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Entrevista con Adriana Pérez O’ connor, esposa de Gerardo Hernández, uno de los cinco patriotas cubanos prisioneros políticos del imperio

Del amor, la espera y otras esperanzas

Fuentes:

ENTREVISTA CON ADRIANA PÉREZ O’ CONNOR, ESPOSA DE GERARDO HERNÁNDEZ NORDELO, UNO DE LOS CINCO PATRIOTAS CUBANOS PRISIONEROS POLÍTICOS DEL IMPERIO, PUBLICADA EN LA REVISTA «BOHEMIA» Nº 20 -Año 96-OCTUBRE DE 2004   Para Adriana, la vida se paralizó el día en que le comunicaron la detención de Gerardo. Volvió a andar tres años más […]

ENTREVISTA CON ADRIANA PÉREZ O’ CONNOR, ESPOSA DE GERARDO HERNÁNDEZ NORDELO, UNO DE LOS CINCO PATRIOTAS CUBANOS PRISIONEROS POLÍTICOS DEL IMPERIO, PUBLICADA EN LA REVISTA «BOHEMIA» Nº 20 -Año 96-OCTUBRE DE 2004

 

Para Adriana, la vida se paralizó el día en que le comunicaron la detención de Gerardo. Volvió a andar tres años más tarde cuando conversó 12 minutos, por teléfono, con su esposo uno de los cinco patriotas antiterroristas cubanos prisioneros en cárceles estadounidenses. El Gobierno de Estados Unidos no le otorga visa para visitarlo en prisión.

 

La mañana apenas se instalaba cuando Adriana y Gerardo cruzaron miradas, abrazos y besos por un tiempo muy largo. Tanto que ni siquiera pudieron presentirlo. Mas, aquel ritual de despedida era, desde hacía años, una manera de amarse también. Menos aceptada por ellos, claro está, pero «somos jóvenes y tenemos toda una vida para estar juntos» se habían repetido en cada adiós.

 

Gerardo regresaba al extranjero tras un par de meses de vacaciones con la familia. Así había ocurrido desde que se casaron en 1988. «Un día antes de cumplir nuestro primer aniversario de casados viajó a Angola ‑recuerda Adriana‑. Doce meses después retornó al país y, en 1994, salió nuevamente fuera de Cuba.»

 

Aquella mañana de noviembre de 1997, el auto partió una vez más. Lágrimas, manos como labios, miradas como brazos, un adiós trémulo, adolorido el corazón…

 

«La noche previa a su partida los dos lloramos mucho, nos lastimaba separarnos luego de haber pasado tan buenas vacaciones. Además, sentíamos una rara angustia que no supimos precisar entonces», dice Adriana y sus grandes ojos negros se quedan al borde de una foto donde él la ciñe a su pecho.

 

Recuerdos que ayudan a vivir

 

Ni siquiera los empellones de quienes se apretujaban en la ruta 32 molestaron la labor del arquero que cautivó la existencia de los dos. Ella, estudiante de Química y él, del Instituto de Relaciones Internacionales del MINREX.

 

Después de varias semanas de insistencia varonil: piropos, poemas, teatros, parques y confesiones, Adriana se convenció, finalmente, de que el amor estaba justo donde sus 16 años habían soñado. A partir de entonces, «hemos tenido una relación muy apasionada y creativa. Por supuesto, con sus altas y bajas, pero siempre fueron más las altas. Incluso, muchas veces intentamos recordar los malos momentos y nunca lo logramos.

 

«Me impresionó su fuerte masculinidad y a la vez su gran delicadeza hacia mí. Gusto mucho de sus manos bien cuidadas, de su voz… Analizo mi vida, junto a Gerardo, y siento pasión por el hombre bueno que me tocó. Por el amor inmenso y sin límites que siempre me ha entregado. Con esas razones bastan para estar siempre a su lado, sin titubeos.»

 

El largo pasillo está repleto de las más diversas especies de plantas. Colocadas en tiestos sobre el piso o colgando del techo, orquídeas, helechos, platicerios, malangas… escoltan el camino hasta la vivienda de Adriana. `De cada lugar que visitamos, Gera y yo las trajimos y luego sembramos juntos. Era como el modo de llevar con nosotros un pedacito del sitio donde estuvimos.»

 

En el acogedor apartamento, fotos, libros y recuerdos de Gerardo aparecen a cada golpe de mirada. Cubriendo la mesa, varias cartas de él y otras que su esposa le escribía justo cuando llegamos.

