario del mundo. Era lógico, por lo tanto, que la historia en imágenes de la Revolución se iniciase con él, e igual de lógico ha sido que el incombustible Fidel, quien por su parte lleva en los cromosomas el instinto de vida (eros) -imprescindible para cumplir los deberes de Estado, tal como reconoció el propio Che en su carta de despedida: «Yo puedo hacer lo que te está negado por tu responsabilidad al frente de Cuba»-, la clausurase con todos los honores. De acuerdo con esta explicación, el «rejuvenecimiento» definitivo de Fidel en la carátula del séptimo DVD -el número siete representa en el Apocalipsis la perfección, la plenitud, la suerte- obedecería a la necesidad de equiparar iconográficamente a los dos líderes con fotografías de la misma época (no hay que olvidar que vivimos en la era de la imagen), y ello para que el espectador pueda situarlos en igualdad absoluta de condiciones, ambos en la fuerza de la edad y con la belleza eterna de la juventud congelada en blanco y negro. Vale la pena resaltar hasta qué punto la fotografía de Castro es parecida a la del Che, aunque sin alcanzar, ¡ay!, el aura irrepetible que Alberto Korda obtuvo por puro regalo de los dioses cuando apretó el disparador de su cámara una lluviosa tarde habanera.

Y como para corroborar la hermandad existente entre ambos hombres, en una de las escenas más hermosas de la película el siempre fiel Fidel rinde el mejor homenaje posible a la memoria del camarada argentino, su igual entre pares: el reconocimiento de la coherencia ideológica. Sucedió en un discurso de julio de 1991, en pleno debacle del mundo soviético, cuando al recordar la trayectoria indefectible de la Revolución cubana, su tono se hizo lírico, susurrante, pausado, apacible, confidencial, casi nostálgico: «Teníamos nuestro pensamiento sobre todas estas cuestiones y teníamos nuestras ideas desde hacía mucho tiempo, y entre los que tenían ideas muy claras, muy claras, clarísimas, más claras que las aguas de Varadero, estaba el Che».

Momentos con Fidel es, pues, la historia de una coherencia sin fallas, la de Fidel, contada por medio de fragmentos de discursos pronunciados a lo largo de cuatro décadas. Se inicia con uno de carácter justificativo, que data de 1962: «Qué hemos hecho, sino defendernos, única y exclusivamente defendernos. ¿O pretendían los imperialistas que, desde las primeras hostilidades, ya tuvieran un pueblo rendido, un gobierno rendido y una legión de revolucionarios levantando bandera blanca?». El espectador advierte ya desde el principio las dotes oratorias de un líder capaz de entrar en comunión casi mística con su auditorio y que desde el primer momento ha respetado esa costumbre compulsiva suya de no ocultarles nunca a los cubanos el alcance de los problemas. El mismo día del triunfo de la Revolución no tuvo pelos en la lengua para afirmar que a partir de entonces todo iba a ser más difícil, como así fue, pues la inmediata reforma agraria que emprendió en la isla significó el enfrentamiento con los Estados Unidos, el bloqueo económico y la ruptura de relaciones diplomáticas con las repúblicas latinoamericanas -salvo la honrosa excepción de México-, todo ello propiciado por el Imperio. Y, pese a todas las dificultades vividas, la mayoría de la sociedad cubana lo venera como a un padre afectuoso, porque ha podido apreciar las diferencias abismales entre un Estado que, de obedecer únicamente a los monopolios en la época prerrevolucionaria, pasó en 1959 a servir al pueblo del que había surgido y a distribuir con equidad lo que hubiera en la isla, mucho o poco. Vale la pena comentar en este momento los dos testimonios de mujeres cubanas que he insertado en el exergo y que ponen de relieve el amor que algunos ciudadanos anónimos son capaces de expresar por este hombre que les ha devuelto la dignidad. El primero es una repetición casi textual de las palabras evangélicas pronunciadas por el anciano Simeón cuando tomó en sus brazos al pequeño Jesús en el templo, adonde María y José lo habían llevado conforme a la costumbre de la ley: «Señor, ya puedo morir en paz, porque mis ojos han visto al Salvador» (Lucas 2:29). El segundo testimonio, cuya premisa inicial posee la sencillez y la espontaneidad de lo popular («Aunque sea con una papa caliente y un boniato caliente, estoy con Fidel»), alcanza en la inesperada sinécdoque de su conclusión una belleza literaria inconmensurable («hasta los días de mi vida»). Cuba es una tierra de poetas naturales.

