1) ¿marxismo leninismo en el siglo XXI? El derrumbe del Campo Socialista del siglo XX se acompaña del retroceso ideológico de la izquierda institucionalizada a nivel mundial, y del llamado de antiguos compañeros a la «prudencia política» y a la «moderación» para apuntar «hacia los «cambios posibles». ¿Debemos entonces renunciar a las transformaciones radicales por […]
1) ¿marxismo leninismo en el siglo XXI?
El derrumbe del Campo Socialista del siglo XX se acompaña del retroceso ideológico de la izquierda institucionalizada a nivel mundial, y del llamado de antiguos compañeros a la «prudencia política» y a la «moderación» para apuntar «hacia los «cambios posibles». ¿Debemos entonces renunciar a las transformaciones radicales por vía revolucionaria?
¿Qué queda de la propuesta revolucionaria y de su posibilidad real?
Las causas sociales que motivaron la lucha revolucionaria de los pueblos en el siglo XX no han desaparecido. Por el contrario: se han agravado extraordinariamente, en algunos casos casi irreversiblemente. El cambio total es imprescindible y urgente. Pero ¿sigue siendo posible la revolución?
La ofensiva neoliberal contra todo intento revolucionario no cesa, lo cual es una señal indirecta de que lo temen. Los medios clonados de desinformación pública identifican revolución y liberación nacional con terrorismo. Mientras tanto el «revisionismo burgués» evolucionista, moderado y negociador gana nuevas cabezas y conquiste antiguas organizaciones revolucionarias.
¿Todo se derrumbó? ¿Y se derrumbó para siempre?
Quedan países como Cuba y Vietnam que tratan de salvaguardar lo esencial de sus conquistas, defendiendo los principios y a la vez negociando la supervivencia en condiciones muy dolorosas pero ineludibles. Corea del Norte hace opciones de dudosa eficiencia, pero de innegable coraje. Otros, como China, aceleran su desarrollo en términos macroeconómicos destrozando su propio medio ambiente pero intentando preservar cierta filosofía de solidaridad social ya muy desdibujada, y una saludable independencia en su política exterior. Queda Venezuela independiente, quedan retazos de lo que fue el Movimiento de Países No Alineados antes de que el imperialismo sumiera a Asia y África en la terrible miseria endémica con la que logró frenar momentáneamente los procesos de liberación. Y queda la no resignación, la resistencia heroica de los pueblos en todos lados. Pero el Sistema Imperialista Mundial conducido militarmente por USA (y controlado por la Organización Mundial de Comercio y la UN) parece más fuerte que nunca. ¡Parece!
Algo similar a lo que hoy ocurre en el mundo entero, esa desesperanza que vemos en muchos luchadores, ya ocurrió entre 1906 y 1912 a escala de un solo país, el país más extenso del mundo. Fue en Rusia después de la derrota del auge revolucionario ruso de 1905. Mientras algunos ex – revolucionarios se lamentaban de haber intentado cambiarlo todo (Plejánov, por ejemplo) otros se refugiaban en un relativismo de base filosófica (Bogdánov) para renunciar elegantemente a toda nueva tentativa transformadora en el mundo de la realidad. Para peor la guerra mundial que se avizoraba (y que estalló en 1914) debilitó los lazos entre los dirigentes obreros de los países ricos, y cada cual termino apoyando a «su» gobierno burgués.
Vladímir Ilich Lenin fue de los pocos que vio más allá de la inmensa derrota, corrigió insuficiencias pero no abandonó los principios.
Cuando el retroceso es muy grande la autocrítica debe serlo también. Pero eso no justifica el menospreciar el aprendizaje obtenido en el período de auge revolucionario, sobre todo si hubo en éste avances y conquistas inmensas. Por eso Lenin llamó a 1905 «el ensayo general» revolucionario, e hizo énfasis en los aprendizajes más que en las derrotas. Nosotros deberíamos hacer lo mismo. La ideología comunista del siglo XX, con sus variantes, debe ser estudiado en profundidad. ¡Y vaya si es una fuente de enseñanzas, sobre lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, el Sistema Socialista que existió entre 1917 y 1990! Hablando a una escala planetaria, ese fue nuestro «ensayo general» para los grandes desafíos del siglo XXI.
