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Analisis del Frente Patrotico Manuel Rodriguez

A Contra pelo de los poderosos

Fuentes: www.fpmr.org

En estas últimas semanas la cúpula del país, sus voceros y medios de comunicación oficiales, han celebrado con bombos y platillos la «recuperación» de la economía chilena. El crecimiento fue de un promedio de 6% en el año 2004, cifras que no se alcanzaba desde 1997. Por otra parte, las estadísticas relacionadas con producción y […]

En estas últimas semanas la cúpula del país, sus voceros y medios de comunicación oficiales, han celebrado con bombos y platillos la «recuperación» de la economía chilena. El crecimiento fue de un promedio de 6% en el año 2004, cifras que no se alcanzaba desde 1997. Por otra parte, las estadísticas relacionadas con producción y ventas industriales también fueron favorables, así como las de inflación e ingresos por exportaciones.

Los voceros de gobierno y del mundo empresarial, han llegado a decir que estas señales significan el fin del «período de vacas flacas», entusiasmo que intentan irradiar a todos los chilenos en una especie de versión criolla del mundo de Matrix.

En esta realidad virtual las cifras macroeconómicas tal vez crecen, pero lo que de verdad importa, es cómo se distribuyen los frutos de este crecimiento. En Chile el 10% más rico de la población sigue captando ingresos 35 veces más altos que el 10% más pobre. Aunque los políticos y economistas quieren convencernos que la principal prioridad es el crecimiento, resulta que este sólo llega a 1 de cada 10 chilenos.

La primera manifestación de esto es que los salarios reales de los trabajadores nunca han aumentado en la misma proporción que el mentado crecimiento económico, por eso cabe volverse a preguntarse: ¿a quién sirve objetivamente esta economía?

De acuerdo a los últimos Informes de Desarrollo Humano (de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE) Chile es una de las economías más desiguales del mundo. Según el índice utilizado, el llamado coeficiente de Gini, un nivel cero significa una sociedad perfectamente igualitaria, y el nivel 100 una totalmente desigual; nuestro país alcanza casi el 58, siendo la undécima más desigual del mundo.

La desigual distribución de las riquezas no sólo es una estadística económica puntual sino que es parte de la estructura de nuestra sociedad, donde las utilidades se concentran en pocas manos porque la propiedad está a su vez concentrada en pocas manos. De las veinte empresas más grandes de Chile, nueve son propiedad o están controladas por capitales extranjeros y sólo 16 grupos económicos controlan el 80 por ciento del PIB nacional.

En resumen, al concentrarse la propiedad también lo hacen las ganancias y los principales beneficios de este modelo exportador, del cual los trabajadores y el pueblo reciben sólo las sobras.

La política tradicional también es de propiedad privada

Esta situación de concentración y desigualdad no sólo interviene en los ámbitos financiero, la producción, telecomunicaciones, energía, transporte, etc, sino también en el ámbito político, de la disputa por la administración del Estado, donde, al igual que en lo económico, el sistema busca concentrar esta actividad en dos conglomerados monopólicos (equivalentes políticos de los grupos económicos), con un masivo empleo de los medios de comunicación para legitimar este orden, para hacerlo incuestionable; incluso convoca a los «descontentos» a insertarse en su seno para «dar la pelea desde dentro» (claro que hasta el límite que ellos ponen).

Fue la Concertación, a mediados de los años 1980, la primera en integrarse a este rayado de cancha, y luego a fines de dicha década, la mayoría de la izquierda tradicional de entonces. En el primer caso se explica por intereses de clase convergentes, en el segundo, por la insistencia en la aplicación de una estrategia electoral para la transformación social que se dice buscar.

En este escenario se insertan las variadas candidaturas y pre candidaturas presidenciales actuales, naciente campaña en que la Concertación se afana en capitalizar su victoria electoral sobre la derecha en las últimas elecciones municipales, apoyándose en las ya expuestas cifras del crecimiento económico para generar expectativas y esperanzas de resolver el desempleo, los bajos salarios y el «estado de malestar» permanente de la vida en este sistema.