En el siguiente discurso de importancia de este documental, Fidel abandona las justificaciones y pasa al contraataque: «Si este país frente al imperialismo, que es fiera, picúa, tiburón, buitre, todas las alimañas juntas, este pequeño país demostrara temor frente a los imperialistas, nos habrían devorado. Y por eso lo único que no encontrarán en este país, ni vacilación ni temor, y con una firmeza tremenda, y cuando quieran devorarnos tienen que tragarnos enteritos, desde el Yunque de Baracoa, Punta de Maisí, hasta Guanacabibes.» El montaje dispuesto por Rebeca Chávez, rico en múltiples matices, pasa más tarde del contraataque a la autocrítica cuando en 1970, una vez que estuvo claro que Cuba no lograría alcanzar aquel año los diez millones de toneladas de azúcar en la zafra -ésa era la cifra que el gobierno había establecido como objetivo para enderezar la maltrecha economía de la isla-, Castro dijo públicamente unas palabras que ningún político de nuestras democracias burguesas se atreverá jamás a pronunciar: «La batalla la perdimos nosotros, los dirigentes de la Revolución… El camino es difícil, sí, más difícil de lo que parecía. Sí, señores imperialistas, es difícil la construcción del socialismo.»

La caída del muro de Berlín, el efecto dominó que tuvo sobre la URSS y sus satélites y la orfandad en que dejó a Cuba no alteraron la coherencia ideológica de Fidel. Escuchemos sus palabras: «…toda esta situación ha llevado al Imperio a un enorme triunfalismo, ha llevado al escepticismo a muchas fuerzas progresistas y a muchas fuerzas de la izquierda en el mundo. Hay gente que quisiera matarse antes de recordar que militó en un partido comunista, que siente miedo de haber militado en un partido comunista.» Por otra parte, su itinerario vital es la mejor prueba de que él tiene las ideas igual de claras que el Che, pues «el socialismo no es algo coyuntural, sino una necesidad histórica». Esa firmeza de convicciones, esa actitud desafiante y juvenil que un hombre ya sexagenario mostró ante la adversidad en una década como la de los noventa, cuando lo que estaba de moda era la desbandada de los antiguos progresistas, el capitalismo sin contrapeso y el «fin de la historia» fukuyamiano, cambian la perspectiva del relato fílmico al introducir en él imperceptiblemente el paso del tiempo, con lo que el argumento del documental deja de ser la resistencia como posibilidad de liberación futura y se convierte en la certeza de que la lucha será interminable, y ello merced a la inyección de lucidez que la experiencia ha ido introduciendo año tras año en el discurso. Y, de esta manera, en 1995 el veterano líder les advierte a los estudiantes de la Universidad de La Habana que no podrán eludir el destino: «Cómo les queda lucha por delante, cómo les quedan batallas…».

Rebeca Chávez pone punto final a su relato en 2003, en la celebración del cincuentenario del asalto al cuartel Moncada, cuando el eterno superviviente que es Fidel (¡víctima incruenta de 629 intentos de asesinato, complotados por el Imperio!) repite una vez más, para que lo escuchen bien sus enemigos del norte, las famosísimas palabras con que se defendió frente los jueces de Batista: «Condenadme, no importa, los pueblos dirán la última palabra».

El DVD incluye cuatro extras. Mi hermano Fidel, filmado al principio de la Revolución por Santiago Álvarez, narra la tierna historia de un encuentro entre Castro y Salustiano Leyva, un anciano casi ciego de la provincia de Guantánamo que se contaba entonces entre los pocos cubanos supervivientes de los que habían conocido en persona a José Martí y a Máximo Gómez.

Condenadme, no importa, de Miguel Torres, describe con una puesta en escena de cine negro los acontecimientos que siguieron al asalto del cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 por parte de un grupo de jóvenes, denominados Los Moncadistas, capitaneados por Fidel Castro; como bien se sabe, dicho asalto fracasó y dio con los supervivientes en la cárcel, donde organizaron una escuela para los demás reclusos y siguieron con sus actividades de propaganda hasta que un indulto presidencial en 1955 los puso en libertad. El título del documental se refiere a la frase final del alegato con que Castro -abogado de profesión- se defendió a sí mismo en el juicio.

