Los Estados Unidos ha sido bastante hábil para movilizar a la opinión pública contra Cuba desde finales de los años ochenta. Envalentonado por la caída de la Unión Soviética, no ha escatimado recursos para derribar la revolución que no se rinde a 90 millas de la costa del Imperio. Una parte de este esfuerzo se […]
Los Estados Unidos ha sido bastante hábil para movilizar a la opinión pública contra Cuba desde finales de los años ochenta. Envalentonado por la caída de la Unión Soviética, no ha escatimado recursos para derribar la revolución que no se rinde a 90 millas de la costa del Imperio. Una parte de este esfuerzo se ha centrado en la creación de un movimiento artificial de oposición en la Isla con el fin de lograr el apoyo para él entre las organizaciones liberales e intelectuales. Pero los bibliotecarios estadounidenses, considerados como posibles colaboradores en el programa de desestabilización del Departamento de Estado, el Informe al Presidente de la Comisión Para la Asistencia a una Cuba Libre, no sólo se niegan a prestarse a ese juego, sino están tratando de apoyar a sus colegas cubanos para mejorar las bibliotecas allá.
La oposición a sueldo comprende varios componentes: grupos de sindicalistas independientes, periodistas independientes, partidos independientes y bibliotecas independientes, todos pagados y orientados por la Sección de Intereses de los Estados Unidos (SINA). También sus miembros son los mismos, pues una persona puede ser una agencia independiente de prensa, un partido político y a la vez tener una biblioteca en su casa. La poca incidencia que tiene la «sociedad civil» al estilo norteamericano se puso en evidencia el 20-21 de mayo en el Congreso de la Disidencia Cubana, celebrado en la Habana. Patrocinado por el Congreso estadounidense con una subvención de 6 millones de dólares y amenizado por un saludo en video del propio presidente Bush. Ese evento supuestamente iba a reunir a 360 organizaciones disidentes; asistieron apenas 100 personas.
Cuba no sólo cuenta con bibliotecas, sino cuenta con muchas, 400 precisamente, más otras 6.000 bibliotecas en las escuelas. Entonces, ¿Por qué el Departamento de Estado ha creado una red de bibliotecas independientes? ¿Qué es exactamente una biblioteca independiente? Rhonda L. Neugebauer y Larry Oberg, ambos bibliotecarios universitarios, viajaron a Cuba para reunirse con sus homólogos y estudiar el sistema de bibliotecas en el 2000. Pero también visitaron algunas de las llamadas bibliotecas independientes en casas particulares.
Lo que ellos descubrieron fueron puntos de contacto con el personal de la SINA y otros, quienes las visitaban periódicamente para dejar materiales y dinero. También descubrieron que por mantener los anaqueles con estos materiales en sus casas, los «bibliotecarios» ganaban un estipendio mensual — «por servicios prestados», tal como lo expresó uno de ellos. No encontraron ninguna evidencia de que alguien llegara a sacar en préstamo un libro, y cuando preguntaron a los vecinos, nadie parecía saber que las bibliotecas estaban allí.
Pero la historia no termina aquí. Desde hace algunos años Neugebauer ha tratado de establecer un programa de intercambio y apoyo con las verdaderas bibliotecas cubanas, que no sólo les faltan dinero para libros y revistas sino para fotocopiadoras y computadoras, así como para telefonía y apoyo técnico para que el público tenga acceso a la Internet. Pero ella y otros enfrentan una campaña sin cuartel para que la American Library Association (ALA) y similares denuncien al gobierno cubano y apoyen a las bibliotecas independientes. Campaña librada por un neoyorquino de nombre Robert Kent.
Kent fundó una organización en 1999 que denominó Amigos de las Bibliotecas Cubanas. Cuando viajó a Cuba, en mayo del mismo año, Kent hizo contacto con Aleida Godínez, una agente de la inteligencia que se hacía pasar por disidente. Godínez afirma que Kent se presentó como Robert Emmet, y quien hasta portaba un pasaporte con ese nombre. Él dijo que había llegado como enviado del ex-agente de la CIA, Frank Calzón, actual director ejecutivo del Centro en Pro de una Cuba Libre.
