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Texto presentado por Corriente Roja en el Congreso del PCE

Las condiciones para un proyecto comunista del siglo XXI

Fuentes: Rebelión

La doctrina materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y la educación, y, por lo tanto, unos hombres nuevos serán producto de nuevas condiciones y de educación nueva, olvida que son los hombres precisamente, los que alteran las circunstancias, y que también los educadores tienen que ser educados. Karl Marx. Tesis sobre […]

La doctrina materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y la educación, y, por lo tanto, unos hombres nuevos serán producto de nuevas condiciones y de educación nueva, olvida que son los hombres precisamente, los que alteran las circunstancias, y que también los educadores tienen que ser educados.

Karl Marx. Tesis sobre Feuerbach
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Nos encontramos en un momento en el que, de un modo cada vez más violento y descarnado, las agresiones del capitalismo en su versión neoliberal son sufridas por los trabajadores y las capas populares del Estado Español. Uno de los factores clave que explican la actual hegemonía ideológica del capitalismo se visualiza en la correlación de fuerzas de clase; nos encontramos con unas organizaciones de la teórica izquierda política y sindical que no sólo no son capaces de presentar y desarrollar un proyecto alternativo creíble, sino que ni siquiera tienen la capacidad, y en la mayoría de los casos tampoco la intención, de articular una estrategia mínima de resistencia.

En este marco, la necesidad de un proyecto comunista autónomo se hace más necesario que nunca. El fracaso del proyecto reformista de la socialdemocracia ha quedado demostrado, no solo en nuestro estado, sino a nivel europeo y mundial. El desmantelamiento casi total del llamado Estado del Bienestar y su conversión en un Estado de Guerra Global y Permanente es una buena muestra del proceso de involución que se ha producido incluso en los países del «centro» del sistema. La privatizacion de los servicios públicos es un proceso real que en nuestro país viene impuesto desde la Unión Europea, con el apoyo del grupo socialista. La lucha imperialista por los recursos energéticos, tiene en EEUU, su cara más violenta y arrogante; pero todos los países europeos, incluidos los gobiernos socialdemócratas, tienen estrategias con sus multinacionales: para ganar áreas geoestratégicas de influencia, abrir mercados exteriores a las empresas privadas nacionales, cubrir la demanda energética interna y repatriar las ganancias de estas empresas que operan en los países subdesarrollados que tienen importantes recursos naturales y graves problemas de financiación de su desarrollo económico. En definitiva, no existen alternativas de izquierdas con partidos que apoyan este orden económico internacional.

Pensamos que el objetivo de la superación del capitalismo hacia el socialismo y el comunismo no constituye simplemente una aspiración, sino que nace de las propias contradicciones que el capitalismo no está en condiciones de resolver. El capitalismo ha entrado en el tercer milenio con contradicciones y con expresiones de injusticia social cada vez más acentuadas, fenómenos como la guerra, el racismo, el trabajo esclavo, o el analfabetismo son buena muestra de la dirección del camino emprendido. Un camino que va en un sentido contrario al de la humanización de las relaciones sociales, va en el camino de la barbarie.

Afirmamos, también, la vigencia de la noción de «imperialismo». El Estado, pese que ha cambiado sus funciones en algunos casos, continúa siendo un elemento clave en el desarrollo del capitalismo y la expansión de las empresas transnacionales. La guerra de Iraq y la continua lucha, tanto en lo estrictamente económico como en lo geoestratégico, entre los principales polos imperialistas, Estados Unidos, Unión Europea y Japón, constituyen un ejemplo incuestionable.

La refundación del proyecto de los comunistas españoles, o lo que es lo mismo, la reconstrucción del proyecto emancipatorio de los trabajadores y los pueblos de nuestro estado, no debe pasar ni por la tentación de renegar del pasado, ni por la de no hacer balance de la historia de nuestro partido ni del movimiento comunista internacional. Seriamos enormemente injustos si despreciáramos el enorme potencial que supone para los comunistas el ejemplo y la tradición de la lucha antifascista y de las experiencias unitarias del siglo XX. Lo seriamos también, si no somos capaces de analizar los motivos que hicieron que «el siglo del comunismo» terminase con la derrota y la práctica desaparición de las experiencias socialistas.

