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Respuesta a Juan C. García

Bipartidismo y presidencialismo en Colombia: ¿barcos a la deriva?

Fuentes: Rebelión

En un reciente artículo «Las multitudes en el régimen de seguridad neobonapartista»  plantea Juan C. García (ver enlace abajo) un debate sobre el papel del bipartidismo y el presidencialismo en Colombia, así como la crisis orgánica que vive la sociedad, producto de la expansión e imposición del sistema global capitalista, el Imperio. Esta crisis, afirma […]

En un reciente artículo «Las multitudes en el régimen de seguridad neobonapartista»  plantea Juan C. García (ver enlace abajo) un debate sobre el papel del bipartidismo y el presidencialismo en Colombia, así como la crisis orgánica que vive la sociedad, producto de la expansión e imposición del sistema global capitalista, el Imperio. Esta crisis, afirma el autor, tiene su origen a partir de la reforma constitucional de 1.991, es decir llevamos 15 años en ella. En el artículo se afirma, entre otros aspectos, lo siguiente:
   
1. En Colombia a partir de 1.991 (César Gaviria 1.990 – 1.994), después de la reforma constitucional, vivimos una quiebra de la dominación oligárquica del bipartidismo que lleva 15 años, que se ha profundizado en los últimos 6 años. Dicha reforma a la Constitución se llevó a cabo como un intento de sellar la crisis orgánica del Estado. Al mismo tiempo que en ella se profundiza el modelo económico neoliberal, con ello se agrava aún más la crisis. A partir de ahí, los partidos políticos oligárquicos decayeron hasta ser casi irrelevantes hoy. Estamos ante una transición hacia un régimen político neoregenerador- neopresidencialista (Álvaro Uribe). Pasamos de la gobernabilidad del sistema a la seguridad del régimen. El moderno Estado monolítico ya no existe, debido a la acción expansiva y destructora del sistema político global capitalista, el Imperio.

2. Colombia no podía ser una excepción a la acción destructora y devastadora de la globalización neoliberal, cuyo resultado ha sido no solamente la pauperización general de la sociedad, sino también la decadencia del estado y sus instituciones. Hoy los nuevos actores sociales son las multitudes, es decir, los miles de millones de trabajadores, desempleados y subempleados de todo el mundo, quienes con sus acciones y luchas se autovaloran y reapropian en el mismo proceso productivo, desafiando la hegemonía del imperio o poder global capitalista.

3. Por todo lo anterior, la seguridad se convierte en la política gubernamental ante la debilidad de la gobernabilidad presidencial, buscando siempre preservar la forma burguesa de representación. Es a partir de este nuevo desafío histórico que la burguesía responde con el péndulo de la paz y la guerra. De ahí que, alcanzar la paz por medio del diálogo con la guerrilla de las FARC fue la bandera de gobierno de Andrés pastrana (1998 – 2002); y declarar la guerra para derrotar las guerrillas y reestablecer la paz, ha sido la del gobierno de Álvaro Uribe (2002 – 2.006). Ambas presidencias son antipolíticas y de derecha, ya que obedecen a la crisis de soberanía del Estado globalizado y a la deficiencia representativa del sistema político.

5. La presidencia neobonapartista (régimen político con antecedentes en el S. XIX en Francia con Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón Bonaparte) de Álvaro Uribe elaboró una estrategia de guerra preventiva, conocida como guerra contra el terrorismo, para construir un Estado Comunitario. Y a través de dicho Estado lleva acabo la guerra social contra las multitudes para poder continuar con los procesos de expropiación capitalista, tal como sucederá con el TLC.

6. La guerra política de mitad del s. XX en Colombia, ha cambiado a una guerra social: envuelve a toda la sociedad. Estamos en la era de la globalización armada del capital transnacional que conocemos como sistema imperial, siguiendo a Toni Negri y M. Hardt con la guerra insurreccional (aunque no solamente ella), el régimen necesitó del auxilio de fuerzas (régimen monárquico de la Casa Blanca) más allá del propio Estado colombiano. Por eso la guerra en Colombia no es nacional, es transnacional.

