Alberto Hurtado es la figura más importante del catolicismo social chileno en la primera mitad del siglo XX. Su canonización es el mayor homenaje que la Iglesia Católica le puede rendir, lo que constituye un signo positivo en medio de la ola de fundamentalismo que afecta al catolicismo actual. Sin embargo, la forma como se […]
Alberto Hurtado es la figura más importante del catolicismo social chileno en la primera mitad del siglo XX. Su canonización es el mayor homenaje que la Iglesia Católica le puede rendir, lo que constituye un signo positivo en medio de la ola de fundamentalismo que afecta al catolicismo actual. Sin embargo, la forma como se ha manejado este reconocimiento más bien ha dejado un sabor amargo. En vez de fortalecer a las corrientes católicas progresistas, que se identifican con el mensaje de Alberto Hurtado, parece haber desvirtuado la identidad misma del personaje al que se pretende homenajear. El reformador social aparece ahora como un icono vaciado de su capacidad crítica. Un profeta devenido en un santo de altar, que se destaca más por sus «apariciones» en los muros que por su palabra y su testimonio. Era necesario «lavar» la imagen a este teólogo de la liberación avant la letre, mostrándolo inofensivo, trivial, y capaz de acomodarse al gusto de todos.
Para llegar a construir esta figura políticamente anodina, que no incomode a los poderosos, se ha necesitado un largo proceso de resignificación comunicacional, destinado a difuminar su perfil contestatario. Así, se le convirtió en un «apóstol de la caridad», que impide reconocer al personaje histórico que sacudió las conciencias de la Iglesia y la sociedad de su época. La primera de las técnicas aplicadas a Alberto Hurtado es la mercantilización de su nombre. Hoy, «Padre Hurtado» es un producto que vende, y mucho. Las grandes multitiendas, los supermercados, las casas discográficas, y hasta los candidatos al Parlamento se asocian a su figura. El alcalde de Providencia, que embanderó su comuna en homenaje a Pinochet mientras estuvo preso en Londres, ha colgado su imagen en los postes de la Avenida 11 de Septiembre.
Existe un mercado ligado a la canonización que ha funcionado con suculentas ganancias, desde las empresas de turismo que organizaron los viajes a Roma, hasta los libros conmemorativos que usted puede encontrar en las cajas de su tienda favorita. Sin embargo, es necesario reconocer que Alberto Hurtado no es la única figura que se ha tratado de mercantilizar. Incluso el Che Guevara aparece hoy en relojes, poleras, cuadernos, y hasta en los estampados de vestidos de alta costura. En este sentido, el neoliberalismo no perdona a nadie. Pero lo más complicado, éticamente, es que las mismas instituciones que el padre Hurtado fundó se vinculen a este proceso.
¿Qué pensaría Alberto Hurtado al ver su figura en las solapas de las cajeras de un supermercado Líder? ¿Justificaría la campaña «deje el vuelto al Hogar de Cristo», conociendo las condiciones laborales de la misma cajera que recauda ese vuelto? Con gran pompa, D&S, propietaria de Líder, anunció que «Como un reconocimiento al trabajo solidario de las 7.800 cajeras Líder en todo Chile, la cadena de supermercados premiará con viajes a Roma a la canonización del padre Hurtado a las cajeras que más recaudación logren para la campaña y más discos vendan». D&S es una de las empresas en que más prácticas antisindicales ha detectado la CUT. En los últimos días se han denunciado en la prensa los intereses usureros de su tarjeta «Presto». ¿Qué pensaría hoy Alberto Hurtado, siendo el autor de Sindicalismo, historia, teoría y práctica, uno de los textos más amplio publicado en Chile sobre el tema? ¿Conocerán los directivos del Hogar de Cristo cuántas veces en un turno pueden ir al baño las cajeras que recaudan «el vuelto» para su institución? Es inevitable recordar las palabras de Alberto Hurtado en 1947: «Cuántas riquezas (son) amasadas con la sangre de los trabajadores. Con frecuencia en el origen de las grandes fortunas hay acumuladas muchas injusticias: juego, especulación, usura, guerras, egoísmos, etc… Hay quienes no tienen ningún escrúpulo cuando se trata de acumular dinero: todos los medios parecen lícitos»(1).