Nosotros estamos convencidos de que el desmoronamiento de la Unión Soviética y de la práctica totalidad del campo socialista no supone, de ningún modo, la cancelación de la necesidad del comunismo ni una derrota ni mucho menos definitiva. Todos los grandes pensadores marxistas, Marx, Engels, Lenin, que constituyen nuestros principales referentes culturales, reflexionaron y sacaron consecuencias de las múltiples derrotas de la clase obrera: 1848, Comuna de París, revolución de 1905. Sin estos análisis y derrotas temporales, grandes triunfos como la gran revolución socialista de Octubre no hubieran sido nunca posibles. Debemos seguir su ejemplo e identificar los errores para no volver a repetirlos.

A la muerte de Lenin, el grupo que resultó vencedor en la lucha por la dirección del partido soviético, encaminó el citado partido, y, por ende, al movimiento comunista internacional, hacia una línea política que fue poco a poco separando la voluntad de las masas de la de sus gobernantes; que destruyó el profundo contenido democrático del concepto «dictadura del proletariado»; que fue gradualmente subordinando el internacionalismo a los intereses del estado soviético; y que, terminó con la vengorzante traición, del pase, con armas y bagajes, de la burocracia dirigente, a las filas del capitalismo.

El divorcio definitivo de esa línea política y de la socialdemocracia, en su actual versión neoliberal, constituye condición indispensable para poder plantear hoy la cuestión del comunismo.

Negamos categóricamente las teorías del revisionismo histórico según las cuales el marxismo mismo lleva en su código genético la tendencia al totalitarismo o a la ausencia de democracia. Es un hecho puntual, pero significativo que en el otoño de 1989, cuando la RDA llegaba a su fin, pintaron con aerosol en el monumento a Marx y Engels en Berlín, las palabras «No Culpables». No creemos, tampoco, que de haber triunfado el grupo que disputaba por la dirección del estado soviético con el de Stalin, en la lucha desarrollada en los años 20 del pasado siglo, debido a su tendencia al personalismo y a la interpretación dogmática del marxismo, estuviera garantizado un desarrollo de los acontecimientos mucho mejor que el que finalmente se dio.

La única alternativa al burocratismo y a las interpretaciones dogmáticas del marxismo es el desarrollo de la democracia socialista. El rápido abandono de experiencias, muy positivas, como los frentes populares antifascistas y la liquidación en el este europeo de las experiencias de democracia popular supusieron golpes, quizá definitivos, para el movimiento comunista internacional y especialmente para el europeo occidental. Por el contrario, los partidos comunistas occidentales, incluido el español, adoptaron una variante crítica de la línea soviética oficial, que fue el eurocomunismo, y que constituía la aceptación acrítica del liberalismo y del secuestro de la soberanía popular por parte de los parlamentos. Cometieron un error tan evidente como confundir democracia burguesa con democracia socialista. Hoy estamos pagando las consecuencias.

El Partido continúa constituyendo un instrumento esencial para los comunistas. Necesitamos un partido comunista capaz de organizar luchas, de promover conflictos, de desarrollar movimientos, con profundas raíces en la sociedad y en el mundo del trabajo y culturalmente autónomo de las ideologías dominantes: un partido que sea capaz de mantener abierta la perspectiva de la superación del capitalismo. Que ponga en primer plano la necesidad de una política para la organización, especialmente en la formación de cuadros y militantes, y al reforzamiento de las estructuras de base.

La fisonomía del partido debe ser determinada por las características concretas, actuales, de las transformaciones sociales y productivas. La construcción del partido no debe estar ligada a un modelo siempre válido, sino que la validez del modelo es determinada por su capacidad de representar y de ser instrumento adecuado de la idea de transformación que es propia de los comunistas. Cualquier aproximación dogmática al partido, que no parta de su cualidad de instrumento y de su contextualización histórica, es absolutamente errónea.

Si en nuestro país, la versión propia del eurocomunismo encabezada por la dirección liquidacionista de Carrillo, asumiendo la falsa democracia burguesa y renunciando expresamente al cambio revolucionario, asestó el golpe de gracia al proyecto de los comunistas españoles, la única solución consiste en iniciar el camino opuesto. La propuesta comunista sólo tendra unas bases teóricas sólidas si se construye sobre la negación de los pilares ideológicos de las instituciones del sistema. Solo el cuestionamiento del proceso de Transición, la denuncia de la ilegitimidad del régimen monárquico, la ruptura del pacto constitucional, y la denuncia permanente de la falsa identificación del parlamentarismo burgués como expresión de la soberanía popular, y la recuperación de la necesidad de la ruptura democrática pueden abrir el camino de la refundación comunista.