8. Bajo estas condiciones históricas – social (20% desempleo, 40% subempleo), política (Andrés Pastrana y su gobierno antipolítico, tratando de hacer un gobierno de opinión pública, independiente del bipartidismo), económica (1.999 caída del PIB a niveles por debajo del 5%, nunca antes vistos) y militar (ofensiva de las FARC entre 1.996 y 1998 que puso en jaque la capacidad militar y seguridad del Estado llevó a Pastrana a un diálogo con las FARC. La ventaja en términos relativos la llevaban las FARC. El uno llegaba a la mesa con contundentes victorias militares y una agenda de discusión de doce puntos (planteamiento de los temas centrales a la crisis de la sociedad y el país), y el otro, el Estado, debilitado y pidiendo la ayuda a los Estados Unidos para hacerle frente al conflicto y confrontación armada.

9. Un régimen neobonapartista (Álvaro Uribe), gobierna con la opinión pública y por fuera de los partidos políticos (bipartidismo tradicional). Hace la guerra contra las multitudes explotadas y erige una forma estatal, el Estado Comunitario, que cierra a largo plazo la etapa neoregenadora del orden de los pocos (minoría que detenta y usufructúa el poder).

10. Como no puede haber mediación ni trascendencia al antagonismo entre el capital y el trabajo global, no cabe la posibilidad de hacer uso de las herramientas modernas de representación política, como el Estado o los partidos políticos para luchar. Las multitudes no buscan el poder, buscan la democracia, y esta es absoluta o no es nada. Es por eso que el procedimiento absoluto del comunismo tiene que romper los regímenes de seguridad. Lo común está llamado a solucionar la guerra civil a su favor. Pero lo realiza desde el interior del «sistema capitalista de producción», que se llama imperio.

El debate
Lo planteado arriba tiene una centralidad y connotaciones innegables en el debate político e ideológico que se está llevando a cabo en la izquierda, no solamente colombiana. El artículo expone claramente en qué teóricos políticos (Negri y Hardt, principalmente, pero también Alfredo V. Carrizosa y Fernando Guillén M. en el caso del régimen hacendatario) basan sus argumentos y análisis.

Sin lugar a dudas el artículo acierta en señalar que en Colombia estamos ante una ruptura histórica de dos instituciones claves para el dominio hegemónico burgués; los partidos políticos y la presidencia. Ambas centrales para el ejercicio del poder político y mantenimiento del dominio de clase. La tesis dos facciones (bipartidismo) una clase que históricamente ha caracterizado la burguesía colombiana, adquiere mayor vigencia a partir de la crisis de hegemonía, donde ésta cuestiona la capacidad de monopolio del poder por esta clase y el imperialismo. Al mismo tiempo, es urgente que la izquierda revolucionaria (diferente a la socialdemocracia y centro izquierda) debata e incida ideológica y políticamente en la coyuntura que vivimos, con el propósito de diseñar un programa (esbozo de los problemas que definen la crisis orgánica) y un colectivo dirigente que sea capaz de llevar a cabo dicho programa, con el apoyo amplio y mayoritario del pueblo colombiano. Hay que pensar para act
 uar y buscar el hundimiento, no sólo del barco a la deriva, sino la derrota política de la clase que lo ha comandado. La política, nacional y global sigue siendo determinada por la contradicción entre capital y trabajo pero se vive de acuerdo al grado de desarrollo de las clases enfrentadas. Las multitudes no han sido ni son acéfalas en cuanto a qué clase o intereses representan.

