Volver a juntar lo que alguna vez estuvo unido: la organización y la lucha política con la organización y la lucha social… Suena fácil, e incluso puede parecer obvio, pero no es ni lo uno ni lo otro. El historiador Mario Garcés, de la organización no gubernamental Educación y Comunicaciones (ECO), coordinador del Programa por […]
Volver a juntar lo que alguna vez estuvo unido: la organización y la lucha política con la organización y la lucha social…
Suena fácil, e incluso puede parecer obvio, pero no es ni lo uno ni lo otro. El historiador Mario Garcés, de la organización no gubernamental Educación y Comunicaciones (ECO), coordinador del Programa por un Mercosur Social y Solidario (ver PF Nº 598) y autor de varios textos sobre el movimiento social, aporta interesantes reflexiones y analiza experiencias de nuestro pasado.
En la búsqueda y construcción de alternativas al modelo, ¿qué papel le cabe a las organizaciones sociales? ¿Hay perspectivas de que levanten opciones políticas propias?
«Hay que tener presente dos problemas. Uno, que la noción dominante de la política está centrada en el Estado y en los partidos. Aparentemente, las organizaciones sociales no tendrían un papel político, a no ser que tengan un vínculo con los partidos. Eso ha sido, parcialmente, lo que ha ocurrido en Chile. Respecto de ese enfoque, la experiencia histórica muestra que las cosas no han sido tan claras y que más bien la política se ha transformado, el Estado se ha democratizado y las alternativas de cambio se han desarrollado cuando las organizaciones sociales están cumpliendo algún papel significativo».
¿Podría dar algunos ejemplos?
«En el siglo XIX la política era de la élite. Hemos polemizado entre los historiadores en cómo valorar políticamente el papel del mundo popular en ese siglo. Cuando pensamos en formas tradicionales, los únicos que podían hacer política -y lo hicieron- eran los artesanos, ya que se organizaron, formaron un partido (Partido Democrático, en 1887), organizaban marchas, podían llegar al Parlamento, etc. Sin embargo, también sabemos que en todas las guerras civiles, conflictos y coyunturas críticas siempre eran los peones quienes asaltaban las pulperías, liberaban a los presos, se tomaban pueblos e intervenían activamente. Pero como no tenían organización, no entraban en los cánones tradicionales de la política y se quedaban afuera. A fines del siglo XIX y principios del XX las fuerzas populares -sobre todo con el desarrollo del capitalismo que tiende a dar mayor estructura a las clases-, comienzan a intervenir en la política. Pero sus demandas no son escuchadas y por eso deben recurrir a manifestaciones de fuerza. Como no existe derecho a huelga, los trabajadores del salitre se reúnen, bajan a la ciudad y copan Iquique, presionando para negociar. El gobierno, al comienzo no sabe qué hacer…».
Pero termina ordenando una matanza…
«Culminó en una matanza… Pero esa situación ya se había producido en 1903 en una gran huelga en Valparaíso; en Santiago en 1905, y en Antofagasta en 1906. Es decir, fue un período en que hubo muertos por centenares. Se vio, entonces, que no sólo se necesitaban acciones de fuerza, sino también organización y propuestas políticas propias. En esa época el mayor desafío para el movimiento popular era que no podía participar en la política tradicional, que se daba en los salones del Club de la Unión, completamente separada de la experiencia y la vida del pueblo. Además, tenía que avanzar en experiencias de acción directa. Así, el movimiento popular tuvo que crear su propia política. La hazaña de Luis Emilio Recabarren fue ser un dirigente e intelectual capaz de enfrentar ese problema. La base de la política popular se sustentó en tres principios: organización popular, ilustración (educación) y unidad del pueblo. La ideología popular y revolucionaria de comienzos del siglo XX se organizó en torno a eso. Si el movimiento no se hacía fuerte, no habría posibilidad de transformación. Luego, en el camino, se verían cuáles serían las formas de lucha (electorales, acción directa, huelgas, etc.).
Como se pensaba que la organización social era política, hasta 1920 ó 25 la representación de los partidos y de las organizaciones sociales en las asambleas era igualitaria. A cada cual se le reconocía un papel».
PARTIDOS Y ORGANIZACIONES SOCIALES
Según Mario Garcés, la separación entre lo político y lo social comenzó a producirse alrededor de 1930, cuando se permitió ingresar a los partidos populares al sistema político. «Se dividió el trabajo: ‘nosotros ponemos el candidato para la elección, y ustedes hacen las huelgas y luchan por mejorar sus condiciones laborales’. Fue el cuadro clásico de los años 50-60. Pero cuando esa representación política adquirió el poder suficiente como para copar una parte del Estado -triunfo de Salvador Allende- y se impuso la posibilidad de transformación, las organizaciones sociales ganaron protagonismo y reclamaron un papel distinto en el proceso. Y comenzaron a avanzar hacia la creación del poder popular. Por tanto, en la tradición de la Izquierda es imposible pensar una política que no resuelva el problema de la relación entre partido y organización social, o que no sea capaz de elaborar el sentido político que tiene la acción de las organizaciones sociales. No hay ninguna posibilidad de construir una política popular que no tenga como actor fundamental a la organización social».