El cortometraje El primer delegado, realizado por un colectivo de directores del ICAIC, glosa los momentos en que José Martí dio a conocer las bases y los estatutos del Partido Revolucionario Cubano, la lucha incansable que el prócer sostuvo durante toda su vida por obtener la independencia, sus dotes de organizador político, la fundación final del partido, del que fue el primer delegado, y su ofrecimiento al general Máximo Gómez de la jefatura militar de la insurrección, todo ello narrado en directo por un locutor que ameniza con su lectura el trabajo de los cigarreros en una fábrica de tabaco, hasta que el documental llega a su clímax final: la reconversión simbólica del viejo partido martiano en uno de nuevo cuño, adaptado a los tiempos socialistas que entonces inauguraba la isla, con unas imágenes de antología en las que Fidel Castro demuestra hasta la saciedad sus extraordinarias dotes naturales para el espectáculo, que no creo de ninguna manera fingimiento o representación, sino más bien puro arte espontáneo de un líder que, según la jerga cinematográfica, es un auténtico «animal de escena», como bien descubrió el propio Oliver Stone, quien entre bromas y veras, tras la reciente caída de Fidel en Santa Clara, le ha propuesto hace poco en una carta, publicada por el Granma, ­el papel de abuelo de Superman en un hipotético rodaje…

La escena de El primer delegado a que me refiero, tomada con cámara fija en ligerísimo contrapicado, muestra al líder cubano tras un simple pupitre con cinco micrófonos y, a sus espaldas, los pliegues oscuros de unos cortinajes. El encuadre no puede ser más despojado y, sin embargo, de él se desprende uno de esos momentos fílmicos inolvidables de júbilo revolucionario, de reafirmación y de victoria, además de la quintaesencia del Castro orador, quien cuando está contento -y no siempre lo está- no sólo dice sus discursos, sino que también los baila. Habla Castro: «Y puesto que es necesario que el nombre de nuestro partido diga no lo que fuimos ayer, sino lo que somos hoy y lo que seremos mañana, ¿cuál es, a juicio de ustedes, el nombre que debe tener nuestro partido? […] ¡¡¡Partido Comunista de Cuba!!!». Para mi gusto, este largo plano fijo es el más memorable de todos los que el espectador puede paladear en los veintiocho documentales de la serie y su bondad estética no se debe a la pericia del cámara o del realizador, que se limitaron a establecer el ángulo y enfocar la lente, sino a la expresión corporal, instintiva y llena de autenticidad, con que el personaje filmado acompaña sus palabras. Aquel día logró lo imposible: superarse a sí mismo. Castro at his best…

Por último, Desafío, de Roberto Chile, relata las infinitas vicisitudes soportadas por la sociedad cubana desde 1992, tras la hecatombe de la URSS, que dejó la isla totalmente desprotegida frente a un bloqueo que, a partir de entonces, se ha hecho todavía más duro con la ley Helms-Burton, nueva vuelta de tuerca genocida en la política de agresión de los Estados Unidos contra el pequeño gran país que un día decidió escoger su propio destino sin ponerse de rodillas. Escuchemos al resistente Fidel: «No deseamos que la sangre de cubanos y norteamericanos sea derramada en una guerra, no deseamos que un incalculable número de vidas de personas que pueden ser amistosas se pierdan en una contienda, pero jamás un pueblo tuvo cosas tan sagradas que defender y convicciones tan profundas por las cuales luchar, de tal modo que prefiere desaparecer de la faz de la tierra antes que renunciar a la obra noble y generosa, por la cual muchas generaciones de cubanos han pagado el elevado costo de muchas vidas de sus mejores hijos. Nos acompaña la convicción más profunda de que las ideas pueden más que las armas, por sofisticadas y poderosas que éstas sean. Digamos como el Che cuando se despidió de nosotros: «Hasta la victoria siempre».»

Pero el documental termina bien, con imágenes de optimismo, pues los cubanos resistieron codo con codo y, a fuerza de trabajo y abnegación, en este nuevo milenio han logrado invertir la corriente para iniciar un crecimiento económico continuo que se mantiene a día de hoy. Sí, frente al Imperio y a pesar del Imperio, CUBA VA.

Reseñas anteriores:

Capítulo 1.- Che Guevara, donde nunca jamás se lo imaginan

Capítulo 2.- Antes del 59

Capítulo 3.- Los 4 años que estremecieron al mundo

Capítulo 4.- Una isla en la corriente

Capítulo 5.- Entre el arte y la cultura

Capítulo 6.- La solidaridad internacional


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Manuel Talens es escritor español (www.manueltalens.com)