Acosados, ninguneados, sapeados, degradados, convertidos en nada.» ‘Cuando el Estado castiga’ es parte del libro negro de las relaciones laborales», pulverizó Guillier. «Y hay que hacerlo visible porque esto se calla», lanzó furiosa Mireya Baltra. «Duelen. Estas páginas duelen», deslizó María Rozas. «Conmueve, da miedo y apena -sinceró María Ester Feres-. Apena porque pasa en […]
Acosados, ninguneados, sapeados, degradados, convertidos en nada.» ‘Cuando el Estado castiga’ es parte del libro negro de las relaciones laborales», pulverizó Guillier. «Y hay que hacerlo visible porque esto se calla», lanzó furiosa Mireya Baltra. «Duelen. Estas páginas duelen», deslizó María Rozas. «Conmueve, da miedo y apena -sinceró María Ester Feres-. Apena porque pasa en mi Gobierno».
«Me duele la vida… me duele la vida… Me encontraron enrollada en un rincón de la oficina, semiinconsciente y con fuertes dolores abdominales. Asustadas, sin saber qué me ocurría, las tías del jardín infantil llamaron a la ambulancia. A las preguntas del médico yo contestaba… me duele la vida… me duele la vida. Una agresión tras otra. Tenía 13 años cuando detuvieron a mi padre, 20 cuando fui detenida en el Cuartel Borgoño y torturada por la CNI y casi 40 cuando comenzaron a maltratarme en el trabajo, en la Municipalidad de Recoleta».
La sala está en silencio. Absoluto silencio. La voz de la actriz Elena Muñoz surca sutil y potente el Salón de Honor del antiguo edificio del Congreso Nacional. Ni un solo ruido y, sin embargo, la gran sala está repleta. En cada una de las 480 banquetas se respira el asombro. También en la gente que oye de pie. La actriz lee el testimonio de María Elena Cavieres, uno de los tantos relatos de funcionarios públicos que recogió, incluyendo el propio, la periodista Oriana Zorrilla en su libro «Cuando el Estado castiga».
«Este libro es la denuncia bien fundada en historia personal y colectiva. Tiene importancia fundamental para probar que la administración pública de Chile sufre -con el dolor físico y psicológico de muchos de sus funcionarios-, de la persistencia en nuestro país del perverso legado dictatorial», prologa el Premio Nacional de Literatura, Armando Uribe.
«Mobbing» es la palabra que cruza las 360 páginas de la investigación enfocada a las reparticiones públicas. El vocablo «mob» no es otra cosa que una pandilla casi gangsteril que se concerta para amedrentar en grupo. Y «mobbing», un término estrictamente laboral. Es el acoso en el trabajo, el hostigamiento y el maltrato constante que sólo busca -desde las jefaturas, sus cómplices, espías y soplones-, el colapso del empleado para que explote y gatille su renuncia, su salida, su autoexilio.
Según la investigación, el funcionario es descalificado, demolido psicológicamente, degradado en sus funciones, aun teniendo currículum superior. Es ignorado, ninguneado por sus superiores, minimizado profesionalmente, obligado a hacer tareas sin sentido o derechamente a no hacer nada. Les hacen sentir que sobran, que están de más. Que no son capaces. Son controlados. A veces espiados. Excluidos. Se los ubica en oficinas apartadas, en ocasiones sin compañeros, computador ni teléfono. La idea es que se aburran. Que se vayan.
Uno de cada dos chilenos
«Siento vergüenza. Cuando no es miedo o rabia, de ser tan cobarde, de haberle tenido tanto miedo, de no haber sido capaz de decirle que se fuera a la mierda. De haber sentido que mi dignidad costaba un sueldo, teniendo tanta historia digna cerca, nosotros aguantando cobardemente, desapareciendo, muriéndonos un poco, humillados, cagados y miserables».
La voz con cada testimonio leídos por la actriz se entremezcla con las de Alejandro Guillier, Presidente del Colegio de Periodistas; Antonio Elizalde, rector de la Universidad Bolivariana; Mireya Baltra, ex ministra del Trabajo de Salvador Allende; María Rozas, ex diputada y dirigente sindical; y María Ester Feres, ex directora del Trabajo. Tras cada intervención, suenan melodías. Una de ellas es el tango «Cambalache».
«Bastan sólo segundos para que se transforme de encantadora social, en una arpía violenta y mordaz. Nos trata con una habilidad extraordinaria para resaltar nuestros errores, me hace sentir avergonzado ante los demás y se vincula con todos sólo en función de la admiración personal que pueden reconocerle. Autodestructiva y devastadora, es incansable para perseguir a sus subordinados. Una veintena de profesionales han huido agobiados por el maltrato, con la autoestima por los suelos y sintiéndose inservibles, necios e incapaces». Quien ahora lee el testimonio es el actor Aníbal Reyna. Son historias de hombres, funcionarios públicos, atormentados por sus jefas o jefes.