Pero volvamos 90 años atrás. Por entonces el análisis marxista fue enriquecido poderosamente por la fecunda obra teórica y la práctica revolucionaria de Lenin.
Creador del «bolchevismo» en 1903, él fue quien condujo a los pueblos de la inmensa Rusia desde el desánimo de 1906 al asalto del poder en 1917 y sentó las bases del camino de construcción de una nueva sociedad.
Su obra abarcó aspectos filosóficos, sociales, políticos, históricos y organizativos, y sigue siendo un basamento imprescindible para tener un referente, un marco teórico para comprender el hoy, el ayer y el mañana de cada uno de nuestros países pobres y su dependencia neocolonial.
Su nombre sigue siendo duramente atacado, mientras una hipócrita tolerancia se comienza a exhibir desde el academicismo burgués en relación a «ciertas ideas de Marx», su precursor y maestro. Marx fue en realidad el fundador del análisis «de clases» de la Historia de la Humanidad, el investigador meticuloso de la explotación económica y la alienación de las mayorías, el sistematizador de la ideología del proletariado industrial moderno; pero su voz ya queda suficientemente lejos en el tiempo, sus referencias concretas son menos comprensibles, y entonces es más fácil tergiversar su mensaje y «ablandarlo » convenientemente al gusto de las ideas moderadas que hoy predominan en la «izquierda» europea y latinoamericana..
Mientras en el siglo XXI un nuevo auge revolucionario de los pueblos madura lentamente debemos preguntarnos: ¿en qué aspectos concretos el marco teórico conceptual y el método de Lenin nos ayudan a pensar a nivel mundial, regional y aún a la escala de un país dependiente en esta difícil coyuntura mundial?
Yo propongo pensarlo desde los siguientes puntos:
a) la teoría de lenin del imperialismo como fase superior del capitalismo
Por 1850 cada burgués oprimía a «sus» obreros, dentro de «su» país y competía con los otros capitalistas. Cada capitalista miraba al mercado mundial sólo para vender sus productos ya elaborados o para obtener materia prima.
Por entonces era evidente la inminencia de una revolución social en Europa. No sólo la advirtió Marx en su época: todos hablaban de ella, con miedo o con esperanza. La Comuna de París (1871) fue su señal más clara. Pero la revolución social en los países más avanzados de Europa finalmente no se concretó. ¿por qué?
Esencialmente porque hubo algunos cambios en la actuación de los capitalistas. La fusión del capital bancario y el industrial, el nuevo poderío inversor para exportar capitales, el saqueo colonial y neocolonial , las nuevas formas del capital trasnacional, permitieron que «gotearan» ciertos beneficios al proletariado fabril de las metrópolis industriales, comprando a muchos de su dirigentes y calmando en parte las estrecheces económicas más angustiantes. Una nueva miseria en las colonias y neocolonias fue el precio de un nuevo «bienestar» obrero en las capitales imperialistas. El saqueo colonial y neocolonial fue la base económica para el soborno a los «Tony Blair» laboristas de la época. Y sólo Lenin lo dijo con claridad. porque quería plantear con claridad la revolución. Del análisis de Lenin se desprende que el capitalismo entra en el siglo XX en una fase de desarrollo muy desigual, que los países más industrializados están por ahora estabilizados, y que los eslabones más débiles del sistema globalizado (los que pueden quebrarse primero) van a estar ahora en la periferia. La revolución va a comenzar por los países dependientes y las colonias, y no en los países más ricos donde ahora la «aristocracia obrera» controla los sindicatos aburguesados de las grandes metrópolis y los partidos obreros caen en el «cretinismo parlamentario» (que no es participar en el Parlamento, sino creer en él).
Este análisis nos obliga a una aproximación más minuciosa a los «eslabones débiles». La historia de la República Oriental del Uruguay entendida desde un abordaje marxista – leninista explica algunas de su peculiaridades mucho mejor que desde cualquier otra óptica. Claro que falta la dimensión multicultural de un pueblo, ese factor que Lenin apenas esbozó en los años 20; claro que es insuficiente, porque el marxismo tuvo un corset muy europeo; pero nos da un marco teórico conceptual económico y social imprescindible.