Imperio, Multitudes y Estado nación
Uno de los problemas de la teoría de Negri/Hardt sobre Imperio, es que cuando argumentan sobre la decadencia del estado nacional o imperial y hablan de «un imperio sin estados, exagera(n) la autonomía del capital respecto al estado y repite(n) como un logro las falsas propuestas de los ideólogos del libre mercado que pretenden que el ‘mercado mundial’ es supremo». Por el contrario, afirma James Petras, «el estado nacional en el mundo contemporáneo, tanto en su forma imperial como en la neocolonial, ha expandido su actividad. Lejos de ser un anacronismo, el estado se ha convertido en un elemento central de la economía mundial y dentro de los estados-nación. Sin embargo, las actividades del estado varían según su carácter de clase y si son estados imperiales o neocoloniales». 

Los estados imperiales (EE.UU. principalmente más no únicamente) han intervenido ante gobiernos clientes cuando se presentan graves crisis financieras a favor de las compañías multinacionales «para salvar y evitar el colapso de los sistemas financieros». Tal es el caso de México en 1.994 que estaba al borde del colapso financiero, y recibió ayuda del gobierno de Bill Clinton, quien intervino ante la banca mundial para que se le concedieran  20.000 millones de dólares a fin de rescatar a los inversionistas  estadounidenses y estabilizar el peso. O durante la crisis asiática  de finales de 1.998 cuando Corea del Sur, Indonesia, Tailandia, entre otras, recibieron un respaldo financiero en gran escala otorgado por la banca internacional, de miles de millones de dólares de rescate de aquellas economías en bancarrota. A cambio de una mayor apertura de sus economías y de la adquisición de sus empresas básicas por empresas extranjeras. ¿De dónde las empresas extranjeras? No eran las
 colombianas, haitianas, hindúes o iraníes. Eran de EE.UU., Francia, Inglaterra, Alemania y Japón.
De otro lado, la globalización no es sólo un producto del crecimiento de las compañías multinacionales, sino ante todo, de acuerdos de estado a estado. El marco de realización del capital, negociaciones, acuerdos comerciales, fijación de tarifas, inversión de capitales, políticas fiscales, apertura de mercados, es decir, de realización de la ganancia, es el estado nación. El TLC mismo, lo negocia e implementa el Estado monolítico, a través de sus representantes (y de los grandes grupos empresariales ligados al capital transnacional). El contexto, realidad, es el de un mundo que no es solo mercado global, sino la forma capitalismo global donde los estados nación son el marco, el terreno concreto de su realización. Por su puesto, el imperialismo en su fase expansiva (militar y económica), la actual lo es, tiene un poder destructor. Y esta fase destructora del imperialismo lo ha tensionado y traspasado todo. ¿Ha hecho inviable o cambiado la naturaleza de clase del estado- nación
 ? A riesgo de polemizar, creo que ni en los de la periferia. La historia la cuentan siempre los vencedores, estamos acostumbrados a escuchar. Y ésta la viene haciendo y contando un sistema mundial (Samir Amin) de Estados nación con (a) un largo pasado histórico, (b) una élite cultural bien establecida con dominio de un idioma escrito que abarque el territorio de la nación para fines administrativos y políticos (ideología), y (c) con una capacidad probada de conquista.  ¿Dichos criterios válidos para el s. XIX, no lo son hoy? ¿Y los que surgieron de los procesos de descolonización e independencia del XIX?
Si las minorías neoregenadoras representan los intereses de una clase en la era del imperialismo expansivo y destructor, ¿qué intereses representan los millones de la multitud? Las de un proletariado ampliado, entendiendo por éste aquellas mayorías explotadas, expropiadas y sometidas a la dinámica de un capitalismo global, no por nuevo ni abstracto, sino por más explotador, que alcanza su razón de ser en los mercados. Dicha dinámica tiene nombre propio. Utilización de mano de obra barata para la producción de mercancías en Polonia, Rumania, Pakistán, China, India, México, Guatemala, Chile, Colombia, etc. Pero también mercados (los que buscan las transnacionales) que ganan «espacios» para la extracción de recursos naturales estratégicos (gas, carbón, petróleo, bosques, agua), vía acuerdos favorables con gobiernos clientes. Ejemplos hay muchos: Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Colombia, Irak, entre otros.
