Tragedias hay muchas, pero el África subsahariana acapara la desesperación, pues ni tienen salida, ni las ofertas europeas pasan de ser meras limosnas destinadas a lavar la propia conciencia y a justificarse ante la opinión pública y ante sus electores, al tiempo que ayudan a la ciudadanía a evadir su responsabilidad, directa e indirecta, descargándola […]
Tragedias hay muchas, pero el África subsahariana acapara la desesperación, pues ni tienen salida, ni las ofertas europeas pasan de ser meras limosnas destinadas a lavar la propia conciencia y a justificarse ante la opinión pública y ante sus electores, al tiempo que ayudan a la ciudadanía a evadir su responsabilidad, directa e indirecta, descargándola en la inexistente gestión de los políticos electos para que resuelvan esto y cualquier otra cosa. Así, en definitiva, nadie se siente responsable, nadie se da por aludido y el que más y el que menos, o encuentra una justificación, o lo carga al capítulo de las inevitables desgracias, para que mañana mismo, todo pase a la sección de sucesos y en esto, esencialmente, se han convertido los diarios y telediarios, dónde cada vez más, las informaciones sólo son «sucesos» que mezclan estos dramas con banalidades deportivas y con ecos de sociedad. Así, todo es atribuido a la mala suerte y a la desgracia, o incluso, se responsabiliza di rectamente a las propias víctimas. Pero no es así, las cosas no pasan inocentemente. Sí hay responsables, y son, precisamente, los que están mediando en esta tragedia. Los autocares no llegaron al desierto por error y no bascularon a los que llaman ilegales por error.
La desesperación africana no es fruto del azar o de la mala suerte, y sí, herencia de la tara colonial europea de hace tan sólo unas décadas y de la política neocolonial -aún peor- seguida actualmente y que es la causa directa y concreta de la tragedia y de su agravamiento, que continúa y que continuará; léanse y véanse sino, las «soluciones» dadas por la Unión Europea, ONU y demás organismos internacionales.
Acabamos de votar sí, a un Tratado para una Constitución para Europa donde el movimiento de capitales no ha de tener ninguna restricción, incluso queda prohibida expresamente cualquier limitación, Art. 156 y 157, para así mejor cumplir el objetivo fijado de una economía de mercado, altamente competitiva, Art. 3, estableciendo para ello la mayor libertad a los productos y servicios, y a todo lo que pueda generar y ser un beneficio en sí mismo, sin limitación alguna.
A principios del siglo XX, sólo un tres o un cuatro por ciento del mercado mundial era movimiento de capitales, el resto, eran productos y mercancías. Ahora es al revés, sólo un tres o cuatro por ciento son mercancías y el resto, capitales, pura especulación, y así se consagra, como objetivo de la Constitución de la Unión, la libre circulación de capitales y mercancías, sin barreras y sin ningún tipo de restricciones, pero no así para las personas.
Los subsaharianos vienen -intentan venir- simplemente detrás de los beneficios que han sido generados en su propia tierra y detrás de sus recursos y de sus materias primas. Su dinero y sus fondos se encuentran en bancos europeos (paraísos fiscales incluidos), donde además se refugia toda la corrupción de las dictaduras del legado colonial, o las impuestas ahora, con ayuda europea o estadounidense. Es el Sur -paradójicamente- quién ha financiado y financia al Norte, como consecuencia de las secuelas de la imposición colonial anterior y del neocolonialismo actual. Este es el objetivo y el mandato constitucional, y así, las propuestas de sus políticos -administradores del neoliberalismo- consisten en enviar «ayuda», es decir, donativos, al tiempo que construyen más vallas y más altas, pero sólo para las personas, no para los capitales y las materias primas.
El neoliberalismo -como el de la Constitución- es esencialmente depredador, y hablar de colaboración, ayuda y solidaridad es tragicómico. Nueva Orleáns es ejemplo del modelo neoliberal, y también, la Unión Europea y su absoluta incapacidad para dar cualquier respuesta ante este drama, cuya solución ha sido sencillamente, arrojarlos al desierto. Los dos mil subsaharianos en portada, días atrás, apenas son la punta del iceberg de la cruda realidad, mientras que, en el continente africano, mueren diariamente más de doce mil niños de enfermedades simples, y, casi otros tantos -del resto de la población- mueren atrapados por el hambre, el sida y la miseria.