Para fortalecer esta estrategia se lanza un «nuevo liderazgo» en las figuras de Michelle Bachellet y Soledad Alvear, que supuestamente representarían un esperanzador camino y perfil, un rostro «más amable y humano» del modelo con el objetivo de «reencantar» o recuperar la base social del conglomerado en las próximas elecciones. Pero los fríos hechos indican que no hay nada, ningún hecho, dicho o conducta que demuestre en ellas una opción política distinta a lo ya conocido, es más, ambas se han sumado y han dirigido gustosas las más conspicuas maniobras en función del poder imperante; el TLC, el apoyo por omisión a los golpistas venezolanos, el envío de tropas a Haití, o los intentos por blanquear la imagen de las Fuerzas Armadas. Por eso, aunque sus disputas rumbo a las primarias del conglomerado oficialista generen chispazos (tal como sucedió cuando a Lagos se le ocurrió decir públicamente su preferencia por Bachellet), ambas siguen representando el continuismo neoliberal y antipopular que ha caracterizado a todos los gobiernos concertacionistas.

A su vez la derecha no ha podido continuar monopolizando la estrategia de la imagen o discurso más «fresco», lo que hace unos años sí representó Lavín dentro del marco de la dirigencia política imperante. Situación que viene exacerbando nuevamente el eterno conflicto entre el ala más liberal de RN, y el pinochetismo a secas (UDI), al interior de esta alianza derechista.

En definitiva, con esta pugna entre la Derecha y la Concertación no estamos en presencia de proyectos de país distintos como eje de la confrontación, no hay profundas diferencias. Se trata lisa y llanamente del poder, la lucha por administrar este aún suculento negocio que es el Estado Chileno, confrontación entre diversos estilos y métodos que puede incluso darse el lujo de ser llevada a cabo sólo a través de efectos comunicacionales.

Respecto a los sectores populares, lo que estos años de gobiernos civiles indican, es que dentro del escenario rayado por el sistema y sus instituciones, no es posible construir una auténtica alternativa del pueblo, poniéndose a la orden del día una vez más, la urgente necesidad de avanzar por caminos propios e independientes a la hora de construir fuerzas o movimiento popular, incluso a contra pelo de las adversas condiciones imperantes, cuya legitimación sea dada por las mismas organizaciones de base y sus luchas sociales y políticas. No se puede hablar por ello de alternativa de poder, si no se rompe con las políticas tradicionales electoralistas de la izquierda criolla.

El PODEMOS y la amplitud con fines electorales

En el mes de enero se conoció el manifiesto titulado «Por un Chile Justo, construyamos la unidad», firmado por diversas organizaciones políticas que van desde el PODEMOS hasta miembros de la Concertación (militantes DC y del PS), pasando por la Surda y la llamada «Fuerza Social y Democrática».

Con un planteamiento anti neoliberal muy general, este sería el primer paso de un acuerdo mayor con la mirada puesta en un programa común y una candidatura presidencial y listas parlamentarias unitarias, que incluso (como antes ha ocurrido con espacios similares) es presentado como «el hecho político más importante de los últimos 20 años». O sea, el resultado electoral del PODEMOS y la nominación de sus pre candidatos, sirvió de aliciente para renovar los intentos de alianzas por arriba, como ya se ha hecho común en este sector político durante los últimos lustros.

Otra vez los temas de la unidad y construcción del movimiento popular son presentados como base para esta nueva iniciativa. Al respecto el año 2004, previo a las elecciones municipales, ya nos habíamos pronunciado sobre esto en el artículo «PODEMOS o la vía Revolucionaria», con el cual intentamos estimular un debate sobre la Construcción de Movimiento Popular bajo las actuales condiciones de lucha.

En el mismo establecimos que el centro de la reflexión para todos lo que se dicen anti neoliberales y anti imperialistas es, o debería ser, cómo avanzar en la construcción de sujetos y Fuerzas Sociales a partir de una construcción de base en el ámbito de los trabajadores, pobladores y estudiantes. Teniendo en cuenta que la experiencia de estos últimos 14 años nos indica, que la medición de los resultados de una política de este tipo, es muy distinta en tiempos y fondo a los de una política electoralista que es más cuantitativa y de corto plazo.

De hecho, en el mencionado artículo adelantamos que «es de esperar sin lugar a dudas que la lectura de esta votación será para los sectores que componen el PODEMOS todo un éxito, y una demostración de que el camino elegido es el correcto».

Y así ocurrió, esta instancia obtuvo una cifra cercana al 10%, que sirvió de fundamento a los que proclamaban que «tenían la razón» al sumarse al carro de las urnas. Claro, el resultado fue una expresión importante de descontento de vastos sectores por los efectos del modelo, pero, ¿ello puede indicar que tenemos un movimiento popular capaz de capitalizar esta votación para impulsar la lucha decidida y conciente contra el sistema?, ¿Es la cantidad de votos indicador certero de la justeza de una política?

Ciertamente no, pues de ser así, tendríamos que asumir que más de 70 por ciento de los chilenos que votó ya sea por la Concertación o por la Derecha, le están dando al neoliberalismo la legitimidad y el aval de ser un proyecto justo para nuestro país, lo que está lejos de ser real.