En su juventud, Alberto Hurtado fue un estudiante de derecho en la UC, militante del Partido Conservador, que no dudó en enrolarse junto a sus compañeros en el ejército, motivado por las falsas alarmas de la «guerra de don Ladislao». Este montaje comunicacional de la derecha, trató de impedir el triunfo electoral de Arturo Alessandri en 1920. Hoy el ejército se sirve de ese vergonzoso episodio para recordarnos que Alberto Hurtado se alistó en el servicio militar. Sin embargo, el pensamiento del joven Alberto Hurtado va a evolucionar con el tiempo, y será cada vez más progresista, influido por la realidad social y por su avidez intelectual. La influencia clave en este cambio se deberá al padre Fernando Vives, un jesuita pionero en la denuncia social y en el «apostolado obrero». Vives también será clave en el pensamiento de Clotario Blest, y de toda una generación de jóvenes católicos que romperán con el conservadurismo. Pero Vives pagará caro su audacia. Se le despojó de todos sus cargos y se le desterró tres veces de Chile, no por acción del Estado, sino por las autoridades de la Iglesia. Hurtado será fiel al legado de Vives y toda su vida es coherente con la de su maestro. Hasta ese entonces, la fe católica era comprendida como un conjunto de dogmas sobre la salvación individual. Por lo tanto, la labor social era sólo un apéndice de la fe. Mediante el contacto con Vives, Hurtado comprende que construir una sociedad justa no es un accesorio a la vida cristiana, sino que es connatural y esencial a ella. Por eso insiste tanto en decir que «el pobre es Cristo».
Siendo ya jesuita, Hurtado optó por hacer su tesis doctoral en educación sobre un personaje que nunca hubiera sido objeto de estudio para un sacerdote en su tiempo: John Dewey, un agnóstico, una de las figuras más importantes de la pedagogía crítica. Para Dewey, la escuela debía ser una espacio de producción y reflexión de experiencias relevantes de la vida social, que permitiera el desarrollo de una democracia plena, que no se limitaba a ser un régimen de gobierno, sino una forma de vida y un proceso permanente de liberación. Alberto Hurtado adoptó sus ideas, en especial la convicción de que la educación es un proceso de reconstrucción del orden social, mediante el aprendizaje centrado en las experiencias actuales y reales de los estudiantes, adelantándose de esta manera a las propuestas de Paulo Freire.
A principios de los años cuarenta, Alberto Hurtado comenzó a ejercer un liderazgo público, como asesor de la juventud de la Acción Católica. Su idea es revitalizar el catolicismo desde las propuestas de los jóvenes, que ya no aceptan el predominio de los patriarcas conservadores. Era el período en el que estaba naciendo la Falange Nacional, y las relaciones entre ese grupo y Alberto Hurtado fueron muy fluidas. La tesis política central de Hurtado es que un programa de avanzadas reformas sociales era inevitable, y que el rol de los católicos era impulsar ese programa, disputando la conducción de las masas a los partidos de Izquierda. Esta tesis entra en abierta oposición con las ideas de la jerarquía católica, alineada con el Partido Conservador. Efectivamente, Hurtado ve cómo el Episcopado le cierra los espacios, hasta que, a fines de 1944, se ve obligado a renunciar a su cargo. Es entonces cuando Hurtado desarrolla un nuevo proyecto, fuera de la Acción Católica, y por lo tanto, más libre de la conducción de los obispos. Es un proyecto en varios frentes.
El primer frente del padre Hurtado fue el fortalecimiento del Hogar de Cristo, una obra que ya había fundado, centrada en dar una respuesta a la creciente marginalidad urbana. Una respuesta inmediata, que requería una acción impostergable: pan, techo y abrigo, aquí y ahora. Esta dimensión de su proyecto, hoy la más conocida, era sólo una parte de su acción, que no se puede comprender sin los otros frentes, que hoy han quedado en la sombra. El mismo expresa esta idea en 1949: «Nosotros podemos multiplicarnos cuanto queramos, pero no podemos dar abasto para tantas obras de caridad… Nuestra misericordia no basta, porque este mundo esta basado en la injusticia»(2).
El segundo frente consistía en la educación social, como respuesta a las causas estructurales de la pobreza. En 1947 publicó Humanismo social, su obra teórica más importante. Se inicia con un juicio concluyente: «La lucha social es un hecho que no necesita demostraciones… No hay que detenerse en el hecho de la lucha social. Es demasiado evidente»(3). En esta obra asume que «toda educación social comienza por valorar la justicia», perspectiva que enfatiza el potencial emancipatorio del conocimiento. Esto supondría el compromiso de la Iglesia con la causa de la justicia. «Si tantos obreros se han alejado en nuestros días de la fe, muchas veces ha sido porque ellos alimentan la idea equivocada que la Iglesia no está incondicionalmente al lado de la justicia»(4).
