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La dirigente comunista fue la única chilena torturada en este centro de la dictadura argentina

Cristina Carreño en El Olimpo

Fuentes: La Nación

El 21 de junio, Dora se enteró de la muerte de Suárez Mason por las noticias. Con el militar argentino, asesino de uno de los principales centros de represión de ese país, se fue a la tumba otra posibilidad de saber dónde, cuándo y por qué la dictadura de ese país golpeó y asesinó a […]


El 21 de junio, Dora se enteró de la muerte de Suárez Mason por las noticias. Con el militar argentino, asesino de uno de los principales centros de represión de ese país, se fue a la tumba otra posibilidad de saber dónde, cuándo y por qué la dictadura de ese país golpeó y asesinó a su hermana Cristina Carreño.

Cristina era una masa negra. Un marasmo. La gente que la vio en sus últimos años de vida dice que apenas podía caminar. Que apenas se movía. Y todos piensan que semejantes golpizas eran la brutal respuesta a su lealtad de fierro, casi inhumana.

Quienes compartieron con ella en El Olimpo -uno de los principales centros de tortura de la represión argentina-, aseguran que la agredieron hasta la muerte porque nunca dijo una palabra. No delató a nadie. No abrió la boca.

El 21 de junio pasado, todas las preguntas sin respuestas con relación a la muerte de Cristina vinieron otra vez a la memoria de su hermana, Dora. El torturador argentino Guillermo Suárez Mason murió en una cárcel común donde estaba detenido por las atrocidades cometidas durante la dictadura trasandina, y se llevó a la tumba parte del puzzle que necesita armar la familia de la única chilena torturada en El Olimpo -donde cometió algunos de sus crímenes Suárez Mason-, víctima de la coordinación de las dictaduras latinoamericanas, denominada Operación Cóndor.

Cristina tenía 33 años y una larga historia como militante del Partido Comunista cuando llegó a Buenos Aires. Era julio de 1978 cuando se hospedó en un hotel del barrio Once. Venía llegando de un trabajo de coordinación con el partido en Europa y ésta era su última escala antes de volver a Santiago.

Los testigos que la vieron esa noche dicen que Cristina salió de su habitación con camisa de dormir y descalza. Con miedo llegó hasta el consulado chileno a pedir ayuda, porque estaba segura de que unos hombres que la seguían podrían matarla. «En el consulado no la ayudaron. Le dijeron que se fuera tranquila y la subieron a un taxi. Desde ahí nunca nadie más la vio. Sólo quienes estuvieron con ella en El Olimpo», dice su hermana Dora.

«La chilena»

Sus compañeras de encierro le decían «La Chilena». Le pusieron así desde el momento mismo que llegó al garage oscuro. Ese 26 de julio de 1978 Cristina fue llevada hasta el centro de torturas.

Aunque sintió miedo ese día, siempre tuvo la certeza de que esto le podía ocurrir. Ya había perdido a un cuñado y a su padre a manos de la represión. También habían muerto sus amigos y contaba con otros tantos desaparecidos. Sin embargo, nunca creyó que a ella la seguirían en otro país.

En su casa de la calle Rosemblú en Ñuñoa, donde vivía hasta antes de su desaparición, sus hermanas y su madre sólo tuvieron noticias de su suerte 5 meses después. A partir de ese momento todo se fue a negro. Llegó la incertidumbre, el dolor y la angustia.

En su dormitorio quedaron intactos sus libros y los discos, entre ellos los de su compañero de partido Víctor Jara, cuya muerte le había causado una pena negra sólo unos años antes.

Sólo en los juicios que comenzaron al término de la dictadura de Videla, su hermana Dora se enteró de que Cristina había sido llevada al Olimpo. En esa misma instancia se enteró de cómo había sido golpeada y maltratada. También de que un día había sido «trasladada».

Nadie podía explicarse por qué a ella.

Los recuerdos sobre Cristina coinciden. Era una mujer alegre, de carácter liviano. Se gastaba el poco sueldo que conseguía como secretaria en comprarle juguetes a sus sobrinos. Se pasaba tardes enteras leyendo. Le gustaba leer. Sobre todo literatura femenina. Tenía ojos profundos, sonrisa fácil. Todo condensado en un cuerpo de 1,55 mts que no tenía relación con su grandeza.

Fue meses después de su secuestro que sus familiares pidieron información de ella en Policía Internacional en Chile. Extrañamente, y según los registros de la época, les dijeron que Cristina había ingresado al país el 26 de julio de 1978. En ese momento las dudas crecieron. Años más tarde las interrogantes se transformaron en certeza, cuando se enteraron que ella había sido víctima de la Operación Cóndor.

Su familia aún no sabe si Cristina fue asesinada en Argentina o la trajeron a morir a Chile. Su caso otra vez cobra relevancia porque uno de los represores y torturadores de El Olimpo murió la semana pasada, impidiendo con ello conocer cuál podría haber sido su destino.

Pero los miedos de su hermana Dora siguen en pie a casi 27 años de su desaparición. «Lo que me asusta cuando salgo a la calle, es que veo a todos caminando tranquilos. Yo no puedo, porque siento, siempre siento que esto puede volver a pasar. En Chile no hay reflexión sobre la masacre que se vivió en dictadura. Un informe Valech y un informe Rettig no bastan si quienes debieron convencerse del horror aún no lo han hecho».