Marx ya había escrito en El Capital que «el capitalismo nace chorreando sangre por todos sus poros». Los sangrientos sucesos de Salsipuedes fueron como el bautismo inaugural de un Estado diseñado y manejado desde afuera.
El Estado Oriental nació en 1830 ya muy condicionado. Setenta años después, (en 1900) la fase imperialista del capitalismo mundial acentuó esa dependencia. En realidad hacia 1900 todos los gobiernos de la región sudamericana vivían endeudados y totalmente dependientes de los préstamos europeos.
La vida y la autonomía de nuestros «estados latinoamericanos» fue siempre muy frágil y discutible. Sólo la existencia temporal de un Estado Obrero desde 1917 (y de un sistema socialista entre 1945 y 1990) permitió cierto alivio en las presiones y amenazas imperiales y dio cierta capacidad de maniobra en la gestión internacional del Estado burgués dependiente. Pero desaparecido momentáneamente el campo socialista (en 1990) las presiones se volvieron mucho más duras en los últimos 15 años. En lo básico, las definiciones de Lenin sobre el imperialismo siguen vigentes.
Claro que el marco teórico era demasiado europeo en exclusividad. Lenin reconocía que las «tres fuentes del marxismo» eran la Economía Política Inglesa, la Filosofía Clásica Alemana y el Socialismo Utópico Francés . Pero a pesar de no introducir un análisis multicultural para enriquecer el estudio de la lucha de clases, aún así, el análisis económico de la lucha de clases en la fase imperialista en las colonias y países neocolonizados es un punto de partida imprescindible.
b) el enfoque radicalmente anticolonialista de 1914.
En 1914 estalla en Europa lo que hoy llamamos Primera Guerra Mundial. Las grandes potencias peleaban por el reparto de colonias y áreas de influencia y obligaban a «sus» pueblos a «defender» las respectivas patrias.
Algunos «marxistas» teóricos de la época pensaban que el colonialismo y el neo colonialismo tenían una virtud: aceleraban el desarrollo capitalista en la periferia, y por consiguiente generaban a la larga los grandes destacamentos proletarios que la revolución mundial necesitaba.
En realidad, afirmaba Lenin, la justificación del colonialismo es una claudicación «nacionalista» de la aristocracia obrera de los países enriquecidos. La clara comprensión de Lenin de que los movimientos de liberación nacional anticolonialistas eran aliados del proletariado fue un desarrollo de la tesis marxista sobre la necesidad del «internacionalismo proletario» y un complemento de la tesis sobre la necesaria alianza de obreros y campesinos, que ya habían desarrollado Marx y Engels en sus últimos trabajos.
Pero la valoración de los movimientos de liberación como aliados estratégicos implica la necesidad de conocer mejor las particularidades culturales de cada lugar. El propio Lenin advertía que el Zarismo había hecho de Rusia una «cárcel de pueblos» y que cada uno de ellos tenía derecho a su autodeterminación y a la independencia nacional si así lo decidía. La liberación pasa también por conocerse mejor y conocer mejor el patrimonio cultural y el legado de los mayores.
Lenin fue un estudioso profundo de las tradiciones rusas, del arte y las tradiciones populares de su pueblo, y estudió la cultura tradicional y popular de cada lugar donde le tocó vivir. En París iba a los bodegones proletarios para oír cómo cantaba Montehus, hijo de mártires de la Comuna, quien con sus canciones era un azote satírico permanente de la gran burguesía . En Polonia recuperó el placer de hablar largo y tendido con los campesinos, como lo había hecho en su juventud en Simbirsk o en su destierro siberiano.