 

«Su presencia es imprescindible para mí. Nosotros no dormimos juntos, pero estamos siempre unidos. Lo siento caminar por esta casa, meterse en la cocina y abrazarme mientras preparo algo para comer. Desde que decidimos ser una pareja, siempre vivimos la relación con mucha intensidad, como si cada día fuera el último. Tal vez por la misma necesidad de recordarnos en todo momento y más aún cuando estuviéramos separados»

 

«¿Los hijos…? Claro que no queremos quedarnos sin hijos. Ellos son una extensión del amor y una bendición que no todos reciben. Ciertamente, llevamos muchos años separados (una década) y en caso contrario, esos hijos habrían llegado por la misma necesidad de extender el amor. Ahora bien, para nosotros la ausencia de los hijos no será nunca una frustración.»

 

«Cuando Gera viajó la primera vez, pensé que sería por un tiempo corto. Con el tiempo, su ausencia me ayudó a percatarme de que sería un egoísmo mío no dejar que él participara de la crianza y educación de su hijo. Acordamos esperar hasta su regreso definitivo. Sin embargo, el tiempo comienza a marcar límites, los años ya son decisivos y representan un problema para el embarazo. Por supuesto, entre esas fronteras está el reloj biológico que también da avisos impostergables.»

 

El tiempo y la ausencia

 

Dos grandes tazas de café recién colado llegan como elixir de dioses en la tarde habanera. El bullicio infantil de una escuela primaria a ratos sube de tono, y entra por la ventana de la salita donde Adriana nos recibe: un pequeño espacio «diseñado para que Gera se sienta a gusto y muy reposado».

 

Tras el café, volvemos a hablar del Gerardo mucho más celoso que ella, aunque nunca hayan sentido desconfianza, ni la idea de estar perdiendo espacio en el amor de ambos.

 

Recuerda que cuando su esposo le compraba algo, era justo a la medida de la talla, el color, el gusto y la ocasión apropiada para usarlo. «Aprendimos a conocer los placeres y caprichos más pequeños de cada uno. Si alguien le pregunta qué comida prefiere, siempre dice, ‘la que cocina Adriana’. «

 

«Nosotros hacemos planes, todo el tiempo, para una vida futura. Hablamos de su regreso (como si solo él estuviera de viaje), y que no queremos despegarnos el uno del otro ni un segundo. No deja de jaranear o hacer chistes, como si nada hubiera cambiado para los dos.»

 

«Cuando la vida te da un tiempo a solas, analizas cómo has hecho todo. Y, ciertamente, al ser yo una mujer joven hubiera podido renunciar a toda esta situación. Quizá hubiera sido lo más fácil ante la certeza de permanecer al lado de un hombre sentenciado a dos cadenas perpetuas y 15 años más de condena. Pero nuestra realidad, para mí, es otra y en ella no cabe la separación.»

 

Adriana consulta y pide consejos al esposo lejano sobre todo lo que hará; él hasta le sugiere cuál ropa le quedaría mejor para una determinada ocasión. De ahí que durante los minutos ganados a la prisión, a través del teléfono, ellos logren compartir los detalles de una convivencia normal.

 

«Ese es un modo de hacer dinámica esta relación tan difícil. Él es un hombre que no le da chance a la tristeza y aunque es muy serio para tomar decisiones y enfrentar cualquier situación, asume la vida con mucha alegría. Siempre me trasmite mucha fortaleza para seguir adelante.»

 

«Añoro que esté aquí para visitar a nuestros amigos, ir al teatro, la playa, salir a bailar (aunque no somos buenos bailadores), pasear por las calles de La Habana, escuchar a Silvio o leer poemas de Benedetti, Nogueras, Gómez García y Fernández Retamar.»

 

Sonríe cuando recuerda los apodos con que Gerardo acostumbra a llamarla. «Unas veces me dice ‘nariz de regadera’ porque me suda mucho. Y otras, ‘bonsái.’ «

 

Y piensa, desde luego, en las flores que él solía dejarle bajo la almohada; en las charlas que se extendían hasta bien tarde en la madrugada y en los mensajes dejados en cualquier parte de la habitación.

 

El amor antes del héroe

 

Al decir de José Martí «las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes». Quizá por esta misma premisa, Adriana prefiere evocar más al hombre que ama desde los 16 años y que, para definirlo, solo le basta la palabra AMOR.

 

«Por supuesto, yo no me enamoré del héroe, sino de este hombre con defectos y virtudes, que se equivoca, o llora ante la pérdida de un amigo. Y que, a pesar de amarme tanto, renunció a vivir conmigo para estar donde era más útil.»

