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La batalla de la noche de San Juan

La Legión, ahora fuerza de choque contra las y los inmigrantes

Fuentes: El Mundo

La noche del pasado 23 de junio, 230 inmigrantes subsaharianos intentaron entrar en España por Melilla mediante escaleras artesanales y fueron interceptados de forma violenta por legionarios. El Ejército sólo admite que había miembros del tercio de maniobras en la frontera. Otto Moselly era el líder del grupo, el de mayor edad. Y fue el […]

La noche del pasado 23 de junio, 230 inmigrantes subsaharianos intentaron entrar en España por Melilla mediante escaleras artesanales y fueron interceptados de forma violenta por legionarios. El Ejército sólo admite que había miembros del tercio de maniobras en la frontera.

Otto Moselly era el líder del grupo, el de mayor edad. Y fue el que ordenó a sus cinco acompañantes que se agacharan entre la maleza. Los cinco cameruneses obedecieron. Intentaron no hacer demasiado ruido ni mover bruscamente la escalera de cinco metros que habían fabricado por la tarde en el bosque, cortando ellos mismos la madera y atando los peldaños con cuerda basta. Lo malo era la luna. La maldita luna estaba llena desde un día antes, alumbrando Melilla y el bosque de Los Pinos en la noche de San Juan, a espaldas de la localidad marroquí de Mari-Guarí.

Otto Moselly no podía verlos, pero sabía que, como cada noche, decenas de subsaharianos como él esperaban agazapados con escaleras semejantes a la suya dispuestos a saltar. Un coche de la Guardia Civil arrancó tras la alambrada y se perdió en una curva. Moselly se puso nervioso. Esperó un rato. El silencio era espeso. Jodida luna. No hay uniformes a la vista. Un buen momento. Dijo «vamos». Entre los seis cogieron la escalera y echaron a correr hacia la alambrada. Otto Moselly fue el primero en subir. Todo el perímetro fronterizo se vio salpicado de escaleras y de jóvenes oscuros que se precipitaban hacia España.

Una hora después Otto Moselly estaba tirado en una cuneta marroquí, semi inconsciente, con un brazo y una pierna rotos y abandonado en un camino de tierra del bosque de Los Pinos bajo la jodida luna llena. Y no en territorio español. Tenía miedo y frío. No sabía qué había ocurrido con sus compañeros. Eran las tres de la madrugada y por aquel camino no iba a pasar nadie. Se arrastró como pudo. Le dolía todo el cuerpo. No sólo por las fracturas. El soldado le había disparado a bocajarro con una bala de goma en una nalga. Lo había arrastrado de nuevo hacia la alambrada agarrándolo por su pierna rota. Le había esposado la muñeca fracturada a la alambrada y después le había abofeteado.

Otto Moselly no había oído nunca hablar a los veteranos de la frontera de soldados armados con bastones ni con escopetas que disparan caucho. Cuando el soldado le apuntó con aquello, Moselly pensaba que le iba a matar. «No, señor, por favor, señor, no, no dispare».

Informe de la Guardia Civil: «Melilla, 23/06/2005.- Sobre las 02.00 horas del día de hoy (23), el servicio de protección fronteriza establecido por esta comandancia se vio sorprendido por el intento de salto masivo y en fuerza de un contingente indeterminado de inmigrantes subsaharianos, cifrado en unas 250 personas que asaltaron por diversos puntos el vallado fronterizo con escaleras artesanales (…). El asalto se ha producido con dureza y se ha tenido que hacer uso de abundante material antidisturbios (…), produciéndose forcejeos y acometimientos muy duros que han ocasionado que 10 guardias civiles de esta comandancia hayan resultado con lesiones leves».

Nada referente a la actuación de un batallón de la Legión. Desde la maleza, tras la doble alambrada, Otto Moselly podía ver un campo de maniobras iluminado por la maldita luna llena. Y, a 500 metros, una edificación: la base del tercio melillense.