La actitud de Lenin hacia las culturas y tradiciones es de respeto y aprendizaje. Muy diferente por ejemplo a la actitud de Trotski, aquel gran teórico marxista que vivió exiliado en México… y nunca se puso a pensar en profundidad sobre la revolución mexicana que pasaba bajo sus narices. El anticolonialismo de Lenin implicaba además un desarrollo de la identidad nacional y local, respetando el «nacionalismo de la nación oprimida» tanto como condenando radicalmente «el nacionalismo de los opresores»… aunque los opresores fueran sus compatriotas. En su trabajo «¿A qué herencia renunciamos?» Lenin plantea que el sentimiento ruso por el talento de su pueblo, las tradiciones laboriosas y los aportes rusos a la cultura mundial son una legítima fuente de orgullo para sus compatriotas que a su vez debían condenar la maldita herencia de la opresión «rusa» sobres las otras nacionalidades.
c) la creatividad revolucionaria.
Lenin nació en 1870 y falleció en 1924. Fue el alma de la revolución obrera y campesina de 1917 en la inmensa Rusia, pero por muy poco tiempo pudo conducir el proceso de construcción del nuevo Estado: postrado en 1922 por la enfermedad y las secuelas de una seria herida, dictó sus últimos trabajos desde el lecho del que ya no pudo levantarse.
Lenin advertía que al comenzar el siglo XX algunas cosas habían cambiado radicalmente y que el análisis de Marx sobre la revolución proletaria, que seguía siendo justo, debía adecuarse a las nuevas condiciones.
Reiteremos lo esencial: los países desarrollados habían consolidado un sistema de saqueo neocolonial que les permitía disminuir los niveles de explotación de los trabajadores de las metrópolis generando una nueva ilusión de progreso para todos. Por lo tanto, concluye Lenin, disminuye el radicalismo de la lucha en las capitales imperiales y serán los países saqueados de la periferia («Los eslabones más débiles de la cadena imperial») los que primero harán la revolución emancipadora, y en ellos las tareas de liberación nacional serán la antesala de la lucha por el socialismo.
En el torbellino de la Primera Guerra Mundial también fue Lenin el primero en advertir que las organizaciones de desacato a los oficiales creadas por los soldados rusos (los soviets de soldados, obreros y campesinos) eran el embrión del poder popular (pueblo armado e insurrecto debatiendo sobre política en las trincheras y en los barrios)
.Si Lenin se hubiera guiado por una lectura mecánica, no creativa, de los textos de Marx y Engels, no hubiera podido triunfar la revolución de Octuibre de 1917. Un marxista demasiado apegado a los textos, por ejemplo, no hubiera advertido el nuevo papel de los «soviets».
d) la dictadura del proletariado
¿Qué es la dictadura del proletariado?
Hay dos formas de reemplazar radicalmente un orden jurídico instituido: por un golpe de estado o por la revolución.
El golpe de estado es generalmente una maniobra desde el poder real para la protección de una situación que se está yendo de las manos y que se desea preservar; en cambio la revolución es el desplazamiento de una clase dominante y la irrupción en el poder de otra clase que estaba excluida de la toma de decisiones o que estaba directamente oprimida.
La revolución es la forma superior de la lucha de clases.
¿Se puede hacer una revolución socialista en el marco legal organizado por la burguesía? En la época imperialista ¿se puede lograr la liberación nacional de un país oprimido, acogotado económicamente, respetando al mismo tiempo las reglas de juego institucional fijadas por el gobierno anterior con el beneplácito de las potencias dominantes?
Marx responde que no es posible tal tránsito pacífico, y lo confirma en el laboratorio de la vida tomando la experiencia del gobierno obrero revolucionario de París en 1871, brutalmente aplastado por la coalición de los ejércitos francés y prusiano.
Por eso Marx plantea la necesidad de un período de transición entre el derribamiento del gobierno opresor y la plena libertad de expresión para todos, porque las clases dominantes excluidas del gobierno todavía tienen por un tiempo la propiedad de los diarios, los medios de comunicación masiva, los medios de producción en general, y entonces, concluye Marx, la plena libertad de expresión para todos sigue siendo desigualdad antidemocrática en cuanto a las posibilidades de difundir las ideas de cada uno.
Y a esa etapa de transición (autoritaria contra los explotadores) la llama dictadura del proletariado que significa: plenas libertades para el pueblo trabajador, pero amordazamiento político circunstancial de los grandes propietarios de los medios de producción hasta el desmantelamiento irreversible de las bases de su poder económico.
