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Comprometido con los pueblos

Harold Pinter, Premio Nobel

Fuentes: Rebelión

El otorgamiento del Premio Nobel de Literatura al dramaturgo británico Harold Pinter es una demostración de que la Academia Sueca trata de enmendar sus yerros del pasado. Ninguno mejor que él merecedor del lauro por la excelente calidad de su teatro de fama mundial, la óptima factura de sus diálogos, su ingenio desbordante y su […]

El otorgamiento del Premio Nobel de Literatura al dramaturgo británico Harold Pinter es una demostración de que la Academia Sueca trata de enmendar sus yerros del pasado. Ninguno mejor que él merecedor del lauro por la excelente calidad de su teatro de fama mundial, la óptima factura de sus diálogos, su ingenio desbordante y su largo historial de luchador de izquierda por la causa de los miserables, los abatidos, los desventurados de esta tierra.

Nacido en Hackney, en 1930, hijo de un sastre judío, estudió actuación en la Real Escuela de Artes Dramáticas. Comenzó actuando en una compañía teatral itinerante de repertorio shakesperiano. Su primera obra teatral, «La habitación», de 1957, garantizó con su éxito inmediato su futuro como autor. También ha dirigido obras de Tennessee Williams, Noel Coward y adaptaciones de James Joyce. Ha hecho una conversión al teatro de «En busca del tiempo perdido», de Proust. Ha trabajado además para el cine y la televisión, actuando y escribiendo. Es esposo de la historiadora Antonia Fraser, autora de una extraordinaria biografía de Oliver Cromwell. Ha recibido numerosos premios: literarios europeos e importantes lauros fílmicos como el Premio de la Academia Británica del Cine, la Palma de Oro de Cannes, y el Oso del Festival de Berlín. Una de sus películas más conocidas ha sido «La esposa del teniente francés».

Pinter está inscrito en el teatro del absurdo, no ofrece explicaciones racionales a la actuación de sus personajes, creando con su estilo su propio adjetivo: «pinteresco». Casi siempre se trata de una situación donde circunstancias amenazantes enmascaran los conflictos, los riesgos subyacentes velados. Sus diálogos, en apariencia insignificantes, reticentes y evasivos –a veces contradictorios–, esconden intimidaciones, advertencias, riesgos.

En un mitin en Londres, en 1997, Pinter declaró públicamente: «Estados Unidos ha ignorado las abrumadoras resoluciones de Naciones Unidas contra el embargo a Cuba durante años consecutivos. Sus acciones implican un acto de barbarie, su indiferencia a la opinión pública es monstruosa y su arrogancia despreciable. Exigimos del gobierno británico que condene el bloqueo de Estados Unidos a Cuba sin reservas. Les pido a todos que saluden la fortaleza, la determinación la dignidad y el arrojo del pueblo cubano.» De igual manera ha hecho enérgicas declaraciones a favor de los patriotas salvadoreños y nicaragüenses y se ha opuesto con firmeza y ardor a la continuidad de la invasión de Irak. Es un activo crítico de la política de rapaz agresividad del gobierno de Bush.

Este otorgamiento contrapesa a la atroz concesión del Premio a un racista colonizado y reaccionario como Vidia Naipaul. De cuando en cuando, es cierto, se honra a figuras del liberalismo, a aquellos que han compartido los ideales de la izquierda avanzada como son los casos de Günter Grass, Saramago, Soyinka y García Márquez. Pero al lado de ellos se yerguen los integristas del inmovilismo social o del retroceso público como han sido Paz, Brodsky, Canetti, Milosz, Singer, Eliot, Gide y Bunin.

El lauro a Camilo José Cela fue recibido con estupor en España donde era una figura generalmente detestada por su conocido ofrecimiento de convertirse en soplón de la policía española en tiempos de Franco. En tiempos ya remotos se honró al mediocre Echegaray en 1904 y al autor comercial Jacinto Benavente en 1922, también con estupefacción irritada de muchos españoles. En Rusia el gran escándalo del premio a Pasternak, en 1958, fue compensado entregándolo a Sholojov en 1965, pero equilibraron esa concesión otorgándoselo a Solshenytsin en 1970.

Jean Paul Sartre rechazó el Premio Nobel porque no quería ser olvidado por la historia, destino obligado, según él, de todos aquellos que permiten se le erijan estatuas mientras viven. Miguel Angel Asturias recibió el Premio cuando aceptó ser embajador de una de las peores dictaduras que han asolado Guatemala. En esos tiempos Alejo Carpentier estaba considerado pero su carácter revolucionario constituyó un serio freno a lo que habría sido una honra para el galardón. Jorge Luis Borges solía decir que el deporte favorito de los suecos era no darle el Premio Nobel pero en ello influyó su decisión reaceptar una invitación de Pinochet y recibir una condecoración de sus manos ensangrentadas. La Academia Sueca está integrada por dieciocho miembros y el secretario permanente, Horace Engdahl, hace esfuerzos por paralizar las intensas pugnas de poder que ocurren en su seno.

Este Premio a Harold Pinter restablece de golpe el prestigio del Nobel y es un indicador de que la Academia Sueca ha recobrado su buen tino.

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