- Y cuando viste que el coche de la Guardia Civil desaparecía, saltaste, ¿no?

- Sí, el campo parecía libre. Pero de repente fue como la guerra. Del campo empezaron a salir soldados, no guardias, con los uniformes a manchas, como en la selva [se refiere al uniforme de camuflaje para maniobras] y varas de madera y armas.

- ¿Cómo una operación militar?

- Sí, sí, era una operación militar. El campo se iluminó y empezaron a salir. Estaban escondidos. Era como la guerra, pero nosotros no llevábamos armas…

- ¿Cuántos eran?

- Eso no sé. Cincuenta. Cien…

CRÓNICA ha podido confirmar que un batallón de legionarios se encontraba, casualmente, en la zona. Y que acudieron en ayuda de la Guardia Civil ante la avalancha, encendiendo los potentes focos del acuartelamiento sobre la zona de batalla. El Ministerio de Defensa sólo reconoce que ayudó con la iluminación y su presencia a la Guardia Civil. No la actuación militar. Sería la primera vez que los novios de la muerte son utilizados como fuerza de choque ante los inmigrantes.

Pero, se admite que se lanzaron unas 100 pelotas de goma. Que entre 30 y 40 subsaharianos consiguieron introducirse en territorio español. Que 60 escaleras artesanales, como la que llevaba el grupo de Otto, quedaron suspendidas de las alambradas fronterizas; que las fuerzas auxiliares de Marruecos, los Mehazula, detuvieron a 87 sin patria.

- ¿Qué uniforme llevaba el que te golpeó?

- El pelo… -hace el gesto señalando que rasurado con la mano-. Y un uniforme de manchas, ¿sabes? De la selva -dice en francés.

- ¿Y qué pasó?

- Intenté subir la verja otra vez. Entonces me agarró de una pierna y me caí. Me apuntó con la escopeta y yo creí que me iba a matar: «Por favor, señor, no, por favor».

Otto Moselly era cableoperador en Duala, Camerún. 31 años. Buena formación. Por eso es un líder. Fue a la escuela. Ni padre ni madre ni novia que le ladre, parafraseando libérrimamente su expresión en francés socarrón ante la pregunta del periodista. Está solo, o sea. Pero bromea porque está contento. Con su tobillo y su muñeca rota, se encuentra alojado en el mejor centro de menores de Marruecos. El de Nador. Al Jayriya.

Come bien y los niños del centro les ayudan a él y a sus siete compañeros lesionados e internados allí a llegar hasta los cuartos de baño. Les llevan la comida y el agua y les hacen compañía. Otto está verdaderamente contento de haber sido depositado allí después de una noche de pesadilla. La noche de San Juan. Una cabronada de luna llena alumbrando la valla y el futuro. Y el soldado. El soldado de uniforme de campaña y pelo rasurado. El legionario que, con un bastón de madera, le rompió el tobillo y la muñeca friamente después de inmovilizarlo con un disparo de caucho que Otto pensó que iba a matarlo. «Era un campo de batalla. Estaban esperándonos».

Los siete subsaharianos que ahora comparten barracón en el centro de menores de Nador narran la misma historia. Tras reducirlos a bastonazos y pelotazos de goma los arrastraron de nuevo hasta la verja de la frontera. Les esposaron las manos en los alambres, aunque las fracturas de las muñecas eran evidentes. Les abofetearon cuando estaban esposados. Los metieron en coches de la Guardia Civil, uno a uno, que los acercaron al discreto paso fronterizo peatonal de Farkhana, por donde es difícil que a esa hora pueda ver algo algún curioso. Y pagaron 50 euros por cada inmigrante para que la mezhanía marroquí se hiciera cargo de ellos. Es decir, siempre según la versión de los subsaharianos: apartarlos unos cuantos metros de la verja y dejarlos en las cunetas de los caminos.