Lenin en 1917 vuelve sobre el tema. Recuerda la polémica de Engels en el siglo anterior contra los «social-reformistas» («¿Han visto alguna vez una revolución esos señores?» había dicho Engels; «la revolución es el acto más autoritario que existe«)
Pero en 1917 Europa hierve de revolución inmediata, y procesos muy intensos se superponen y entrelazan.
Cuando uno se acerca a los árboles advierte que el verde uniforme de la selva nos impedía entender de lejos la diversidad concreta. Hay que acercarse a la calle, a la aldea, a la fábrica para operar en concreto, para tomar resoluciones de lucha en situaciones que pueden cambiar de un momento a otro.
En 1917, soviets mediante, el Zar de Todas las Rusias debió abdicar para evitar males mayores. Se constituyó el Gobierno Provisional. Si todos los dirigentes «socialistas» con influencia en los trabajadores se hubieran puesto de acuerdo, en esa situación caía no sólo el Zar, sino también el mismísimo Gobierno Provisional que lo sustituyó, sin disparar un solo tiro… ¡porque no hubiera habido quien contestara el fuego! Pero la mayoría de los «socialistas» se apresuraron a apoyar al Gobierno Provisional burgués y la posibilidad de un cambio de manos pacífico desapareció en el mes de junio. La transición sin guerra civil no hubiera excluido la necesidad de la dictadura del proletariado, que Lenin ya plantea como alianza obrero-campesina.
Si miramos para América Latina en el siglo XX vemos que el cambio revolucionario nunca funcionó en el marco de la legalidad «burguesa». Jacobo Arbenz quiso hacerlo en Guatemala en los 50 y lo destituyeron con un golpe militar; Allende quiso hacerlo en Chile en los 70 y lo asesinaron. Ahora la «izquierda» que sobrevive en el gobierno (no en el poder) dentro de un marco de legalidad burguesa tiene que hacer como Lula: derechizarse un poquito para ser tolerada por los Amos del Mundo.
En cambio Cuba, que apostó a la dictadura del proletariado, sobrevive como propuesta socialista desde 1959. La han bloqueado, han hecho pedazos su economía, su pueblo sufre penurias, Estados Unidos ocupa ilegítimamemnte una parte de su territorio desde donde obliga a un alerta militar permanente, pero Cuba no se rinde. Hay un decoro, una dignidad, que hace que el pueblo cubano (que vive protestando contra sus propias dificultades) no entregue su Patria a los designios neocoloniales.
Desde luego la dictadura del proletariado no ha sido antídoto a la restauración capitalista en la antigua URSS , pero ¿el régimen soviético sucumbió por exceso de dictadura del proletariado o por su debilitamiento? ¿Fue la falta de libertades para connotados agentes intelectuales del imperialismo o fue el aburguesamiento de los Jruschov y los Gorbachov lo que derrumbó la confianza de la gente en el socialismo?
2) La «primera independencia» de América Latina
Si miramos hacia atrás la gesta libertadora aún inconclusa de nuestra Patria Grande, los 500 años de resistencia que llevamos contra el proyecto colonial y neocolonial, vemos que los auténticos procesos populares no necesitaron de un marco de legalidad burguesa sino de formas propias, originales a cada cultura y a cada alianza multicultural, para la participación de todos; y que la pomposidad de las instituciones «representativas» copiadas de Europa siempre excluyeron a las mayorías populares.
La resistencia de las culturas originarias, la fuga de los afroamericanos esclavos, la llegada de inmigrantes pobres y discriminados, todo ese proceso heterogéneo de resistencia cultural y n ocasiones de lucha armada, encontró en suelo americano zonas de encuentro y cooperación entre las mayorías diferenciadas culturalmente.
En el siglo XVIII se forman grandes redes continentales de los oprimidos. A pesar de los esfuerzos colonialistas para enfrentar a los excluidos entre sí, poco a poco éstos construyen una propuesta unificada de resistencia.