Los estados nación no cesan de serlo ni su naturaleza (aparato de dominación de una clase sobre otra) cambia, porque el mercado global o la globalización destruyan cada vez más los derechos históricos alcanzados en duras luchas por la humanidad. Cambia su forma, sus instituciones, que son como los barcos desde donde han sido conducidos por tripulaciones que en algunos lugares están a punto de zozobrar. Todo tipo de negociación y acuerdo comercial busca que la circulación de mercancías y capitales, se dé sin restricciones. La globalización busca instrumentalizar al estado y quienes lo administran, para que las transnacionales (que tienen patria) con la producción, distribución y venta de sus productos realicen su única razón de ser: ganancias. El hecho que la NIKE produzca balones o zapatillas de fútbol en Pakistán a través de mano de obra infantil, no significa que las ganancias de la Nike vayan a manos pakistaníes. ¿Las maquilas no son acaso el ejemplo más demostrativo de la
  producción de mercancías, a partir de la mano de obra más barata del mercado, sin muchos cumplidos? La acumulación capitalista no se va a todas partes y el estado nación no desaparece, porque se instalen maquilas por doquier, lo que se internacionaliza es la explotación donde el estado, quienes lo gobiernan, aceptan o permiten esa instrumentalización (globalización) de la explotación de mano de obra en su territorio, a bajo costo para las transnacionales.
Bolivia, Ecuador, Venezuela: rompiendo la hegemonía imperialista y el dominio de clase
¿Cuál es el marco, ese barco a la deriva, en que se dan las protestas en Bolivia? ¿Qué base tienen las protestas allí? ¿No es local, regional y finalmente nacional? ¿Son multitudes o indígenas, obreros mineros, campesinos cultivadores de coca y empleados públicos que (organización, cambio radical, clase desposeída) están enfrentados a una oligarquía y sus instituciones en decadencia como la presidencia y el parlamento? Todo ello en ebullición en una nación que para algunos es considerada «inviable». Si bien sus conquistas significan reconquistar los recursos naturales a las transnacionales, y recuperarlos para el pueblo, el planteamiento del movimiento está dentro del marco del Estado Nación. Nacionalizar el gas y los hidrocarburos a través de una movilización nacional, que por vía extraparlamentaria conquistó lo que los gobernantes clientes de las multinacionales y fieles defensoras de los intereses oligárquicos les venían negando por décadas.
En Ecuador, de nuevo, los movimientos populares han puesto en jaque y desafiado el monopolio del poder ejercido desde la Independencia por los gobiernos oligárquicos y decadentes con su institución presidencial y parlamentaria.
La respuesta del pueblo venezolano a la ofensiva del imperialismo la está dando un pueblo que apoya masivamente a su presidente, al gobierno y al rumbo alternativo que sigue el mandatario Bolivariano. Venezuela es un ejemplo de refundación de la política, a partir de los últimos 8 años con la llegada de Hugo Chávez. Y un modelo de gobierno y de Estado que se refunda en la V República Bolivariana, sustentada en una política económica dirigida a resolver los problemas históricos de pobreza y miseria, centrada en los intereses nacionales, es decir en la soberanía de la nación. Detrás no solamente hay una concepción nacionalista de defensa de la soberanía, sino de clase en defensa de los intereses de una mayoría del pueblo explotada e históricamente negada. En Venezuela también hubo un hundimiento y muerte política de los partidos de la oligarquía ADECO- COPEYANA que se alternaron el poder por décadas. Con ello no estamos afirmando que la burguesía como clase ha muerto. ¿Cuál es
 el marco, el nuevo barco, en que se desenvuelve la nueva Venezuela? De nuevo, el Estado nación.
En los tres ejemplos Bolivia, Ecuador y Venezuela los pueblos a partir de su organización, conciencia de clase o sector excluido del poder y el  planteamiento del problema (programa) vienen desafiando y arrebatando el monopolio del poder de la oligarquía que ha gobernado. Como también, han desafiado en lo local y nacional el poder de las transnacionales (nacionalizaciones) y de las instituciones al servicio del imperialismo, como en el caso reciente de la OEA. ¿Qué papel ha cumplido en las crisis respectivas esta institución proyanqui?