Arrojados a la cuneta

A Otto Moselly lo recogió un marroquí madrugador que a las nueve de la mañana de aquella noche de brujas atravesaba Los Pinos con una carretilla. Otto se había quedado dormido. Inconsciente. El marroquí subió a Otto a la carretilla y lo dejó -quizá: Otto no lo puede precisar ni el centro quiere- en un pequeño centro de salud que hay en Farkhana. Allí le atendieron: es decir, le dieron un calmante y le arrojaron de nuevo a la carretera. Otto, con el tobillo y la muñeca rotas, se desmayó de nuevo en el camino. Le recogió el Patrol de Médicos sin Fronteras. Y le dio las primeras atenciones. Como al resto de heridos que encontraron en los alrededores. Antes de trasladarlos hasta el Hospital Comarcal de Nador.

En este centro sanitario reciben a CRÓNICA, seis días después de los sucesos, el delegado provincial de Sanidad del Gobierno marroquí, doctor Riuch; el traumatólogo que atendió aquella mañana a los subsaharianos, doctor Haourach Said; el generalista que ofreció el primer diagnóstico, Drederdik Abdeslem; y Douiri Omar, segundo en el escalafón el centro sanitario.

Los cuatro confirman que la primera versión de todos los atendidos aquella mañana del 24 de junio es coincidente. Y que no se conocían entre ellos. «Pero nosotros no vamos a decir si fueron golpeados o no, ni si fueron militres los que lo hicieron».

- Pero varios tienen las heridas en los mismos sitios. En las articulaciones de piernas y brazos.

- Nosotros los atendemos. No nos preocupamos de quién les ha hecho lo que tienen. Los atendemos como si fueran de aquí. A todos. Y no tenemos que preguntar nada.

- Pero ellos les contaron a ustedes que el Ejército español los golpeó cuando ya estaban en territorio melillense. Y que les pasaron ilegalmente la frontera y los pusieron en manos de la policía marroquí pagando el favor a 50 euros por cada herido. Si la Guardia Civil española hizo eso, es un delito. Tienen la obligación de atenderlos allí. No pueden deportar a un herido.

- Sí, eso es lo que nos contaron -admite, en español, Douiri Omar antes de cambiar de tema y divagar muy amablemente sobre códigos deontológicos y otras lindezas.

Deportación inminente

Aparte de Otto Moselly, en el centro de menores de Nador descansaban hasta la tarde del viernes los cameruneses Zeba Rachidou, Lucien Lowa, George Salif, Fabrice Djakou, Achiles Itak, y Che Loius; Appolain Djoub es de Togo. El viernes por la tarde los sacaron del centro y los condujeron a la comisaría de Nador. Se acabaron las vacaciones y la buena comida. Fuentes de organizaciones humanitarias en Nador, que prefieren permanecer en el anonimato, aseguraban al cierre de esta edición que los subsaharianos iban a ser devueltos a territorio argelino, desde donde pasaron a Marruecos, mañana lunes.

Entre los ocho suman seis piernas y cuatro brazos escayolados. Sus testimonios sobre la brutalidad que aplicaron los militares españoles es unánime. No así sus ganas de hablar con los periodistas. Otto y Che Loius son los primeros que aceptan hacer declaraciones a los periodistas españoles y que se les fotografíe. Pero el resto de ellos monta en cólera. Una cólera postrada desde las camas alineadas en el barracón donde convalecen. Tienen miedo de que la publicidad pueda provocar una reacción airada del gobierno marroquí. Huele mal. Demasiadas escayolas asfixiando miembros quebrados bajo el calor asfixiante del verano marroquí. Las ocho camas están alineadas en una especie de salón de actos sin butacas. Sólo un escenario. Encima de él, un grupo de unos 15 niños ve dibujos animados en una televisión ruidosa.

Lucien Lowa es el líder de los que no quieren hablar, aunque finalmente cuenta su guerra y convence a los demás de que, quizá, la publicación de su historia en España pueda ayudarles a no ser deportados. Tiene 20 años y en Camerún trabajaba como pintor de brocha gorda. Él acababa de saltar la valla aquella noche de San Juan cuando una luz intensa, relata, alumbró el campo de maniobras y vio a los soldados saltar sobre ellos.