Artigas busca para la convivencia multicultural en el nuevo mundo un marco institucional tomado de Europa y Estados Unidos, y termina basándose en la «soberanía particular de los pueblos», en exigir que los «indios» sean «señores de sí mismos» porque -afirma- ellos administran mejor sus asuntos por sus propios medios, y concluye que es mejor «promover la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable» asumiendo para ello la inevitabilidad de la violencia contra el opresor.
Artigas justifica el silenciamiento ideológico del enemigo (destituye a los maestros de escuela que critican el sistema popular) como medida coyuntural cuando aún la amenaza de la restauración conservadora no ha desaparecido. Y explica que hace todo esto porque la alternativa es «destrozar tiranos o ser infelices para siempre».
Las constituciones liberal-burguesas del siglo XIX, que marcan el nacimiento de los nuevos estados latinoamericanos, expresan la consolidación del modelo neocolonial sometido al capitalismo mercantil europeo y discriminante de las mayorías multiculturales que con su sangre amasaron los mejores sueños libertarios.
3) El marxismo en el Continente
La «izquierda» anarquista o marxista llega a América por sus puertos, y sus humildes portadores perciben en seguida la explotación y la exclusión n su tierra de adopción, pero no saben leer la memoria milenaria de la resistencia. Son demasiado urbanos.
Por eso los primeros partidos marxistas de hace 100 años en América del Sur estaban tan imbuidos de pensamiento europeo, que no examinaron suficientemente las potencialidades de aquella memoria indígena e insurrecta (hubo excepciones como Mariátegui en Perú, pero no muchos más).
¿Hubiera sido posible un tránsito original, latinoamericano, hacia el socialismo, ahorrando los dolores del capitalismo imperialista y la dependencia? Yo creo que sí: porque a mi juicio lo que demuestra la pasajera derrota del socialismo mundial es que las cosas no eran tan «mecánicas«: que -para decirlo con palabras de Lenin- la lucha de clases «no es tan lineal como la Avenida Nevski»
Quizás hubiera hecho falta un Lenin que identificara a tiempo nuestros «soviets» específicos para avanzar desde ellos
En la historia europea, según el «materialismo histórico» de Marx, a las sociedades primitivas sin clases sociales las sustituyeron las ciudades esclavistas y los imperios basados en la esclavitud, a éstos el feudalismo, a éste el capitalismo, y el capitalismo a su vez engendró el proletariado industrial que será su sepulturero mediante la revolución socialista.
Pero ya Marx había advertido que el orden en que él presentaba las sucesivas «Formaciones socioeconómicas» en Europa no tenía por qué ser universal, y que -por lo que él veía- debía hablarse al menos de un «Modo de Producción Asiático» en los antiguos imperios orientales, regímenes autoritarios que no correspondían ni al modo de producción europeo «esclavista» ni al modo de producción europeo «feudal».
Esta advertencia de Marx es de singular importancia para repensar procesos sudamericanos como el artiguismo, y preguntarnos si dentro de un marco teórico de «materialismo histórico» marxista la derrota artiguista era inevitable, o si era posible un desarrollo diferente de Sudamérica si las redes solidarias de indios , esclavos rebeldes y criollos humildes hubieran desarrollado su propia propuesta política
4) fuerzas productivas, relaciones de producción y sustentabilidad
El marxismo fundamenta filosóficamente la necesidad de la revolución social. Todo avanza a saltos, afirma Marx: a saltos se producen los cambios en la Naturaleza, a saltos evolucionan las formas de la vida, a saltos se registra el avance del pensamiento humano. Saltos violentos se dan también en los procesos sociales en los que una clase social dominante es desplazada por otra. Las lentas evoluciones son sólo intervalos de «acumulación de fuerzas» para el siguiente salto. Y los saltos no son caprichosos: están sujetos a las leyes de la dialéctica.
Pero en sus trabajos sobre la fase imperialista del capitalismo, especialmente en 1916, Lenin fundamenta el hecho de que vivimos en la antesala de la revolución socialista sobre un sólido cimiento teórico marxista: las fuerzas productivas se están desarrollando tan impetuosamente que dejan obsoletas las relaciones de producción tradicionales capitalistas, y obligan a un cambio en estas relaciones. Lenin anuncia que se va a producir inevitablemente la abolición de la propiedad privada y la liquidación de la explotación del trabajo, y que asistiremos al nacimieento de las relaciones de producción socialistas.