La salida de los comunistas de Izquierda Unida constituye para nosotros condición necesaria e indispensable, pero ni mucho menos suficiente, para el proceso de recuperación del proyecto comunista. No podemos caer en errores idealistas al aproximarnos a la figura del partido como un «fetiche». El partido comunista será necesario en tanto en cuanto sea útil para los trabajadores y para los oprimidos. No podemos negar la responsabilidad de los dirigentes del PCE, tanto en lo positivo como en lo negativo, en el proceso de creación y desarrollo de IU. Pretender presentarse, por parte de los mismos responsables que han destruido de modo científico y calculado el PCE, como un partido y unos dirigentes que nada tienen que ver con la degeneración de IU es un ejercicio de cinismo difícilmente superable.

Las siglas y la herencia histórica solo tienen un dueño y una legitimidad real, la de aquellos que mantienen la lucha y trabajan sin descanso por el comunismo. Direcciones liquidadoras, como la que terminó con el PSUC, no tienen ningún derecho a traicionar los esfuerzos y los sufrimientos de los miles de militantes comunistas que se dejaron la vida en la pelea sincera por un ideal que pretendía la liberación de todo el genero humano.

Los comunistas españoles necesitamos un partido que trabaje por la reconstrucción de la unidad de clase, por la constitución del sujeto social autónomo y por que la clase trabajadora española vuelva a constituirse en «clase para sí». Para esto es fundamental que el partido tenga una política definida y autónoma hacia las organizaciones sindicales y hacia el conjunto del movimiento obrero. El partido comunista no debe apoyar ninguna organización sindical incondicionalmente «por tradición». En la actualidad ni UGT ni CCOO constituyen herramientas eficaces para la defensa de los intereses de los trabajadores, sino todo lo contrario: forman parte y son sostén imprescindible de la estructura de dominación, por lo que el partido debe apoyar todas las experiencias sindicales que se desarrollen bajo premisas democráticas, combativas y de clase. El partido no debe desaprovechar ninguna ocasión para denunciar y combatir con todas sus armas las traiciones de las cúpulas burocráticas de los sindicatos.

Para la reconstrucción de la unidad de clase la integración de los inmigrantes constituye una condición indispensable y fundamental. No se debe contemplar la problemática de los trabajadores inmigrantes como algo ajeno al conjunto de la clase, sino que se debe trabajar por que se consideren parte integrante del conjunto de esta, y por que los trabajadores nativos les consideren unos compañeros de lucha más solo diferenciados por sufrir un grado de explotación más acentuado.

El fenómeno de la precariedad constituye el elemento clave para entender e intentar abordar toda la problemática del movimiento obrero. La subordinación de las direcciones de UGT y CCOO a los intereses de la patronal y la falta de estructuras eficaces para dar respuesta a esta problemática señalan la invalidez de los modelos sindicales vigentes. Unas organizaciones que solo negocian a la baja los intereses de un estrato de la clase cada vez menos numeroso y con edad más avanzada, no están en condiciones de ser herramientas útiles para los nuevos proletarios. Una política comunista consecuente en este tema debe ir encaminada en el apoyo y el aprendizaje de las formas de lucha y autoorganización de los jóvenes. El educador, más que nunca, es necesario que sea educado.

Hablar de partido significa referirse a la clase y a su articulación. Hoy la clase sigue el desarrollo de las fuerzas y asume una forma internacional concretamente y no ideológicamente. Esto significa que todo proceso de organización debe tener bien presente, por lo que respecta a nuestro país, la dimensión europea y su bloque económico, dentro del cual se están determinando los procesos de reorganización de la clase trabajadora.

Un proyecto comunista para el siglo XXI debe ser un proyecto netamente europeísta e internacionalista. Un proyecto que no solo denuncie el Tratado de la Constitución Europea sino que vaya a la raíz del problema e impugne los pilares mismos del modelo capitalista de construcción europea. Una alternativa, que sin dejar de lado la intervención en los espacios institucionales, apueste por la movilización social como eje central para la construcción de una Europa de los trabajadores, los derechos sociales y los pueblos.

Esta alternativa implica la salida del Partido de la Izquierda Europea. Un partido este, que carece de connotaciones de clase y anticapitalistas y que viene marcado por una perspectiva claramente institucionalista. Los comunistas debemos apoyar todas las iniciativas que, a escala europea y mundial, favorezcan una decidida unidad de acción de las fuerzas comunistas y de izquierda anticapitalista y antiimperialista. Un auténtico proyecto internacionalista no puede quedar constreñido a los marcos institucionales, con lo que ello tiene de aceptación del sistema, de la Unión Europea.