Hoy los proyectos de construcción popular están recién dando los primeros pasos, por lo que es un grave error sobredimensionar los resultados o absolutizar la vía electoral, legal o institucional, sobre todo cuando se concibe en oposición a otros instrumentos de acumulación de fuerzas, como la movilización política y social, la lucha reivindicativa y la construcción territorial de base.

Evidentemente este resultado dio al PODEMOS la posibilidad no sólo de codearse con la institucionalidad -si mantiene o aumenta su votación- sino también ser un actor «relevante» en las próximas elecciones en caso de una segunda vuelta, donde inevitablemente florecerán las negociaciones y compromisos que tendrán como fin la inclusión en el sistema, o bien otras opciones que provocarán tensiones entre los heterogéneos socios de este pacto, efecto inevitable cuando la unidad y la amplitud se busca preferentemente hacia los sectores social demócratas y de centro.

Los desafíos de la construcción

La política chilena tradicional se construye y desarrolla hoy en el escenario de las superestructuras, es decir, la disputa por la conducción dentro de los límites de la legalidad y las instituciones del Estado como único centro. Donde el parlamento es nada más que un lugar de escaramuzas pequeñas pues las grandes decisiones se toman en otros lugares, incluso fuera del país. Por ello, y con la actual correlación de fuerzas sociales, el sujeto de esta política basada en las elecciones y la inserción en el sistema no es siquiera una masa social concreta, sino las diversas superestructuras que se disputan representaciones para sí mismas. En este sentido, por muchos años se ha buscado encasillar al pueblo en esta estrategia, como si todo lo que esté por fuera de la política electoral sea marginarse o excluirse de la política como tal, negando absolutamente la posibilidad de otras estrategias de acumulación y lucha.

Como lo hemos dicho antes, los medios de lucha pueden potenciar una política (si son aplicadas en el momento adecuado) pero no pueden generar y constituir un movimiento o sujeto social. No puede seguir cubriéndose la falta de una base o soporte social, ni menos seguir permitiéndose «vitrinas» o tribunas a seudo dirigentes que apenas representan a sus electores, sólo por «ganar un espacio más dentro del sistema».

Respecto a la unidad, reiteramos el principio de que la suma de organizaciones no es igual a movimiento o «fuerza» social; no es por simple «pegoteo» como se consigue un movimiento de este tipo. Lo que se necesita a nivel nacional, sectorial y territorial como hemos planteado, son espacios donde cada organización se potencie con la presencia de la otra, para forjar la conciencia, el perfil y la ruta de la construcción de Movimiento Popular en la presente etapa de conflicto con el sistema imperante.

Por ello, nuestra política propone desplazar el eje desde la construcción superestructural elitista a la construcción por la base, cuyos contenidos abarque lo reivindicativo y lo político, la educación popular, la autodefensa de masas, y el trabajo de convergencia en el seno de los territorios y sectores. Este trabajo lo concebimos como de largo plazo, «de hormiga» en relación a sus metas estratégicas pero abierto y posible de cuantificarse y crecer en cada contingencia política y lucha sociales del presente.

De hecho, en septiembre, octubre y noviembre del año pasado fuimos parte y testigos de grandes y masivas manifestaciones antiimperialistas de protesta por la presencia de Bush y la APEC en Chile, convocadas por la Coordinadora Anti Apec, experiencia que demostró una acertada coordinación entre sectores revolucionarios, de izquierda y progresistas, un trabajo que se basó en la articulación de distintos grupos con propuestas diversas e incluso grandes diferencias.

Aplicando el criterio anterior en lo que respecta a las organizaciones como el PODEMOS, la Fuerza Social, Surda, etc, que se mueven, o aspiran insertarse en el espacio institucional y electoral, reafirmamos que «la gracia» de la convergencia es la convivencia de sectores distintos, que ninguno sea subordinado a la política del otro. PODEMOS y sus aliados niegan esto, reduciendo la unidad a un mero pacto electoral, desechando la oportunidad de acumular fuerzas con horizontes estratégicos, que propicie la construcción de movimiento popular en todas sus expresiones y diversidad.

Esperamos que no sólo los 14 años de gobiernos civiles, sino que también los más de 70 de aplicación de una política parlamentarista para transformar la sociedad chilena, sean suficientes para entender que la senda de la revolución no se camina por una sola calzada, y que no por tomar aparentes atajos se llega al destino buscado, y mucho menos «pagando peaje» a los dueños del poder.