También intentó subir de nuevo la valla y alcanzar la escalera.Tuvo la mala suerte de saltar justo frente a los legionarios que se encontraban allí de maniobras. «¿Mala suerte?», se pregunta el director de una organización humanitaria melillense que tampoco desea que la politización del asunto le implique. «La Guardia Civil de la frontera lleva cámaras térmicas y cámaras de infrarrojos. Si había 200 personas dispuestas a saltar ellos tenían que saber que estaban allí. ¿Sabes cómo distinguen con las cámaras térmicas a los inmigrantes subsaharianos de los marroquíes cuando se acercan a la frontera? Los marroquíes van en grupos. Pero los negros [sic] siempre atraviesan el bosque en fila india. Yo no creo que fuera casualidad».

Un legionario agarró a Lucien por una pierna. ¿Te defendiste? «No, yo no», dice con tal cara de inocencia que resulta evidente que está mintiendo. ¿Pataleaste? «No sé, supongo que sí, claro». Su relato, una vez tendido en el suelo, es idéntico al de los demás: golpes certeros en las articulaciones. «Me golpeó varias veces. Mis huesos no se rompían», se atreve a ironizar, infantilmente orgulloso de la dureza de sus huesos hoy quebrados.

Él también fue dejado tras la verja marroquí por la Guardia Civil, que, según ellos, sólo apareció una vez que la Legión ya se había hecho dueña del campo de batalla y los heridos con fracturas estaban esposados al vallado. La Guardia Civil lo metió en el coche y lo condujeron a una de las puertas de la alambrada. «El guardia civil le dio dinero al policía marroquí». ¿Cuánto? «50 euros». ¿Cómo lo sabes? «Lo vi, en un solo billete». A Lucien no lo arrastraron. Lo dejaron a pie de la valla después de golpearle, también, al otro lado de la frontera. Esta vez, quizá, ya sólo por diversión. Consiguió arrastrarse hasta la carretera que lleva a Tres Forcas. Allí, en la cuneta, lo recogió el furgón de Médicos sin Fronteras.

Los responsables de esta ONG en la provincia no quieren, tampoco, hacer declaraciones al respecto. Legalmente, ellos no pueden recoger, como han hecho, a ilegales en sus vehículos. Pero sobre cualquier norma hacen primar su código deontológico de prestar atención médica a cualquiera que la necesite, sea cual sea su situación legal.

En el bosque de Los Pinos, donde al caer la tarde se puede ver cada día a numerosos grupos de inmigrantes apostados cerca de las cunetas a la espera de una limosna y de que caiga la noche para acercarse a la alambrada, no se ve estos días a nadie. La presión policial ha crecido enormemente desde los incidentes de la noche de San Juan. En cuanto la policía marroquí tuvo noticia de que el centro de Al Jayriya estaba siendo visitado por españoles con cámaras y libretas, acudió allí. Algunas fuentes relacionan el encarcelamiento de los ocho subsaharianos en la tarde del viernes con esta visita.

Fuentes policiales de Nador han confirmado a CRÓNICA, a través de miembros de organizaciones humanitarias locales en contacto con este periódico, que las autoridades marroquíes habían decidido internar, a pesar de su estado de salud, a los ocho subsaharianos en los calabozos de la comisaría de la capital rifeña. Con toda probabilidad, añaden, serán conducidos a la frontera con Argelia el lunes por la mañana y entregados a las autoridades de aquel país.

Juan es el único que se librará. La Guardia Civil lo encontró cerca de la frontera, con la cabeza abierta, un brazo roto, convulsiones epilépticas y vómitos. Por eso, quizá, se queda en España. Él no dice nada de agresiones. Juan, amigo de Otto, sólo se cayó. Sabe que él se queda en España. Que la luna no reparte suerte igual a todos. La jodida luna llena.