La lucha contra el imperialismo y el apoyo a los distintos pueblos que lo enfrentan representa un pilar fundamental para la reconstrucción de un nuevo internacionalismo. En este sentido es necesario redoblar los esfuerzos en apoyo de la revolución cubana, especialmente contra los ataques que se hacen desde posiciones falsamente «progresistas» que deben ser las más firmemente combatidas debido al peligro de confusión que entrañan para los trabajadores. El apoyo y el seguimiento del proceso venezolano deben ocupar también gran parte de nuestros esfuerzos al tratarse de un proceso incipiente, original y especialmente molesto para los intereses imperialistas.

Junto a todo esto, apoyo a la resistencia de los pueblos iraquí y palestino. Nuestra apuesta por la paz no es contradictoria con el apoyo de la resistencia armada, las formas de lucha dependen del contexto en el que se practican: al igual que en el Estado Español hoy es posible practicar la lucha pacífica pese a que en el pasado hubo que empuñar las armas contra el fascismo, los pueblos iraqui y palestino están obligados, debido a una guerra y una ocupación ilegitimas, a mantener una resistencia armada para derrotar a los invasores.

Un partido comunista que beba de las fuentes del marxismo no puede hacer otra que empeñarse en la defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos y las naciones de todo el mundo, siempre en un sentido socialista y no exclusivamente territorial, y por supuesto, de los pueblos y naciones del Estado Español. El derecho a la autodeterminación debe ser entendido, en la mejor tradición del Partido Comunista de España, en el sentido leninista del término, esto es, como el derecho de cada uno de esos pueblos o naciones a hacer efectivo su derecho a elegir su futuro, incluida la secesión.

Es necesario que el partido se implique a fondo en la intervención en los movimientos sociales en general, y en el movimiento antiglobalización en particular, como lugar de encuentro privilegiado con los sectores juveniles que acceden a la militancia política desde la militancia en los movimientos. La intervención del partido debe traducirse en el fortalecimiento de los movimientos, en el estudio de sus dinámicas, en la asunción de las formas organizativas más eficaces y en su potenciación. La política de los comunistas en los MMSS debe huir de todo tipo de dirigismo, tanto propio, como de otros grupos que pretendan dominar el movimiento para domesticarlo y rebajar sus contenidos anticapitalistas.

Los comunistas deben, también, contar con una política propia, autónoma y diferenciada en el ámbito local. Este ámbito supone un espacio de intervención en el que los comunistas pueden tener la oportunidad de trabajar en la microfundación del tejido social crítico y se nos presenta como lugar privilegiado para volver a recuperar, mediante el ejemplo, la ligazón, que nunca tuvo que romperse, entre ética y política.

La política local de los comunistas debe basarse en la reconstrucción de lo que muchos de sus dirigentes se empeñaron durantes años en destruir: el tejido asociativo crítico y no domesticado; en la lucha contra la especulación en todas sus formas; en la democracia participativa vinculante y en la exigencia de un comportamiento ético en la actuación de los cargos públicos.

En lo que respecta al aspecto organizativo necesitamos un partido democrático, abierto a la diversidad de opiniones y a la juventud. Un partido permeable que sea capaz de aprender de las experiencias y las formas de organización de los jóvenes y del nuevo precariado. Una organización que sirva para tender puentes y ayudar a los jóvenes a construir la organización comunista eficaz para el futuro.

En esta organización el «control» de los censos no debe ser el objetivo fundamental que determina mayoría y minorías. Es necesario que el debate y las propuestas políticas ocupen la mayor parte de los esfuerzos y desplacen o eliminen las luchas por el poder.

La organización debe tener una estructura adecuada a las condiciones reales de los trabajadores y los jóvenes. Es necesario combinar, huyendo de fórmulas preconcebidas, estructuras tanto en el territorio como en los centros de trabajo y estudio. Unas estructuras, estas, que respondan siempre a las necesidades y a militancias reales y que no reflejen simples estadísticas y «contabilidades creativas».

El problema de la refundación del comunismo de ningún modo se solventará con un retorno acrítico al pasado. Esta refundación solo será posible por medio de una combinación audaz y prudente a la vez, de análisis y acción. En este camino los militantes de las organizaciones tradicionales deberemos asumir el papel de saber construir los puentes necesarios para que los jóvenes se empeñen en la tarea de la reconstrucción de clase, y que, en este proceso vayan creando, siempre bajo criterios democráticos y no alienados, junto a nosotros, los instrumentos políticos y sindicales necesarios para la defensa de los intereses del conjunto de los trabajadores. Es un camino que merece la pena recorrer y en el que ninguna respuesta ni ninguna solución nos vendrá dada de antemano.