En un principio, nosotros no creímos en su muerte. Lo de desaparecer en un lugar lejano de nuestra geografía, precisamente en un aeropuerto de Bangkok, nos pareció entonces como una suerte de recurso detectivesco y no como una ausencia definitiva. No lo creímos muerto, así que esperamos. Ya aparecería después con una nueva historia de […]
Don Vázquez Montalbán no era nuestro amigo, era nuestro compañero. «Compañero de viaje», dijo él en uno de sus escritos. «Compañero así nomás», dijimos y decimos nosotros. No sé si eso sea más o menos para él. Para nosotros es todo.
Sólo lo hablé en persona una vez, así que no intentaré siquiera decir cómo era o cómo no era. Recuerdo que, esa vez, intercambiamos los saludos de rigor y algunas bromas sobre artistas de España (Marisol, Joselito, Pili y Mili), creo que hasta cantamos a dueto aquella de «la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola…» Claro que él nunca reconoció que la entonamos a coro y me adjudicó entonces el papel de solista.
Dicho esto, permítanme una divagación. La habitación donde el Poder decide está cerrada a cal y canto. La democracia, nos dicen, es que nosotros, los de afuera y los más, podemos elegir quién entra y quién sale. Pero se les olvida aclararnos que sólo podemos escoger de entre los pocos que los más pocos nos presentan.
Y no sólo. Nosotros, los más y los de afuera, quienes padecemos las consecuencias de las decisiones que se toman en esa habitación, nada sabemos de ella. La política, nos repiten, es asunto de especialistas que sólo comprenden especialistas.
Así nos encontramos con que aparecen guerras envueltas en el papel celofán de argumentos insostenibles, programas económicos que no son sino guerras «blandas», crímenes culturales perpetrados en nombre de la modernización, aniquilamiento de identidades diferentes mediante el recurso expedito de eliminar a quienes las portan. En suma: la arbitrariedad asesina de la fuerza, pero vestida de «razón de Estado», de «razón económica», de «razón divina», de «razón neoliberal».
En algún lado del libro de Machado, Mairena y sus alumnos discurren sobre el teatro, sobre cómo las escenas en una habitación transcurren con la ausencia de un cuarto muro, y que es la ausencia de ese muro la que nos permite saber lo que pasa dentro. De la misma manera, los actores «hablan» sus pensamientos y es así como sabemos lo que pasa dentro de un personaje. Quienes hacen del ejercicio de la razón y el arte su trabajo pueden contribuir a derribar ese cuarto muro de la habitación del Poder y a hacer «hablar» a los personajes que la habitan. No sólo ayudarían a derrumbar el mito de la «política especializada» y a desaparecer el halo sobrenatural del Poder, también contribuirían a echar a andar otro mundo, uno mejor, uno donde quepan todos los mundos. La democracia sería así liberada de la prisión de los spots publicitarios, la frivolidad dejaría de ser programa de gobierno, y la estupidez ya no sería la bandera que ondearan, orgullosos, los gobernantes neoliberales.
Sería magnífico que, a quienes están en el Poder, se les obligara a leer al menos siete libros: uno de poesía, uno de cuentos, uno de novela, uno de teatro, uno de ensayo, uno de filosofía… y uno de gramática. Yo sé que todo esto puede sonar subversivo, utópico, o las dos cosas, así que no hagan mucho caso. En realidad lo traigo a cuento porque si algo puede definir el trabajo de Don Vázquez Montalbán es el mazo con el que se pasó derrumbando muros y la hábil ventriloquia con la que hizo hablar a los poderosos y a los intelectuales que les sirven.
Creo que él, Don Vázquez Montalbán, le tenía un profundo respeto al lector. Creo que se cuestionaba qué escribir, por qué y contra qué, y que trasladaba esas preguntas a la lectura: qué se lee, por qué y contra qué. Y creo que, como escritor, no les expropió las respuestas a sus lectores. Contradiciendo el título de uno de sus libros, no hizo panfletos. Por el contrario, hizo de la palabra una ventana, y una y otra vez, en sus escritos, se esmeró en mantenerla limpia y transparente. Fuera de entre los neoliberales, la palabra suele concitar respeto entre quienes la enfrentan, es decir, los que la hablan y escriben y los que la leen y escuchan. Si alguien me pidiera un ejemplo que sintetizara la resistencia de la humanidad frente a la guerra neoliberal, diría que la palabra. Y agregaría que una de sus trincheras más empecinadas, y afortunadas, es el libro.
Aunque, claro, es una trinchera muy otra porque se parece extraordinariamente a un puente. Porque quien escribe un libro y quien lo lee no hacen sino cruzar un puente.
Y el cruzar puentes, viene en cualquier manual de antropología que se respete, es una de las características del ser humano.
Ya me despido, pero no quisiera hacerlo sin antes declarar que, si alguien me pidiera una definición de Don Manuel Vázquez Montalbán diría que fue, y es, un puente. Vale. Salud y que la vida, algún día, transcurra sin muros.
* Extractado del texto enviado por Marcos al homenaje realizado en la FIL de Guadalajara al escritor.