Me complace ver viejos filmes que me produjeron un grato entusiasmo cuando los contemplé por primera vez. Uno de ellos, la película «Cabaret», de 1972, tuve ocasión de volverla a ver en días recientes. La excepcional obra de Bob Fosse, con Liza Minelli y Joel Gray, estaba basada en el Berlín disoluto de los años […]
Me complace ver viejos filmes que me produjeron un grato entusiasmo cuando los contemplé por primera vez. Uno de ellos, la película «Cabaret», de 1972, tuve ocasión de volverla a ver en días recientes. La excepcional obra de Bob Fosse, con Liza Minelli y Joel Gray, estaba basada en el Berlín disoluto de los años veinte. El personaje principal es una muchacha frívola, inconstante y mundana, Sally Bowles, que tiene como objetivo principal aturdirse en un mundo que había sufrido demasiado.
El Berlín de aquellos años tenía fama de ser la capital de la depravación y el entretenimiento. Un país que emergía de una guerra desastrosa, que había sido humillado con las duras condiciones del Tratado de Versalles, que había perdido sus apetencias hegemónicas solamente tenía ante sí las posibilidades del olvido.
También aquellos fueron los tiempos tumultuosos de la República de Weimar, cuando estaban en el ápice de sus poderes creativos Brecht, Kurt Weil, Hindemith y Alban Berg, donde diseñaban Walter Gropius y Van der Rohe, donde Teodoro Adorno y Herbert Marcuse desarrollaban sus sistemas de pensamiento y Thomas Mann escribía.
La película está basada en los relatos de Christopher Isherwood titulados»Cuentos de Berlín». Isherwood vivió a finales de la década del veinte en aquella ciudad agitada que describe. Había sido amigo del poeta ingles W.H.Auden con el cual colaboró en algunos dramas. En 1939 publicó una primera narración sobre ese período que tituló «Adiós a Berlín», del cual se hizo una obra teatral «Soy una cámara», en 1951, y cuatro años más tarde se rodó una película con el mismo tema. De ahí salió la trama del «Cabaret» de Fosse.
Mientras veía el filme reflexioné que Sally Bowles es un alma gemela de otro personaje literario, igualmente encantador, la Holly Golightly de Truman Capote, de «Desayuno en Tiffany». Holly vive une existencia despreocupada de fiestas, nuevas amistades, inconstancia en las relaciones y ausencia de compromisos con la realidad circundante. Exactamente igual que Sally Bowles. Sólo que Holly es una criatura del Nueva York de los años cincuenta
Y me vino de súbito la evocación de un tercer personaje, alma gemela de las dos anteriores: Lady Brett Ashley, la casquivana aristócrata de «Fiesta», de Ernest Hemingway. Con un grupo de amigos Lady Brett acude a las fiestas de San Fermín, en Pamplona, a presenciar la corrida del ganado, previa a la tauromaquia, y es objeto de la codicia sexual de los hombres que la rodean. Lady Brett flirtea con todos pero no acaba de dar su preferencia a ninguno y los mantiene a todo en vilo. Es igualmente trivial, voluble y fatua, se viste con el gusto a la moda y no está exenta de glamour, igual que sus personajes paralelos Sally Bowles y Holly Golightly.
Pero Lady Brett es un personaje real al que puede trazársele su perfil verdadero. Corresponden sus rasgos a los de Lady Duff Twysden, esposa del décimo Barón Sir Thomas Twysden, graduado de la Escuela Naval de Dartmouth, quien conoció a Hemingway cuando se hallaba separada de su aristocrático esposo.
En junio de 1925 Hemingway invitó a Lady Duff a acompañarle en un viaje a España. Se hospedaron en el Hotel Quintana de Pamplona. Don Stewart y Harold Loeb los acompañaban. El problema es que Loeb y Lady Duff sostenían un intenso romance. Poco antes Lady Duff había escrito apasionadas cartas de amor a Loeb y lo mismo hizo con Hemingway, incitando la rivalidad entre sus dos amantes, el actual y el posible.
Lady Duff se movía entre sus pretendientes con la altivez de la abeja reina en un panal repleto de zánganos. Ello explica la pugna que se desarrolla entre ambos, que Hemingway describe muy bien en las páginas del libro. La oculta tensión subyacente entre los caracteres mantiene el ritmo ascendente de la acción interior. La novela está coronada por la figura de Lady Duff. Igualmente pudiera hacerse un trasplante de caracteres e insertar a Sally Bowles en «Fiesta» o hacer de Holly Golightly el personaje central de «Cabaret». La imaginación ha tendido estos puentes que se hermanan en el tiempo y la ficción: personajes de fábula que corresponden a vidas paralelas en la literatura y en la vida.