El «mobbing» es motivo serio de preocupación en Europa. Sólo en España, en 2004, el 54% de quienes contestaron el «Cuestionario Individual sobre Psicoterror, Ninguneo, Estigmatización y Rechazo» en distintos universos de trabajadores, manifestó haber sido víctima de maltrato laboral desde hace más de cinco años.
Se trata de un fenómeno tan grave que, de los encuestados en España, el 16% de los casos diagnosticados, las víctimas -deprimidas y estresadas-, pensaron en el suicidio. En Europa, los gobiernos asignan recursos, leyes y clínicas para proteger a los trabajadores del «mobbing». En Chile, el camino por recorrer es largo. La razón es simple. «La precarización y la falta de respeto a las relaciones laborales no sólo se da en el sector privado: lo más grave es que el Estado tampoco escapa a esta lógica estructural y perversa donde casi los únicos que obtienen beneficios son los gerentes», opina Alejandro Guillier ante el auditorio.
María Ester Feres se retuerce mientras habla. Su discurso es interrumpido por los aplausos antes de cerrar. Pareciera tener nudos en la garganta. Los testimonios de autoestima triturada, de autovaloración por el piso y de sistemático abuso psicológico le provocan asombro, conmoción, temor e inseguridad. Sin quererlo o notarlo, dice que también pudo haber agredido a alguien.
«Conocía el acoso psicológico y el maltrato laboral teóricamente: 13 millones de personas en Europa, la mayoría mujeres, 2,5 millones en España. Es una forma de desintegrar la dignidad desde el poder, desde la jerarquía autoritaria y desde las bases del modelo económico. Si esto pasa en las reparticiones públicas, ocurre en masa en el mundo privado. Estoy segura -afirma Feres convencida- de que uno de cada dos chilenos se sentirá representado por estas historias».
Terror en el Sename
«Me pusieron a recortar diarios y luego me mandaron a una oficina que era como estar en la portería y sin teléfono. Me despidieron, revertí el despido. Me bajaron el sueldo en dos grados, y también lo revertí. Tres años sufriendo. Me empecé a enfermar, me dio un preinfarto, colon irritable. Las pesadillas eran habituales. Pero igual andaba regia, nunca descuidé mi aspecto y mi ánimo era muy activo. Pero finalmente la psiquiatra me diagnosticó depresión severa exógena producto de maltrato laboral. Yo no lo creía. Hasta la Isapre reconoció la enfermedad».
La historia es de Oriana Zorrila, autora del libro. Dice que sufrió en carne propia durante tres años el maltrato psicológico y la humillación profesional pese a que ella, junto a otras personas, formó la unidad de comunicaciones del Servicio Nacional del Menor, Sename. «Mientras más pasa el tiempo, más noto que lo que me pasó fue muy grave», confiesa.
«Duele, este libro y estas páginas duelen», pronuncia María Rozas. «Estas historias son muy graves -continúa mientras sube el volumen y aprieta los dientes-. Y si pasan dentro del Estado, qué se le puede pedir al sector privado. Hay que tener estómago para leerlo. Me miré en él y me sentí en él. Me costó casi tres semanas leerlo. Enseña que hay una gran deuda pendiente para que nunca más deban escribirse libros como éste».
Mireya Baltra toma la posta. Pone un codo sobre la mesa y dispara. «Cuatro años estuvo el presidente de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales pidiendo entrevistarse con el Gobierno. Y nada. Me pregunto cuántas veces en ese mismo periodo se reunió con los empresarios…». El libro la impacta. Vocifera. «Hay que hacerlo visible porque esto se calla», dice. «Se tocó un problema de fondo, -agrega antes de lanzar otro reclamo- este no es un libro cualquiera, ¡es una denuncia tangible de cómo quieren que vivamos!».
Minutos antes, María Ester Feres enseñaba su conflicto y su dolor. «Las historias que contienen el libro me apenan. ¡Y me apenan porque pasa en mi Gobierno!». Un relato lleva por título trabajando con el enemigo. El tema avanza: muchos de los jefes de hoy fueron los mismos que trabajaron para botar la dictadura. María Rozas toma la palabra: «Esto demuestra lo peligroso que son los conversos, esos conversos que hoy ganan los sueldos que ganan y ocupan los puestos que ocupan. No, no quiero escuchar nunca más relatos como éstos».
El turno es de Oriana Zorrilla. «Sé que no será un glamoroso best seller, pero es un acto de sanidad y limpieza. Muchos viven el psicoterror laboral en la intimidad más secreta y se van transformando con la desesperación y el dolor interno». La audiencia aplaude. Todos de pie. El libro se agotó, unos se anotan para conseguir el suyo. El moderador invita a cerrar el día con un tango. El ex Congreso se vuelve un sentido coro tanguero. «El mundo fue y será una porquería ya lo sé…». Ya es tarde. Mañana hay que trabajar.