Además los monopolios imperialistas ya estaban eliminando algunos elementos clásicos de las relaciones de producción capitalistas, como es la libre concurrencia, la competencia, y facilitaban así la expropiación de los explotadores de un solo golpe.
Sin embargo, en tiempos de Lenin como antes en los de Marx, había un factor que no se tenía en cuenta: ahora sabemos que algunos recursos energéticos y materias primas imprescindibles para el modelo productivo industrializador (sea capitalista o socialista) pueden agotarse antes de lo previsto. El socialismo, insistía Lenin, va a dar un formidable impulso a las fuerzas productivas, ya liberadas de las relaciones de producción capitalistas, y eso será por primera vez en beneficio de las mayorías. Pero el impetuoso avance de las fuerzas productivas, advertimos ahora, puede agotar el petróleo, destruir la capa de ozono, contaminar el agua y cambiar el clima peligrosamente.
Ante los pueblos surgen ahora nuevas tareas de liberación: entre ellas, el control popular sobre los recursos no renovables para un uso solidario y sustentable, junto a la búsqueda de otras fuentes energéticas y la racionalización en el uso de los bienes que escasean. Frente a la cultura del derroche deberá impulsarse una cultura del ahorro y el cuidado del medio ambiente. Las fuerzas productivas deberán desarrollarse por caminos alternativos. Pero las tareas de liberación nacional, como en la época de Artigas, como en la época de Lenin y como en el futuro, pasan por la tierra como fuerza productiva esencial.
El modelo colonizador español-portugués simplemente «saqueaba» nuestras riquezas; las invasiones inglesas de 1806-7 además de saquear buscaban «imponer» las manufacturas de las metrópolis; después de 1890 la penetración norteamericana en la fase imperialista ya no sólo buscaba imponer mercancías sino también capitales para obtener altas cuotas y masas de plusvalía. Desde 1945 los organismos internacionales de crédito buscaban además estrangular la independencia financiera de los estados dependientes, pero sólo después de 1970 se busca trasladar a la periferia neocolonizada(o sea a nuestras tierras) la inmensa contaminación que destruye la calidad de vida de las zonas más industrializadas.
Y desde fines del siglo XX, se redoblan los esfuerzos de los Amos del Mundo para controlar y manipular los alimentos básicos de la humanidad (especialmente los cultivos mundiales de trigo, maíz, arroz, usando hibridación, transgénicos, patentamiento y clonación) y acceder al control privatizado del petróleo, el agua y hasta el aire puro que va quedando.
La lucha por la tierra sigue siendo la frontera entre las políticas claudicantes de entrega a las trasnacionales o liberación nacional. Sólo que hoy la lucha por la tierra no pasa sólo por la tenencia directa sino por la resistencia a las formas de uso agotadoras del recurso que se aplican para obtener insumos sólo útiles al derroche criminal de la oligarquía del Mundo.
La resistencia rioplatense a la instalación de las plantas de celulosa en el Río Uruguay es parte de la milenaria lucha por la tierra.
5) los cambios en el proletariado
Marx plantea que después de la Revolución Industrial, el proletariado fabril queda en una situación excepcional para dirigir la lucha de las mayorías contra toda forma de explotación.
Esta situación de privilegio se basa en tres características: a) ser la fuerza de trabajo principal, generadora de la plusvalía que está en la base de la ganancia del capitalista; o sea, que el proletariado fabril es imprescindible como clase en el proceso de generación de capital; b) estar concentrado en fábricas cada vez mayores, lo cual posibilita su organización y educación revolucionaria aún en condiciones de represión y c) ser urbano, o sea estar allí donde se concentran las instituciones del poder, lo que en caso de una insurrección no era un tema menor.
La exportación de capitales «aburguesó» un tanto a los obreros de las grandes ciudades, pero sembró proletariado industrial en los países dependientes; la alianza obrero-campesina pasó a visualizarse como una necesidad estratégica cada vez mayor, pero el proletariado fabril siguió siendo la vanguardia predecible con sus organizaciones políticas masivas o selectivas.