Inicialmente usted habló de dos problemas. ¿Cuál es el segundo?
«Se refiere a cómo las organizaciones sociales afirman su condición política, algo que es mucho más complejo. Me parece que en esa primera tradición, más vinculada a un socialismo libertario, anarquista, democrático y menos formalizado de lo que fueron posteriormente los partidos Comunista y Socialista, a las organizaciones sociales les resultó más visible su rol político. Luego, durante un largo período perdieron autoconciencia de su politicidad. Parecía que la acción política sólo era posible cuando se establecía el vínculo con el partido. Por eso, en los años 60 y durante el período de la Unidad Popular para hacer política teníamos que ser militantes. Eso planteaba otro problema: o los partidos se unificaban, ¡o se iba todo al traste! En gran medida, en ese período las dificultades del movimiento popular eran las dificultades de sus partidos para establecer acuerdos que proyectaran aún más el movimiento social. La división más importante estaba en el interior de la Izquierda, no en el pueblo».
De acuerdo con su visión, ¿se recupera esa autoconciencia?
«Creo que se recupera parcialmente durante la dictadura militar, y con más fuerza en los años 80. Ocurre porque los partidos ya no pueden cumplir el mismo papel de la etapa anterior, incluso tienen que reinventar la forma de hacer política. Los viejos partidos parlamentarios -como el PDC- no pueden hacer nada, porque no saben hacer política fuera del régimen político institucional. Por eso no tienen mucha presencia. De hecho, la política fue reinventada por las organizaciones sociales, en relación con los partidos. Pero la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos no fue creada por una orden del PC, del MIR o el PS, sino por los familiares, al amparo de la Iglesia Católica, e incluso, por algunas personas que no tenían tradición política, por su juventud o porque eran compañeras de compañeros que nunca las integraron plenamente a la actividad política. Lo más político que pudo haber en dictadura fueron las organizaciones que reclamaron y que con sus movilizaciones lograron que disminuyeran los detenidos desaparecidos… y que hasta hoy cumplen el papel de decirnos que ésta es una herida abierta. Hoy siguen cumpliendo una función política, como también lo hicieron en el pasado organizaciones juveniles, comunidades cristianas y la gente que se agrupó en torno a ollas comunes. Sin embargo, si bien esas organizaciones logran actuar, instalar temas y actores nuevos, en la configuración del campo popular aún siguen siendo dependientes de los partidos en los temas de estrategia nacional y en aquellos relacionados con el sistema político y social, o con la sociedad en su conjunto. Creo que esa es la limitación que aprovecha la Concertación para reconfigurar lo político. Pero lo hace de acuerdo con las formas antiguas, separadas de lo social, como acción especializada en el campo de las instituciones, leyes y políticas del Estado, y no en relación con la experiencia de las organizaciones, con sus demandas, aspiraciones, sueños de cambio y de humanización de las relaciones sociales.
En definitiva, no hay ninguna posibilidad de política alternativa que no sea aquella que potencie, unifique, proyecte, dé más sentido y movilice a la red de organizaciones sociales que existen hoy, aunque estén dispersas, fragmentadas, o sean de poco alcance».
PESO DE LA TRADICION
Al menos en Fuerza Social y Democrática hubo un intento de unir lo social y lo político en la construcción de una alternativa.
«Sí, pero a mi juicio comete una equivocación al considerar que se tiene que recrear la política apelando a instrumentos relativamente tradicionales, como conferencias de prensa, participación en las elecciones, levantamiento de un candidato presidencial. Yo no descarto eso, pero creo que en esta fase hay que reforzar la dinámica de conocimiento recíproco entre las organizaciones. Pensaba que había que operar como lo hace el Foro Social, con espacio de intercambio y debates. La desventaja es que eso no produce programa y estrategia en corto plazo, pero refuerza las relaciones horizontales entre organizaciones. Más allá de Fuerza Social y Democrática, falta una tarea de largo alcance de distintos actores.
