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Una Postal para mis hermanos de Cuba y Venezuela

Ella o simplemente un día cualquiera en Santiago de Chile

Fuentes: Rebelión

Son un cuarto para las cinco de la mañana. Ella despierta, mitad reloj, mitad monotonía. Ha dormido a saltos. Su cuerpo sólo recuerda las caídas. Ella nunca recuerda sus sueños. Las pesadillas se han convertido en almohadas. Sale presurosa de su casa. A ésa hora, el bus corre raudo, indiferente, repleto, como un camión de […]

Son un cuarto para las cinco de la mañana. Ella despierta, mitad reloj, mitad monotonía. Ha dormido a saltos. Su cuerpo sólo recuerda las caídas. Ella nunca recuerda sus sueños. Las pesadillas se han convertido en almohadas.

Sale presurosa de su casa. A ésa hora, el bus corre raudo, indiferente, repleto, como un camión de animales al matadero. La atención es mala, peligrosa y mediocre. Nadie le ofrece el asiento. Obreros esclavos de martillos, lo lamentan. Ellos también tendrán uno de esos días.

Recorre casi toda la ciudad de pie, estoica, más fuerte que cualquier combatiente. Mira por la ventana la otra ruta. La calle de los que si pueden pagar. Sin baches, sin tacos, sin aglomeramientos. Con letreros y luces hermosas. Pero acá, en su calle. En la Avenida de los pobres, cada esquina es una aduana del sufrimiento. La locomoción «colectiva» (que está en manos privadas por supuesto) es lo más parecido a una peregrinación de arrepentidos, condenados y penitentes.

Si hasta las calles aquí han vendido…

Hasta las calles han vendido… Hasta las calles han vendido.

Son las siete menos diez. Es casi un periplo, dos horas le toma llegar a su trabajo. Un viaje que se podría recorrer en menos de veinte minutos.

Se da amaño para disfrutar un último cigarrillo. Un par de compañeras hacen lo mismo.

Va seleccionando las latas, las va etiquetando, rotulando. El cuello le duele. Pero aguanta, faltan sólo dos días para Navidad.

Le duelen los pies. Pero aguanta. Sólo faltan cinco horas para el almuerzo. A eso de las once de la mañana, no puede más. Pide permiso para ir al baño. El cancerbero usual, le hace gestos. Con un ademán ella responde que sí tiene la tarjeta. Tarjeta con la cual abre la puerta del baño. Tarjeta que cuenta los minutos que Ella ha estado en el excusado. Debe ser rápida y lacónica en sus necesidades. Los excesos son descontados de su salario a fin de mes… Y moja el agua con su rostro. Y el agua le acaricia los ojos.. Han pasado casi cinco minutos. La próxima vez tendrá que ser más expedita.

Como un pájaro come los granos de arroz. Eligió un tomate, como excusa dijo a sus hijos que los huevos le causan revoltijos. Las que no tienen tanta suerte fuman un cigarrillo y una taza de té a modo de almuerzo.

Le duele el cuello, la nuca está dura como el pan de sus compañeras. En eso aparece el capataz, ése que no discrimina a ninguna. Las acosa por igual a todas. Le habla al oído. Ella lo mira amablemente. No dice nada. Necesita el trabajo.

Piensa en el regalo de su hija. A los 15 años, ésta, ya la hecho abuela.

Irá a uno de esos nuevos mall, de aquellos que ofrecen y tienen de todo.

Ya casi son las seis. Sólo falta una hora. Hoy es un buen día, es día de pago, cuenta los billetes con atención, este mes le han dado un aguinaldo navideño. Le han pagado, incluso, un par de horas extras atrasadas.

Y recorre admirada la catedral del consumo. Todo es bello, todos son bellos. Sólo necesita comprar algo para ser parte de esa gran familia cofradía. Celulares pequeños y hermosos la llaman. Televisores con color muestran sus ojos cenicientos en la pantalla. Ella ríe, por un momento es feliz. Pero nadie compra nada. Todas se excusan, aduciendo otros planes.

Con un poco más de cien dólares debe pagar la cuenta de la luz, del agua (incluidos cargos fijos) el gas, el arriendo, la recolección de basura. El Colegio de sus hijos.. (Servicios estrangulados por manos privadas por supuesto)

Y los regalos, y la comida, y la ropa y los sueños. (Llámese sueño a los libros, el cine, el teatro, los viajes, la ópera, vacaciones, los museos, entre miles de otros)

Y sabe que no le alcanza. Sabe que la mitad se la llevará el arriendo. Y mejor que pague la renta, el casero no sabe de atrasos ni contemplaciones.

Y lava lo mejor que puede su mejor vestido.

Los niños sentados hipnotizados con el pollo sobre la mesa. Y tantas ensaladas y tantas patatas. Y su nieto la mira y sonríe. Y ella, otra vez es feliz. Los regalos se abren, ropa usada, pistolas de plástico, una muñeca de trapo. Ella miente como siempre, me he regalado una cena con mis amigas dice suelta de cuerpo.

Son las cinco de la mañana. Ella despierta, mitad reloj, mitad monotonía. Afuera se oyen gritos, una muchedumbre se pelan un par de votos. A ella no le interesa. Trata de dormir, a pesar de su dolor en el cuello.

No tiene teléfono. No tiene ningún computador, mucho menos Internet. Es más, ella nunca podrá leer este regalo envuelto en versos, oraciones y frases a modo De homenaje.

Ella.

Ella se llama Gloria. Y en su pecho lleva escondida una estrella llamada Victoria.

PS: Mientras escribo, ella aún está parada todo el día con su interminable dolor en el cuello.