El tercer frente que abrió Hurtado fue el sindicalismo, con la fundación de la Acción Sindical y Económica Chilena (Asich), en 1947. El proyecto de un sindicalismo católico llegó con treinta años de atraso a Chile, y por eso no fue una iniciativa que pudo prosperar. Sin embargo, es notable el trabajo del padre Hurtado en relación al sindicalismo. Son datos curiosos sus largas charlas, hasta muy entrada la madrugada, con sindicalistas de Izquierda en Iquique y en Chuquicamata. En 1953, un año después de la muerte del padre Hurtado, otro discípulo del padre Vives, Clotario Blest, logró organizar la Central Unica de Trabajadores, que unificó el movimiento obrero en una sola organización, con objetivos emancipadores comunes.
Finalmente, un cuarto frente fue la «influencia en las élites». Una herramienta que utilizó para este fin fue la prensa, por medio de columnas en diversos medios, y finalmente como fundador de la revista Mensaje. Si bien Hurtado, como sacerdote, nunca se involucró directamente en la acción política electoral, es incomprensible su vida sin asumir su enorme influencia, directa o indirecta, sobre la situación política del país, en consonancia con los sectores más progresistas del catolicismo. A fines de los años cuarenta el debate estaba cruzado por el inicio del anticomunismo, propio de la guerra fría. En 1948 se promulga la Ley de Defensa de la Democracia, o «ley maldita», con el apoyo clave de la jerarquía católica. Ya en 1947, el Papa Pío XII había señalado que «sólo por la fuerza se puede someter a ciertos enemigos de la justicia», lo que justificaba la represión del pensamiento.
Alberto Hurtado ejerció un papel importante en el debate sobre la «ley maldita», y por su influjo la juventud católica se alineó en contra del anticomunismo, centrando sus reclamos en una nueva actitud en la Iglesia, que tendiera a asumir la crisis social desde sus causas. Esta actitud generó todo tipo de ataques contra el padre Hurtado. Monseñor Augusto Salinas, atacó su postura afirmando: «No dudamos en decirlo: los que no están con el Papa en esta campaña contra el comunismo, no están con Jesucristo, están contra Cristo». Son muchos los testimonios de estos ataques en la prensa, incluido El Mercurio.
En la misma Compañía de Jesús recelan de él y le quitan sus cargos porque «introducía novedades». El Colegio San Ignacio, donde residía, aparecía constantemente rayado con insultos y amenazas contra el «cura rojo». El padre Hurtado, a pesar de las críticas, radicalizó su testimonio y quiso conocer desde dentro la vida obrera. A inicios de 1951 «entró de incógnito a la Oficina Mapocho, de la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta. Se infiltró como minero del caliche, por lo que trabajó rompiendo la tierra con un ‘combo’ de 15 kilos. Llevaba dos semanas cuando llegó un capataz a inspeccionar quién era este incógnito personaje. El sólo pudo contestar: ¡Me pillaron!»(5).
Es posible imaginar que si Alberto Hurtado no hubiera muerto en 1952, con sólo 51 años, su propuesta hubiera seguido evolucionando. ¿Cómo habría vivido el Concilio Vaticano II, proceso que él anticipó proféticamente en su práctica cotidiana? ¿Cómo habría asumido los cambios de la década del 60, el surgimiento de la Iglesia Joven, los debates en torno a la teoría de la dependencia, los nuevos diálogos entre la Izquierda y los cristianos, inimaginables en sus años, pero prefigurados en su actitud? No lo sabemos. Pero creemos que por coherencia con su vida, habría estado en las horas claves mucho más cerca de quienes sueñan con cambios profundos en las estructuras sociales de Chile, que de quienes hoy se apoderan de su memoria
NOTAS
1. Alberto Hurtado. Humanismo social. Ed. del Pacífico, Santiago, 1947.
2. Alberto Hurtado. «Reformas a las estructuras sociales», en Reflexión y Liberación, XVII, 2005. P. 31.
3. «Humanismo Social», en Dolmen eds. Padre Hurtado. Obras completas, Santiago, 2001. Vol II p. 219.
4. Ibidem. P. 282.
5. Centro de Estudios y Documentación Padre Hurtado, Pontificia Universidad Católica de Chile. Cronología del Padre Alberto Hurtado, 07. Ministerio Sacerdotal 1950-1951.