Emmet no llevó libros y tampoco pasó tiempo estudiando en alguna biblioteca. «Él resaltó mucho el papel de la prensa independiente», dice Godínez. «Él no dijo nada en absoluto acerca de las llamadas bibliotecas independientes. Apenas me comentó que él era bibliotecario». Más bien, Kent llegó con equipos de espionaje («una cámara, un radio de onda corta, un transmisor y receptor de 10-bandas, y un reloj marca Cassio») y mucho dinero en efectivo. Pero el aspecto más perturbador de la visita del bibliotecario fue que, según Godínez, Kent le pidió que le ayudara –con dibujos y fotografías –a describir las medidas de seguridad para la casa del vicepresidente del Consejo de Estado, Carlos Lage Dávila. Godínez dice que él le dio $100 para que comprara la película para ese fin. Cómo se comprenderá, «Emmet» fue detenido y expulsado por espionaje.
Como si esto no fuera bastante raro, 1999 es el mismo año en que el jefe de Reporteros Sin Fronteras, Robert Ménard, fue a Cuba, y la conducta de los dos hombres fue idéntica. Ambos llegaron como amigos de Calzón y ambos portaban efectivo y equipos electrónicos y buscaron a disidentes. Ambos hicieron preguntas que nada tenían que ver con el supuesto propósito de sus viajes: Ménard preguntó a su contacto, también un agente encubierto, si éste sabía de desafectos entre las fuerzas armadas. Kent reconoce que sus numerosos viajes a Cuba son patrocinados por Freedom House, una organización de Miami financiado por el Departamento de Estado.
Para tener una idea de las presiones que ejerce Kent sobre los bibliotecarios estadounidenses, he aquí una carta pública de su sitio Web remitida el 5 de junio a la presidenta de la ALA, intitulada «Llegó la Hora para que Se Declaren»:
«[N]osotros los miembros de los Amigos de las Bibliotecas Cubanas la invitamos a tomar una decisión, la cual establecerá de una vez para siempre su postura sobre uno de los asuntos más importantes acerca de la libertad intelectual que enfrentan los bibliotecarios hoy día: la persecución del movimiento cubano de bibliotecas independientes. Pedimos que se valga de su autoridad como presidenta de la ALA para invitar a Ramón Colas y Berta Mexidor, co-fundadores del movimiento cubano de bibliotecas independientes, para que intervengan en la próxima conferencia de la ALA en Chicago.
«Desde hace seis años, un grupo pequeño pero poderoso de extremistas dentro de la ALA ha recurrido a falsedades, evasiones y encubrimientos para evitar que la ALA cumpla con su deber de denunciar la persecución sistemática contra personas que, en un desafío histórico contra la tiranía, abren bibliotecas sin censura para sus compatriotas en Cuba. Aprovechando la desatención de la mayoría de los miembros de la ALA sobre esta polémica, durante los últimos seis años la facción extremista en la ALA ha tratado de hacer caso omiso de los numerosos informes de respetadas organizaciones de derechos humanos y periodistas, en los cuales se constata la persecución sistemática de los trabajadores de bibliotecas en Cuba. Tristemente, durante los últimos seis años los informes y resoluciones maquilados por el grupo extremista de la ALA para negar y encubrir la dura realidad cubana, se han aprobado ingenua e irreflexivamente por la mayoría inocente pero negligente del consejo de la ALA.»
Para los que aprecien el arte de la propaganda, la razón que ofrece Kent para negar a reunirse con los bibliotecarios cubanos y oponerse virulentamente a los intercambios profesionales es que ellos trabajan para el «Estado». Parece habérsele pasado por alto que en su trabajo para la Biblioteca Pública de Nueva York, él también trabaja para el Estado, tal como la mayoría de sus colegas. Y por su pasaporte falsificado y actividades y relaciones turbias, el «agente Emmet» debe de encontrarse más cerca del «Estado» que cualquier bibliotecario habanero.