Colombia: ¿un nuevo presidente o un programa y gobierno colectivo que represente los intereses de los explotados y excluidos?
Colombia vive una crisis orgánica que abarca todos los órdenes de la sociedad. El político, social, económico y el conflicto militar. Se expresa, como bien lo señala el artículo de J. C García, en la quiebra de la dominación oligárquica del bipartidismo, en la incapacidad que tiene la clase dominante de hacer gobernable el país. Es válido afirmar que la reforma a la Constitución del 91, buscaba modificar los obstáculos jurídicos, políticos y económicos que impedían el logro de una sociedad basada en la justicia social, como condición indispensable para la paz. Pero ésta vino de la mano de un clamor popular, de un movimiento de opinión de más de 10 millones de votos que llamaban a convocar una Asamblea Nacional Constituyente, y que ésta fuera el foro deliberativo donde se discutieran los problemas que impedían construir una sociedad de amplia participación política, por apertura democrática, justa distribución de la riqueza, redefinición de las relaciones internacionales, y es
 tablecimiento de las bases de un modelo económico cuyo eje central fuera la solución a los graves problemas de exclusión social, pobreza, desempleo que vivía la mayoría de la población.
La realización de esta Constituyente, fue una de las condiciones de las guerrillas que se desmovilizaron en aquellos años como el M-19 y el EPL (hubo otros grupos). Por fuera quedaron las FARC y el ELN que no vieron condiciones para la participación, ni aceptaron la exigencia de desmovilización y la entrega de armas. La ruptura del sistema de dominio burgués en Colombia se debe, por un lado, a la lucha y confrontación que han llevado a cabo las distintas organizaciones populares, sindicales, indígenas, etc., como también al desafío militar de las guerrillas. Ese intento por superar la crisis orgánica de la sociedad, ha resultado ser un fracaso histórico. Por una parte los que creyeron y nos dijeron que esa era la solución, y cuestionaron a los demás sectores que no creyeron y desconfiaron de esta nueva táctica política de la clase dominante, no han podido responder a las preguntas: ¿Se solucionaron los graves problemas que vivía la sociedad en estos 15 años? ¿Hay menos pobrez
 a, más empleo, más soberanía y más libertades políticas, de expresión y movilización? ¿El país es más próspero? ¿Para quiénes? ¿Es más seguro el país con 3 millones de desplazados, miles de desaparecidos, encarcelados, desterrados y asesinados?
Nadie con un conocimiento básico de la historia colombiana, negaría que la burguesía acude cada vez más a formas y métodos de dominio y control de la situación que, incluso, van más allá de la llamada política de seguridad democrática, bandera de éste régimen. Y que no lo hace sola, sino en compañía del gran aliado: el imperialismo estadounidense, principalmente, pero no únicamente. Es conocida la presencia de la compañía inglesa, British Petroleum, BP, en el apoyo al paramilitarismo y la represión del movimiento sindical y el movimiento campesino de las zonas de extracción petrolera. Como el apoyo abierto que el gobierno laborista de Tony Blair ha brindado a éste y los anteriores regímenes.
¿Qué es prioritario, el candidato o el programa? ¿Ambos? ¿Necesita Colombia en esta etapa crucial un presidente?
Estas son preguntas pertinentes. Dependiendo de cómo la definamos, y de lo que querramos, estaríamos hablando de cuál podría ser una posible alternativa al estado de cosas. Los últimos meses hemos visto el arranque de la campaña política por la presidencia. Y ahí está el primer problema de la izquierda. Porque los problemas del bloque burgués hay que dejárselos a ellos. Incluso les llegó César Gaviria de refuerzo. La izquierda del Polo Democrático Independiente (PDI) ya tiene su candidato, el socialdemócrata Antonio Navarro. Como líder del ex -M19, funcionario del Estado, ex ministro, ex alcalde es poco lo que ha podido hacer. Y es poco lo que puede hacer. En realidad es más un cuadro cooptado por el establecimiento, más cercano a la burguesía que a la izquierda. Nunca ha dicho claramente qué piensa de los verdaderos problemas del país. Como el monitoreo del FMI a la economía del país, el pago de la deuda eterna, los acuerdos con el imperialismo, el intercambio humanitario, c
 ómo entiende una salida política negociada al conflicto militar, sobre la soberanía, el modelo económico, la cuestión del poder, entre otros temas. Está más interesado en ser presidente, en hacerse acompañar por un movimiento electoral que le ayude a derrotar a Álvaro Uribe que otra cosa. ¿Es ese el problema de Colombia? ¿Derrotar a Uribe? Y ¿sobre los problemas de pobreza, miseria, desempleo, sobre el neoliberalismo, la entrega de la soberanía al imperialismo, las fumigaciones, el saqueo de los recursos de la nación, qué? Carlos Gaviria el candidato de Alternativa Democrática siendo honesto y claro en decir que lo que le interesa es la unidad de la izquierda para derrotar a Uribe, ¿qué otra cosa propone? ¿Será que nos dejaremos arrastrar por el cuento que hay que aliarse a Antonio Navarro para que éste, en un salto cualitativo de la política, luego nos proponga que hay que aliarse con Serpa o cualquier otro candidato, no importa su extracción de clase, ni que intereses ideo
 lógicos defienda, para derrotar a Uribe? Sí ésta es la dinámica y posible solución a la crisis orgánica del Estado y la sociedad colombiana que propone la «izquierda», votaría por Uribe. Que vuelva a ganar Uribe. Ya veremos a la vuelta de cuatro años más de su clara y definida política de guerra y seguridad democrática. Con él estamos claros y sabemos a qué atenernos. ¿Pero con un Horacio Serpa, Antonio Navarro Wolf o cualquier otro que salte a la palestra porque quiere ser presidente y derrotar a Uribe, qué nos espera? No lo sabemos, en cambio con Uribe si.