Por lo demás, Fuerza Social y Democrática nace con un manifiesto que expresa el deseo de otro Chile -‘El Chile que queremos’-, un ejercicio político muy interesante, porque en definitiva el mundo popular organizado ha sido históricamente el portador de ese deseo de otro Chile más igualitario, más participativo y más democrático. Pero no sólo nace con esa idea-fuerza, sino que agrupa a organizaciones sociales y convoca a partidos. Sin embargo, se enreda en la relación con los partidos y en el tipo de organizaciones a las cuales puede movilizar, porque una cosa es la Anef o CUT, y otra las organizaciones de pobladores y los universitarios».
En el plano de las organizaciones sociales, ¿hay demasiada diversidad?
«Siempre el campo popular organizado ha sido diverso en Chile. Y siempre, en coyunturas movilizadoras, el pueblo ha requerido de asambleas, como instancias de encuentro. El poder popular es generar una instancia donde se pueda encontrar esa diversidad -obreros, pobladores, campesinos, estudiantes-. Y en la época de mayor movilización durante la dictadura se creó la Asamblea de la Civilidad para juntar las diversas vertientes».
¿Falta aunar esas diversidades para emprender la construcción de una alternativa real, tanto en la Izquierda como en el movimiento social?
«Al pensar en la Izquierda, dudo si los socialistas en la Concertación representan a la Izquierda. Es obvio que partidos que históricamente fueron de Izquierda están en una situación crítica, debido a que están participando en un gobierno con claras orientaciones neoliberales. Es difícil saber qué les queda de socialistas. No dudo de la vocación socialista de muchos militantes, pero me parece que la política actual del PS es de connivencia con el neoliberalismo y eso lo despoja del contenido socialista.
En tanto, la Izquierda extraparlamentaria es anómala desde el punto de vista histórico, porque es tremendamente reducida. El Partido Comunista llegó a representar en algunas etapas hasta al 16 por ciento del electorado, igual que el PS. No se puede obviar esta precariedad en el campo electoral, porque indica que la fuerza de la Izquierda no está en ese terreno. No significa que no haya que dar esas batallas, pero no hay que desangrarse. Tendríamos que enfrentar un problema vinculado con lo electoral, pero ubicado en el lado opuesto: los dos millones de jóvenes no inscritos en los registros electorales. El malestar que existe en la sociedad, el rechazo a las formas políticas, supera el porcentaje electoral que tiene la Izquierda. Nos indica que esta forma de política no abre posibilidades de proyectos colectivos, ni de transformación. Creo que uno de los problemas de la Izquierda para construir una alternativa es cómo procesar estas desafecciones y el malestar de ese mundo que no tiene ganas de hacerse parte -ni siquiera cómplice- de las formas políticas tradicionales, definidas por su distancia de la sociedad y su pertenencia a un mundo institucional separado de la experiencia de los ciudadanos. A eso hay que agregarle una cuota de corrupción y de política mediática e instrumental».
¿Y cómo habría que procesar todo eso?
«La Izquierda tendría que ser capaz de hacerse fuerte en el potenciamiento de las organizaciones sociales. Para lograrlo, hay que comprenderlas, dialogar, discutir, tener actitudes unitarias, recrear las nociones del valor de la organización, de la educación y la unidad, ponerse al día con las transformaciones que ha tenido el mundo, acoger los nuevos temas que surgen de las organizaciones. Eso puede refundar la política. En el fondo, el desafío es hacer una política propia, que configure identidad, una identidad que esté en relación con las aspiraciones del pueblo».
¿Qué le sugiere el concepto «nuevo socialismo» o «socialismo del siglo XXI»?
«Lo que siempre quiso ser. El socialismo era el ‘ismo’ de lo social. O sea, el predominio, el valor, la proyección, el gobierno de lo social. Por lo tanto, tenemos que ser capaces de reinterpretar o volver a entender qué es lo social. No queremos el gobierno de la política separada de la experiencia de la sociedad. Ni queremos el gobierno del mercado separado de las grandes mayorías y al servicio de los ricos. Queremos una forma política o una forma de gobierno que permita procesar la experiencia de la mayoría social del país. En el fondo, hay que responder a la pregunta de cómo la experiencia se hace política. Y tener claro que las soluciones son siempre distintas en cada país.
El problema de la política hay que resolverlo entre partidos, organizaciones sociales y otros actores que hacen política de una manera distinta, como ocurre con las ONGs, como puede suceder con un diario o revista -Punto Final por ejemplo-, con las universidades, los colectivos, etc. Es preciso encontrar espacios donde puedan dialogar actores diferentes pero con intereses comunes. Por eso me gusta la idea de los foros, como en otra época fueron las asambleas. Si todavía no tenemos respuestas, hay que generar espacios para debatir en todos los niveles. Igual que a principios del siglo XX, existe la necesidad de responder a la interrogante de cómo constituir una política popular para los tiempos de hoy. La diferencia es que en esa época fueron capaces de responder esa pregunta, y nosotros todavía no».