Así, por muy respetables que sean las ideas que descienden directamente de la religión, no siempre deben procurar los principios a las leyes civiles, porque estas tienen un fin particular: el bien general de la sociedad[1]. Montesquieu Anoche soñé, maldita ilusión, con el lobo, con un pez fuera del agua, con una red de arrastre […]
Así, por muy respetables que sean las ideas que descienden directamente de la religión, no siempre deben procurar los principios a las leyes civiles, porque estas tienen un fin particular: el bien general de la sociedad[1].
Montesquieu
Anoche soñé, maldita ilusión, con el lobo, con un pez fuera del agua, con una red de arrastre llena de anchoas estrujadas muertas por asfixia, con una oveja descarriada, con un barco a la deriva, con un niño huérfano al que se le planteaba un silogismo diabólico: si el S. XX ha conocido el mal absoluto bajo las formas del nazismo y del comunismo, y si estas dos ideologías hunden sus raíces en la Ilustración; entonces, las Luces son el origen del mal absoluto. Acto seguido, oí una voz que me decía: «No tengas miedo, si el hombre piensa y no cree, pasa lo que pasa: produce horror, y esto porque está solo y la Verdad no está en él. Has de creer que existe una única verdad, la Verdad, que está solo en Cristo, en la Iglesia. La Iglesia está viva».
Esta mañana me he despertado ante una cruz, la de del nombramiento de Benedicto XVI el Absoluto, azote de relativistas, pero es menester echarse al hombro dicha cruz con espíritu mitad rebelde, mitad sufí, y confiar y porfiar en que su crítica a la «dictadura del relativismo» nos espolee para superar todo relativismo que ponga en duda los principios universales de la República.
La Iglesia, dice Benedicto XVI, está viva; los fieles laicos deben contribuir a la construcción del Reino de Dios que se expande en el mundo, en cualquier manifestación de la vida; y, para ello, deben comprometerse en la vida política, que debe estar -he aquí la verdadera madre del cordero- regida por un laicismo «entendido como autonomía de la esfera civil y política de la religiosa y eclesiástica, pero no de la moral» [2] (el cursivo es de Ratzinger). Si la democracia no se basa en una «recta concepción de la persona», los católicos no deben ceder a compromiso alguno. Lo cual es absolutamente inconstitucional, lo cual ha cuajado en una presencia cada vez más intolerante en la vida civil, lo cual no debe ser, en absoluto, menospreciado. Los ejemplos de ello son muchos. Hace poco, el cardenal Trujillo[3], a propósito de la ley española que autoriza el matrimonio entre homosexuales, recordaba a todos los funcionarios que tuvieran que ver con el caso su deber de oponerse aun a riesgo de perder su puesto de trabajo, llamada que recibió obediente respuesta por parte de los alcaldes «populares» de Valladolid y de León, así como del alcalde socialista de La Coruña[4]; recuérdese, asimismo, la nota enviada por un Ratzinger aún Prefecto para la Congregación de la Fe a los obispos estadounidenses para que se negaran a dar la comunión a los políticos favorables al aborto (Kerry incluido); sin olvidar la insistente referencia del nuevo Papa a las raíces cristianas de Europa.
En cuanto a las materias no tratables, il catalogo è questo: aborto y eutanasia, embrión humano, matrimonio, libertad de educación, tutela social de los menores, liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (droga y prostitución), derecho a la libertad religiosa, desarrollo de una economía al servicio de la persona y el bien común y la paz[5].
La cosa se complica si alguno justifica la lapidación para las musulmanas adúlteras tal y como prescribe la sharia. Es más: la cosa no hay quien la entienda si se parte de la polisemia engañosa del término «cultura», si se recuerda que hay «Cultura» y «culturas», y que aún no se ha atrevido nadie a proponer un nuevo concepto orgánico que establezca una jerarquía de valores válida para todos. Alguien dijo, a propósito de los «valores», que sólo cuando vienen a faltar se sabe cuáles son los fundamentales. Como se ve, la clarividencia del nuevo Papa, que conoce la Verdad sin error, nos aclara -¡albricias!- el camino de vuelta a la razón. Los ataques de Ratzinger, y de quien pretenda imponer sus convicciones religiosas en la vida política, tienen de bueno que vivifican la escasa savia del viejo árbol cuyos frutos eran los principios universales de la República.
Ahora bien, ese desafío a la modernidad que, desde hace tiempo, lleva a cabo la alta jerarquía eclesiástica, no obedece, como quiere hacernos pensar Ratzinger, a cuestiones filosóficas sino prácticas: las iglesias están cada vez más vacías, sobre todo en Europa, y sin borregos en el rebaño, el que está perdido es el pastor. De ahí que se recurra al absolutismo del Pastor Alemán, que tanto gusta de mentar al lobo, para aborregar al que simplemente se sintiera triste, solo o abandonado; de ahí que debamos desempolvar la gloria de los ilustrados, que tan bien supieron desvelar la hipocresía de la falsa religiosidad. La razón última de este ataque nos la recuerda el propio Montesquieu:
«El bien de la Iglesia es un término equívoco. Hace tiempo expresaba la santidad de las costumbres. Hoy significa únicamente la prosperidad de ciertas personas y el aumento de sus privilegios o de sus entradas. Hacer algo por el bien de la Iglesia no quiere decir hacer algo por el Reino de Dios y por esa comunidad de fieles cuyo jefe es Jesucristo: quiere decir hacer algo contrario al interés de los laicos»[6].
Así pues, conviene recordarles a estos iluminados que dictan lo que es tratable y lo que no, la objeción más aguda que se le pueda hacer al clero, objeción en cuyo sentido último abundaron muchos ilustrados: son una multinacional riquísima en plena contradicción con el Evangelio, de modo que, en lugar de preocuparse por la paja en el ojo ajeno, comiencen por la viga en el suyo, haciendo públicas las cuentas reales del Vaticano, no esas que muestran números rojos, sino las que no se muestran por ser secretas, las del Istituto delle Opere Religiose (IOR). Y si esto es mucho pedir, que comiencen por una minucia: que digan cuánto han ganado en concepto de derechos televisivos con el reality show Gran Papá, ese que ha contado la enfermedad, agonía y muerte de Karol y del que ha salido triunfante Joseph. Y luego hablamos de homosexualidad, y también de pedofilia.
Por tanto, basta de hacernos cruces pensando en Benedicto XVI. Cruz y raya. Gaudeamus, habemus Papam Absolutum. La Iglesia está viva; el laicismo, ahora, más.
[1] MONTESQUIEU: «Che le cose che debbono esser regolate dai princìpi del diritto civile raramente possono esserlo dai princìpi delle leggi religiose» (Esprit, L.XXVI, IX) en Antologia degli scritti politici del Montesquieu (a cura di Nicola Mateucci). Il Mulino, Bologna, 1961, p.181
[2] RATZINGER, J.: Nota doctrinal acerca de algunas cuestiones relacionadas con el compromiso y el comportamiento de los católicos en la vida política, 24 de noviembre de 2002.
[3] Il Corriere della Sera, 22-4-05.
[4] Il Corriere della Sera, 27-4-05.
[5] RATZINGER, J.: Íbidem.
[6] MONTESQUIEU: Íbidem (Pensées, 214. I, p. 230) , p. 53.