Qué raro que a pocos desde la izquierda no se nos ocurra, demostrado como está, que la burguesía y sus aparatos políticos de dominio como los partidos y el presidencialismo están a la deriva (por más que vengan nuevos capitanes, César Gaviria, al barco a la deriva a salvarlo), discutir y debatir ampliamente qué es lo primero en esta coyuntura histórica. Como definir los ejes de un programa de gobierno que reúna los temas centrales de la crisis orgánica que atravesamos. Y luego, unidos sobre ese programa de gobierno, aglutinar un movimiento político nacional que respalde una salida vía programa y candidatos después. Si es que se necesita un nuevo presidente en Colombia. ¿Se necesita, es esa la solución?   

La izquierda en Colombia no reivindica siquiera el socialismo, como va a poder hablar de que con «el procedimiento absoluto del comunismo» tenemos que «romper los regímenes de seguridad. Lo común está llamado a solucionar la guerra civil a su favor», nos dice Juan C. García en su artículo. «Pero lo realiza desde el interior del ‘sistema capitalista de producción’, que se llama imperio». Que resolviera la contradicción de clase a favor de los explotados, desposeídos, ese proletariado ampliado (multitudes) en la era de la llamada globalización, ya estaría bueno. Aunque me temo que lo tendría que hacer enfrentado, realmente, al imperialismo. Cómo le retumbará a la izquierda colombiana las palabras de Santiago Alba Rico: «…el internacionalismo y el marxismo deben ser en estos momentos selectivamente nacionalistas, están obligados a serlo.»

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Juan Carlos García
09-06-2005