 

«No puedo dejar de mencionar, además, la excelente liga que posee de las cualidades de sus padres: la bondad, honestidad y dulzura de su mamá. El carácter fuerte y los principios de su padre, pues cuando tiene que tomar una decisión es un hombre que pone valor a todo lo que hace.»


«De hecho, nunca he dudado de sus determinaciones; en primer lugar, porque las sustenta en sentimientos muy fuertes. Por lo tanto, mi sacrificio no puede estar por debajo del suyo. Juntos también hemos atravesado otros momentos muy tristes: las muertes de su papá, de la hermana mayor y de su mejor amigo en México.»

 

Momentos estos desdichados como aquel día en que Adriana supo la noticia. «Yo estaba trabajando cuando fueron a comunicarme lo sucedido. Lo recuerdo como un instante muy duro», dice y su mirada se vuelve húmeda y distante.

 

«Mientras me informaban del apresamiento de Gerardo yo permanecí inmóvil. Varios segundos después me percaté de que ni siquiera respiraba. La vida se paralizó totalmente para mí durante aquellos minutos. Lo que viví luego resulta horrendo. Solo sabía que estaba vivo y que pasó 17 meses en el famoso hueco, aislado del mundo exterior.»

 

«Entonces admiré mucho más a mi Gerardo, su valentía y firmeza. Al cubano que mantuvo fidelidad a su país, a sus ideales, sin saber de su familia o si saldría con vida de allí.»

 

Con tan pavorosa incertidumbre convivió Adriana por tres años. «La primera vez que hablamos., tras ese largo silencio, resulta indescriptible. Fue un 30 de diciembre de 2000 y recuerdo que yo no podía sostenerme en pie porque me temblaba todo el cuerpo.»

 

«En los 12 minutos que duró la conversación no hubo tiempo para lágrimas; él preguntó por todos los familiares y amigos. Su voz era la misma que yo dejé de escuchar años atrás, también lo eran su amor y su ternura. Después de despedirnos me entró un frío incontrolable y los temblores de antes se hicieron mucho más fuertes. En su diario, René describe que después de colgar el teléfono, Gerardo fue dando saltos y gritos hasta su celda, tampoco él pudo controlar más sus emociones.»

 

«Hoy, las únicas vías de contacto que mantenernos son las cartas y las llamadas telefónicas que le autorizan en la prisión. Y que él debe utilizar para conversar no solo con la familia, sino con sus abogados y funcionarios cubanos de la sede diplomática en Estados Unidos.»

 

No lo podrán impedir…

 

El Gobierno de Estados Unidos no permite las visitas de Adriana a Gerardo porque, según ellos, esta mujer es. «un peligro para la seguridad del país». Parece no bastarles la inicua sentencia contra el joven cubano, que además se les ocurre idea tan necia.

 

En 2002 Adriana recibió visa para viajar a Estados Unidos con el propósito de visitar a su esposo. Sin embargo, cuando llegó a ese territorio fue sometida por el Buró Federal de Investigaciones a un intenso interrogatorio, aparentemente de rutina.

 

Tras 11 horas de detención en el aeropuerto, le ordenaron regresar a Cuba sin más explicaciones ni dejarle comunicarse con Gerardo. Desde entonces, ha continuado insistiendo en su solicitud de visa; ellos, en su negativa.

 

«Por supuesto que nos afecta esa prohibición. Hay cosas que no podemos hablar por teléfono, analizar o decidir. Aún así, a Gerardo no le gusta utilizar las palabras ‘tiempo perdido’; para él solo hemos invertido algunos años en esta separación.

 

«Nunca he tenido dudas de que la acusación es una cuestión política y como dijo el propio Gerardo, en cualquier momento, en otro lugar del sistema se hará justicia.»

 

«Vivo con la ilusión de mantenerme bien para su regreso. Cuando algunas personas me preguntan si yo confío en que vuelva, digo: ‘sí, por supuesto, no sé si será el próximo año o dentro de muchos más, pero lo tendré conmigo’.

 

«El Gobierno de Estados Unidos nos prohíbe encontrarnos, pero lo que no podrá impedir es nuestra fortaleza; el amor, la confianza y la solidez que hemos logrado.»

 

De repente, Adriana se levanta y va al cuarto. A su regreso viene leyendo unos versos del poeta cantor que la han acompañado por más de una década y que Gerardo tuvo a bien dejarle como certeza:

 

«Amada, regresaré despierto otra mañana terca de música y lirismo. . . regresaré del sol que alumbra el dulce abismo…»