Pero después de 1980 hay un cambio brusco que algunos llaman la «sociedad post-industrial». La automatización y la robotización de los procesos productivos y de servicios limitó en muchos países la gravitación del proletariado fabril. El trabajo asalariado siguió estando en la base de la ganancia capitalista, pero ahora se necesitan menos asalariados por empresa y la cuota de plusvalía que se les extrae es mucho mayor gracias a la tecnificación sofisticada de los procesos productivos. En muchos países aparecen las fábricas cerradas y en ruinas como grandes dinosaurios de una época mejor, mientras nuevas empresas más contaminantes y con menos puestos de trabajo las sustituyen en el paisaje deteriorado de los países pobres que deben aceptar «lo que venga»…hasta que venga un gobierno con dignidad.
Hasta 1980 las grandes mayorías mundiales empobrecidas podían ser aceptadas como «ejército industrial de reserva» para presionar al proletariado fabril, para advertirle que no hiciera grandes huelgas recordándole que habían tres desempleados esperando por cada puesto vacante. Pero ahora los robots y los PCs no hacen huelga, y las mayorías mundiales cada vez más hambrientas y sedientas, (desde el punto de vista del capital) sobran. Es mejor que las aniquilen las epidemias y las guerras fanáticas, para que no consuman ni oxígeno, ni agua ni petróleo. Esa es la verdadera misión de la UN: aniquilar la capacidad de resistencia de los pueblos con programas hipócritas de «salvataje» que imponen transgénicos y clones, privatizaciones y «tropas de paz» so pretexto de ayuda internacional.
El proletariado fabril que sobrevive aún no ha perdido su empleo formal.
¿Puede seguir siendo vanguardia de los cambios una clase social que ahora tiene algo que perder: nada menos que su trabajo, que ya es un privilegio en relación a las mayorías condenadas a la informalidad y el hambre? Recuérdese que en el Manifiesto Comunista de 1848 Marx escribe: «el proletariado tiene una sola cosa para perder: sus cadenas». ¿Sigue siendo así?
El proletariado fabril se ha dividido: hay una «aristocracia obrera» acomodada, que no tiene ningún interés en perder su condición asalariada al servicio del capital y cuyas organizaciones sólo se movilizan por aumentos salariales, pero aceptan las políticas imperiales de «sus» gobiernos sin demasiada protesta. Dicho sea de paso, es sólo la acentuación de un proceso de acomodamiento que ya había advertido Engels en Alemania después de la muerte de Marx y que Lenin sistematizó al analizar la fase imperialista. Pero por otro lado sigue habiendo una inmensa mayoría de proletarios que sufren un trabajo esclavo en atroces condiciones, y que siguen luchando; saben que muchas veces la opción de trabajar en una industria contaminante, para dar de comer a su familia, es matar la naturaleza y el propio futuro. Junto a ellos avanzan loas desocupados y los condenados de la tierra, transformando el proletariado fabril en proletariado a secas, cuya dictadura transitoria quizás sea más inevitable que nunca en las nuevas condiciones. Porque hoy es imprescindible derribar al capitalismo, en este siglo que ya comenzó, o el capitalismo nos mata a todos. Si Fidel Castro dice desde los años sesenta «Patria o Muerte», quizás hoy los pueblos del mundo debamos decir «¡Vida o Muerte! ¡Venceremos!»
6) gobiernos «progresistas» y revolución
Los gobiernos progresistas del Cono Sur son como aspirinas para un enfermo grave. De todos modos, por suerte existen las aspirinas.
La luna de miel Lula-Kirchner-Vázquez-Bush- Banco Mundial.-Comunidad Europea no puede durar mucho. Si estos gobiernos siguen entregando posiciones, volverá la lucha de clases por abajo. Si por el contrario, después de un período de sondeos se desembarazan de los neoliberales y avanzan se encontrarán con un sistema imperialista hostil y habrá que apretarse el cinturón y apelar a la movilización y a la resistencia popular.
Para cualquiera de estas dos eventualidades, o para una combinación de ambas, no podemos estar inermes. Queda mucho por hacer.